DATOS PERSONALES

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* Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires

martes, 27 de noviembre de 2007


¡¡¡¡ ESTÁN TODOS INVITADOS DESPEDIR EL AÑO CON DEMOCRACIA GLOBAL!!!!
(por si no lo ven: es en el MUSEO ROCA, Vicente López 2220, atrás del Cementerio de la Recoleta, este jueves 29 a las 18.30 hs.)

Va a haber un lunch y tocará el grupo de tango Musa Mistonga. No falten.

lunes, 12 de noviembre de 2007


DOS EXCLUSIVAS PARA EL BLOG

Estas dos notas fueron escritas antes y después del 28 de octubre. La de "antes", nadie la quiso publicar por la veda. La de "después", porque la veda había terminado ;o)
Se las propongo tal cual, en exclusiva. Me parece interesante leer la de "antes" y ver en qué acerté y en qué le erré. Y también la de después, que intenta encuadrar el panorama político de los próximos años (¿decenios?).

(ANTES) EL SIGNIFICADO DEL 28 DE OCTUBRE

El más inesperado éxito de la campaña oficial ha sido el de haber hecho desaparecer del horizonte un hecho sorprendente: en los últimos meses, los candidatos kirchneristas han perdido las elecciones en Buenos Aires, Rosario y Córdoba, las tres ciudades más grandes del país, verdaderos enclaves de la sociedad de la información y el conocimiento en la Argentina de hoy. No es causal. Lo que se intenta ocultar desconociendo el fracaso en los pocos distritos electorales del país en los que la pobreza material y simbólica sigue siendo la excepción, es el verdadero significado del 28 de octubre, en el que la naciente Argentina del siglo XXI, abierta, pluralista y orientada al mundo y al futuro enfrentará a la Argentina ombliguista, paranoica y autoritaria nacida en 1930 y fracasada espantosamente en la segunda mitad del siglo XX.

Desde luego, no se trata ya de liquidar al más horrendo de sus representantes, aquel Partido Militar que abandonó el poder en 1983, sino de superar la hegemonía de las cúpulas corporativo-populistas que en un cuarto de siglo de mandato ininterrumpido han logrado la difícil hazaña de hacer que el país sea hoy aún más pobre y socialmente injusto que el que la mismísima dictadura nos dejó.

El 28 de octubre el país se juega no sólo el desguace de sus viejos y cansados partidos del siglo XX sino la ruptura o la continuidad de la fracasada Argentina que ayer nomás decía “Este país no está maduro para la democracia” y hoy dice “A este país, sólo los corruptos y los rosqueros lo pueden gobernar”.

Pero mucho más importante que repasar los síntomas del fracaso argentino en el siglo XX y sus postrimerías es identificar sus orígenes y fundamentos. Primero: su concepción política –un nacionalismo paranoico entendido como ombliguismo y rechazo del mundo- que no sólo es hipócrita cuando se observa a sus líderes haciendo compras en la Quinta Avenida o tocando la campanita en Wall Street, sino que ignora la más elemental de las reglas del Siglo XXI, que dice: en un mundo global, los objetivos e intereses nacionales no pueden perseguirse por métodos nacionalistas, sino que precisan de la cooperación, la solidaridad y la integración regional, internacional y mundial.

Segundo: su concepción económica, un industrialismo jurásico que guió al fracaso a un país concebido como paraíso industrial y que hoy sigue clamando por la reindustrialización e ignorando que la participación de la industria en el PBI argentino es mucho más alta que en Estados Unidos y Europa. Su paradigma de creación de valor, según el cual la riqueza se produce por medio del trabajo manual repetitivo en una cadena fordista gobernada por estructuras verticalistas y autoritarias, vaya casualidad, ha sido abandonado por todos los países que funcionan razonablemente bien. En todos ellos se ha comprendido desde hace tiempo que el valor agregado ha dejado de ser trabajo manual agregado para convertirse en información, conocimiento, diversidad cultural, comunicación, emociones e innovación agregados; es decir: en trabajo intelectual de alta calidad agregado al producto a través de su diseño, su proceso de producción y su cadena de marketing, publicidad y comercialización.

Es de esto, y no de los recursos naturales ni del trabajo manual de baja capacitación, que viven no sólo Suecia sino las ciudades de Buenos Aires, Córdoba y Rosario. Es de esto, y no de los recursos naturales, que vive no sólo el Japón sino el distrito industrial más avanzado del país, la Tierra del Fuego, productora de electrónicos y sede del turismo internacional. Es de las riquezas intangibles escondidas en las neuronas de sus ciudadanos -y no del petróleo, el gas y el carbón escondido en su territorio- que viven los países más ricos del planeta, que son también, sin excepción, los más igualitarios y democráticos. ¿Acaso es raro que en ninguno de ellos haya formaciones políticas siquiera remotamente parecidas a las que se están licuando en la Argentina hoy? ¿Quién puede creer que sea casual que éstas, en todas sus variantes, hayan sido derrotadas en Buenos Aires, Córdoba, Rosario y la Tierra del Fuego? ¿Cómo no ver la gran línea divisoria que hoy cruza transversalmente el país?

Repasemos ahora los distritos en las encuestas anuncian el triunfo de la candidata oficial: 1) las provincias estancadas y arrasadas por décadas de feudalismo, cuyos ciudadanos sobreviven sometidos a las dádivas clientelistas; 2) las provincias petropolíticas que ciertos gobernadores han intentado convertir en sultanatos latinoamericanos y en las que el gremio emblemático de la sociedad del conocimiento –los docentes- configura una primera línea de resistencia a la devastación; 3) ese conurbano bonaerense que constituye hoy el gran conglomerado jurásico-manufacturero del país, y que es el reino de la pobreza y la marginalidad, de los planes sociales sin capacitación laboral, y el imperio del paco, la policía brava y la inseguridad. En todos ellos, los grandes partidos del fracasado siglo XX argentino, que han gobernado ininterrumpidamente el país desde 1983, han ubicado su fábrica de pobres; una máquina político-social encargada de perpetuarse en el poder expropiándoles a los ciudadanos más vulnerables hasta la dignidad.

Es este el meollo de estas elecciones y de las que vendrán. El 28 de octubre todos los argentinos, comenzando por quienes sufren el final agónico de la Argentina del siglo XX en sus propias provincias y ciudades, y en su propia piel, elegiremos si queremos convertir al país en un gran conurbano bonaerense aliado con los barones del feudalismo provincial más o menos ilustrado o votaremos porque la Argentina, toda la Argentina, acceda a los niveles de productividad, desarrollo y bienestar que han alcanzado ya sus ciudades avanzadas; esos nacientes embriones de la sociedad del conocimiento y la información en un siglo que se anuncia postindustrial y global.

Se trata de la disputa por el modelo de país. Uno que mira al mundo y al futuro frente a otro que hace de la discusión eterna del pasado y la nación, y del fracaso convertido en victimismo, su razón esencial de ser y padecer. He aquí el significado profundo de las elecciones del domingo, en que la Argentina ética, republicana y pluralista que está naciendo con el siglo XXI luchará por no ser aplastada por los ominosos fantasmas de su ayer fracasado y brutal.

(DESPUÉS) LA OBLIGACIÓN DE SER KIRCHNERISTA Y EL VOTO DE KING-KONG

Volvía a mi casa en la madrugada del lunes, apenas abandonado el palco en el que Elisa Carrió había reconocido el triunfo de Cristina Kirchner y embargado por sentimientos contrapuestos, cuando en una esquina me encontré con una aparición amenazante. El gigantesco rostro de King-Kong me miraba desde el afiche de la Revista Debate bajo un titular que anunciaba “El regreso del voto gorila”. Lo primero que pensé fue en el justificado escándalo que se produciría si la oposición calificara al voto por Cristina Kirchner de “voto-chimpancé” o algo semejante, en tanto que la costumbre de (des)calificar al adversario político adjudicándole un carácter animal tiene vía libre, legitimada por el discurso intolerante que el Gobierno transforma en sentido-común nacional.

La mañana siguiente traería nuevas sorpresas, con el notable jefe de un Gabinete de Ministros jamás reunido declarando “Les pido a los porteños que dejen de pensar y votar como una isla”. Dejemos de lado el curioso mundo del doctor Fernández, en el que las islas no sólo piensan sino que votan, pero no hay por qué dejar pasar el carácter autoritario de enunciar desde el propio Gobierno la obligación de ser kirchnerista, patético llamado a la unanimidad con el que estrenaron su triunfo electoral quienes hicieron campaña hablando de pluralismo y calidad institucional.

No fue suficiente que el oficialismo haya utilizado los dineros públicos y la estructura del Estado para su campaña, ni el saqueo de boletas en el conurbano, ni que Cristina Kirchner se haya autoproclamado Presidenta de la República con poco más del 10% de las mesas escrutadas, ni que haya llegado al cargo gracias al ballotage trucho que el Pacto de Olivos nos legó. Había que insultar a los distritos díscolos e incapaces de comprender que el proyecto kirchnerista es el indiscutible proyecto nacional, de manera que a todos los que no lo comparten les corresponde el mote de soberbios y king-kones.

Más paradojal aún ha sido la acusación indirecta a las clases ilustradas. Lejanos quedaron los días del mes de junio en los que un derrotado Filmus sostenía que los científicos, los intelectuales y los que piensan (sic) lo habían votado. Ahora, en cambio, el hecho de que la mayoría de los argentinos que tuvieron acceso a los mejores niveles educativos se hubieran expresado en todo el país contra el proyecto K formaba parte de la acusación. Lo que no es causal si se piensa en las contradicciones irresueltas del pensamiento kirchneristamente-correcto, que un día sostiene que la educación es fundamental para generar ciudadanos libres y cinco minutos después se despacha igualando un alto estándar educativo con el egoísmo electoral y la alienación.

Pero lo que Alberto Fernández intenta esconder proponiéndose como líder porteño del antiporteñismo es que el Gobierno no sólo ha perdido en la Capital sino en todos los distritos económicamente avanzados, incluidos la segunda y la tercera ciudades del país, Rosario y Córdoba, y hasta en muchos centros pequeños y medianos ligados a una agricultura altamente tecnologizada, competitiva como pocos sectores del país. Sus habitantes, y no sólo los porteños, no han elegido opciones electorales distintas a la propuesta por el Gobierno porque quieran ser una isla, sino todo lo contrario. Han votado así porque no desean seguir siendo islas de prosperidad y bienestar en un país devastado por veinticuatro años de populismos corporativos que lo han hecho aún más pobre y socialmente injusto que el que la mismísima dictadura dejó. Y han votado también para que su modo de producción, el de la globalizada sociedad del conocimiento y la información, basado en el trabajo mental de calidad, esté al alcance de todos sus compatriotas y se transforme en el paradigma productivo argentino, en lugar de seguir siendo la excepción.

Como diputado electo por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires quisiera agregar: los porteños no hemos votado por King-Kong sino para que haya un verdadero federalismo en el que las provincias ganen en bienestar y autonomía, en vez de seguir dependiendo de la gran caja armada por el gobierno nacional. Y hemos votado también para que el modelo industrial-jurásico que predomina en el conurbano, basado en un trabajo de escaso valor agregado cuyas consecuencias inevitables son la baja productividad, el trabajo en negro, los salarios de hambre, la inexistencia de derechos sociales, el clientelismo, la inseguridad y el paco, no se extienda al resto del país, condenando a nuestros conciudadanos pobres a sobrevivir eternamente en la miserable jaula que el clientelismo político y el capitalismo de amigos económico les han construido. Más importante aún, contra todo esto ha votado también buena parte de la Provincia de Buenos Aires, en donde la Coalición Cívica ha obtenido su resultado electoral más brillante: 26% de los votos (que serían más del 30% en elecciones normales), victoria de la fórmula Carrió-Giustiniani en todas sus grandes ciudades (La Plata, Mar del Plata y Bahía Blanca) y varios intendentes electos en el resto de la Provincia contra los aparatos, las colectoras y la ley de lemas encubierta. Todo ello, a pesar de las condiciones en que se desarrollaron los comicios, inaceptables en cualquiera de los países que la candidata oficialista visitó en sus giras por el exterior.

Sostener que el voto no-K es el voto de King-Kong implica suponer que el pejotismo anteayer menemista, ayer duhaldista, hoy kirchnerista y mañana quién-sabe es un liberador de los pobres del país. ¿Lo es? Cualquier respuesta honesta a esta pregunta no puede soslayar que diferentes variantes del pejotismo gobiernan desde hace veinte años los distritos del conurbano en el que Cristina Kirchner ha fundado su éxito electoral y que el Pejota ha gobernado el país dieciséis de los últimos dieciocho años y sus provincias más pobres ininterrumpidamente desde hace décadas. En todo caso, la barrera que este domingo 28 ha dividido el voto a favor y en contra del proyecto kirchnerista no separa a cultos de incultos, a peronistas de gorilas, a porteños de provincianos, a ricos de pobres, a las alpargatas de los libros ni a la civilización de la barbarie. Separa un proyecto de Argentina ombliguista, jurásico-industrialista, hegemónica y patriotera, que fracasó dramáticamente en el siglo XX, de la Argentina moderna, pluralista, cosmopolita, postindustrial, republicana e inteligentemente abierta al mundo que está naciendo en los albores del nuevo milenio, y que ha votado casi unánimemente por candidatos de la oposición. No estaría mal que en lugar de menospreciar a quienes siguen sin votar los candidatos que propone el doctor Fernández tomara nota de que el siglo XXI ya empezó.