LA REPÚBLICA NO ES “FORMAL”
Publicada en el diario "Clarín", 6 de febrero de 2010En un reciente debate televisivo sobre la creación del Fondo del Bicentenario y la remoción del presidente del Banco Central, ante las numerosas objeciones a los DNUs presidenciales presentadas por el doctor Gil Lavedra y quien esto escribe, una de las diputadas del oficialismo, prominente abogada con cargo en el Consejo de la Magistratura, respondía sistemáticamente: “Eso es formal”. Resulta llamativo que quien ha dedicado su carrera a las leyes y vive hoy de una dieta que los ciudadanos le pagan por elaborarlas considere que los procedimientos previstos por las leyes de la República son “formales”. Sin embargo, basta observar la metodología aplicada por el gobierno de Cristina Kirchner, otra abogada y ex legisladora, para concluir que las expresiones de la Diputada no provenían de una negación psicopatológica de su propia existencia sino que forman parte de una política que emana hoy del propio gobierno nacional. Esta política, basado en la abolición progresiva de instituciones –el Parlamento, la Justicia, el INDEC, el Banco Central- bajo la excusa de que son “formales”, promueve la hegemonía de los caprichos presidenciales y habilita los dictados abusivos del único poder que los Kirchner consideran sustancial: el Poder Ejecutivo.
Diré más: si este tipo de descalificaciones de la República y el Estado de Derecho suceden con tan alarmante frecuencia en la Argentina es porque la responsabilidad abarca a la propia sociedad nacional. Los argentinos parecemos pensar que lo que cuentan son los resultados y no los procesos por los que se llega a ellos. Así, actuamos como si los procedimientos por los que se toma una decisión fueran irrelevantes “con tal de que se tome una buena decisión”. Semejante error se basa en la falacia de suponer que ambos aspectos –la manera en que se toma una decisión y el hecho de que sea o no apropiada- son independientes, cuando un mínimo análisis basta para demostrar que una decisión política correcta suele ser fruto de un correcto procedimiento de elaboración, lo que incluye su deliberación pública, la participación de ciudadanos y de expertos en su formulación y, fundamentalmente, el respeto de la división de poderes, que disminuye los riesgos de arbitrariedades y hace que quienes sean responsables de tomarla estén capacitados y facultados para hacerlo.
Nada de esto parece importarle al gran resultadismo nacional. Curiosamente, los que defienden la teoría de la independencia entre procedimientos y resultados y descalifican a las instituciones y reglas republicanas por “formales” aplican procedimientos bien distintos en sus vidas privadas. Puestos, por ejemplo, ante una enfermedad grave, jamás dirían “Voy a consultar al quiosquero, ya que no importa quién toma las decisiones sino que sean correctas”. Mucho menos se subirían a un avión sin alas convencidos por la publicidad de una línea aérea de que lo importante no es que al avión tenga alas sino que pueda volar. Y bien, es esto exactamente lo que se nos sugiere cuando se sostiene que lo importante es que las decisiones de un gobierno sean correctas con independencia del método con que se las toma, ignorando que los procedimientos republicanos son una condensación histórica de la larga experiencia de la humanidad y que su validez se basa, precisamente, en que aseguran mejores decisiones y errores menos graves y frecuentes que las arbitrariedades del despotismo personalista, como la situación argentina no cesa de mostrar.
Contrariamente al sentido común resultadista nacionalmente instalado del que el kirchnerismo se aprovecha, es preferible una mala decisión tomada por el método correcto que una buena decisión tomada violando las reglas. La primera prevé adecuados resortes organizativos y metodológicos para ser subsanada. La segunda nos hace sobrevalorar el éxito a corto plazo y consolida el error sistemático en el largo plazo, asegurando el fracaso posterior.
Coma la Presidenta y la Diputada, pertenezco a una generación que creyó que la democracia era “formal”. Tuvimos que pasar por muchos sufrimientos para descubrir que no lo era, y que lo que parecía ser formal era, en realidad, sustancial. Felizmente, los argentinos hemos superado aquella etapa. Por eso el futuro democrático de nuestro país se prolonga más allá de donde logran ver nuestros ojos a pesar de la pobreza de los resultados obtenidos. Hoy, las insuficiencias de nuestra democracia no se derivan de su carácter pretendidamente formal sino, por el contrario, de que nos falta aún comprender que también la República –es decir: la división e independencia de los poderes, la autarquía de las agencias del estado, el respeto de los procedimientos fijados por la Constitución y las leyes- es sustancial y no formal, ya que sólo los países que han aprendido a aplicar sus reglas han sido capaces de dar un consistente paso adelante en la superación simultánea de la miseria y la opresión. Debemos aprender esta lección rápidamente -y acaso lo estemos haciendo- para que el 2011 no nos encuentre eligiendo nuevamente a una monarquía plebiscitaria con pretensiones de providencialidad.