CRISIS FINANCIERA Y GLOBALIZACIÓN DE LA DEMOCRACIA
En muchos aspectos, la evolución de las variables económicas hace temer que lo peor de la crisis económico-financiera global no haya pasado, y que muchos países del primer mundo estén entrando en una dinámica del tipo W o en una disminución del crecimiento indefinida como la que afecta desde hace décadas a Japón. Sorprendente es, en cambio, la performance de los países emergentes, que con los BRIC a la cabeza son responsables de más de la mitad del crecimiento de la economía mundial. Su consecuencia directa es una extraordinaria redistribución progresiva de la riqueza a favor de los países de desarrollo intermedio, con efectos progresistas innegables de las condiciones de vida de miles de millones de personas que se incorporan gradualmente a una enorme clase media global.
Si esta disminución de la pobreza sin precedentes en la Historia fuera producto de la labor política de una organización revolucionaria ya estarían los bienpensantes unidos del mundo entonando loas a la reencarnación global del Che Guevara. Pero como sus agentes reales son demoníacas corporaciones globales en busca de la maximización de sus ganancias los lamentos por los efectos recesivos y de pérdida de puestos de trabajo en el Primer Mundo ocupan el centro de la atención y los llevan a la conclusión contraria: se trata de la crisis terminal del capitalismo. Sumando este análisis victimista-tercermundista al entusiasta coro primermundista de los fundamentalistas de mercado se obtiene una lograda expresión zombie y cacofónica del actual debate político global. Todo lo cual nos impide hacer la más simple de las constataciones: la estructura económica del universo globalizado –un mercado mundial determinado por corporaciones a la caza de ganancias extraordinarias- está haciendo más y mejor por la suerte de los pobres del mundo que su organización política, determinada por una estructura nacional/inter-nacional cooptada por los países más ricos del planeta e interesada principalmente en la preservación anacrónica de gastados e ilusorios privilegios y en la protección de un Apartheid anti-inmigratorio que ha asumido una escala global.
Desde luego, afirmar que la economía global está distribuyendo mejor la riqueza que la política global realmente-existente no implica olvidar ni subestimar el rol fundamental que los instrumentos políticos pueden y deben tener en estos temas. Significa, por el contrario, reconocer las insuficiencias de una política aún nacional-céntrica en una era definida por la globalización de los procesos y sistemas sociales. Una globalización que los actores económicos han comprendido y aprovechado mucho mejor que los políticos, siempre atados a sus antiguas fuentes de legitimación, poder y financiamiento nacionales. Y significa también, principalmente, reconocer la causa profunda de la crisis existente: la imposibilidad de establecer regulaciones apropiadas a un sistema financiero globalizado y unificado que actúa deslocalizada y aterritorialmente en su propio beneficio desde un sistema político que carece de todo tipo de representación de los intereses generales y cuyos decision-makers sólo piensan en que se paguen los costos de la crisis fuera de los estados nacionales que representan.
Desde que se ha globalizado la economía sin globalizar la democracia el sistema económico mundial ha respondido a la célebre invocación de Karl Marx (Capitalistas del mundo, ¡uníos!) mucho mejor que el sistema político, demostrado ser más capaz de actuar en forma coordinada, rápida y eficaz que una estructura nacional/inter-nacional cuyas decisiones financieras se toman en foros como el FMI y el G20 que se mueven con absurda lentitud y sólo representan los intereses de unos pocos. Es por eso que a pesar de la exitosa experiencia desarrollada al final de la segunda guerra mundial se carece aún de políticas globales de largo plazo que apliquen las lecciones del keynesianismo, el New Deal y las socialdemocracias europeas en la decisiva escala global en la que ocurren hoy los principales procesos económicos y sociales.
Cegados por los dioses del nacionalismo metodológico, que quieren perderlos, los líderes políticos del Primer Mundo no parecen entender que la situación económica mundial enfrenta dos cuellos de botella que, bien encarados, ofrecen enormes oportunidades para la apertura de un nuevo ciclo de décadas de crecimiento de la economía y el bienestar general, oportunidades que no se han presentado –precisamente- desde la clausura del ciclo abierto con el fin de la Segunda Guerra. El primero de estos cuellos de botella ha sido puesto en evidencia por la crisis de las hipotecas sub-prime, y que no es sólo una crisis de control de los instrumentos financieros sino también la crisis terminal de un modelo de crecimiento global basado en los consumos privados de los países más ricos. El segundo está representado por el agotamiento del modelo energético basado en combustibles fósiles, único elemento del sistema tecnoeconómico del siglo XXI basado en los mismos paradigmas que en el siglo XIX.
Es aquí donde se necesita una fuerte intervención política global que impida y corrija los fallos del mercado global, los cuales llevan a: 1) la perpetuación del modelo petrolero-carbonífero-gasífero por insuficiente consideración de los costos futuros (en este caso: en términos de agotamiento de recursos no renovables y destrucción del hábitat) que es típica de los mercados librados a su destino, y por un sistema de regulación nacional de las políticas energéticas que inevitablemente potencia la externalización de costos por parte de los actores nacional-estatales; 2) la imposibilidad de ampliar con la suficiente rapidez la demanda efectiva global, dejando fuera del proceso de acceso a la clase media a miles de millones de personas que habitan fuera del Primer Mundo y de los países del BRIC. Sobra decirlo, ambos aspectos con complementarios, dado que sólo una reestructuración completa de la base energética de nuestra civilización y una reorientación de los hábitos de las clases pudientes que abandone el hiper-consumismo de objetos industriales a favor de una disminución de las horas de labor y la popularización de bienes culturales e intangibles puede acabar con la pobreza abrumadora en que la humanidad ha vivido por miles de milenios sin provocar un colapso del ecosistema.
Pero si la crisis económica y ecológica actual es la crisis de un modelo productivo orientado al consumo privado de los más pudientes, sólo se puede salir de ella con el método que se aplicó entonces, es decir: pasando a un nuevo modelo productivo global basado en la creación de bienes públicos destinados al consumo de los que menos tienen. Basta pensar en las ventajas para todos de un plan global de construcción de infraestructuras básicas (trenes, carreteras, cloacas, agua potable, hospitales y escuelas para todos los ciudadanos del mundo) que reedite globalmente las hazañas del New Deal americano y de la construcción de autobahn que anticipó, propició y permitió la integración europea, basta reflexionar en las oportunidades y beneficios para todos de una reestructuración global de los sistemas educativos de todo el planeta que incluya a miles de millones de niños y adolescentes en la sociedad global de la información y el conocimiento, basta imaginar la potencialidad económica de una reestructuración global de los sistemas energéticos para orientarlos hacia la energía solar, eólica y geotérmica que será imprescindible para el futuro cercano si no queremos morir asados, ahogados o asfixiados por el cambio climático, para entender lo que está en juego. Y basta comprender la completa incapacidad de la actual estructura de toma de decisiones políticas para elaborar, legislar, aplicar y controlar un plan de esta complejidad y escala para identificar la clave de la crisis actual: no ya la avidez del sistema capitalista, que siempre ha existido, sino la incapacidad manifiesta del sistema político nacional/inter-nacional para afrontar los desafíos globales de la hora.
Es entonces cuando expresiones como globalización de la democracia y sus términos complementarios: federalismo mundial, integración democrática regional, reforma de la ONU y de las instituciones financieras internacionales, y Asamblea Parlamentaria de las Naciones Unidas abandonan el terreno de la utopía y pasan a ser parte del orden del día.
5 comentarios:
más que interesante, su izquierdosa reflexión mueve al debate, pero claro: no es para los obtusos. Dos preguntas: ¿qué rol supone jugaría la energía nuclear? y otra, apelando a su conocimiento de Italia: ¿Qué opina de lo que sucede alrededor de Berlusconi?¿si es destituido, gana la centroizquierda o quién??
Un abrazo.-
Realmente un sublime ejemplar monografico, haciendo uso de las caracteristica del mismo, pero cuidado en la proxina trata de siquiera al cortar y pegar......articular al menos 2 frases entendibles.
¡¡¡Pero eso para la proxima ¿ehhh?!!! es demasiado por hoy,,,,si total los que te siguen no entienden un pomo, a ellos le queda clorin, o en su defecto los pasquines del gilastrun fontevecchia...
Ahhhh, con MONOGRAFIA punto com. tenes para rato.
Anónimo 1: no tengo muy claro el tema de la energía nuclear. No es toy en contra por principio, pero sumar riesgos tampoco ayuda. Ojalá caiga Berlusconi. No sé qué partido gana más, pero gana Italia.
Anónimo 2: no se inquiete. Vuelva al Patoruzito.
fer no le hagas caso, es benito el segundo, ya dije que hay que hacerle una interconsulta con Dr House, pobre ...
usted que sabe tanto de Itlia... queda demostrado que no sabe nada de italia... que mediocre que es este blog...!!! por favor! y esto es lo que puede ofrecer iglesias? la mediocridad hecha cuerpo.
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