DATOS PERSONALES

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* Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires

sábado, 10 de enero de 2009


CONTRA LA GUERRA PERPETUA

La guerra. Otra vez la guerra en Palestina. Entre las muchas violencias a las que nos somete la guerra está la de la obligatoriedad de tomar partido por uno u otro bando. ¿Está Ud. de acuerdo con los israelíes o con los palestinos?, te preguntan. Y sigue el previsible: ¿Con los israelíes? Entonces apoya la violencia contra la población civil y el asesinato de cientos de niños inocentes… ¿Con los palestinos? Entonces le parece bien que usen a esos niños como escudos atacando a la población civil de Israel con misiles desde Gaza…

No sé si a ustedes les sucede también, pero cuando los dirigentes israelíes describen las atrocidades que comete Hamas les creo completamente, pero cuando hablan de sus propias virtudes no les creo casi nada. Y algo parecido me pasa del otro lado. Cuando los palestinos describen las barbaridades cometidas por el Ejército de Israel les creo todo, cuando me presentan a Hamas como una idealista brigada de liberación, no les creo ni las comas de lo que dicen.

Y es que la guerra no deja salida. En una sociedad moderna, la guerra es la negación de todos y cada uno de los principios civilizatorios, hace que ninguno pueda declararse completamente inocente y pervierte a todo el que participa, activa o ideológicamente, de ella. Y si la guera no deja salida, habrá que salir de la guerra. Habrá que comprender que salir de la guerra es, en los tiempos de las armas de destrucción masiva, una necesidad para la supervivencia de toda la especie. Y habrá que criticar, pagando los precios que siempre pagan los que lo hacen, la que es la base ideológica de la guerra, el tribalismo nacionalista.

Condenar a ambas partes y reivindicar la paz parece una posición cómoda; y en cierto modo lo es. En efecto, no sé qué haría si fuera dirigente político del Estado de Israel (no digo miembro de Hamas porque nunca formaría parte de una organización terrorista, incluyendo a las organizaciones terroristas disfrazadas de partdios políticos y votadas por el pueblo). Lo que sí sé es que si yo fuera dirigente político del Estado de Israel jamás haría lo que hoy están haciendo ni de la manera en que lo están haciendo.

¿Soy, pues, propalestino? Personalmente, escribí una respuesta a las enormidades del maniqueo disfrazado de palestino León Rozitchner, tan aplaudidas hoy en todos lados ya que no hay cosa más fácil para un demagogo intrínseco como Rozichner que lucrar intelectualmente con las imágenes del horror. Pero para leerla van a tener que esperar que salga la Revista Contraeditorial, que va a publicarla en su proximo número. Entretanto, reproduzco aquí mi ensayo teórico “Diez tesis contra la guerra perpetua” basado en el Kant de “La paz perpetua” que escribí en 1999 y se publicó en Argentina en “¿Qué significa hoy ser de izquierda?- Reflexiones sobre la democracia en los tiempos de la globalización”.

Para justificarme, reproduzco una frase del enorme Rodolfo Walsh de “Operación masacre” (repito: el Walsh de “Operación masacre” y no el que lo siguió). En el prólogo de OM, Walsh escribió: “Creo en este libro, en sus efectos. Espero que no se me critique el creer en un libro cuando son tantos más los que creen en las metralletas… Tengo la firme convicción de que el resultado último de esta lucha influirá durante años en la índole de nuestros sistemas represivos; decidirá si hemos de vivir como personas civilizadas o como hotentotes”.

En una sociedad mundial, nosotros somos la humanidad. Y como tal, como sociedad civil mundial, tendremos que decidir -estamos decidiendo cada día con cada una de nuestras acciones- si queremos vivir como hombres o como hotentotes (con perdón de los hotentotes). Que la paz sea con nosotros.

fernando

Diez tesis contra la guerra perpetua

Tesis 1: La guerra, que ayer podía ser justificada por razones de supervivencia individual y grupal, se ha convertido en una estrategia de suicidio colectivo.

Es posible suponer que, en un mundo sometido al atraso y a la escasez, la guerra era una estrategia de supervivencia racional, dado que las posibilidades de perecer por hambre o inanición eran superiores a las de morir en la batalla por los alimentos o por el espacio geográfico del hábitat. En cambio, en un universo en el que la capacidad tecnológica y productiva existente podría garantizar una vida digna a todos los seres humanos y en el que la escasez extrema depende de la insuficiencia del sistema político, todo conflicto armado es injustificable a los fines de la supervivencia y se torna, por ende, irracional e inmoral; una excrecencia política y cultural de la barbarie primigenia que se constituye, además, como obstáculo a su superación. En especial, en un mundo nuclear sometido a riesgos globales crecientes, la guerra se ha vuelto una estrategia de suicidio colectivo.

Tesis 2: la nación moderna se ha feudalizado, convirtiéndose en un instrumento de guerra

La nación moderna, originalmente proclamada como asociación política de hombres libres que se unían para garantizar y defender sus Derechos Humanos, en abierta oposición al despotismo monárquico y feudal, no pudo exceptuarse de los condicionamientos de escasez y aislamiento a los que un sistema económico-tecnológico escasamente desarrollado la condenaba.

Contrariamente a los ideales de Fraternidad universal sobre los que decía fundarse, la nación-estado se organizó básicamente aislada, condicionada por la dificultad para establecer acciones a distancia y relaciones pacíficas con sus similares, y por la necesidad de armarse en prevención de que otras lo hicieran. La nación decimonónica se transformó así, de proyecto democrático, expansivo e incluyente, en principio restrictivo, excluyente y antimoderno. Tal evolución, a la que condujo la fragmentación de un sistema político que debía garantizar unos derechos definidos como humanos se ha hecho particularmente peligrosa con la progresiva globalización del sistema económico-tecnológico.

El nacionalismo resultante de la construcción de los estados nacionales fue un eficaz sucesor del feudalismo tribalista. Como tal, elevó la trágica división del género humano entre ‘nosotros’ y ‘ellos’ -extraída de las necesidades de la escasez tribal y de los principios ideológicos legitimados por la lucha por la supervivencia- a la categoría de valor moral consagrado. Las obligaciones respecto de los miembros del propio grupo y las obligaciones respecto de los individuos o grupos fuera de éste fueron consideradas no solo diferentes sino, con la mayor frecuencia, como opuestas: colaboración y solidaridad entre ‘nosotros’, competencia y guerra contra ‘ellos’. La feudalización de los estados nacionales llevó al militarismo, a una distorsión sobre las instituciones democráticas que no fue indiferente al surgir de autoritarismos, tiranías y totalitarismos, y a esas piruetas que aún tipifican el accionar de las naciones respecto de la paz: discursos acerca de la necesidad del desarme internacional (es decir: del desarme de los otros) y desarrollo de los propios recursos militares.

Las exigencias de la escasez y las consiguientes imposiciones de la guerra se hallan en el origen de toda división (racial, nacional, continental) de la unidad del género humano; pero si fueron acaso ineludibles en los tiempos tribal-feudales y en los de una Modernidad nacionalmente organizada, han perdido toda justificación racional debido a la emergencia de una Modernidad mundial.

Hoy, cuando la convivencia entre individuos y pueblos de diferentes orígenes culturales deviene una realidad inevitable y creciente, la distinción moral entre ‘nosotros’ y ‘ellos’ se transforma con facilidad en guerra y genocidio. La desarticulación de toda discriminación basada en el origen étnico, la aceptación de que las discriminaciones nacionales a los Derechos Humanos son discriminaciones, la abolición de toda diferencia entre las obligaciones públicas respecto a los miembros del propio grupo y las obligaciones respecto al resto de la humanidad, la construcción de un orden moderno planetariamente basado en la igualdad de derechos de quienes son culturalmente diferentes, constituyen una exigencia de la supervivencia en los tiempos del arsenal biológico y atómico y de las crisis (económica, ecológica y demográfica) globales. En una sociedad civil mundializada ‘nosotros’ somos la humanidad.

Tesis 3: la guerra es consustancial a la división en unidades políticas que se reclaman soberanas

La teoría liberal-democrática de la guerra como producto natural del despotismo y de la tiranía es tan incompleta como la marxista y la leninista, que consideran como causa decisiva las determinaciones de la estructura económica. La guerra ha existido antes del imperialismo y del capitalismo y aún ‘después’, es decir: entre estados pre-capitalistas y post-capitalistas. La guerra ha enfrentado también a estados democrático-parlamentarios y a éstos y regímenes totalitarios. La actual brutal acción armada de una alianza de naciones cuya absoluta mayoría de jefes de gobierno se reivindican ‘progresistas’ es una dramática denuncia de la incapacidad de los sistemas políticos nacionales para promover una resolución racional y negociada de los conflictos mundiales o para imponer, al menos, una limitación de las tendencias más destructivas de los poderes globales realmente existentes.

Los intereses derivados del régimen económico capitalista y del despotismo político pueden ser parte importante en el desarrollo de un conflicto bélico, pero no son su condición necesaria, ni mucho menos su condición suficiente. La enorme variedad de motivaciones económicas, religiosas, culturales que han estado en el origen de los conflictos bélicos demuestra que la verdadera condición necesaria a la guerra es más elemental. En efecto, la condición necesaria para la guerra es la existencia de estados independientes que se reivindiquen soberanos y dispongan de un aparato militar. Con un poco de pesimismo podríamos agregar también que, dadas las amplias demostraciones efectuadas en el transcurso de los siglos, es ésta, a largo plazo, su condición suficiente.

En palabras de Bobbio, la guerra es consecuencia natural de una política de potencia que es posible independizar del sistema ideológico, del régimen político y del sistema económico del estado. Consecuentemente, todo estado que reivindique el monopolio de la violencia y se considere soberano y con derecho de aplicar esa violencia a un enemigo ‘externo’ tiene un carácter potencialmente belicista. Por lo tanto, el orden mundial de las naciones-estado y de las organizaciones inter-nacionales es, por definición, incompatible con una paz permanente.

Tesis 4: la aparición de procesos globales hace que el orden nacional/inter-nacional pierda progresivamente legitimidad, eficacia y racionalidad

Cuando las fronteras del territorio nacional desaparecen bajo el embate común del mercado de capitales, de los acuerdos económicos y monetarios supranacionales y de los mass-media globalizados, las fuerzas armadas nacionales se vuelven anacrónicas y expresan patéticamente el desajuste entre las viejas instituciones territoriales y el mundo real, así como lo peligroso de esta convivencia forzada. La persistencia de guerras inter-nacionales es inseparable del reconocimiento de una legitimidad fundada en una lógica geográfica cuyo valor se considera superior a los Derechos Humanos. Y si agregamos que tales adscripciones, pertenencias y “derechos” se derivan de privilegios adquiridos por virtud de ‘suelo’ y/o ‘sangre’, su carácter feudal y premoderno se hace aún más evidente. Su relación con los conflictos bélicos también lo es: si mis derechos civiles, sociales, políticos y económicos se derivan de mi status de ciudadano de una nación (es decir: de la posesión de un pasaporte nacional que puede exigirme el sacrificio de mi vida ‘en aras de la seguridad, el bienestar y la grandeza de la patria’ y cuya riqueza y poder afectan verdaderamente las condiciones económico-sociales en que mi vida se desarrolla) la guerra puede ser fácilmente promovida como defensa racional de mis intereses como individuo.

En el actual marco de una tecno-economía mundializada y de poderes democráticos territorialmente limitados, la escala nacional resulta eficaz para proporcionar razones para la guerra pero insuficiente para vehiculizarla. Así, la caducidad de las instituciones nacionales se expresa en el hecho de que la mayor parte de los conflictos bélicos han asumido (precisamente desde la Primera Guerra Mundial) un carácter multinacional, transnacional y/o globalizado. En particular, la reciente Guerra del Golfo y los conflictos derivados de la disgregación de la ex Yugoslavia, al escapar por encima y por debajo del marco nacional, continúan la tendencia abierta en 1914, mediante la cual las nuevas formas de la guerra expresan la caducidad del orden surgido en 1648 en Westfalia.

Este orden, de tipo nacional/inter-nacional, asume hoy un carácter claramente perverso que la Guerra del Golfo y la catástrofe yugoslava han mostrado en todas sus sanguinarias consecuencias. Su enorme destructividad no parece excepcional sino una consecuencia directa de la capacidad que organismos globales no representativos y burocráticos crecidos a la sombra de las insuficiencias de los estados nacionales, tienen para decidir sobre la vida y la muerte de millones de personas que no los han elegido para ello. En particular, la reciente masacre desatada en Yugoslavia bajo la invocación de razones humanitarias demuestra la imposibilidad de una renovación de la socialdemocracia, -de una ‘Tercera Vía’ en términos de Giddens- mediante el recurso a instituciones nacionales e internacionales obsoletas e intrínsecamente conservadoras. La violación reiterada de las reglas constitucionales de los países intervinientes y el desconocimiento de los principios vinculantes de la OTAN constituyen una ulterior demostración de la incapacidad del orden nacional-internacional para vehiculizar una respuesta efectiva a las cuestiones vigentes.

Finalmente, las reiteradas apelaciones a la intervención de la ONU no solo son inefectivas sino que, aún en el caso de ser escuchadas, de ninguna manera implicarían un efectivo paso adelante. Como plena demostración del carácter antidemocrático de los poderes globales realmente existentes, la propia carta constitutiva de la ONU bendice la desigualdad entre sus estados componentes, otorgándoles derechos (como el de veto) y representatividades (en el Consejo de Seguridad, por ejemplo) que transgreden toda lógica igualitaria. Las desastrosas intervenciones de la ONU y su reiterada incapacidad para dar un marco legítimo, pacífico y neutral para la resolución de controversias entre sus miembros adherentes, no son pues el producto de una violación de sus principios y de su carta constitutiva sino más bien una consecuencia inevitable de la lógica inter-nacional de la organización, la cual no puede sino reflejar las disparidades de poder entre sus integrantes. En todo caso, más allá de las falencias de la ONU, la organización en naciones es intrínsecamente antidemocrática, porque el principio de ‘una nación-un voto’ (es decir: la aplicación artificial del principio democrático a los estados nacionales) es inviable: una Organización de las Naciones Unidas en la que el peso decisional de los pocos miles de habitantes de San Marino valga tanto como el de los más de mil millones de habitantes de China es un non sensu jurídico y político cuya irracionalidad legitima directamente el ‘rol de las grandes potencias’.

Por último, en el actual marco en que el rápido deshilacharse del proyecto nacional cuestiona fuertemente la justificación histórica del militarismo, la renuncia de la izquierda a plantear la batalla política por la desmilitarización de la sociedad humana es peligrosa, ya que abre el camino a la creación de grandes bloques asociados a nuevas fragmentaciones del mercado (CEE, Nafta, Japón y los tigres asiáticos, China, Mercosur) que puede solo acarrear nuevos Golfos y nuevas Yugoslavias a escalas proporcionalmente mayores.

Tesis 5: es urgente extender la experiencia internamente pacificadora de la construcción de las naciones-estado y de la Unión Europea a la escala planetaria

Siglos atrás, los pueblos que hoy conviven pacíficamente en las naciones-estado modernas se debatían en guerras fundamentadas en intereses económicos, políticos, religiosos y culturales geográficamente determinados; guerras que eran poco menos que la continuación de los conflictos tribales por la supervivencia y la hegemonía. La paz entre etruscos y romanos, entre francos y galos o entre las provincias argentinas solo pudo ser alcanzada mediante la construcción articulada de un poder político que podía definirse super partes en virtud de que para el mismo las partes eran invisibles, es decir: un sistema institucional democrático que operaba en nombre del interés común y cuya legitimidad era reconocida por todos, cuya Constitución otorgaba a cada uno de sus habitantes el status de ciudadano sin distinciones derivadas del origen étnico-cultural-religioso y cuyo sistema decisional permitía una dirimición pacífica de los conflictos de intereses.

La paz “interna” entre los pueblos como condición necesaria a su desarrollo económico, su democratización política y su progreso social ha sido la más importante contribución a la civilización que ha brindado la nación-estado. Hoy, como la tragedia yugoslava muestra ejemplarmente, es la desaparición de la legitimidad reconocida de un poder super partes la condición suficiente para el retorno de lo que Kant y los jusnaturalistas llamarían el estado de natura previo a la constitución del estado y para la consecuente reaparición de la guerra entre etnias que se pretenden cultural y racialmente uniformes y políticamente soberanas. Así, la inexistencia de un sistema político democrático global, de una ciudadanía mundial y de una identidad fundada en la pertenencia a la raza humana continúa legitimando la persistencia bárbara de las guerras y de los ejércitos.

Si un grupo de las ‘fuerzas de seguridad’ californianas tomara o bombardeara una ciudad texana, la estólida ilegitimidad de tal acción sería evidente, y el gobierno federal norteamericano mandaría apresar a unos vándalos que carecerían de cualquier posibilidad de transformar un evento policial en político. Por otra parte, a ningún texano se le ocurriría iniciar una represalia contra una ciudad californiana. Pero similares operaciones ejecutadas por los serbios contra ciudades bosníacas, croatas y kossovaras han abierto todas las posibilidades de generalización de la destrucción, de represalias sobre inocentes y de diversas formas de genocidio; rebajando nuevamente la política al nivel de la crónica policial.

A casi medio siglo de la fundación de la “Comunidad del Carbón y el Acero”, el carácter tendencialmente pacificador de la difusión y extensión de los procesos económicos y la posibilidad de ampliar la experiencia de la construcción de las naciones-estado al plano supranacional parece ampliamente demostrada por la Unión Europea, es decir: por el proyecto político que, más allá de sus insuficiencias e imperfecciones, inauguró el más prolongado período de paz en el continente. ¿No habría sido tildado de utopista quien hubiera afirmado entonces que en la continentalización del mercado económico europeo se hallaba el germen de la unidad política y de la pacificación de un Viejo Mundo devastado por siglos de tribalismo belicista? ¿Quién hubiera dicho allá por 1947 que el proceso de unificación y pacificación de Europa habría de ser liderado por Francia y Alemania, los dos “irreconciliables” enemigos que con sus disputas habían originado tres guerras en setenta años, dos de las cuales tuvieron alcances mundiales?

Tesis 6: en un universo global, la ‘no-intervención’ no es ya democrática ni humanitariamente sostenible

Como con increíble anticipación sostuvo Kant, la visibilidad global de las violaciones a los Derechos Humanos más elementales las hace intolerables a la conciencia del mundo civilizado. Esto configura una comunidad materialmente cubierta por una red de informaciones y comunicaciones globalizada y que empieza a constituirse espontáneamente como sociedad civil mundial. En esta comunidad moral y discursiva planetaria basada en el concepto clave de la Modernidad política (los Derechos Humanos), el principio de no-intervención, sostenido en nombre de la soberanía territorial estatal, ha sido reemplazado por la obligación de la ‘injerencia humanitaria’. Mediante este trascendental cambio, que va del estado nacional al hombre, en su doble significado de “individuo” y de “especie”, como sujeto de la historia, las Modernidades nacionales dejan paso -no ya en el plano económico-tecnológico sino en el moral, ético y político- a una Modernidad mundialmente organizada.

Cincuenta años después de la Shoá judía, la peor tragedia de la historia de la humanidad, el desastre yugoslavo reactualiza la terrible opción entre ‘guerra o genocidio’. La no intervención en el genocidio llevado a cabo en el nombre de la limpieza étnica implica la aceptación de Crímenes Contra la Humanidad; pero la intervención implica poco más que una guerra que difícilmente resolverá el problema y cuyas consecuencias son imprevisiblemente destructivas. En un universo global regido por un sistema nacional/inter-nacional, la ‘no intervención’ no es ya democrática ni humanitariamente sostenible, pero una intervención eficaz y legítima no es tampoco posible.

Tesis 7: la carencia de instituciones mundiales democráticas deslegitima toda intervención

Una verdadera intervención basada en el derecho de injerencia humanitaria requiere dos presupuestos incumplibles bajo el orden nacional/inter-nacional: una perspectiva razonable de eficacia y una legitimidad que se derive de su neutralidad, en especial: de la abstención de los intereses nacionales en la determinación de las acciones. Ninguna de estas condiciones puede cumplirse en las condiciones institucionales fijadas por el marco internacional centrado en naciones-estado.

Los llamados a la actuación de la ONU tampoco suponen una alternativa válida. Una ONU prisionera de la misma lógica inter-nacional que la fundamenta tampoco representa ningún tipo de legitimidad democrática, en especial, si las operaciones militares son comandadas desde un Consejo de Seguridad en el que los poderes atómicos poseen, además, poder de veto. Para no mencionar los riesgos globales que puntualmente se desatan cuando una nación o una alianza entre ellas se autoadjudican las funciones de ‘gendarmes globales’ o de representantes autoelegidos de la humanidad y la democracia.

El impulso superador promovido por la cercanía de la Segunda Guerra Mundial llevó a la redacción del más acabado documento de la Modernidad política: la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, pero no alcanzó para la construcción de las instituciones que su misma profunda radicalidad universal requería. Si bien la misma crisis que se había superado al costo de veinte millones de vidas demostraba claramente la incapacidad de las naciones-estado y de las instituciones inter-nacionales, el orden subsiguiente se constituyó sobre la voluntaria ceguera acerca de estas causas de la tragedia apenas sucedida. A más de cincuenta años de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre no faltan razones para lamentarse por la oportunidad perdida. Previsiblemente, unos Derechos definidos como Humanos pero confiados a instituciones nacionales han llevado a la consolidacion de primeros, segundos y terceros mundos perfectamente definidos por los derechos desiguales de sus habitantes y cada vez más lejanos de la Igualdad proclamada. Finalmente, la carencia de instituciones democráticas mundiales está llevando a la imposibilidad de afrontar racionalmente riesgos económicos, ecológicos, demográficos y de control de la tecnología mundialmente extendidos y de peligrosidad creciente.

Las viejas acepciones de la palabra ‘nacionalista’ deben ser actualizadas: en la presente situación, es ya nacionalista sostener que una sociedad mundial puede ser regulada políticamente mediante el recurso a naciones-estado. Para comprender las limitaciones de esta concepción basta imaginar cuán diferente sería la presente situación en Yugoslavia y Kossovo si existiesen un Parlamento planetario en grado de deliberar y laudar en los conflictos sobrevivientes a un orden tribal-feudal-nacional perimido, impidiendo su dirimición por medios violentos y las violaciones a los Derechos Humanos que les están asociadas y una Corte mundial de Justicia dedicada a perseguir Crímenes contra la Humanidad pasados, presentes y futuros.

Previsiblemente, la existencia de un sistema político democrático mundial disminuiría el prestigio mitológico de la nación-estado y los riesgos consecuentes a su exaltación belicista, y permitirá intervenciones basadas en una legitimidad mundialmente reconocida, ya sea en la prevención de guerras y genocidios como en el castigo de quienes se hiciesen responsables de su promoción y ejecución.

Tesis 8: la oposición a la construcción de un poder político democrático mundial lleva a una ‘Global Governance’ elitaria y destructiva

En un mundo devenido global, la oposición a la constitución de instituciones políticas democráticas mundiales no lleva al paraíso perdido de las democracias nacionales sino que deja la inevitable regulación de los procesos globales –abstractamente denominada ‘Global Governance’- en manos de los poderes de organismos burocráticos y elitarios como el Consejo de Seguridad de la ONU, el G8, el Consejo de la Nato, el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.

En el plano militar, esta negativa tampoco lleva a la evitación de un poder totalitario o despótico sino más bien a su consumación, a la amenaza de un estado nacional o de una alianza de ellos que posean, dado su predominio tecnológico, el monopolio de la violencia en alta escala sobre la faz de la tierra. Lamentablemente, la única alternativa al poder global de los Usa y la Nato que permite el sistema de las naciones-estado está representada por el reiterado llamado europeo a construir una política exterior y de defensa continental común. Este proyecto estatal-nacionalista aplicado a la escala continental conduce directamente a la vieja coincidencia entre intereses económicos y poderes militares geográficamente determinados que lleva siempre al nacionalismo y la guerra y que es la negación misma de los principios en que la Unión Europea ha sido fundada.

Otra vez se evidencia aquí la capacidad que explica el dominio hegemónico de la alianza entre el neoliberismo globalista y el neoconservadurismo nacionalista, es decir, entre el capital transnacionalizado y los intereses privados de los representantes políticos de las naciones-estado: sus beneficiarios son los únicos que cuentan con una propuesta moderna y global (en el doble sentido de planetaria y completa) que armoniza los propios intereses con los procesos de mundialización en acto.

Tesis 9: el antimilitarismo es parte fundamental de la tradición de la izquierda democrática

Dado que la idea fundamental que define el pensamiento político de izquierda es la de Igualdad, ignorar el contenido pacifista y antimilitarista de la tradición progresista equivale a traicionarla. La disposición de armamentos constituye una desigualdad suprema entre individuos y estados. Por el contrario, una paz global y permanente llevaría a sentar las bases de una lógica verdaderamente regida por el igualitarismo y la democracia.

Las ideas de Democracia e Internacionalismo no son otra cosa que la manifestación interna y externa de la Igualdad en un mundo dividido en naciones. Su abandono, a partir de las ideas de la ‘dictadura del proletariado’ (Marx-Engels) y del ‘derecho a la autodeterminación de las naciones’ (Lenin) han desembocado en una horrenda alianza entre socialismo y nacionalismo, y en el militarismo y la guerra. A la justa crítica de las ideas marxistas y leninistas en nombre de la democracia falta, en el debate actual de la izquierda, un fuerte contenido antinacionalista que deje definitivamente atrás los horrores perpetrados por el leninismo-stalinismo.

No es refugiándose en el viejo y angosto margen nacional como pueden combatirse los riesgos de un mundo sometido a crisis progresivamente globales, sino elaborando una propuesta antimilitarista, antiautoritaria, universalista y progresista en la mejor tradición de la izquierda democrática. Y esta propuesta no puede ser otra que la del desmantelamiento definitivo de los ejércitos y organizaciones militares nacionales sin que sean reemplazados por ninguna organización equivalente, lo que implicaría alcanzar un antiguo y permanente anhelo de la mejor parte de la humanidad: la desmilitarización de la sociedad humana. En este sentido, el desarme de las naciones constituiría un importante paso hacia el desarme de los individuos y el estado, y hacia la abolición definitiva de la violencia como medio de relación entre seres humanos, todos ellos presupuestos imprescindibles a la instauración del principio de Igualdad.

La fácil objeción de que los ejércitos nacionales son necesarios para proteger las comunidades nacionales de la agresión ‘externa’ puede ser respondida con brevedad. Si los ejércitos feudales no han dado lugar a ejércitos regionales, provinciales y comunales esto fue, precisamente, porque la existencia de un poder cuya legitimidad era reconocida por todos hizo que la paz entre las provincias no dependiese del mutuo armamento. Similares condiciones merece hoy la situación europea, en la que una guerra por el dominio territorial entre sus naciones constitutivas ha quedado completamente fuera de cuestión. Nada impide prever que los mismos efectos operarían en la escala global que están asumiendo los más modernos y decisivos procesos sociales.

Tesis 10: La proclamación de una República de la Tierra es tendencialmente democratizante, pacificante y antitotalitaria

En 1795, Immanuel Kant sostuvo que “Para los Estados que están entre sí en relación recíproca, no puede existir otra manera racional para superar el estado natural sin leyes, que es simplemente el de la guerra, que no sea la de renunciar, como cada individuo, a su libertad salvaje (sin leyes), aceptar leyes públicas coercitivas y formar un Estado de pueblos (civitas gentium) que se extendería y abrazaría finalmente todos los pueblos de la tierra. Pero, dado que aquéllos, según su idea del derecho internacional, no lo desean en absoluto y rechazan por lo tanto como hipótesis aquello que en tesis es justo, así, en lugar de la idea positiva de una Repúbica Universal (y a fin de que no todo se pierda) queda solamente el substituto negativo de una liga permanente y progresivamente extendida, como único instrumento posible que ponga al reparo de la guerra y detenga el torrente de las tendencias contrariamente hostiles hasta el infinito; siempre, sin embargo, con el peligro continuo de que estas resurjan nuevamente”.

Pero en los tiempos del poder nuclear y de las redes digitales y de los procesos y crisis mundiales, al mismo tiempo que el “temporáneo reparo” de una “Liga” o “Sociedad” de Naciones ha demostrado repetidamente su incapacidad para sostener una paz permanente, la globalización económico-tecnológica materializa las condiciones infraestructurales necesarias (comunicaciones, transportes, mercados) para la constitución de una República Universal; y a necesidad y posibilidad de su proclamación deviene una operación fundamental para el mantenimiento de una paz, si no perpetua, por lo menos duradera.

Dada la trágica experiencia del siglo XX europeo, una República de la Tierra debiera ser fuertemente diferenciada de la idea de ‘Estado Mundial’. Del conjunto de instituciones estatales, una República federal planetaria propone únicamente la constitución mundial de su sistema político (especialmente: de un Parlamento planetario y de una Corte Mundial de Justicia) que puedan intervenir solamente en los procesos y conflictos que han escapado a los alcances de los estados nacionales, en la extensión planetaria de los Derechos Humanos, en el sostenimiento de la paz y en la prevención de las crisis globales.

Como la experiencia de la Unión Europea ha afortunadamente demostrando pese a todas sus limitaciones, la unidad política no implica la construcción de un enorme y costoso aparato administrativo-militar, ni la insistencia en una identidad común étnica o culturalmente definida, ni la centralización absoluta el poder político. Por lo tanto, una República planetaria no debiera ser interpretada como la concentración monopólica de la violencia por parte de un estado mundializado sino como una forma de quebrar la propiedad monopólica de la legitimidad política democrática y de los medios de violencia por parte de los estados nacionales. Una República de la Tierra se fundamenta así en una perspectiva post-nacionalista y post-estatalista que tiende al definitivo desarme de todo tipo de estado y lleva a la constitución de un marco pacífico y democrático donde los conflictos de la sociedad civil mundial puedan ser dirimidos sin violencia.

El uso de la fuerza coactiva por parte de un sistema político mundializado debería ser excepcional y mínimo, estar en manos de pequeñas unidades multinacionalmente integradas (no por grandes batallones divididos en su composición y comando según la ciudadanía de sus integrantes y sometidos a la autoridad de autoridades nacionales como en el caso de la ONU), provistas de armamento de tipo policial y protegidas por una legitimidad mundialmente reconocida como imparcial y democrática. Por otra parte, sus intervenciones debieran estar fundamentadas en la necesidad de evitar males mayores, evidentes, inminentes e inevitables por otros medios, ser reguladas por una Constitución planetaria y un Código de Justicia mundial, y estar controladas por un Parlamento democrático y mundialmente representativo.

Una República federal mundial debiera basarse en la idea elemental de que, en nombre de la Paz y la Igualdad, es mejor desarmar a los que están armados que armar a los que no lo están. Este simple principio es contrario a la mecánica intrínseca de la paz inter-nacional (armarse preventivamente para igualar las fuerzas de los enemigos) tan bien ejemplificada por las carreras armamentistas del siglo XX y cuyo principio es inherente a la división territorialmente soberana del monopolio de la fuerza. Finalmente, una República federal mundializada fundada en la paz y en el desarme debiera ser considerada un medio y no un objetivo, es decir: no como una condición suficiente al establecimiento de una paz perpetua sino más bien como una herramienta institucional necesaria para luchar contra la perpetuidad de la guerra.