LA CULTURA TRIBAL
Si existe un aspecto subestimado en el análisis de los fenómenos políticos y sociales no sólo de
Ahora bien: ¿cuáles fueron las estrategias que los homínidos precivilizados adoptaron para sobrevivir en un ambiente hostil y en el que disponían de instrumentos rudimentarios? En primer lugar, era necesario agruparse para cazar grandes animales y para defenderse de predadores y grupos humanos extraños, para compensar fortunas y calamidades individuales en el gran contenedor grupal y para intercambiar información acerca de de los mejores lugares de caza, sobre la presencia o ausencia de enemigos, y acerca del uso de instrumentos o la utilización del fuego. En la cultura tribal en la que los seres humanos hemos vivido casi toda nuestra historia, sólo una interacción repetida por largos períodos traía la posibilidad de confiar en los semejantes. Por eso, lo lejano y desconocido era amenazante; lo cercano y conocido, tranquilizador; y el contacto con extraños, una vía probable a la extinción. De aquí que el racismo sea completamente natural (“¡La naturaleza es de derecha!” advertía Simone de Beauvoir) y el antirracismo, un invento tardío de la civilización.
En la cultura tribal, signada por la cercanía geográfica y la inmediatez personal, las características raciales y culturales del propio grupo permitían el reconocimiento. De allí que fueran exageradas mediante pinturas y uniformes coloridos. Quienes las poseían eran amigos. El resto de la humanidad, enemigos. Y enemigos mortales. La regla social básica de la cultura tribal era la solidaridad entre “nosotros” y la hostilidad hacia “ellos”. La violencia, la única forma de contacto practicable con el ajeno. Rudimentarias formas de comunicación hacían posible el intercambio de informaciones entre los miembros de la tribu e imposible con respecto al resto de los grupos existentes. El conocimiento de los cantos tribales servía de contraseña. Las decisiones debían tomarse, además, tratando de limitar al máximo el conflicto interno. De manera que en todos lados se conformaron sociedades tribales cerradas y uniformes, y pirámides de poder encabezadas por jefes autoritarios y violentos, organizadas además de forma que unos pocos con poder pudieran sacar provecho del resto, que carecía de él. Toda violación de las reglas, todo disenso, implicaba una traición punible con la expulsión o la muerte. El control del territorio y sus recursos y el acatamiento de la disciplina colectiva era lo que decidía entre la supervivencia y la extinción. Como Hobbes definiría magistralmente milenios después, la vida humana era entonces “brutal, infausta, breve”.
Dado que un recién nacido es biológicamente equivalente a sus antecesores de hace decenas de miles de años, las características de la cultura tribal reaparecen incansablemente cada vez que se aflojan los lazos civilizatorios, es decir: cada vez que la inteligencia, arma fundamental con la que el más desvalido de los mamíferos se hizo cargo del mundo y su destino, es dejada de lado junto con los productos sociales e institucionales que generó. ¿Cómo asombrarse de que la muerte ronde los estadios de fútbol y su sombra se extienda a las manifestaciones políticas cuando se repite socialmente, como verdad indiscutible, el rito futbolero de la identidad, y cuando cada uno de los elementos de la cultura tribal (los colores, la distinción amigo-enemigo, los cantos rituales, la violencia, la organización piramidal, el autoritarismo, la unanimidad) se hacen presentes en un mundo asolado por barras bravas que se ha tornado territorio de disputa entre violentos?
La creación de fuerzas armadas constituyó la institucionalización más evidente del explosivo cocktail de uniformización, distinción amigo-enemigo, control del territorio, exhibición de agresividad, verticalismo interno y violencia exterior que distingue a todo grupo tribal. Pero el tribalismo ha adoptado infinitas formas, más o menos inocentes o criminales, en
La cultura tribal es también un componente fundamental de los totalitarismos, cuyo paso inicial ha sido siempre la elevación de una tribu (racialmente, clasistamente, nacionalmente o religiosamente definida) a representante completa de la humanidad o de sus intereses, inmediatamente seguida por la proclamación de un líder mesiánico y autoritario entronizado después de una disputa violenta entre los candidatos, la construcción de una jerarquía de secuaces, la opresión de los que están abajo en la pirámide, la excomunicación de los enemigos, la sacralización de la solidaridad interna, las purgas contra los disidentes y la agresión al exterior. Todas y cada una de estas estrategias difieren escasamente de las que adopta para sobrevivir una manada de mamíferos, de allí las similitudes entre las bandas fascistas y los lobos, y la admiración de los unos por los otros. De allí también que se suela denominar hoy “izquierda” y “derecha” a dos confusas aglomeraciones cuyo denominador común son el color de las banderas bajo las que se amontonan y los amigos y enemigos ante los que se definen, y no ya un corpus de ideas, ni mucho menos una tradición de prácticas coherentes con los valores que se dicen defender. Para quienes prefieran adentrarse en visiones políticas aparentemente opuestas pero que, leídos entrelíneas, sostienen básicamente razones tribales similares, allí están las obras de los Frantz Fanons y los Carl Schmitts de este mundo, resurgidos hoy en sus epígonos post.
Afortunadamente, en la larga lucha contra la escasez y la opresión que es el eje explicativo de la historia universal, la aplicación de la inteligencia humana fue generando contextos en los que era necesario extender la unidad de acción a grupos cada vez más grandes. De las ciudades-estado a los imperios, de los feudos a los estados nacionales y de éstos a
En todas partes, la ampliación de los límites de la unidad política fue de la mano con la democratización del poder en su interior y su restricción reaccionaria y contraria a la tendencia progresista fijada por el desarrollo tecnoeconómico se asoció con la tiranía y la opresión. En algunos casos (el nazifascismo fue el ejemplo acabado, pero basta leer el manifiesto fundacional del GOU argentino para comprobar la universalidad del proceso), estados nacionales autoritarios, militaristas y opresivos respondían a las necesidades de ampliación el territorio que fijaba la agenda tecnoeconómica mediante un intento de ampliación manu militari exaltado como “lucha por el espacio vital”. Se repetía entonces entonces aquel proceso que el mejor Marx, el del 18 Brumario, describió con una frase que haría historia, ya que decía más que lo que su propio autor logró suponer y se constituyó –sin quererlo- en autocrítica de su propia ideología: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y en épocas de crisis revolucionaria, cuando éstos aparentan dedicarse a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”.
Las enormes potencialidades que abría el uso de la inteligencia humana dieron por tierra con el tribalismo. Cuando la capacidad intelectual de los humanos se organizó metodológicamente como ciencia y superó las resistencias tribales y los intereses cistalizados en instituciones nacidas en un ambiente de escasa concentración de inteligencia aplicada, y por lo tanto, de escasez y opresión extremas, el futuro de la partida estaba sellado.
Es imposible que nuestros atavismos tribales puedan constituirse en una guía válida para la acción en un mundo globalizado y altamente tecnologizado. Sin embargo, esto no quiere decir que el porvenir sea necesariamente venturoso: nuestras tendencias tribales atávicas bien pueden acabar con él usando sus propios instrumentos. Aún más, lo que en un mundo desconectado y de escasos contactos provocaba conflictos reducidos en importancia y escala, se torna en amenaza de destrucción masiva en una Modernidad regida por la hiperconectividad y en la que el colapso del espacio y el achicamiento del mundo ponen en contacto, inexorablemente, lo uno con lo otro. En un mundo así configurado, se necesita comprensión de la otredad al mismo tiempo que respeto común de valores universales, se requieren aceptación y promoción de la diversidad, resolución pacífica de los conflictos, estructuras de poder horizontales, comunicación de todos con todos, igualdad de derechos entre los propios y los ajenos y una extensión planetaria de la solidaridad; todos ellos valores opuestos por el vértice a la cultura tribal. Al mismo tiempo, la combinación entre tecnología avanzada y mentalidad tribal, proeza en la que Hitler fue maestro y Bin Laden un excelente aprendiz, promete un Armagedón al alcance de la mano en el que perezcan no sólo los hombres, sino la misma humanidad.
Hoy, la emergencia de una sociedad globalIZada ha elevado la exigencia del doble proceso de ampliación externa y democratización interna de la unidad política a la escala planetaria, haciendo que el paradigma “democracia global” se convierta en el único programa racional contra las consecuencias aniquiladoras del tribalismo en la era de la proliferación nuclear, las modificaciones genéticas, las pestes mundiales y el terrorismo global.
En el decisivo pasaje de una sociedad industrial-nacional basada en el territorio, el capital físico y el trabajo manual, a una postindustrial-global basada en la organización en redes globales, el capital simbólico y el trabajo intelectual, el destino de la humanidad se juega en la superación de nuestra cultura tribal atávica, más específicamente, en la capacidad de escapar de las visiones paranoicas y agresivas en las que el nacionalismo, tribalismo de