DATOS PERSONALES

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* Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires

jueves, 20 de marzo de 2008

La maldición del petróleo

¿CONFLICTO PETROPOLITICO O UNIÓN SUDAMERICANA?

(publicada en Revista Noticias)
Polución ambiental, agotamiento de los recursos no renovables, recalentamiento global, dependencia energética de personajes esquizoides, militarismo y unilateralismo, permanentes conflictos destructivos por el control territorial: la lista de los costos de una matriz energética obsoleta y atada a los combustibles fósiles incluye los principales problemas que hoy se le plantean a la naciente sociedad global. Para no hablar de los principales países productores de petróleo y sus líderes: la Arabia Saudita dominada por una casta de cuya periferia salió Osama Bin Laden, la Rusia de Vladimir Putin, el Irán de Mahmoud Ahmadinejad, la Venezuela del coronel Chávez, que son sólo parte de un elenco cuyos denominadores comunes son la miseria de muchos y el auroitarismo de unos pocos y que incluye a los Emiratos Árabes, Nigeria, Algeria, el Iraq que fue de Saddam Hussein y la Libia que es aún de Muahamar Kadaffi.
Siguiendo el ritmo del aumento del precio del petróleo, la petropolítica ha puesto al frente de los estados a líderes ligados a sus poderes corporativos. Cotéjese la lista anterior con la de los mayores conflictos bélicos de las últimas décadas y con la de los peores regímenes autoritarios y se comprenderán las verdaderas dimensiones que asume hoy la petropolítica, política de la edad de piedra en el mundo global. Y no se trata sólo del Tercer Mundo, ya que en el tercer lugar de la producción petrolera mundial se encuentran los Estados Unidos de George W. Bush, principal responsable de la invasión de Iraq.

Es este también el eje que define las polaridades sudamericanas, con el petropolítico Coronel Chávez intentando sumar a su alianza petropolítica a todos los países de la región cuya economía depende fundamentalmente de los combustibles: la gasífera Bolivia y el petrolífero Ecuador. Lamentablemente, es esta también la principal alianza internacional del actual gobierno argentino, cuyo matrimonio presidencial se ha desarrollado nada casualmente en la región que provee el 84% del petróleo nacional, de donde proviene su metodo petropolítico: el manejo autoritario y clientelar de una caja que se llena con el dinero fácil que proviene de los recursos naturales.
Dependencia financiera (sin Chávez no hay quien compre los bonos argentinos aunque se paguen hoy de intereses el doble de lo que se le pagaba al FMI), dependencia energética (sin Chávez no hay manera de pasar el invierno), negocios turbios (de los que el valijazo de Antonini Wilson ha sido sólo la punta del iceberg) son el precio que pagamos todos los argentinos para pasar de las relaciones carnales con los Estados Unidos a las relaciones carnales con la Venezuela del Coronel Chávez. Y en este sentido, el rol de discreto pero indudable apoyo a Chávez jugado por el gobierno argentino en el reciente amago de guerra anticipa un futuro de muy peligrosas implicancias.

Los ejercicios de racionalidad de Cristina
Repasemos: el sábado primero de marzo, la doctora Kirchner a cargo de la Presidencia Argentina y de la del Mercosur abrió las sesiones del Parlamento nacional declarando: “Es clave la incorporación de la República Bolivariana de Venezuela al Mercosur, para cerrar finalmente la ecuación energética… Y no es una cuestión de simpatías personales o amiguismos políticos. Es simplemente un ejercicio de racionalidad para integrar y cerrar definitivamente la ecuación energética en América Latina”. En otras palabras: miremos para otro lado respecto de la inexistencia de un verdadero parlamento en Venezuela, ignoremos la falta de libertad de prensa, supongamos que Chávez no apoya a las FARC y hagamos como si la cláusula democrática del Mercosur no existiese. Todo sea por el petróleo y el gas bolivarianos. Ese mismo día; repito: ese mismo día, el ejército colombiano acabó con la vida del jefe de las FARC, (a) Raúl Reyes, en territorio ecuatoriano, y el siempre juicioso Coronel Chávez no perdió un minuto en meterse donde nadie lo llamaba, en poner en riesgo la paz en la región y en manejar al ejército venezolano como si fuera una extensión de las FARC; cerrando fronteras, expulsando embajadores y movilizando tropas cuando nada hacía temer un ataque de Colombia a Venezuela. Y allí siguió el “ejercicio de racionalidad” del gobierno kirchnerista: condenando con buenas razones la violación de la soberanía ecuatoriana por el ejército colombiano pero olvidando que el primer grupo armado colombiano que penetró en tierras ecuatorianas era el de las FARC y criticando el militarismo colombiano pero callando el apoyo de Chávez a las FARC. Y allí fue la Presidenta de la Nación y del Mercosur, a reunirse premurosa con Chávez y Correa para “cerrar la ecuación energética” en el mismo momento en que las tropas venezolanas marchaban a la frontera y Correa se veía obligado a imitar a Chávez para no quedar como figura de cartón piedra en una violación de la legalidad internacional que sólo concernía a su país, Ecuador.

Una radiografía impiadosa de la región
Si es cierto que las verdaderas relaciones de amistad y de fuerza se observan mejor en tiempos de crisis, la que el continente acaba de superar gracias a los santos oficios del secretario general de la OEA, el chileno José Insulza, y de la diplomacia de Itamaraty, ha ofrecido una impiadosa radiografía de la situación regional: el petropolítico Coronel Chávez apostando al conflicto e intentando arrastrar a él a Correa y a Cristina Kirchner, y los gobiernos de Brasil y Chile intentando evitar lo peor a través de la verdadera racionalidad, que no es nunca cinismo, y del recurso a las siempre menospreciadas instituciones.
Abramos ahora un paréntesis contrafáctico e imaginemos aquí qué hubiera sucedido si un error, un nuevo imprevisto (digamos: el asesinato de Ingrid Betancourt por las FARC) o un instante de mayor locura que la acostumbrada por parte de Chávez hubieran traído la guerra. Supongamos que quienes confunden el antiimperialsomo con el antiamericanismo tienen razón y los Estados Unidos no esperan otra cosa que un conflicto para entrar con la US Army en Sudamérica. Después de todo: ¿qué mayor favor le han hecho al militarismo unilateralista de George W. Bush que el crimen del 11 de Septiembre? ¿Quiénes han provisto las excusas perfectas para entrar en Afganistán e Iraq si no las acciones criminales de Osama Bin Laden y Saddam Hussein? ¿No podría ser éste, precisamente, el rol de las narcoterroristas FARC y del delirante Chávez del “Mándeme allí diez batallones, General”? Y si -continuando con las suposiciones contrafácticas- la guerra estallase y terminase con una intervención directa de los Estados Unidos o en un apoyo militar decisivo al ejército colombiano, ¿no dirían los Luis D’Elía del futuro que a Chávez lo financiaba Bush con 25.000 millones de dólares en compras de petróleo por año, como hoy sostienen que Osama Bin Laden y Saddam Hussein han sido un mero invento del poder imperial?

Final del juego
Más allá de las libres y legítimas especulaciones, una cosa parece fácilmente comprobable repasando la hisotira reciente: los líderes petropolíticos del planeta y su poder-duro, hecho de ejércitos y batallones aéreos, son, más allá del odio real o aparente que se profesen, perfectamente compatibles. Mejor dicho, complementarios. Cada uno de ellos necesita del nacionalismo militarista, unilateral y autista de los otros para subsistir y prosperar. Frente a ellos se alza el poder-blando de las instituciones: las presidencias nacionales republicanas y sus líderes –como Lula-, las instituciones internacionales -como la OEA de Insulza- capaces de no ser cómplices y de hacerse responsables del respeto de la legalidad internacional.

He aquí también la opción para el futuro de Sudamérica: una alianza petropolítica que si incorporase definitivamente a la Argentina podría romper definitivamente el equilibrio regional y el proyecto, aún incipiente y fragmentado, de una Unión Sudamericana en la que barbaridades como las que hemos presenciado esta semana no sean siquiera imaginables. Una Unión Sudamericana que no se reduzca al Mercosur sino que incorpore a todos los países de la región. Una Unión Sudamericana que no sea sólo retórica y discursiva (la Patria Grande bolivariana) sino concreta y real. Una Unión Sudamericana no sólo económica (el Mercado del Sur o Mercosur) sino política e institucional, con su parlamento compuesto por diputados elegidos democráticamente y plenos poderes en las cuestiones regionales que superen el marco nacional. Una Unión Sudamericana con una Corte de Justicia que proteja a los ciudadanos sudamericanos de los frecuentes abusos que cometen sus propios gobiernos y estados nacionales, como bien se vio en la década del Setenta. Una Unión Sudamericana que no sea un muro que aisle a sus países del mundo sino un puente que los una inteligentemente a él.

Unión Sudamericana o conflictualidad petropolítica permanente: es esta la cuestión decisiva para el futuro de Sudamérica. El gobierno argentino: ¿de qué lado pretende jugar?

jueves, 13 de marzo de 2008

PEJOTA RELOADED
(publicado DIARIO PERFIL 9 de marzo de 2008)

A la sociedad argentina le acaba de acontecer lo que al personaje del célebre cuento de Augusto Monterroso, el más breve –dicen- de la historia: cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. En efecto, parecía que había fenecido definitivamente debido al aterrizaje del meteorito kirchnerista en el espacio claustrofóbico de la política argentina, pero allí estaba, vivito y coleando, con su piel de lona camionera y su vientre omnívoro e insaciable, resurgiendo desde los intersticios que sucesivamente le dejaron la transversalidad, la batalla entre pingüinos y capitalinos, las pretensiones hegelianas de la Presidenta y la lucha entre nestoristas y cristinistas por el control del doble comando y del espacio vital en el lecho presidencial. Parecía que su muerte sería el producto natural del fin del Siglo XX devónico-nacionalista y de la era industrial-jurásica en los que había nacido y fructificado hasta convertirse en el predador por excelencia, o acaso la consecuencia inevitable del calamitoso estado en que dejaron al país sus dieciséis años de gobierno entre los últimos dieciocho, pero no. Una y mil veces no. Un Pejota demasiadas veces desahuciado ha resurgido de las entrañas del Parque Norte como un gliptodonte bonaerense sediento de la más dulce de las venganzas: la claudicación final y definitiva a su lógica de quien había prometido liquidarlo en aras de la promesa de inaugurar una nueva política y un nuevo país.
Por supuesto, la rendición fue convenientemente disfrazada por ambos bandos, pejotistas y kirchneristas, de retorno a casa del hijo pródigo. De manera que en el festejo estaban, victoriosos, refulgentes, los empeñosos intendentes del conurbano, los esforzados caciques sindicales, los redimidos dirigentes piqueteros, los camaleónticos lavagnistas, los arrepentidos ex–macristas, ex-socialistas y ex-aristas, los perplejos sciolistas, todos ellos votando con la unanimidad característica de las grandes gestas democráticas, invitando a profesar el credo (sic) justicialista, lamentando ausencias de último momento y enarbolando una promesa de amnistía para los prófugos duhaldistas, menemistas y rodriguesaistas, ya que nunca se sabe, para demostrar que –a pesar de tanto agravio- la familia justicialista sigue en pie y sigue siendo, antes que nada, una familia.
Allí estaban, pletóricos, los representantes de la nueva política, del país en serio y de la redistribución del ingreso, juntando en pocas cuadras lo verdaderamente último de la historia universal: el feudalismo monárquico del siglo XVII, el feudalismo ilustrado del siglo XVIII, el industrialismo mesozoico del siglo XIX y la petropolítica del siglo XX. No faltó siquiera el saludo del coronel Chávez, quien entre un “Mándeme ahí unos batallones, general” y un “Ya te envío el gas-oil, Cristina” hizo llegar su adhesión a un acto tan evidentemente socialista y del Siglo XXI proclamando su condición de pejotista de la primera hora.
Desde octubre de 2007, en que el kirchnerismo perdió en todos los distritos avanzados del país, el desenlace era inevitable. En efecto, el naciente Pejota reloaded promete el milagro sin precedentes de redistribuir el ingreso concentrando el poder político. Y nuevas y mejores maravillas se avecinan. Primera de ellas, la transformación del más formidable aparato de producción de consenso a-cualquier-precio-y-en-cualquier-circunstancia-y-lugar que ha forjado la historia argentina en un partido socialdemócrata de corte europeo, según el exitoso modelo liderado en los Ochenta por Antonio Cafiero y bendecido ahora por su presencia senatorial. Ya se avizora la escena propiciatoria en que Néstor Kirchner tomará té con masitas con Brown, grapa con Veltroni y gazpacho con Rodríguez Zapatero; ya se adivina a Hugo Moyano invitando gentilmente con un mate a Tony Blair, a Hugo Curto intercambiando banderines y abrazos con Felipe González y al Pepe Nun discutiendo sobre la tercera vía del tren bala con Anthony Giddens. Una delicia. Y lo mejor de todo, se comprende muy bien el radioso porvenir que le espera a la Argentina del postindustrial y globalizado siglo XXI si continúa en manos de la alianza entre la petropolitiKa de control de la matriz energética y el pejotismo recargado de Parque Norte, emblemático lugar de la fracasada alianza entre populistas-nacionalistas y socialdemócratas si los hay.

lunes, 10 de marzo de 2008


IDENTIDAD, SÍ. PERO: ¿CUÁL IDENTIDAD?

El hoy agotadoramente difundido discurso de las diversidades culturales y las identidades nacionales repara muy raramente en que “diversidad” e “identidad” son términos contradictorios que indican “diferencia”, en el primer caso, y ausencia de ella, en el segundo. Tampoco la idea de nación parece demasiado idónea para batallar por la diversidad cultural en un mundo global, ya que en un planeta poblado por 6.000 millones de seres humanos las diferencias aportadas por las alrededor de 200 naciones parecen ser una fuente de diferencia insuficiente por sí misma, para decir lo menos. Por otra parte, la insistencia en identidades nacionales monolíticas en un universo signado por las migraciones masivas es cualquier cosa menos una receta para la paz social, para no mencionar sus previsibles efectos sobre la paz internacional en un mundo amenazado por la proliferación del terrorismo y las armas de destrucción masiva.

También en la República Argentina se ha cometido el error de confundir unidad con uniformidad y de utilizar la escuela pública como medio de homogeneización aún largo tiempo después de que los emigrantes se hubieran asimilado al contexto social local, con el resultado de la desaparición, más profunda que en casi cualquier otro país inmigratorio, de las tradiciones culturales tanto de los pueblos precolombinos como de las colectividades inmigrantes. A pesar de sus muchos laureles, la escuela sarmientina carga con la culpa de la homogeneización cultural, de la confusión entre integración y asimilación y de la promoción de la uniformidad en nombre de la igualdad. No es posible tampoco desligar este trágico error del auge de los nacionalismos autoritarios, tanto populistas como elitistas, que han permeado el panorama político argentino en el siglo XX y brindado una inmejorable demostración histórica de las afinidades del trío nacionalismo-autoritarismo-militarismo.

Durante largos milenios, la diferencia entre las diversas “razas humanas” fue considerada altamente relevante. Largos tratados se escribieron acerca de las determinaciones genéticas sobre el comportamiento humano, los cuales fueron usados para justificar la opresión -cuando no la simple liquidación- de las “razas inferiores”. Aún los más prudentes entre los profetas de las diversidades raciales insistieron en recomendar la persecución social de la concupiscencia entre las razas, e insistieron en mantenerlas separadas por barreras geográficas “para evitar la pérdida de la diversidad biológica de la humanidad”.

Hoy sabemos que aquellas teorías no sólo eran opresivas y criminales sino científicamente erradas: la humanidad constituye, desde el punto de vista genético, una única especie en la que las diferencias entre sus componentes individuales son enormemente más relevantes que las que existen entre un “grupo racial” y otro. Por ello, en términos del paradigma de la preservación de las diversidades, la diversidad étnica no depende de factores racial-territoriales sino individuales, de manera que una política de mixtura e hibridación es la mejor de las recomendaciones posibles para evitar la consanguinidad y mantener un alto grado de diversidad. Por si hubiera alguna duda sobre esto, los hijos deformes y hemofílicos de muchas casas aristocráticas europeas se han encargado de demostrar en la Historia los efectos deletéreos de la reproducción endógena.

Lejos del fantasma de las “contaminaciones”, también en el campo cultural se trata hoy de evitar la generación de culturas consanguíneas, es decir: enfermas, decadentes y decrépitas. Construir barreras y aislar cada grupo humano de sus vecinos y de los demás habitantes del mundo no garantiza la diversidad, sino que la amenaza. Un pluralismo cultural cosmopolita en línea con las mejores tradiciones argentinas se define por el rechazo a hacer del país un gueto voluntario, con sus promesas siempre incumplidas de crear una comunidad segura y sus muy reales perjuicios: la pérdida de libertades, diversidad y pluralidad causados por la limitación espacial y el llamado a cruzada por la unanimidad identitaria.

Las tesis de las identidades nacionales fuertes y prescriptivas, del aislamiento como política de preservación y de oposición a la hibridación generada por los procesos globales son hoy una variante políticamente-correcta del racismo decimonónico. Sus efectos sobre los principios que pretenden defender son nefastos. Ante ellos, es necesaria la reivindicación de una diversidad universalista y basada en la identidad individual que el particularismo no puede sino combatir y menospreciar.

La primera condición de adscripción a una identidad auténtica es que sea voluntaria y no prescriptiva. Desde luego, este principio vale especialmente para toda forma de identidad territorial y nacional. Diversidad e identidad sólo pueden dejar de ser contradictorias y transformarse en complementarias en un contexto regido por el pluralismo, el cosmopolitismo, las libertades de opción y la democracia. Sobre todo, habrá de tenerse en cuenta que identidad no es uniformidad. Una alianza entre la izquierda democrática y el liberalismo progresista debe denunciar el identitarismo uniformizante como una violación del derecho a la diferencia individual y grupal y sostener la unidad política, nacional y global, y la igualdad de derechos de lo culturalmente diverso.

Fernando A. Iglesias
Autor de “Kirchner y yo”