DATOS PERSONALES

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* Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires

viernes, 30 de abril de 2010

"El simulacro de juicio a los periodistas de Hebe de Bonafini fue vergonzoso"

El vergonzoso simulacro de juicio sostenido por Hebe de Bonafini y su sector de las Madres de Plaza de Mayo, y la declaración de “traidores al pueblo de la Nación" emitido por los supuestos jueces, viola el estado de derecho y varios de los principios constitutivos del movimiento de Derechos Humanos en Argentina.
En primer lugar, al ubicar sus iniciativas en el marco de la campaña contra el periodismo promovida desde el Gobierno, Bonafini coloca a su agrupación como furgón de cola del kirchnerismo, pretendiendo transformar a la lucha por los derechos humanos en la bandera de un solo partido y violando el principio de independencia política que las Madres defendían con uñas y dientes cuando sostenían que la lucha por la justicia, la verdad y la aparición con vida “sería la lucha de todos los argentinos o no sería nada”.
En segundo lugar, al violar el derecho a la defensa y al constituir tribunales especiales al margen de la Constitución, las víctimas de ayer remedan hoy, de manera comédica, las violaciones y privaciones de derecho que las víctimas de la dictadura sufrieron de manera trágica a manos de los militares genocidas.
Finalmente, la admirable conducta ética de no hacer justicia por mano propia, cualesquiera fueran los crímenes cometidos, es dejada de lado cuando se emite una condena desde un pretendido tribunal compuesto por víctimas, cuya acción quiere denigrar simbólicamente a quienes se juzga y legitima posibles agresiones físicas por parte de los muchos inadaptados y violentos que cuentan hoy con protección oficial.
Si Hebe de Bonafini y la Asociación Madres de Plaza de Mayo poseen pruebas de crímenes cometidos por aquellos a quienes imputan de traición a la Patria, su derecho -y su obligación- es la de presentarlas ante los tribunales correspondientes. Si no las tienen, su triste parodia no es más que un intento de bendecir las políticas liberticidas del Gobierno desde un falso progresismo que no ve en la lucha por los Derechos Humanos un fin en sí mismo sino un instrumento de persecución política a quienes se oponen al régimen kirchnerista.

jueves, 29 de abril de 2010

NOTA DE LA SEMANA



POR UNA AGENCIA AMBIENTAL DEL MERCOSUR

Publicada en el Diario Clarín el 28 de abril

Dos de los países más similares en la geografía y la historia del mundo, la Argentina y el Uruguay, han atravesado un desgastante conflicto cuyas repercusiones negativas en lo económico, lo político y lo social son incalculables. Su razón de origen es bien simple: a quince años de la declaración fundacional de Foz de Iguaçú, el Mercosur carece aún de una legislación ambiental común que establezca los estándares que deben ser respetados en todo su territorio y evite así cualquier forma de dumping ecológico, laboral o fiscal por parte de las grandes multinacionales.
Es cierto que el ya cercano fallo de la Corte Internacional de La Haya abre una oportunidad para superar esta impasse. Sin embargo, la verdadera cuestión es si la región volverá a confiar en la desactualizada estrategia de los tratados internacionales, las diplomacias beligerantes, los ejecutivos personalistas y las cortes situadas en Europa o aprovechará la crisis como un disparador para avanzar en la integración regional, esa doncella a la que pocos le niegan una linda serenata pero con la que nadie quiere casarse.
Si es así, si la dirigencia regional está preparada para apostar por la integración con algo más que palabras, el fallo de la Corte debería ser seguido por la creación de una agencia ambiental del Mercosur integrada por representantes parlamentarios de todos los países del bloque, asesorada por los mejores expertos en el tema, con participación de las organizaciones de la sociedad civil involucradas y bajo la supervisión directa del Parlamento del Mercosur y su comisión medioambiental. Su objetivo inmediato debería ser el establecimiento de los estándares ecológicos que deben respetarse en la planta de Botnia y el establecimiento de un sistema de monitoreo permanente. Luego de lo cual se podría extender la aplicación de esta legislación a todas las pasteras del bloque, con aprobación del Parlamento del Mercosur y ratificación de los parlamentos nacionales.
Finalmente, la Agencia Ambiental del Mercosur debería establecer una legislación ambiental regional que concilie las exigencias económicas y ambientales, ocupándose de armonizar las diferentes legislaciones nacionales, evitando la imposición de doble estándares ambientales entre nuestros países y el mundo avanzado y proponiendo soluciones equilibradas y democráticamente decididas a los principales problemas ecológicos de la región: la deforestación incontrolada, la contaminación de cuencas acuíferas, la desertificación del territorio y la polución acústica y atmosférica de las grandes metrópolis.
El conflicto por las pasteras no es solo un problema sino una oportunidad: la de disminuir el déficit institucional del Mercosur combatiendo el hiper-presidencialismo existente, desarrollando las instituciones parlamentarias y jurídicas comunes y apuntalando la construcción de una democracia regional que evite la repetición de conflictos y promueva los derechos de los ciudadanos sudamericanos. En este esquema, resulta vital complementar el cumplimiento del compromiso de los gobiernos de llamar a elección directa de representantes al Parlasur con la paulatina delegación de facultades legislativas al parlamento regional en los muchos e importantes asuntos que trascienden los ámbitos nacionales.
La integración regional, como la educación, encuentra enormes obstáculos en nuestra región porque origina costos pequeños pero inmediatos, mientras que sus grandes beneficios sólo son comprobables en el largo plazo. De allí que ambas tengan tantos simpatizantes y tan pocos impulsores. De allí también que se les aplique por igual la vieja máxima: si te parecen altos los costos de la educación y la integración, imagínate los costos de su ausencia. Después de lo sucedido en estos años, argentinos y uruguayos no necesitamos imaginar nada sino aplicar las imborrables lecciones que nos ha dejado recientemente la Historia.




miércoles, 28 de abril de 2010

PROGRAMAS DE TV



Hoy estaré en el programa de Mauro Viale a las 20.30 y en "A fuego lento" con Clara Mariño a las 22 por canal 26. Los espero...

martes, 27 de abril de 2010

PROGRAMAS DE TV


Hoy a las 23 estaré en vivo en el programa "Edición Extra" con Gisela Marziotta y Carlos Burgueño, por América 24. Los espero...

lunes, 26 de abril de 2010

DEMOCRACIA GLOBAL presenta a la jueza que juzgó a Milosevic y al juez que juzgó a Videla, juntos, en la Feria del Libro

Desde Democracia Global -Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial-, en un esfuerzo conjunto con la Cátedra Altiero Spinelli, presentamos la Conferencia:

"¿Hacia la Globalización de la Justicia? – La Reforma del Estatuto de la Corte Penal Internacional-" en el marco de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, el 29 de abril a las 20.30 en la sala Alfonsina Storni.

Con la destacada participación de:

- Julio César Strassera (Ex Fiscal a cargo del juicio contra las juntas militares que gobernaron Argentina entre 1976 y 1983)

- Embajadora Carla del Ponte (Ex Fiscal del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia e Ruanda)

- Dr. Osvaldo Guariglia (Director del CIF, Doctor en Filosofía, Investigador Superior del CONICET)

- Fernando Iglesias (Diputado Nacional, Vicepresidente 2º de la Comisión de MERCOSUR, Argentina)

DISCURSO EN EL RECINTO - SESIÓN ESPECIAL 21 DE ABRIL DE 2010


Reglamentación de los DNUs

Señor presidente: el diputado preopinante finalizó hablando de la Constitución Nacional. Justamente la tengo en mi banca, y el artículo 75 inciso 7 de la misma, referido a las atribuciones del Congreso, dice así: “Corresponde al Congreso: … Arreglar el pago de la deuda interior y exterior de la Nación.” Al respecto quisiera que me dijera alguien si el Congreso ha sido el que en estos últimos años se ha ocupado de la deuda o si sistemáticamente, con resultados que no hace falta mencionar, se ha ocupado el Poder Ejecutivo.
Me gustaría también referirme a un par de ideas que se divulgan con mucha superficialidad. La primera es la de la indiferencia popular frente a las cuestiones reglamentarias, y la otra la acusación de que esta Cámara no trata los problemas de la gente. Lo cierto es que el mandato de los ciudadanos argentinos el 28 de junio de 2009 fue muy claro: “Paren los atropellos y la ruptura del orden institucional. Hagan que se respeten las instituciones.” Y aquí estamos para cumplirlo.
La segunda idea que se divulga desde el oficialismo, también con superficialidad, es que las cuestiones de forma impiden tratar el fondo de las cuestiones. En el caso del Fondo de Desendeudamiento, o del Bicentenario, que es el mismo, sostienen que lo decisivo es qué se hace con las reservas, mientras que es indiferente la forma en que se tomaba la decisión.
Mire, señor Presidente. A la Argentina no la ha fundido, no la funde, ni la va a fundir una decisión errada sobre unos miles de millones de dólares. A la Argentina la fundió, la funde y la va a seguir fundiendo vivir sin ley y sin Estado de derecho. A la Argentina la funde vivir sin moneda, en un contexto de permanente inflación que se lleva los salarios y las jubilaciones. A la Argentina la va a fundir tener un Banco Central al que pretenden convertir otra vez en la cajita feliz del gobierno de turno. A la Argentina la funde y la va a seguir fundiendo vivir con gobernadores rehenes del Poder Ejecutivo, con jueces rehenes del Consejo de la Magistratura y en un estado de excepción permanente donde la única regla vigente es la de la violación de todas las reglas.
Por eso, la cuestión de fondo es si vamos a vivir en un régimen presidencial-republicano o en una monarquía, en un híper presidencialismo, o en una monarquía plebiscitaria. Lo central es si vivimos en una república de iguales o si la presidenta está por encima de la ley y puede desconocer los fallos de la justicia, y meter al Congreso en el freezer a fuerza de DNUs, vetos y negativas a dar el quorum.
El verdadero punto de la cuestión es que al kircherismo le molesta el Congreso. Preferiría que no existiese. Cómo se explica, si no, que durante cuatro años, teniendo mayoría en ambas Cámaras, en materia de dictado de decretos de necesidad y urgencia superaran la marca de su antiguo amigo y actual protector Carlos Menem. ¿Qué sentido tiene batir el récord de dictado de decretos de necesidad y urgencia cuando se tiene mayoría en ambas Cámaras, que no sea el de expresar públicamente el desprecio al Congreso, que es desprecio a los representantes del pueblo de la Nación?
Si cuando tienen mayoría convierten el Congreso en una escribanía y cuando la pierden hay que votar con ellos porque si no uno pone palos en la rueda, entonces tienen que decir para qué está el Congreso. Si siempre tenemos que hacer lo que dice el Poder Ejecutivo, ¿para qué estamos acá? Devolvamos las dietas, que se vayan a su casa nuestros asesores, y por lo menos el pueblo se ahorrará un poco de dinero.
El Congreso tiene derecho a no estar de acuerdo con el Poder Ejecutivo y a imponer su opinión en las leyes que sanciona. Según lo que dispone el artículo 75 de la Constitución, el Congreso tiene derecho, por ejemplo, a arreglar el pago de la deuda interior y exterior de la Nación, facultad que se le ha quitado por medio de decretos de necesidad y urgencia y delegación de facultades extraordinarias y superpoderes.
Señor presidente, este es un régimen presidencialista pero también republicano y constitucional, y el golpismo destituyente no es sólo contra el Poder Ejecutivo. En un régimen republicano, el golpismo destituyente puede ser también contra el Congreso, en el que están representados los ciudadanos de la Nación. Y el mecanismo de los DNU que queremos derogar es el que ha utilizado preferentemente el Poder Ejecutivo para apropiarse de sus facultades.
Este gobierno ha abusado más que los anteriores de los decretos de necesidad y urgencia, pero le voy a dar la razón al oficialismo cuando señala que estos males tienen una larga historia. En realidad, lo que no comprendo es cuál es el sentido de la palabra “memoria” para el oficialismo. Yo creía y aún creo que la memoria sirve para ver los errores del pasado y no volverlos a cometer, y hoy me causa cierta indignación escuchar del oficialismo que la memoria significa recordar los errores del pasado para justificar los horrores del presente. Me parece que ese no es el significado de la palabra “memoria”.
Cambiar el régimen de aprobación de los DNUs implica un compromiso de toda la Cámara, porque en 2011 puede gobernar el país cualquiera de estos bloques. Este es un compromiso para todas las bancadas de la oposición que promueven la sanción de una nueva reglamentación de los DNU. Pero quiero cerrar señalando dos cosas. En primer lugar, los DNU conforman un tríptico de excrecencias del poder monárquico en medio de un régimen republicano que violan la división de poderes. Por eso, si bien ahora vamos a ir por una reglamentación estricta de los DNUs que respete el contenido fijado por la Constitución, en el futuro existe una tarea pendiente para que este Congreso o una Asamblea Constituyente deroguen la capacidad de indulto, ya que es violatoria de las potestades del Poder Judicial. Y también habría que derogar el veto presidencial, que es violatorio de las potestades del Parlamento.
Lo vamos a hacer. Y lo vamos a hacer defendiendo la Constitución Argentina y la Declaración de Principios de la Coalición Cívica, que se suscribió cuando nuestra coalición se formó, en el año 2007. Fue parte de nuestra campaña presidencial de 2007, y voy a leer exactamente lo que dice al respecto: “En el campo institucional nacional, la Coalición Cívica se pronuncia por un verdadero federalismo fundado en un régimen de coparticipación equitativo que acabe con el chantaje y la cooptación de gobernadores provinciales, por la restitución al Parlamento y a la Justicia de su dignidad e independencia avasalladas, por una reforma política y del sistema de financiación de los partidos que impida la eterna reproducción del viejo orden político, por una reforma fiscal que acabe con la concentración de la renta y por la devolución de los poderes sustraídos al Parlamento y el fin del hiper-presidencialismo.”
Esto es lo que prometimos, esto es lo que votó la gente el 28 de junio, y esto es lo que vamos a hacer. Gracias señor presidente.



miércoles, 21 de abril de 2010

CHARLA DEBATE EN MERCEDES

El jueves 22 de abril visitaré Mercedes para participar de la charla debate "La política y el progresismo en Argentina", en el marco de las jornadas "El Bicentenario, una mirada diferente", organizadas por la CC-ARI de esa ciudad.
El encuentro será en el Concejo Deliberante de Mercedes, primer piso del Palacio Municipal, Avenida 29 (entre 24 y 26) a las 19 hs. Los espero!!!

martes, 20 de abril de 2010

DECLARACIÓN DE LA COALICION CIVICA SOBRE EL FALLO DE LA CORTE DE LA HAYA

Durante la campaña presidencial de 2007, nuestra candidata, la Dra Carrió, visitó al entonces presidente del Uruguay, Dr. Tabaré Vázquez, y le aseguró que en caso de ser elegida presidenta su primera acción de gobierno sería viajar al Uruguay y restablecer las relación de hermandad que ambos países no debieran jamás haber abandonado. La Coalición Cívica sostiene que el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya abre hoy la posibilidad de retomar ese camino, poniendo los intereses comunes y la voluntad de integración por encima de cualquier disputa entre pueblos hermanos.
El respeto del derecho internacional y de las más elementales normas civiles obliga a nuestro país a aceptar las decisiones de la Corte a la que se dirigió para que fallara en la materia y a respetar el derecho de gentes, que incluye el libre tránsito entre nuestros países. Pero aún más importante es la fundamental lección que ambos pueblos hemos recibido acerca de los costos de la falta de integración y de las carencias institucionales de un bloque que lleva ya casi quince años de existencia pero que carece aún de cortes efectivas de justicia y de un verdadero parlamento, y por lo tanto, de una legislación ambiental común y de tribunales que medien en caso de conflicto entre los miembros.
En este sentido, la Coalición Cívica propone hacer de esta crisis una oportunidad para reforzar la institucionalidad regional, y se pronuncia a favor de la creación de una Agencia Ambiental del Mercosur integrada por parlamentarios y expertos de todos sus estados-miembro, y con participación y auditoría de las organizaciones de la sociedad civil comprometidas con la defensa del medio ambiente. Esta Agencia Ambiental debería fijar los estándares ambientales que la empresa Botnia debe respetar, los que debieran ajustarse como mínimo a los que se aplican en la Unión Europea, monitorear su cumplimiento y extender en el corto plazo esta regulación a todas las pasteras de la zona. Sucesivamente, la agencia debería ser el organismo encargado de elaborar y sancionar una legislación ambiental regional común que evite el dumping ecológico entre sus países y brinde soluciones a la polución de sus ríos y océanos, la contaminación en sus grandes ciudades, la deforestación incontrolada y demás problemas ambientales regionales. La Agencia Ambiental del Mercosur podría tener un rol decisivo en la transformación del PARLASUR en un verdadero parlamento, con elección directa de sus representantes, funcionamiento permanente y delegación progresiva de potestades legislativas.
Finalmente, la Coalición Cívica apoya la lucha ambiental de las comunidades afectadas, siempre que se haga por vías legales y pacíficas, y rechaza y condena toda política de doble estandar, ya sea cuando consiste en la degradación de los estándares ambientales en los países periféricos por parte de empresas multinacionales como cuando se intenta dar lecciones de ambientalismo desde un gobierno, el de Cristina Kirchner, que pretende hacer de ecologista en territorio uruguayo pero en el propio veta la ley de glaciares, no da soluciones al problema del Riachuelo y sigue permitiendo desmontes incontrolados, como el que causó el aluvión en Tartagal.

Buenos Aires, 20 de abril de 2010.

sábado, 17 de abril de 2010

PROGRAMAS DE TV


Hoy a las 23 estaré en el programa DATA con Rodolfo Barili por Canal Metro. Los espero...

jueves, 15 de abril de 2010

LA NOTA DE LA SEMANA

PASADO Y NACIÓN O MUNDO Y FUTURO
EL DILEMA DEL BICENTENARIO

Publicado en Revista Noticias el 10 de abril de 2010

Si algún despistado sostuviera hoy que la actual empresa Ford es superior a la de 1910 porque fabrica mejores automóviles, fácilmente se le respondería que la Ford de entonces era la primera empresa automovilística del mundo, producía más de la mitad de los autos del planeta, había creado el más exitoso de la época y aplicado con tal éxito su esquema de producción en cadena que daría nombre al entero ciclo histórico: el del fordismo. Comparar ese pasado de gloria con el raquitismo dependiente de los salvatajes estatales de la actual Ford sería un evidente despropósito. Pero lo que es evidente en el campo de la tecnoeconomía no suele serlo en el político-social (lo que, dicho sea de paso, explica bien el desencanto general con una política jurásica nacionalista-industrialista incapaz de resolver los problemas de una era post-nacional y post-industrial).
De manera que está de moda criticar a la Argentina del primer centenario comparando su performance con la de la Argentina actual. Es cierto: el país de aquellos años era escasamente democrático e igualitario; pero así eran todos los países del mundo: injustos y elitistas para los parámetros actuales. En todo caso, basta observar la dirección de los flujos migratorios para entender cómo eran y cómo son las condiciones de vida en nuestro país respecto a los países de su misma época, evitando esa curiosa ceguera asincrónica con la que suelen mirar la realidad los pseudo-historiadores de hoy.
El Bicentenario evoca la historia de una Argentina exitosa a inicios del siglo XX que perdió la eficiencia y la competitividad económicas sin alcanzar la justicia social, que destruyó su modelo republicano sin transformarse en una nación de iguales y que extravió su lugar en el concierto mundial y nunca más logró encontrarlo. La Argentina de entonces era un país cosmopolita, integrado al mundo y que miraba con optimismo el futuro (un país progresista, diríamos hoy), y el mosaico de sus fuerzas políticas era un muestrario de las tendencias imperantes en la triunfante Modernidad previa a las guerras: el anarquismo, el comunismo y el conservadurismo tenían aquí dignos representantes, y existían abundantes embriones liberales y socialdemócratas, fuerzas que estaban destinadas, en todo el planeta, a ser las impulsoras del cambio y la modernización social. Todo ello se fue perdiendo, paulatina y trágicamente, con la irrupción en el escenario de una teoría pretendidamente telúrica que copiaba lo peor de las tradiciones nacionalistas que llevaron al colapso europeo. Esa tradición postulaba a la nación y a su pasado, y ya no al mundo y el futuro, como claves explicativas de lo existente y centro único de la reflexión intelectual y la actividad social. Me refiero, evidentemente, al revisionismo histórico, y a sus dos vertientes: la elitista, ligada al Ejército, la Iglesia y los sectores más conservadores de la sociedad, que terminó irrumpiendo con violencia en el ámbito institucional con el golpe de Uriburu y tuvo en Videla su expresión más trágica y desolada; y la populista, que diluyó el carácter republicano e institucionalista del radicalismo, desembocó en el peronismo y gobierna la Argentina de hoy. El principal éxito revisionista -y motivo central de los reiterados fracasos de un país sometido al control de sus dos alas y a la batalla, muchas veces sangrienta, entre ellas- fue destruir el indudable cosmopolitismo y la decidida orientación al futuro de la Argentina del primer centenario, convirtiéndola en su fracasado remedo actual, que perdió casi todo sin ganar casi nada y que cree que la nación y su pasado pueden proveer todas las respuestas en un mundo signado por el cambio acelerado, la explosión de los viejos paradigmas y la globalización. Un péndulo elitista-populista que ante sus reiterados fracasos, discordantes respecto a países vecinos cuya situación de desarrollo es (¿era?) similar a la nuestra, postula el pensamiento crítico pero jamás acepta analizar los postulados que guían el comportamiento de sus dirigentes y sus ciudadanos, prefieriendo solazarse con alguna explicación paranoica que abreve en el complot externo y la conspiración interna como razones de la autodemolición.
Una apropiada celebración del Bicentenario debería concentarse pues en discutir las oportunidades y amenazas que se abren para el país en el contexto de la incipiente sociedad global del conocimiento y la información. Más proyectos para digitalizar la escuela pública y disminuir la enorme brecha que separa a los hijos de padres que pueden comprar una computadora de los hijos de los que no pueden, y menos polémicas sobre el primer peronismo y las razones de la derrota en la Vuelta de Obligado. Sobre todo: nada de idealizaciones del pasado, incluida la del Primer Centenario, ni de versiones de la Historia como eterno-retorno disfrazadas de progresismo, que eternizan al niño que hace décadas aprendió a admirar a San Martín y sugieren subrepticiamente que las tareas necesarias para edificar una Argentina exitosa en el siglo XXI son las mismas que en los dos siglos anteriores. No lo son, y creerlo llevaría a un fracaso tan grande como el que sufrirían los gerentes si intentaran resucitar el Ford T y la vieja y querida cadena de producción.

viernes, 9 de abril de 2010

LA NOTA DE LA SEMANA

¿Nunca más o eterno-retorno?

Hubo un tiempo en que ser de izquierda significaba abjurar de todas las discriminaciones, incluidas las discriminaciones nacionales, y ser, por lo tanto, convencidamente antinacionalista, cosmopolita y orientado al mundo y al futuro. La reificación de lo nacional y el culto del pasado eran cosas de gentes conservadoras, tradicionalistas, reaccionarias, de derecha. El triunfo del leninismo-stalinismo alteró después las coordenadas e inauguró una serie de alianzas imposibles entre el agua socialista y el aceite nacionalista, que bajo las formas del socialismo en un solo país, el nacional-socialismo y el socialismo nacional introdujeron consistentes desastres en la Historia.

Pero no fue todo. Ante el fracaso de la visión positivista del futuro como progreso inevitable y de su fruto final, el historicismo del advenimiento del paraíso en la Tierra, cierta parte de la izquierda definitivamente volcada al nacionalismo y al populismo invirtió su actitud ante el paso del tiempo y se convirtió a la defensa reaccionaria del pasado, abandonando el mundo y el futuro como paradigmas de su acción y consagrándose al culto dogmático e intolerante de la nación y su pasado. Fue así (y con la ayuda de una dictadura genocida) que la palabra Memoria se convirtió en una suerte de mantra religioso, los historiadores ocuparon el lugar en la escena pública que había sido de los intelectuales, el estudio de la identidad nacional y su pasado adoptó el carácter de karma sapiencial y la Argentina del ´40 o del ’60 o del ’70 devino en el paraíso perdido. El “progresismo” del paraíso perdido es sumamente curioso, y peligrosamente a contramano de una época caracterizada por el cambio acelerado, la globalización y la demolición de los antiguos paradigmas.

Es así que mientras el mundo entero intenta descifrar las coordenadas de la nueva era en gestación, del mundo post-industrial y global de la sociedad del conocimiento y la información, abundan aquí los intelectuales “de izquierda” que creen que el futuro del país depende de la repetición de la gesta sanmartiniana, de la aplicación del modelo industrialista de mediados del siglo XX o de las ideas políticas que predominaron en los Setenta. Los aliados de hoy son los aliados de ayer, nos dicen. Los enemigos, los mismos. Nosotros, idénticos. Se trata del reemplazo de la idea del tiempo histórico lineal e irrepetible que fue característica del Iluminismo y la Ilustración por el eterno-retorno de las culturas agrarias que cierto Friedrich Nietzsche entronizó en el amanecer de las grandes tragedias. Cómo se compatibiliza esta concepción de la Historia con la noción de progresismo es una cuestión cuya respuesta los “progresistas” del eterno-retorno aún nos deben.

La cuestión excede el terreno de la polémica filosófica cuando desde los palcos que rememoran la tragedia del último golpe de estado se nos dice que los golpistas de entonces están todavía allí, agazapados detrás de máscaras democráticas para aplicar la misma receta económica. ¿No coincide este modo de ver las cosas con la que defendió aquella generación que creía que la democracia era formal –una máscara que ocultaba los intereses de los poderosos- hasta que pagaron con sus vidas el costo de su demolición? ¿Qué condena de la dictadura, qué reivindicación de la democracia es ésta, que sostiene que entre la una y la otra no hay, en el fondo, demasiada diferencia? ¿No debería decirse exactamente lo contrario desde esos palcos? ¿No debería insistirse en que la verdadera brecha no separa a quienes creen en una determinada política económica de quienes confían en otra sino a quienes están dispuestos a apelar a la violación del orden institucional con tal de imponer sus ideas e intereses y quienes hacen de la defensa de los mecanismos republicano-democráticos el principio primero de su accionar político?

Concluir el juzgamiento de los crímenes contra la humanidad, incluir en estos a todos los crímenes que son imprescriptibles por haber sido cometidos desde el Estado (quiero decir: los de la Triple A), dejar de metamorfosear la condena irrestricta del genocidio en reivindicación de los métodos terroristas usados por muchas de sus víctimas, aplicar en carne propia el glorificado pensamiento crítico y abdicar, pública y definitivamente, del uso de la violencia con fines políticos: he aquí cinco puntos para el futuro de un progresismo con progreso. Un progresismo que abjure de la idea de la Historia como eterno-retorno que es la negación más impúdica del Nunca Más.

miércoles, 7 de abril de 2010

"Quieren vaciar el Parlamento"

DECLARACIONES DEL DIPUTADO FERNANDO IGLESIAS LUEGO DE QUE SE LEVANTARA LA SESIÓN POR FALTA DE QUÓRUM

“El vaciamiento del Parlamento ha sido históricamente la primera de las medidas tomadas por los gobiernos autoritarios dispuestos a acabar con la democracia”, afirmó el diputado Fernando Iglesias, de la Coalición Cívica.

“Como parte de una fuerza política que ha denunciado esta voluntad del Gobierno desde sus inicios, cuando el 28 de junio del año pasado kirchnerismo perdió la mayoría parlamentaria y llamó a un falso diálogo, quiero invitar a todos los ciudadanos a repasar la foto de los diputados presentes en el momento en que se levantó la sesión que iba a tratar la nulidad del DNU 298. Ausencias y presencias diferencian a quienes defienden la República de quienes son funcionales al Gobierno después de haber hecho campaña como oposición”, concluyó.

jueves, 1 de abril de 2010

Después de haber asistido, por invitación de su hijo Ricardo, al homenaje a Raúl Alfonsín que organizó la Universidad de La Plata, creo oportuno publicar las reflexiones que me inspiró su muerte hace apenas un año tal cual fueron publicadas en mi último libro.

Luces y sombras de Raúl Alfonsín

A una semana de su entierro, acaso haya comenzado la hora de revisar políticamente la trayectoria de Raúl Alfonsín por fuera del resplandor que deja la muerte de un hombre cabal y honesto. Supongo que así lo habría querido él mismo, tan invadido por la pasión política como estaba, al punto de utilizar sus últimas energías, según cuentan, discutiendo el futuro de una Unión Cívica Radical… sin Alfonsín.

Ingeniosos y mezquinos constructores póstumos de herencias han comenzado una campaña para que su nombre quede asociado al apelativo de “padre de la democracia”. El propio Alfonsín les habría dicho que la democracia no tiene padres sino hijos, haciéndoles notar que un patriarca capaz de conceder graciosamente derechos y otorgar reivindicaciones como un don es lo más parecido a la idea del monarca que pueda imaginarse, y –por lo tanto- lo más opuesto a la horizontal fraternidad de la república democrática que Alfonsín se esforzó por encarnar.

Tanto vale. Un justo balance de Alfonsín debe empezar, en mi caso, por un mea culpa. El Alfonsín admirable de la recuperación democrática, el de la denuncia de la guerra de la dictadura, el del Preámbulo de la Constitución como oración laica, el de la denuncia del pacto sindical-militar, el del juicio a las Juntas, la paz con Chile, el lanzamiento del Mercosur, la ley del divorcio y la de paritarias no tuvo mi apoyo. Ni lo voté ni lo apoyé, sino que tiré mi voto y usé mis energías políticas apostando por una ilusoria revolución obrera, militando y participando de la organización de las marchas que siguieron a los trece paros que le hizo la CGT y criticando cada una de sus decisiones con una superficialidad izquierdosa digna de mejor causa. Ni siquiera el Juicio a la Juntas me pareció suficiente, ya que –como tantos otros que ahora lloran lágrimas de cocodrilo por su muerte pero no fueron a la entrega del Nunca Más, o se quejan de Alfonsín pero se olvidan de los acuerdos entre sus actuales aliados y Aldo Rico- lo veía como un intento de parar la Justicia apelando a estratagemas que garantizaran la impunidad.

Nunca propicié ni participé de actos de violencia pero así de idiota era yo en aquellos tiempos, y me arrepiento. Espero haberlo expresado con claridad y lamento no escuchar ningún tipo de autocrítica por parte de quienes fueron actores fundamentales en la caída de su gobierno. En estos días, fue ilustrativo escuchar a Alfonsín quejarse de que los mismos que lo habían presionado para que abandonase antes de tiempo el poder en nombre de la responsabilidad institucional lo acusaran después de haberse escapado. Y fue conmovedor escuchar a Carlos Ruckauf contando que Alfonsín llamaba personalmente a los dueños de supermercados para rogarles que aceptaran los patacones que emitía el gobierno provincial del Partido Justicialista en medio de la crisis. Muy bonito y muy noble por parte de Ruckauf, pero ¿alguien podría imaginar que él o sus compadres hicieran alguna vez algo parecido?

Y cada vez que se hablaba de la caída de Alfonsín no hubo quien no se refiriera a la hiperinflación, a La Tablada, a los milicos y al complot de los mercados. Y bien, dado que el consenso no puede basarse sobre la mentira, digamos la verdad: a Alfonsín no lograron tumbarlo los intentos de golpe militar encabezados por cierto intendente pejotista de San Miguel, ni los delirios de los sobrevivientes de la juventud maravillosa de los Setenta. Por otra parte, la hiperinflación más violenta que sufrió el país tuvo lugar bajo el siguiente mandato, el de Menem, sin que el gobierno se cayera, acaso porque la oposición no participaba entonces de alguna clase de golpismo destituyente afuera, ni organizaba saqueos de supermercados acá. Si queremos diálogo y consenso, como ahora todos dicen, que quienes hoy sostienen que Alfonsín les pertenece a todos los argentinos empiecen a levantar la mano y pedir disculpas, y a prometer, al menos, que no lo van hacer nunca más, ya que así como se necesitó un Nunca Más para recuperar la democracia extraviada en la tóxica niebla de las dictaduras se necesita un nuevo Nunca Más para recuperar la República perdida en la pesada neblina del populismo oportunista, autoritario y hegemónico.

Alfonsín no es, en esto, del todo inocente. Mi error lamentable de no haber reconocido las virtudes del primer Alfonsín y su legado extraordinario en términos de democracia no obliga a callar sus debilidades posteriores en términos republicanos. Si la Argentina tiene hoy una democracia sustentable, en buena parte se lo debe a Alfonsín. Si carecemos aún de una República, también. En efecto, a la denuncia del pacto sindical-militar siguió la derrota de la Ley Mucci y un inexplicable marcha atrás de todo proyecto de reforma del decisivo ámbito sindical, situación que culminó con el burócrata Alderete como Ministro de Trabajo y que no sirvió -todo lo contrario- para impedir los trece paros de Ubaldini. Nada cuesta imaginar que si se hubiese tratado de una ley vital para los intereses de otro partido la ley Mucci hubiera sido presentada tantas veces como fuera necesario hasta que una provisoria mayoría parlamentaria la aprobase, y que aún si eso no hubiera ocurrido la reforma del corrupto y antidemocrático sistema sindical habría sido plantada en el centro de la escena política como causa nacional.

Aún peor, la caída de su gobierno convenció al doctor Alfonsín de que el radicalismo estaba condenado a un renunciatario rol de oposición. En beneficio del país había pues, ante todo, que proteger a la UCR de la disolución, para que pudiera ejercer de contrapeso al poder de su adversario histórico “condenado”, a su vez, a gobernar. De esta convicción salieron sus peores claudicaciones a la lógica pejotista, desde el pacto de Olivos, donde lo que ganó el pejotismo fue mucho -comenzando por la reelección de Menem- y lo que quedó para la República fue poco, pasando por las reuniones semipúblicas con un Duhalde que ya había puesto a Ramón Puerta en la línea sucesoria de De la Rúa y se proponía como piloto de tormentas, hasta el apoyo al ex ministro kirchnerista Lavagna como candidato radical a la Presidencia de la Nación. Todo provino de una forma de hacer oposición –oposición al Pejota, me refiero, que no por nada ha gobernado el país dieciocho de los veinte años que han seguido a la caída de Alfonsín- basada en la idea de que “a este país, solo el Pejota lo puede gobernar”; una idea a la cual Alfonsín abdicó por razones comprensibles pero que vale la pena cuestionar hoy, cuando los efectos de veinte años de hegemonía pejotista se hacen evidentes en la realidad.

Fueron la base cierta de estas abdicaciones su desconocimiento de las reglas elementales de la economía y la elección un modelo de país exageradamente estatista, industrialista, nacionalista y proteccionista, a contramano de la oleada globalizadora que ya impulsaba el auge de China e impulsaría el de India y Brasil. Una idea bien expresada en la consigna alfonsinista de “levantar las persianas de las fábricas cerradas”, antiguas y obsoletas, en lugar de apostar por nuevas formas de producción; lo que trajo previsibles efectos: atraso tecnológico, caída de inversiones, disminución de la productividad y la competitividad, déficit energético, vulnerabilidad externa y, finalmente, hiperinflación, estallido de la pobreza y la indigencia, previsible auge del paradigma opuesto, cierre de esas mismas fábricas que se quería preservar y diez años de cavallismo y menemato. Todo adecuadamente preparado por el explosivo cóctel de la incapacidad para modernizar las empresas públicas, la subestimación del rol del avance tecnológico, la competitividad y la integración a los mercados mundiales, y los sueños populistas de quien había comenzado su mandato incorporando el radicalismo a una socialdemocracia europea que ya había dejado atrás todos estos errores y lo terminó bajo el sueño de un tercer movimiento histórico; curioso sometimiento a la lógica populista vestido de intento de disputa por su control.

Lejos de ser un factor secundario, la sobrevaloración del poder pejotista y la elevación del diálogo y el consenso a paradigma aplicable a todo tiempo y lugar (en mi opinión, no se dialoga con quien insulta mientras insulta, ni se busca consenso con quien saca réditos permanentes de la amenaza solapada de que volteará todo gobierno ajeno apenas tenga oportunidad) han tenido efectos directos en la realidad; dividiendo a la oposición, adoptando como propios a candidatos ajenos, facilitando la hemorragia concertacionista que llevó a un radical a la vicepresidencia de un gobierno K y dándole al pejotismo un arma de eficacia mortal: el ballotage trucho nacido de Olivos. Es cierto que ninguno de estos errores nació de la codicia o la mala voluntad de Alfonsín, pero también es cierto que ninguno de ellos ha sido indiferente a la epidemia de corrupción y al desmantelamiento de la República que el país ha sufrido en estos años.

Hubo dos Alfonsines: el combativo y enérgico de la primavera alfonsinista y el último, el del otoño y el invierno de su vida, el único recordado ante su féretro. En mi opinión, el peor. Si no le erro, la Argentina dolida que por las calles de Buenos Aires lo lloraba, lloraba más a aquel Alfonsín que a éste -basta ver las banderas que portaba- y, sobre todo, se lloraba a sí misma, a su propia desgracia y arrinconamiento, a su propia incapacidad de presentar un desafío viable a las mafias corporativas que han hecho del país un kiosco y del toma y daca la principal práctica política local. Y lloraba en esa muerte la progresiva desaparición en la escena nacional de los mejores atributos de ambos alfonsines: la encendida pasión política y la evidente honestidad.

Ojalá que los años que vienen consoliden el legado positivo del primer presidente de la nueva democracia argentina y reparen también el daño infligido por las inevitables deficiencias que comporta la condición humana. Sería éste, creo yo, el destino que el propio Alfonsín desearía para nuestro país.