¿PASADO Y NACIÓN, O MUNDO Y FUTURO?
Publicado en la Revista "Caras y Caretas" 7 de junio de 2008
La existencia del fascismo provocó, por cierto, serios inconvenientes en la vida de Antonio Gramsci. Trajo también, sin embargo, inesperadas ventajas a su figura histórica, impidiéndole transformarse en lo que él mismo no hubiera dudado en denominar un “intelectual orgánico”. Casi exactamente lo contrario podría afirmarse de los efectos de la irrupción del kirchnerismo para buena parte de la intelectualidad argentina, que alegremente usó las categorías gramscianas como arma de ofensa hacia todos aquellos que no profesaban el credo populista, para luego quedar sorpresivamente atrapada en la necesidad de salir a justificar desde los despachos oficiales a un gobierno autoritario, crecientemente impopular y cuya comprensión de la realidad está en crisis severa. Desde luego, hablo de la carta abierta hecha pública por los firmantes del Consenso de Gandhi, especialistas en tildar de destituyente y golpista –una palabra cargada de sangre y de muerte en Argentina- a una oposición cuyo mandato para serlo es tan válido como el de Cristina Kirchner para gobernar; tildando de “sector hegémonico históricamente dominante” a la Federación Agraria, que ayer nomás formaba parte del campo nacional y popular; acusando de avaros y angurrientos a unos productores agropecuarios que pagan las tasas más altas del mundo; pretendiendo que el modelo redistributivo kirchnerista opere como un moderno Robin Hood cuando aumenta la percepción de que funciona más bien como el antiguo Alí Babá, y criticando una concentración de medios indudablemente escandalosa pero que se les había escapado mencionar hasta que Néstor Kirchner salió en TV enarbolando los cartelitos de “Todo Negativo”. Y todo esto, como si durante los últimos cinco años en que la mayoría de ellos fue parte del vasto círculo de apoyo al poder K la Argentina hubiera sido gobernada por Carrió, Macri o Hermes Binner, y no por el formidable sistema corporativo conformando por los intendentes del conurbano y su formidable aparato clientelista, los sindicatos dirigidos por Moyano, las patotas capitaneadas por D’Elía, los sectores más atrasados de la economía nacional, siempre amparados e hiperprotegidos, y los subsidiados amigos del poder encargados de apropiarse del petróleo, los choferes a cargo de comprar medios televisivos y los amigotes enriquecidos a fuerza de cosechar máquinas tragamonedas en Palermo. En suma: por el colosal iceberg del que el Pejota es sólo la parte más visible, y que anteayer le tocó liderar a Menem, ayer a Duhalde, hoy a Kirchner y mañana a quién sabe, y que ha gobernado la Argentina 17 de los últimos 19 años con consecuencias que no hace falta mencionar. La pregunta aquí es bien simple: ¿cómo es posible que una parte sustantiva de la intelligentza argentina, es decir: del sector más educado y culto de la población nacional, abdique de la propia inteligencia y se dedique a justificar intelectualmente a un gobierno cuyo programa fundacional -la nueva política, la redistribución de la riqueza y el país en serio- es una vara de medida implacable para juzgar su presente? Y bien, creo que hay tres modos explicativos para intentar comprender lo incomprensible: la mala fe, la típica culpabilidad de clase media, que así como llevó a un genio como Sartre a apoyar el stalinismo pone en manos del populismo argentino a muchos de sus epígonos locales, y la simple y llana incomprensión de una realidad permeada por las tecnologías avanzadas, la economía capitalista global y el postindustrialismo, por parte de quienes poseen una sólida formación en muchas materias pero de economía, globalización y TICs lo ignoran casi todo.
DE LOS MOTIVOS
La mala fe de origen económico, aun cuando sea el menos importante de estos factores, no es indiferente. Basta revisar la abundante lista de cargos en el estado nacional, en los aparatos políticos y en los medios de difusión cercanos al kirchnerismo de los 750 intelectuales que han firmado el Consenso de Gandhi para excluir la inocencia absoluta que reclaman para sí sus firmantes en tanto no se olvidan jamás de acusar a sus contradictores de recibir dinero de la embajada norteamericana. La mala fe de tipo intelectual, en cambio, parece abundar, siguiendo el vasto repertorio de tontería política e inteligencia privada que caracteriza a la sociedad argentina. Lo que lleva a individuos capaces de calcular cuidadosamente si les conviene o no cambiar su heladera descompuesta, especulación acerca de planes de financiación con tarjeta incluida, pero que a la hora de hacer política apoyan la justificación gubernamental del conflicto con el salmo de la redistribución del ingreso a pesar de que los datos del mismísimo INDEK morenista muestran que el índice de indigencia supera aún el récord de la década del noventa, de que la brecha de desigualdad sigue fluctuando alrededor del 28 a 1 y de que la pobreza ha vuelto a aumentar el último año a pesar del crecimiento superior al 8%.Dicho esto, creo que la típica culpabilidad de clase media es la variable más determinante en este caso, sobre todo considerando la historia de este país en el cual todo intento socialdemócrata moderno, es decir: que no identifique a las fuerzas de centroizquierda con el nacionalismo y el anticapitalismo paranoicos, suele fracasar víctima del chantaje populista y su acusación emblemática: la de ser gorila. He aquí un extraordinario hallazgo semántico del peronismo, que le permite identificar infaliblemente a sus antagonistas políticos con los enemigos del pueblo y de la patria. Basta leer el último capítulo de esta saga para escandalizarse: me refiero a cierta réplica a Beatriz Sarlo por parte de José Pablo Feinmann, cuyo silogismo populista rezaba como sigue: 1) la señora Sarlo es gorila, 2) yo (Feinmann) no soy gorila, 3) ¡qué vergüenza que la señora Sarlo sea gorila!, 4) ¡qué suerte que yo (Feinmann) no lo sea (gorila)! Y así, durante trescientas veinticuatro líneas dignas de un monólogo de confesionario.Finalmente, la simple y llana incomprensión de una realidad global y postindustrial, que aporta el núcleo ideológico del análisis populista, se deriva de un método de pensamiento perfectamente opuesto a las siempre reclamadas necesidades de la hora. Permítaseme un breve introito: vivimos en un mundo marcado por la globalización de los procesos sociales y la aceleración del cambio histórico, lo que obliga a individuos, empresas, organizaciones y estados a razonar en términos de mundo y de futuro su quieren prosperar o, al menos, subsistir. Así lo han entendido todos los sectores progresistas y de izquierda del mundo, desde Bachellet y Lula hasta Rodríguez Zapatero. Y bien, mundo y futuro, dos categorías fundamentales para entender lo que sucede cuando nuestras vidas son afectadas por procesos de acción a distancia y por un futuro que se nos viene encima a una velocidad vertiginosa han sido extirpadas del debate público argentino por el populismo nacionalista disfrazado de izquierda, que postula a la nación y su pasado como el centro de toda reflexión productiva. Desde luego, nadie dice que la comprensión del pasado de un país carezca de importancia. Lo que sí se sostiene aquí es que la sociedad argentina se parece cada vez más un paciente psicoanalítico que, llegado al consultorio, se tumbara sobre el diván al grito de “no me moveré de aquí hasta hacer las cuentas con mi pasado”; idea peregrina y que hace difícil todo intento de cura. De allí también las categorías que campean en el análisis del Gobierno cuando habla de oligarquías vacunas, oposiciones golpistas, reinventa polémicas perimidas antes de nacer como la de campo vs. industria o interpreta el conflicto con claves completamente fuera de época, en términos de capital-provincia, campo-ciudad o peronismo-antiperonismo. Contrariamente a lo sostenido por el sentido común nac&pop que ha permeado el pensamiento en estas tierras durante el siglo del fracaso de la Argentina nacionalista-industrialista, los intelectuales argentinos no han estado demasiado lejos del pueblo sino demasiado cerca. En efecto, quien trabaja diez horas por día para parar la olla tiene todo el derecho de ignorar en qué consisten las nuevas dinámicas globalizadoras o cuáles son los paradigmas sociales y productivos de la sociedad de la información y el conocimiento. Muy distinta es la situación de quienes han hecho del pensamiento su medio de vida, quienes disponen de los medios y el tiempo necesario para acercar a los ciudadanos argentinos alguna idea apropiada –es decir: actualizada y moderna- sobre de qué la va el mundo de hoy. He aquí la renuncia que buena parte de la intelligentza argentina ha hecho desde hace tiempo y que ratifica al ponerse del lado equivocado hoy, una vez más. Para no mencionar que los paradigmas básicos de su pensamiento (la centralidad de la política, la soberanía nacional-estatal y la distinción amigo-enemigo) no han salido de ningún manual de la izquierda sino del vademécum del ideólogo nazi Carl Schmit.
3 comentarios:
Lo de Schmit, ¿podrías extenderte sobre esa referencia?
muy bueno fernando!... por un lado es terrible nuestra realidad... ni los que tienen la oportunidad de pensar por el bien de todos lo hacen... pero por otro el ver que gente como vos se mete en política es una gran esperanza..
Un saludo cordial
Pablo
LO de Schmitt es bastante largo y complejo, pero lo mejor que he visto en esto lo escribió Habermas, que ha comprendido perfectamente que la polémica filosófico-política de la época se ha establecido entre Kant y Schmitt.
saludos (y gracias por los elogios)
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