La maldición del petróleo
¿CONFLICTO PETROPOLITICO O UNIÓN SUDAMERICANA?
(publicada en Revista Noticias)
Polución ambiental, agotamiento de los recursos no renovables, recalentamiento global, dependencia energética de personajes esquizoides, militarismo y unilateralismo, permanentes conflictos destructivos por el control territorial: la lista de los costos de una matriz energética obsoleta y atada a los combustibles fósiles incluye los principales problemas que hoy se le plantean a la naciente sociedad global. Para no hablar de los principales países productores de petróleo y sus líderes: la Arabia Saudita dominada por una casta de cuya periferia salió Osama Bin Laden, la Rusia de Vladimir Putin, el Irán de Mahmoud Ahmadinejad, la Venezuela del coronel Chávez, que son sólo parte de un elenco cuyos denominadores comunes son la miseria de muchos y el auroitarismo de unos pocos y que incluye a los Emiratos Árabes, Nigeria, Algeria, el Iraq que fue de Saddam Hussein y la Libia que es aún de Muahamar Kadaffi.
Siguiendo el ritmo del aumento del precio del petróleo, la petropolítica ha puesto al frente de los estados a líderes ligados a sus poderes corporativos. Cotéjese la lista anterior con la de los mayores conflictos bélicos de las últimas décadas y con la de los peores regímenes autoritarios y se comprenderán las verdaderas dimensiones que asume hoy la petropolítica, política de la edad de piedra en el mundo global. Y no se trata sólo del Tercer Mundo, ya que en el tercer lugar de la producción petrolera mundial se encuentran los Estados Unidos de George W. Bush, principal responsable de la invasión de Iraq.
Es este también el eje que define las polaridades sudamericanas, con el petropolítico Coronel Chávez intentando sumar a su alianza petropolítica a todos los países de la región cuya economía depende fundamentalmente de los combustibles: la gasífera Bolivia y el petrolífero Ecuador. Lamentablemente, es esta también la principal alianza internacional del actual gobierno argentino, cuyo matrimonio presidencial se ha desarrollado nada casualmente en la región que provee el 84% del petróleo nacional, de donde proviene su metodo petropolítico: el manejo autoritario y clientelar de una caja que se llena con el dinero fácil que proviene de los recursos naturales.
Dependencia financiera (sin Chávez no hay quien compre los bonos argentinos aunque se paguen hoy de intereses el doble de lo que se le pagaba al FMI), dependencia energética (sin Chávez no hay manera de pasar el invierno), negocios turbios (de los que el valijazo de Antonini Wilson ha sido sólo la punta del iceberg) son el precio que pagamos todos los argentinos para pasar de las relaciones carnales con los Estados Unidos a las relaciones carnales con la Venezuela del Coronel Chávez. Y en este sentido, el rol de discreto pero indudable apoyo a Chávez jugado por el gobierno argentino en el reciente amago de guerra anticipa un futuro de muy peligrosas implicancias.
Los ejercicios de racionalidad de Cristina
Repasemos: el sábado primero de marzo, la doctora Kirchner a cargo de la Presidencia Argentina y de la del Mercosur abrió las sesiones del Parlamento nacional declarando: “Es clave la incorporación de la República Bolivariana de Venezuela al Mercosur, para cerrar finalmente la ecuación energética… Y no es una cuestión de simpatías personales o amiguismos políticos. Es simplemente un ejercicio de racionalidad para integrar y cerrar definitivamente la ecuación energética en América Latina”. En otras palabras: miremos para otro lado respecto de la inexistencia de un verdadero parlamento en Venezuela, ignoremos la falta de libertad de prensa, supongamos que Chávez no apoya a las FARC y hagamos como si la cláusula democrática del Mercosur no existiese. Todo sea por el petróleo y el gas bolivarianos. Ese mismo día; repito: ese mismo día, el ejército colombiano acabó con la vida del jefe de las FARC, (a) Raúl Reyes, en territorio ecuatoriano, y el siempre juicioso Coronel Chávez no perdió un minuto en meterse donde nadie lo llamaba, en poner en riesgo la paz en la región y en manejar al ejército venezolano como si fuera una extensión de las FARC; cerrando fronteras, expulsando embajadores y movilizando tropas cuando nada hacía temer un ataque de Colombia a Venezuela. Y allí siguió el “ejercicio de racionalidad” del gobierno kirchnerista: condenando con buenas razones la violación de la soberanía ecuatoriana por el ejército colombiano pero olvidando que el primer grupo armado colombiano que penetró en tierras ecuatorianas era el de las FARC y criticando el militarismo colombiano pero callando el apoyo de Chávez a las FARC. Y allí fue la Presidenta de la Nación y del Mercosur, a reunirse premurosa con Chávez y Correa para “cerrar la ecuación energética” en el mismo momento en que las tropas venezolanas marchaban a la frontera y Correa se veía obligado a imitar a Chávez para no quedar como figura de cartón piedra en una violación de la legalidad internacional que sólo concernía a su país, Ecuador.
Una radiografía impiadosa de la región
Si es cierto que las verdaderas relaciones de amistad y de fuerza se observan mejor en tiempos de crisis, la que el continente acaba de superar gracias a los santos oficios del secretario general de la OEA, el chileno José Insulza, y de la diplomacia de Itamaraty, ha ofrecido una impiadosa radiografía de la situación regional: el petropolítico Coronel Chávez apostando al conflicto e intentando arrastrar a él a Correa y a Cristina Kirchner, y los gobiernos de Brasil y Chile intentando evitar lo peor a través de la verdadera racionalidad, que no es nunca cinismo, y del recurso a las siempre menospreciadas instituciones.
Abramos ahora un paréntesis contrafáctico e imaginemos aquí qué hubiera sucedido si un error, un nuevo imprevisto (digamos: el asesinato de Ingrid Betancourt por las FARC) o un instante de mayor locura que la acostumbrada por parte de Chávez hubieran traído la guerra. Supongamos que quienes confunden el antiimperialsomo con el antiamericanismo tienen razón y los Estados Unidos no esperan otra cosa que un conflicto para entrar con la US Army en Sudamérica. Después de todo: ¿qué mayor favor le han hecho al militarismo unilateralista de George W. Bush que el crimen del 11 de Septiembre? ¿Quiénes han provisto las excusas perfectas para entrar en Afganistán e Iraq si no las acciones criminales de Osama Bin Laden y Saddam Hussein? ¿No podría ser éste, precisamente, el rol de las narcoterroristas FARC y del delirante Chávez del “Mándeme allí diez batallones, General”? Y si -continuando con las suposiciones contrafácticas- la guerra estallase y terminase con una intervención directa de los Estados Unidos o en un apoyo militar decisivo al ejército colombiano, ¿no dirían los Luis D’Elía del futuro que a Chávez lo financiaba Bush con 25.000 millones de dólares en compras de petróleo por año, como hoy sostienen que Osama Bin Laden y Saddam Hussein han sido un mero invento del poder imperial?
Final del juego
Más allá de las libres y legítimas especulaciones, una cosa parece fácilmente comprobable repasando la hisotira reciente: los líderes petropolíticos del planeta y su poder-duro, hecho de ejércitos y batallones aéreos, son, más allá del odio real o aparente que se profesen, perfectamente compatibles. Mejor dicho, complementarios. Cada uno de ellos necesita del nacionalismo militarista, unilateral y autista de los otros para subsistir y prosperar. Frente a ellos se alza el poder-blando de las instituciones: las presidencias nacionales republicanas y sus líderes –como Lula-, las instituciones internacionales -como la OEA de Insulza- capaces de no ser cómplices y de hacerse responsables del respeto de la legalidad internacional.
He aquí también la opción para el futuro de Sudamérica: una alianza petropolítica que si incorporase definitivamente a la Argentina podría romper definitivamente el equilibrio regional y el proyecto, aún incipiente y fragmentado, de una Unión Sudamericana en la que barbaridades como las que hemos presenciado esta semana no sean siquiera imaginables. Una Unión Sudamericana que no se reduzca al Mercosur sino que incorpore a todos los países de la región. Una Unión Sudamericana que no sea sólo retórica y discursiva (la Patria Grande bolivariana) sino concreta y real. Una Unión Sudamericana no sólo económica (el Mercado del Sur o Mercosur) sino política e institucional, con su parlamento compuesto por diputados elegidos democráticamente y plenos poderes en las cuestiones regionales que superen el marco nacional. Una Unión Sudamericana con una Corte de Justicia que proteja a los ciudadanos sudamericanos de los frecuentes abusos que cometen sus propios gobiernos y estados nacionales, como bien se vio en la década del Setenta. Una Unión Sudamericana que no sea un muro que aisle a sus países del mundo sino un puente que los una inteligentemente a él.
Unión Sudamericana o conflictualidad petropolítica permanente: es esta la cuestión decisiva para el futuro de Sudamérica. El gobierno argentino: ¿de qué lado pretende jugar?