DATOS PERSONALES

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* Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires

domingo, 24 de agosto de 2008



EL FRAUDE PATRIÓTICO DE AEROLÍNEAS

La reestatización de Aerolíneas Argentinas será probablemente uno de los actos de corrupción, entre los muchos generados por los gobiernos de los Kirchner, que pasará a la Historia. Completa, del otro lado del mostrador, las peores formas del capitalismo de amigos que desde hace décadas el Pejota quiere hacernos tragar como “defensa de la burguesía nacional”, y que no consiste solamente, como el kirchnerismo quiere hacernos creer, en la privatización de los activos públicos llevada a cabo por el pejotismo menemista en los Noventa, sino también en la estatización de los pasivos privados, como el de Aerolíneas, llevada a cabo por los pejotistas kirchneristas hoy.

Quisera dejar aquí, como testimonio de que no todos los políticos somos lo mismo (de hecho, 79 diputados votamos contra el proyecto y entre los que votaron a favor habrá también muchos que lo hicieron bienintencionadamente), mi propio discurso en la Cámara, desarrollado bajo los insultos del doctor Kunkel y el bramido de las barras sindicales que me gritaban: “Ponete la camiseta argentina, Iglesias”, lo que deja bien en claro los fines a los que sirve el nacionalismo populista que los Kirchner encarnan hoy.

Sr. Presidente (Fellner).- Tiene la palabra el señor diputado por la Capital.

Diputado Iglesias.- Gracias señor presidente.

El oficialismo nos dice que hay dos opciones: la primera es la de comprar una deuda enorme, de 890 millones de dólares, y confiar la compañía al secretario de Transportes Ricardo Jaime, quien con su complicidad e incompetencia colaboró a su vaciamiento. La segunda opción que nos presenta el oficialismo implica el fin del mundo: el fin del turismo, el fin del transporte aéreo y el fin de miles de puestos de trabajo. Esto es lo que nos dice el oficialismo después de cinco años de gobierno. Ahora, para usar las palabras de un diputado preopinante que dijo que el oficialismo “se va hacer cargo”, yo me pregunto: ¿quién se hace cargo de todo esto, señor Presidente? ¿Quién ha gobernado estos cinco años? ¿Quién renunció? ¿Quién va a renunciar?

El proyecto del oficialismo habla de comprar Aerolíneas Argentinas. Pero comprar significa adquirir activos y pasivos, lo que en este caso implica comprar una enorme deuda. Y esta operación se hace sin que tengamos conocimiento del último balance, con una deuda oculta y con un precio que no conocemos.

Quisiera recordarles la descripción que hace la señora presidenta de la Nación de la compañía que nos propone comprar. En su mensaje de elevación del proyecto al Parlamento, la Presdiente señala que un alto porcentaje de la flota se encuentra inmovilizado, que la documentación es incompleta y está anárquicamente organizada, que se registran incumplimientos en el plan de entrenamiento de los pilotos y un inadecuado entrenamiento de las tripulaciones. También habla de cese de pagos y de fallas en la función logística. Como éste es el verdadero estado de la compañía, me gustaría saber quién se hará cargo. Además, como la señora presidente propone comprar la empresa a pesar de la descripción que ella misma hace, quisiera saber si ella acostumbra hacer el mismo tipo de operaciones en el ámbito privado. Seguramente no, porque de lo contrario no se explicarían los 11 millones de pesos de ganancia que registra su declaración de bienes del último año.

También me pregunto si los diputados que hoy le proponen al estado que compre semejante deuda harían una operación de este tipo en el ámbito privado. Quisiera saber si comprarían un automóvil con una deuda de patentes que supera diez veces el valor de la unidad. Y es que si no nos plantamos estas cosas, señor Presidente, seguiremos transitando el camino de la tragedia argentina, que es la tragedia de la estupidez pública y las astucias privadas.

Como se habla de compra, les recuerdo también que no hay compra sin venta. Entonces, ¿dónde está el vendedor? La película de Aerolíneas no es “¿Dónde está el piloto?” sino “¿Dónde está el vendedor?”. En realidad, el vendedor, Marsans, figura en la famosa acta, ya que la única expresión que le conocemos en que declara estar dispuesto a vender la compañía es la del acta firmada entre él y el secretario de Transporte Jaime. Aunque ahora no la nombren, esa acta está escondida entre los pliegues del proyecto de ley. Por lo tanto, desde la Coalición Cívica le decimos “piedra libre” al acta y “piedra libre” a Marsans, que permanecen escondidos en el proyecto de ley y entre las bancas de este Congreso.

Hay derechos innegables por parte de los trabajadores y los usuarios de Aerolíneas Argentinas. Los usuarios tienen derecho a la continuidad del servicio y los trabajadores tienen derecho a la continuidad de los puestos de trabajo, con su función, su remuneración y su antigüedad. Pero los legisladores también tenemos responsabilidades ante los ciudadanos argentinos que pagan sus impuestos, es decir, ante todos los ciudadanos, porque en Argentina hasta los desocupados pagan impuestos cuando pagan el 21 por ciento de IVA cada vez que adquieren un alimento. Esta mayoría, la de los argentinos que pagan impuestos, que son todos, es más grande y más pobre –lo digo con todo respeto‑ que la de los usuarios y los trabajadores de Aerolíneas Argentinas. Por eso, debemos hacer honor a nuestra responsabilidad; hablamos de una mayoría cuyo salario medio es de 2.500 pesos, que no viaja en avión y que paga el 21 por ciento de IVA cada vez que compra la leche para sus hijos. Por lo tanto, cuando se piensa en una salida para la situación catastrófica que han creado la incompetencia y la complicidad del gobierno, pedimos una solución razonable que no hipoteque el futuro de generaciones de argentinos. Por eso sentimos la obligación moral de decir no al fraude patriótico que nos propone el gobierno, ya que esta operación tiene tres beneficiarios indudables que se llaman de Vido, Jaime y Marsans.

Señor presidente: desde la Coalición Cívica jamás hemos hablado de quiebra, pero para aprobar este proyecto faltan cuatro condiciones que nuestro presidente de bloque planteó en la Comisión de Transportes y que lamentablemente no han sido incluidas.

La primera condición es el rechazo del acta. La segunda, el repudio de la deuda. Estas dos condiciones, el rechazo del acta y de la deuda, significan el rechazo del vaciamiento efectuado entre Marsans, Jaime y de Vido. La tercera condición es la determinación del origen y la cantidad máxima de los fondos destinados al rescate de Aerolíneas Argentinas. No podemos seguir dando cheques en blanco a quienes han vaciado la compañía, y no es posible que para estos fines se saque el dinero de los planes de vivienda popular y de los planes de urbanización de villas, como ya ha sucedido. La determinación del origen y de la cantidad de los fondos es fundamental para que la redistribución del ingreso y la intervención del Estado sean algo más que palabras vacías, que tienen exactamente el sentido contrario al que aplica el oficialismo. La cuarta condición que ponemos es la renuncia de Jaime y de Vido, porque en ningún lugar del mundo es pensable que quienes son responsables –si no cómplices‑ del vaciamiento de una compañía se hagan cargo también de su salvación.

Por todas estas razones, señor Presidente, la Coalición Cívica votará en forma negativa el dictamen de mayoría en consideración e insistirá con su dictamen de minoría.

- Manifestaciones en las galerías.

miércoles, 20 de agosto de 2008

LA ESTATIZACIÓN DE LAS DEUDAS AJENAS
A un mes del fracaso de la Resolución 125, el Gobierno vuelve a enviar al Congreso un proyecto de ley inaceptable. Se trata de la “reestatización” de Aerolíneas Argentinas, operación que consiste en realidad en la estatización del inmenso agujero negro en que grupo empresario extranjero ha transformado la que un día fuera nuestra prestigiosa línea aérea de bandera.
En su artículo primero, el proyecto de ley enviado por el Ejecutivo establece la compra por el Estado de las acciones de Aerolíneas y Austral. Esta adquisición implicaría, según la legislación comercial vigente, que el Estado se hiciera cargo de los activos y pasivos de ambas compañías. Ahora bien, después de años de vaciamiento, Aerolíneas tiene un pasivo que se estima en 890 millones de dólares. En cuanto a los activos, Aerolíneas es una compañía de aviación que posee un solo avión que vuele, que alquila una flota obsoleta con casi veinte años de uso promedio y cuyos vetustos aviones consumen entre 30 y 40 por ciento más de combustible, lo que en el actual contexto de carestía enegética origina buena parte del déficit operativo, que asciende ya a la alarmante cifra diaria más de un millón de dólares de pérdida. Hoy, más de la mitad de los aviones de Aerolíneas están en tierra y muchos de ellos han sido canibalizados para que sus partes sirvieran de respuestos para la operación de los restantes. Con sólo nueve sedes operativas en el exterior, habiendo vendido sus simuladores de vuelo y rematado sus pasajes de los próximos meses, lo único valioso que le queda hoy a Aerolíneas es su personal y su nombre; un nombre que hoy conserva su lugar en el corazón de los argentinos pero que está desprestigiado en todo el mundo a fuerza de sobreventas, demoras y cancelaciones. Todo ello, gracias a un Gobierno que sigue declamando la importancia de recuperar el Estado pero que no ha sabido cumplir sus deberes obligando al Grupo Marsans a cuidar el que fuera uno de los símbolos más prestigiosos del país.
Con su proyecto de ley, el Gobierno de Cristina Kirchner pretende confundir dos cosas bien distintas: por un lado, la necesaria intervención del Estado para garantizar la conectividad aérea del país y la continuidad de los puestos de trabajo; por el otro, la compra de las acciones de Aerolíneas, adquisición que comportaría el pago de sus pasivos por un gasto total bien superior a los mil millones de dólares. Para dar una idea de la enormidad de esta cifra baste señalar que el valor de mercado de American Airlines, la principal empresa aérea del planeta y propietaria de 656 aviones (contra los seis de Aerolíneas), asciende hoy a mil quinientos millones de dólares. Igualmente escandaloso es el artículo 8º de ley propuesta, que autoriza a “las jurisdicciones, entidades, fondos fiduciarios y empresas públicas… y al sistema financiero público y privado a otorgar transferencias y asistencia financiera a las empresas… a fin de sufragar… la compra del paquete accionario de dichas empresas”. Se trata, ni más ni menos, que de una habilitación para que la licuación de las deudas de Marsans pueda provenir, por ejemplo, de fondos estatales destinados a pagar salarios y jubilaciones o a construir hospitales y escuelas. De nada vale objetar que autoridades idóneas fijarán, según la la ley, el valor real de Aerolíneas, ya que aunque ese valor fuese establecido en cero el Estado deberá hacerse cargo de las deudas de la compañía, de cuyo monto los miembros del Parlamento no tenemos noticias oficiales desde hace cinco años.
Ante la amenaza de que en nombre de la defensa de los intereses nacionales los costos de las irresponsabilidades empresariales y los descuidos gubernamentales sean pagados por todos los argentinos, la Coalición Cívica defenderá en el Congreso dos puntos innegociables: 1) la deuda del grupo Marsans debe pagarla el grupo Marsans, 2) el salvataje de Aerolíneas no debe servir para que mañana sea entregada a un amigo del Gobierno, lo que implicaría completar las dos reglas básicas del capitalismo de amigos: la socialización de las pérdidas y la privatización de las ganancias.
En nombre del salvataje de Aerolíneas el Gobierno propone que se hagan cargo de ella Julio de Vido y Ricardo Jaime, responsables de su vaciamiento y culpables de que el Estado haya financiado a LAFSA, la única empresa aérea del mundo que no ha volado jamás. Por otra parte, resulta éticamente inaceptable que, aprovechándose de la angustia de miles de trabajadores y manipulando un nombre querido, el Gobierno intente engañar a la opinión pública para ocultar sus responsabilidades. He aquí, finalmente, lo que para el kirchnerismo significaba la redistribución del ingreso: fondos estatales para salud y educación destinados a levantar deudas privadas. He aquí lo que se entiende por defensa de los intereses nacionales: retenciones inconstitucionales y confiscatorias a los productores argentinos destinadas al pago de las deudas de un grupo español. Y he aquí la famosa intervención del Estado en la economía: vista gorda con un prolongado vaciamiento y complicidad en la licuación de sus consecuencias.
A medio año de su asunción, la Presidenta de la Nación debe hacerse cargo del cambio de las condiciones económicas y políticas en el país. Económicamente, ya no es posible seguir arreglándolo todo con subsidios que terminan generando una inflación que se está comiendo los haberes de los argentinos y es hoy el principal problema nacional. Políticamente, el Congreso ha dicho con claridad que está decidido a no seguir siendo una escribanía. Ojalá la Presidenta logre entenderlo y comprenda también que nadie puede ayudar a quien no se ayuda a sí mismo.

lunes, 11 de agosto de 2008



Miércoles 13
de agosto de 2008
9 hs

Quinto Desayuno de Trabajo 2008

"Campo e industria en la sociedad de la información"

con Fernando Iglesias y Elisa Carrió


en el Círculo Italiano, Libertad 1264 (entre Arenales y Juncal)

Venta de entradas anticipadas en el Instituto Arendt
Rivadavia 1475 de 14 a 20 hs
Valor de la entrada $30
LA DERECHA SOS VOS
Publicado en el Diario "Perfil" el 10 de agosto de 2008

Invade las letras de molde de estos días la reaparición de una conocida amenaza. Se habla de la resurrección de la vieja derecha y/o del nacimiento de una nueva, grave disfunción de la política nacional que pone en peligro los logros de estos últimos cinco años de progresismo en el país. Como se ve, parece que a los argentinos nos cuesta demasiado dar un paso más allá de las guerras de religión. Lejos aún de las distinciones que desde la Revolución Francesa han dividido espacialmente el espectro político de la Modernidad, en Argentina se interpreta la separación derecha-izquierda en términos de avaro-sensible, egoísta-generoso, crápula-políticamente correcto. Digámoslo de una vez: en Argentina la distinción derecha-izquierda no alude a un diferente sistema de valores sociopolíticos, válidos y necesarios en todo país pluralista que se precie, sino a la división algo pergaminosa entre buenos y malos que fue típica del maniqueísmo persa.
Dejemos por un momento de lado las pretensiones de quienes denuncian que un político “se corrió a la derecha” cada vez que alguien se aleja del modelo estalinista-débil que confunden con la izquierda. Y preguntémonos: ¿quiénes componen esta derecha, nueva o vieja que sea? Uno se siente tentado a decir que se trata de una alianza entre el diario La Nación, la Sociedad Rural, el PRO y los Estados Unidos. Ahora bien: los Estados Unidos existen para todos los países del planeta, y diarios conservador-liberales, sectores políticos liberal-conservadores y asociaciones patronales los hay en los 30-40 países del mundo que funcionan relativamente bien, y en los que todos los ciudadanos tienen garantizadas sus necesidades básicas. Lo que no hay en España ni en Chile ni en Irlanda ni en Suecia son movimientos populistas nacidos en la década del cuarenta que gobiernen desde hace veinte años, ni mafias corporativas disfrazadas de partidos que un día son neoliberales y al día siguiente antineoliberales según sugieran las conveniencias políticas y los avatares de la Historia, ni intelectuales que teman simultáneamente con el retorno de la vieja derecha y el nacimiento de una nueva cuando son la cara académico-periodística del poder corporativo-feudal que tiene maniatado al país.
Su truco es simple: tratar de hacer pasar como la encarnación local del progresismo y la izquierda al nacionalismo populista que en los Setenta encarnó la “izquierda” peronista, en los Ochenta el Alfonsín que posaba de socialdemócrata y soñaba con el tercer movimiento histórico, y en los Noventa el Frepaso aliancista, con consecuencias que no hace falta mencionar. Como si Videla-Martínez de Hoz y Menem-Cavallo hubieran salido de un repollo y no de los fracasos que prohijaron. Como si a los argentinos nos gustara otra vez comer gato por liebre. Y a toda costa, sin que cuente que los jefes hayan decidido abortar las pantomimas y refugiarse en las organizaciones y los aliados que ayer nomás simulaban despreciar.
Es que el truco de denunciar las amenazas de “la derecha” oculta un deseo evidente: la de mirarse al espejo y decirse a sí mismo “Soy de izquierda”, es decir: bueno, generoso, desinteresado, socialmente sensible y políticamente-correcto. Todo esto, sin que importe que los propios actos sean la mejor desmentida del propio discurso y rezando para que la realidad no sea la única verdad. Y, sobre todo, temblando ante el temor de que el espejo tome la iniciativa y a la pregunta: “Espejito, espejito: ¿quién es la malvada derecha?” responda diciendo lo que ya todos sospechan: “La derecha, querido amigo, la derecha sos vos”.

sábado, 9 de agosto de 2008

PREGUNTAS INTELIGENTES

Debido a la calidad de las preguntas, posteo directamente este mensaje que me llegara por e-mail, con una respuesta telegráfica a las cuestiones que plantea.

Estimado diputado Iglesias:

Mi nombre es Gonzalo Linares, soy militante de la Coalición y asisto al instituto Arendt. Tuve el pacer de compartir los dos seminarios que ofreció en aquel espacio, en torno a cuyos contenidos me surgieron un par de inquietudes. Tenía planeado asistir al desayuno de trabajo del miércoles para presentárselas allí, pero lamentablemente no podré concurrir por una superposición de horarios con otro compromiso. De modo que lo expongo en estas humildes palabras.
Durante sus seminarios, y mismo figura en la declaración de principios de la Coalición Cívica, hablamos de la necesidad de pensar al país en función de un nuevo paradigma, como visión superadora de ese molde kirchnerista que atrasa por lo menos treinta años. Dos son los puntos que me quedaron un poco en el aire. En primer lugar, planteamos la necesidad de romper con un modelo en el cual se entienda al desarrollo social y económico desde el paradigma del industrialismo, dada su virtual caducidad en el marco de la sociedad global del conocimiento y la información. De este modo, el presentar el partido campo vs. industria como la antinomia entre el atraso y la modernidad resulta inadecuado, dada la tasa de desindustrialización que experimentan países centrales como Alemania sin mermar su posición en el mundo que claramente lo ubica como una de las primeras potencias (sin mencionar el grado de desarrollo en términos de inclusión social y equidad). Fue entonces que resaltamos la necesidad de no limitarnos al producto per se al momento de valorar el grado de desarrollo de las actividades económicas, sino tomar como variable relevante a la cantidad de información, incluso creatividad, que presenta el mismo. En relación a este punto, o sea, romper con esa amalgama K que asocia irremediablemente al industrialismo con la modernidad y el desarrollo es que planteo mi duda. En varias oportunidades lo escuché hablar del modelo de redistribución Alí Babá, cuya cualidad prominente era entender como mecanismo redistribuidor el quitar recursos a sectores competitivos, para asignarlo a sectores “parasitarios”, que de no gozar con la celosa protección del Estado sucumbirían frente a los mega mercados que operan hoy a escala global. En función a esta idea, me preocupaba el tema del desempleo como problema estructural en la argentina “post-pretoriana”. No pude dejar de pensar que, desde Perón en adelante, presenciamos la articulación de diversos mecanismos mediante los cuales el Estado, (nacionalista y hermético, enmarcado en un mundo donde los países se preponían la consigna de la autarquía económica que, combinada con el autismo estatal, eran concebidas como las mejores herramientas para reforzar a nivel local la cortina de hierro) trataba de justamente transferir los recursos financieros aportados por el que es y fue nuestro sector más competitivo (el campo) a la incipiente industria manufacturera. Pienso en la nacionalización del comercio exterior y el IAPI, por ejemplo, pero éste medio se prolongó durante casi toda la segunda mitad del siglo veinte en adoptando distintas formas. Lo podemos ver en la dinámica del stop and go que mostraba nuestra economía: cuando el campo (cuya oferta es renuente a variar en el corto plazo) se mostraba incapaz de generar un stock de exportación capaz de seguir financiando un sector cuya demanda de insumos y crecimiento respondían a una dinámica muy distinta, dada una frontera de posibilidades de producción más marcada que la de la industria, la economía caía en el stop. Problema que nunca se solucionó, porque pretendimos que la cuenta corriente superavitaria aportada por el campo financiara las carencias de una base estructural que posibilitara el desarrollo industrial deseado: autoabastecimiento en metales y combustible. Frondizi lo intentó, pero no pudo concretarlo del todo. Ahora bien, pese a todos lo defectos que presenta este modelo, no puedo dejar de advertir un dato interesante: en la etapa del go, tasa de desmpleo=a %1; en el peor momento del stop, tasa de desempleo=a%5. ¿Puede ser que estuviéramos en un escenario al menos cercano al pleno empleo? Pareciera que esta industria, que por sí mismas era poco competitiva en el mundo, que gozaba de una celosa protección de Estado, que alimentaba sus fauces con divisas aportadas por el campo, hacía una bien: daba trabajo a la gente. Observo también que con las primeras políticas que abandonan este modelo Alí baba, con las que este sector que jamás llega a emanciparse del Estado o del capital extranjero subsidiado se derrumba ante el primer contacto con el mercado globalizado, inauguran al desempleo como problema estructural. Pienso en el plan de apertura de Martínez de Hoz, o política cambiaría de sobrevaluada en el caso de Menem, etc... . Pierde esa protección del Estado, y se derrumba estrepitosamente, se pone en evidencia lo que nunca logró, ser competitivo. Pero también, vimos en los noventa el 40% de desempleo, de la mano de este proceso. O sea que de algún modo no dejo de ver como este industrialismo que hoy puede ser anacrónico (y tal vez siempre lo fue) es de algún modo un camino al empleo, y cómo esa debacle se corresponde con la aparición del desempleo como problema estructural de nuestra macro economía. No sé si la salida era o es la consigna alfonsinista a la que tantas veces hizo usted mención, de “levantas las cortinas de las fábricas cerradas”, pero el abandono de esa consigna, pese a que suena lógico dado el contexto mundial y la necesidad de redefinir el paradigma, no deja de inquietarme. ¿Es la sociedad global del conocimiento, como nuevo modelo de desarrollo, capaz de proveer esta garantía al empleo que pareciera fue alguna vez el industrialismo de los 50, 60, 70, poco competititivo y todo, asistido por un Estado que confiaba en su porvenir, alimentado por las divisas de un campo satanizado y asociado a las oligarquía vernáculas y al atraso económico y social, pese a ser hasta hoy nuestro sector más dinámico? Me da la sensación de que este paradigma cierra algunas puertas. La propuesta me fascina, la evidencia empírica la sostiene, y creo firmemente que es el camino al futuro. Pero cómo lo encaramos frente a este problema del empleo y la inclusión social, tema que pareciera que el industrialismo no tuvo como deuda pendiente, al menos en un grado más aceptable, soñado hoy por hoy. Así los abuelos nos cuentan “salías a la calle con tu valijita, un amigo te llevaba a la planta, y te ponían en algún lado”. ¿Cómo encarar este vacío que dejó el fin del industrialismo en la argentina a partir del Proceso, y cómo lo encaramos desde la sociedad del conocimiento como nuevo modelo? ¿Se puede encarar? ¿Es accesible la información como capital económico en los países del tercer mundo, deficitarios casi por definición en educación y formación?
Me encantaría tener su respuesta. Admiro mucho su trabajo, y este planteo no se constituye desde mi lugar como crítica u objeción, sino como un intento de cerrar un paradigma, un modelo, una propuesta que me entusiasma y que veo prometedora.
Dejo el segundo punto para un próximo encuentro. Me hubiera gustado más hablarlo, me disculpo por plantear un tema tan complejo en estas apresuradas y torpes palabras. Es pero tenga un tiempo para responderme; se lo agradeceré infinitamente.

Saluda atte.Gonzalo J. Linares

Querido Gonzalo: algunos telegramas.

1) Un puesto de trabajo que no produce riqueza sino que necesita ser subsidiado no es un puesto de trabajo sino una ficción destinada a desaparecer tarde o temprano.

2) El modelo pseudo-productivista-nacionalista-industrialista y el neoliberista-aperturista no son contrarios, sino complementarios. Cada uno de ellos se apoya cíclicamente sobre el fracaso del otro (muchas veces, con la conducción de los mismos actores políticos).

3) La única salida real al ciclo stop & go que ambos producen es desarrollar actividades económicas competitivas, agrarias, industriales o de servicios, pero siempre con gran incorporación de conocimientos, información, diversidad, comunicación, subjetividad e innovación a los productos.

4) Estados Unidos, la principal economía del mundo y la más avanzada en el camino de la sociedad de la información, tiene índices de desempleo cercanos al 5%.

5) En cuanto a que sólo la industria, y no el campo, pueden proveer puestos de trabajo, basta ver lo que pasó en el interior con la crisis para comprender que los muchos empleos que dependen del sector agropecuario además de los puestos directos de trabajo.

6) El pasaje de una industria subsidiada a una competitiva debe ser gradual y basarse en cambiar los actuales subsidios a la ineficiencia (energía barata, dólar subsidiado, trabajo en negro, evasión impositiva y subsidios directos) por subsidios a la eficiencia (crédito en pesos a largo plazo y tasas razonables, apoyo científico a la reconversión tecnológica, apertura de mercados externos, etc.).

7) Por último: la mano de obra de baja calificación que nos ha dejado el péndulo neoliberista-neopopulista puede tener trabajo por una década en un sector en que Argentina atrasa cincuenta años: la infraestructura caminera, portuaria, ferrocarrilera, etc..

Gracias por tus inteligentes preguntas
fernando



lunes, 4 de agosto de 2008


EL CONSENSO DE GANDHI (parte II)

Publicado en Revista Contraeditorial Veintitres Agosto 2008

Resulta muy simpático y kirchneristamente-correcto sostener que “se volvieron a abrir los canales de lo político… como escenario del debate de ideas y de la confrontación entre modelos distintos de país”, o hablar de “sumar formas políticas que ayuden a fecundar una forma más amplia y participativa de debatir”. Pero es difícil compaginar esta vocación pluralista cuando se sostiene, como hacen los 750 firmantes del Consenso de Gandhi, estar “preocupados por la suerte de una democracia a la que aquellos sectores buscan limitar y domesticar”. A menos que se crea que una oposición crítica limita a la democracia y no al Gobierno, como es su obligación constitucional, y se piense que los sectores productivos que defienden sus intereses son golpistas, gorilas, enemigos del pueblo y participantes de una conspiración. A menos que se confunda el gobierno con la democracia y se piense por lo tanto que el debate de ideas debe limitarse a quienes adhieren a su ideología nac&pop. A menos que se pretenda conjugar la idea de los “diferentes modelos de país” con el monopolio del proyecto nacional (¿los proyectos de la oposición, qué son entonces?, ¿extranjeros?, ¿antinacionales?) que se arroga el kirchnopopulismo hoy.
¿Cómo se conjuga la voluntad de “oponer a los poderes de la dominación la pluralidad de un espacio político intelectual lúcido en sus argumentos democráticos” con la “confrontación entre modelos”? ¿Es parte del “escenario del debate de ideas” la “contienda desde las ciencias, la política, el arte…”? ¿”Fecundar una forma más amplia y participativa de debatir” es lo mismo que proponer una “batalla cultural al respecto”? He aquí de nuevo a Carl Schmit. He aquí la política reducida a continuación de la guerra por otros medios, con su retórica militarista cargada de confrontaciones, contiendas y batallas y de cuadros, desembarques y retiradas, y sus ídolos militares o militarizados: el comandante Fidel Castro, el General Perón, Evita capitana, el comandante Guevara, el subcomandante Marcos y el Coronel Chávez, faltaba más. He aquí la versión culturalmente elaborada de una concepción del poder que llama al diálogo mientras insulta a quien se invita a dialogar, que habla de políticas de estado pero las entiende en términos de sumisión a las ideas del oficialismo y que reduce la democracia republicana al acto eleccionario, concebido como plebiscito librador de un cheque en blanco que habilita para el ejercicio del poder (¡pelito para la vieja y a los que no les guste, a cantarle a Gardel!) sin que importen las demás instituciones de la república ni la opinión de la mayoría de los argentinos, que no votó al kirchnerismo sino a diferentes sectores de la oposición.
Muchas de las críticas de los firmantes del Consenso de Gandhi a la concentración del poder mediático en la Argentina son razonables. La pregunta es: ¿cuándo se produjo semejante concentración si no durante el gobierno de Kirchner, que licuó las pérdidas de los grupos mediáticos con la excusa de la especificidad cultural, les prolongó las licencias por diez años, les autorizó a tener al mismo tiempo radios, diarios, revistas, canales de televisión por aire y por cable y distribuidoras de Internet, y le permitió al mayor de ellos, en 2007, fusionar los dos grupos de cable más grandes del país a cambio del apoyo a su campaña presidencial? ¿Hace falta decir a favor de qué candidata operó la “distorsión de lo que ocurre” que mencionan los 750 intelectuales de la Gandhi en noviembre de 2007? ¿Hay que recordar que su amor al diálogo de Cristina consistió en negarse a debatir con sus oponentes, en no dar una sola conferencia de prensa y en ocultarse toda la campaña en el exterior por motivos que bien se comprenden después de medio año de ejercicio presidencial? ¿Hace falta recordarles que el oficialismo que defienden en nombre de la “batalla contra los poderes de la dominación” fue el que votó todas esas leyes concentratorias mientras que la oposición provenía principalmente del ARI y de Elisa Carrió? ¿Dónde estaban los actuales hipercríticos de la concentración de medios cuando sucedía todo esto? ¿En qué páginas escribieron parrafadas desmonopolizadoras tan enjundiosas como las actuales? ¿Cuándo se dieron cuenta de estos escarnios, cuando Néstor Kirchner se lució con los carteles de “Todo Negativo”? ¿Se enteraron ahora, después de cinco años de cohabitar con el poder K, de que Papel Prensa contamina, de que la repartición de diarios necesita leyes actualizadas y de que la ley de radiodifusión vigente la escribió la dictadura militar? He aquí lo orgánico de estos 750 intelectuales-soldados siempre listos para un barrido como para un fregado según los convoque a la lucha el gobierno nac&pop. He aquí la variante culta de la “auténtica barbarie política diaria” que mencionan en su documento, bien complementada por la barbarie física de los D’Elía privatizando la Plaza de Mayo, la de la democracia y los derechos humanos, para exclusivo uso proselitista del oficialismo, y la barbarie barra-brava de los muchachos de Camioneros y la UOCRA, que siguieron alegremente en Almagro la batalla campal iniciada en San Vicente en ocasión del entierro de Perón.
Resulta también patético el intento de mezclar lo inmezclable incluyendo al agua y al aceite en una sola frase (“Esta problemática es decisiva no sólo en nuestro país, sino en el actual Brasil de Lula, en la Bolivia de Evo Morales, en el Ecuador de Correa, en la Venezuela de Chávez, en el Chile de Bachelet, donde abundan documentos, estudios y evidencias sobre el papel determinante que asume la contienda cultural y comunicativa”). ¿Se ha visto a Lula enarbolar carteles de “Rede Globo miente”? ¿Puede alguien imaginarse a Bachelet acusando a la versión chilena del Menchi Sabat de enviarle mensajes cuasi-mafiosos? Tampoco sirve aquí apelar al viejo truco del antiamericanismo intentando igualar a Chávez y sus amigotes con la naciente izquierda socialdemócrata del continente mencionando como al pasar las “desobediencias políticas con respecto a lo que propone Estados Unidos”. Nadie duda de la independencia de la política exterior brasileña. Al mismo tiempo: ¿es siquiera pensable que el Parlamento brasileño sancione, y por pedido de Lula, un repudio a los Estados Unidos basado en las declaraciones de un fiscal de Miami? Chile fue uno de los miembros del Consejo de Seguridad que votó en contra de la invasión de Iraq en el mismo momento en que negociaba su tratado de libre comercio con los EE.UU. ¿Se imagina alguien que el gobierno de la Concertación pueda renunciar hoy a ese tratado en nombre de las “políticas emancipatorias para el siglo XXI” que nuestros 750 gandhianos reclaman, y que parecen sacadas de un manual bonaerense del nacionalismo decimonónico?
El truco del Consenso de Gandhi es simple: tratar de hacer pasar como la encarnación local del progresismo y la izquierda al nacionalismo populista que en los Setenta encarnó la “izquierda” peronista, en los Ochenta el Alfonsín que posaba de socialdemócrata y soñaba con el tercer movimiento histórico y en los Noventa el Frepaso aliancista, con consecuencias que no hace falta mencionar. Otra vez gato por liebre. Y a toda costa, sin importar que los Kirchner hayan decidido abortar la pantomima de la Concertación Pluralista y refugiarse en ese Pejota y esa CGT que ayer nomás simulaban despreciar. Pero no hay caso: la ilusión que ha querido instalar el populismo kirchnerista, la pretensión de que el país haya sido llevado al desastre -solamente, ininterrumpidamente- por una tradición antipopulista y proliberal, se desvanece irremisiblemente. Y se desvanece con buenas razones porque el Gobierno parece empeñado en cometer los mismos errores (desprecio de los mecanismos elementales de toda economía capitalista, subestimación del problema inflacionario, imprevisión energética, ignorancia de la necesidad de aumentar las inversiones y la oferta y no sólo la demanda) que llevaron al colapso económico en 1975 y 1989, y que después del colapso trajeron los años de Menem-Cavallo y de Videla-Martínez de Hoz.
¿Es esto la izquierda? Ni parece que Lula, Bachelet, Tabaré-Vázquez, Gordon Brown o Rodríguez Zapatero sueñen siquiera con hacer algo parecido, ni los argentinos tenemos tan mala memoria como para olvidarnos de lo que nos pasó balanceándonos al ritmo del péndulo populista-neoliberal. El crimen genocida y la corrupción menemista no salieron de un repollo sino del fracaso estruendoso y terrible del populismo movimientista en 1976 y 1989. Que entre unos y otros las culpas sean bien distintas no quiere decir que aceptemos pasivamente y de buen grado que nos vuelva a pasar. Tampoco hay que olvidarese de que -como muestran las estadísticas del INDEC a.M. (antes-de-Moreno)- los tres peores años de distribución regresiva del ingreso y de explosión de la pobreza y la indigencia de la historia argentina no fueron obra de Menem ni de Videla sino de los gobiernos inflacionistas-devaluacionistas de Isabelita (1975), Alfonsín (1989) y Duhalde (2002).
De manera que el duro trabajo de dejar atrás la pesadilla dictatorial no ha concluido. Si la Democracia ha vuelto en 1983 la República está aún por ser fundada. Y su adversario no es La Nación, ni la Sociedad Rural, ni el PRO, ni los Estados Unidos. Los Estados Unidos existen para todos los países del planeta y diarios conservador-liberales, sectores políticos liberal-conservadores y asociaciones patronales los hay en los 30-40 países del mundo en los que todos los ciudadanos tienen garantizadas sus necesidades básicas. Lo que no hay en España, ni en Suecia, ni en Brasil, ni en Canadá, ni en Chile, son movimientos populistas nacidos en la década del cuarenta que gobiernen desde hace veinte años, ni mafias corporativas disfrazadas de partidos que un día son neoliberales y al día siguiente antineoliberales según tire el cambiante viento de la historia, ni 750 intelectuales que posan de anti-sistema cuando son la cara académico-periodística del poder. Basta mirar a los treinta o cuarenta países del mundo que funcionan razonablemente bien, y a los tres o cuatro de Sudamérica que lo están intentando, para saber lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer si se quiere un país moderno y con inclusión social.
Mi disidencia con el Consenso de Gandhi no es tampoco cuestión de valores y principios, sino más bien de método. Sus miembros no actúan con una actitud racional y científica, lo que supone la mejora o el abandono de las propias hipótesis según los resultados obtenidos por su aplicación a la realidad, sino como una secta religiosa que ya lo ha comprendido todo, de una vez y para siempre, y que cree que el conflicto central del universo es alguna variante terrenal de la batalla entre el bien y el mal. Por eso, cualquier cosa suceda con el futuro argentino, los firmantes del Consenso de Gandhi saldrán reafirmados en sus creencias mitológicas. En el improbable caso de que el contexto global siga permitiendo que las políticas kirchneristas tengan éxito sin necesidad de rectificaciones sacarán la conclusión de que estaban en lo cierto. Pero si fracasan, no dirán “Nos equivocamos”, sino “Nos ha tumbado la conspiración financiero-oligárquica-capitalista-neoliberal”. Diez minutos más tarde brindarán una sesuda conferencia acerca de la Historia como maestra de vida y se pronunciarán públicamente acerca de la importancia de preservar la memoria como condición primera de la construcción del futuro. Así nos ha ido y así nos va.