DATOS PERSONALES

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* Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires

martes, 14 de agosto de 2007


Como acaso algunos saben, anduve presentando el libro por todos lados.
En Capital (Librería Losada), m
e acompañaron Elisa Carrió y Ricardo López Murphy; en San Juan (Biblioteca Franklin), el candidato a gobernador por la Coalición Cívica Diego Seguí y el periodista Ernesto Lloveras; en Mendoza (Dos Santos libros), el doctor Francisco Leiva, de la Coalición; en Rosario (Librería Ross), el periodista Luis Novaresio y el ex concejal del ARI Pablo Javkin; en Córdoba (Centro Cultural Galileo), el candidato a gobernador por el radicalismo y la Coalición Cívica, Mario Negri; y en Jesús María (Centro Cultural Cabildo), el periodista Claudio Mauro.
Gracias a todos los que participaron como organizadores, expositores o público.

En
LA CAPITAL, diario de Rosario, publicaron un reportaje del periodista Walter Palena que me parece el mejor de todos los que me hicieron en este viaje. Para leerlo, hagan click aquí.

lunes, 13 de agosto de 2007

DERECHOS Y OBLIGACIONES
(publicado en el suplemento TEMAS de La Voz del Interior)

La mayor parte de los debates públicos nacionales depende de la extraña habilidad de los argentinos para instalar una antinomia en donde existen en realidad factores complementarios que más que repelerse se solicitan mutuamente. Han formado parte de las abundantes aventuras intelectuales locales varias dicotomías presentadas como opciones obligatorias y absolutas: república o justicia social, desarrollo o distribución, modernización o empleo, garantías constitucionales o seguridad pública, industria o servicios. Semejantes despropósitos se solucionan poniendo una "y" donde los polemistas gustan poner una "o", según el sabio consejo de la Chilindrina, aquel personaje de TV que a las preguntas del Chavo solía responder: ¡Las dos cosas!
No hay justicia social sin república, distribución del ingreso sin desarrollo, empleo sustentable sin modernización del aparato productivo, seguridad pública sin garantías constitucionales, industria avanzada sin desarrollo de los servicios. Y el último capítulo del nutrido corpus antinómico local han sido las recientes expresiones de Mauricio Macri sobre que la Argentina del siglo 21 iba ser la de las obligaciones, y ya no la de los derechos. En verdad, es notable que el tema de la ciudadanía en Argentina sea invariablemente presentado en términos de derecho y nunca en el de obligaciones. Lo que el futuro intendente porteño parece olvidar es que es éste un saldo predecible en una sociedad cuyo estado ha cometido un aberrante crimen genocida. Dicho esto, es cierto que seguir insistiendo en los derechos olvidando las obligaciones tiene el inconveniente de sugerir que aquéllos son una invención de la divinidad o de la naturaleza y no una producción social determinada por el cumplimiento de obligaciones. Esta noción elemental, que es enseñada a los niños de los países avanzados inmediatamente después de la tabla del cuatro, está ausente en la sociedad argentina; acaso, porque es éste un país condenado al éxito que no precisa de minucias como el trabajo bien hecho, la responsabilidad fiscal y la ética política, que han hecho la fortuna de otros.
Una ciudadanía bien entendida es la que articula el reclamo de derechos con el cumplimiento de las obligaciones. Lamentablemente, en la Argentina de hoy, toda invocación en este sentido es descalificada por una versión local del pensamiento políticamente correcto cuya especialidad es denunciar a quien mencione la palabra "obligaciones" como justificador rentado de la opresión y la miseria. El resultado previsible es un país de derechos inalienables y deberes excusables, en el que la intangibilidad de los derechos humanos se limita al pasado o se reduce a la libertad de vocearlos por las calles como una variante laica de los mantras religiosos.
La democracia y la República no sólo se consumen, sino que se producen, y si no se producen, se sufre inevitablemente por su ausencia. Obligaciones y derechos no son pues contradictorios sino complementarios: éstos no pueden existir sin aquéllas, aquéllas son inútiles sin éstos. El estado nacional, a través de su política educativa y cultural, tiene un amplio terreno en el cual promover formas de convivencia y desarrollo democrático y republicano. Para ello, son precondiciones necesarias el fin de la identificación entre ciudadanía y nacionalismo –que crea una gran masa de festejantes de triunfos de la selección de fútbol, pero poco aporta en términos de cumplimiento de las obligaciones, ya sean fiscales, laborales o ciudadanas– y la renuncia al demagógico reemplazo de los ciudadanos argentinos por meros demandantes de derechos, es decir: por clientes.

miércoles, 8 de agosto de 2007

UN ARGENTINO EN LA BANDA ORIENTAL
(publicado en DIARIO PERFIL)

Pocos días en Montevideo bastan para comprender por qué los argentinos amamos la Banda Oriental: sus habitantes nos tratan con la misma reverencia injustificada con la que distinguimos aquí a quienes vienen de Francia. Hartos de que los demás terrícolas pongan cara de asquito cuando anunciamos nuestra pertenencia nacional, Uruguay es un placer y un descanso. Al menos, lo fue hasta que en los conflictos por las fatídicas pasteras terminamos aplicando a los hermanos orientales los mismos métodos con que los argentinos nos tratamos unos a otros hoy.
Las relaciones argentino-uruguayas reconocen un antes y un después. Ahora, después de un par de comparaciones de Buenos Aires con París los uruguayos no pueden dejar de mencionar el maltrato al que se sienten sometidos. “Ya no se trata de que tu hermano mayor te ignore –afirman- sino de que no te pegue”. El enojo con Kirchner es unánime. Tanto, como la confusión: en los análisis nunca falta el compromiso de que Botnia sea controlada ambientalmente y la esperanza de que los cortes de puentes y la pasividad del gobierno argentino se acaben después de las elecciones, pero tampoco las previsiones de posibles episodios de violencia y la necesidad de que Uruguay “aprenda a vivir sin la Argentina” (sic). Dicho esto, aún los uruguayos más nacionalistas carecen del tono paranoico que predomina aquí, hasta el punto de que abundan las menciones al carácter “artificial” del paisito-tampón y las observaciones de que Artigas nunca apoyó la independencia. Y esta capacidad de defender lo propio sin ponerse patriotero es común a casi todo el arco político oriental.
Sonará extraño en un país, la Argentina, acostumbrado a confundir nacionalismo con ciudadanía, pero no puedo dejar de preguntarme: ¿tendrá algo que ver esta ausencia de patrioterismo uruguayo con el hecho de que el país siga teniendo los niveles de desigualdad más bajos de Latinoamérica? ¿Será el escaso nacionalismo extremo la causa de que la polémica gire hoy en Uruguay alrededor de una reforma fiscal que hará al país aún más igualitario; una reforma que de este lado del Plata se anuncia-se anuncia y jamás se concreta, en tanto los gobernantes argentinos se desviven por salir en la foto junto a la bandera más larga del mundo?