DATOS PERSONALES
- Fernando A. Iglesias
- * Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires
miércoles, 27 de abril de 2011
martes, 26 de abril de 2011
PROGRAMAS DE TV
lunes, 25 de abril de 2011
NUEVO PERFIL DE FACEBOOK
Dado que ya llegué al límite de amigos para mi perfil de Facebook con el nombre "Fernando Adolfo Iglesias" (5000) abrimos una nueva cuenta con el nombre "Fernando Adolfo Iglesias II", por favor quienes quieran seguirme envíen pedido de amistad a ese nombre. Publicaremos toda la información en ambos perfiles... Gracias!!!
miércoles, 20 de abril de 2011
sábado, 16 de abril de 2011
NOTA DE LA SEMANA - CLASES MAGISTRALES
CINCO PRINCIPIOS PARA UNA INTEGRACIÓN REGIONAL EXITOSA
Publicado en Revista Noticias del sábado 16 de abril de 2011
El tema de la integración regional ha adquirido una centralidad cada vez mayor en la política de nuestros tiempos, una parte fundamental de un mundo que se está reconfigurando velozmente alrededor del fenómeno que hemos denominado "globalización". La extraordinaria importancia que han adquirido los procesos globales plantea una serie de problemas que frecuentemente se elevan a la categoría de crisis, y a los que raramente se intenta dar una respuesta a la altura de las circunstancias. Por eso escuchamos hablar de los "desafíos de la globalización" al mismo tiempo que se da por sentada la necesidad de enfrentarlos con los instrumentos de una época perimida, más exactamente: la era en que los estados nacionales soberanos poseían el monopolio de la acción política y la exclusividad de su eficacia; era a la que la globalización le está poniendo el punto final, precisamente. Para quien observe el mundo desprovisto de las anteojeras que una visión nacionalmente-centrada ha construido durante siglos, es ya claro que la
humanidad se halla en algún punto de la transición desde una etapa en la cual los estados nacionales constituían el fulcro resolutivo de los sistemas económicos, políticos y culturales a una nueva en la cual los estados-nación no desaparecerán -como profetizaban y/o auguraban algunos académicos y políticos durante los Noventa- pero sí ven radicalmente modificadas las condiciones de su existencia y actuación en el mundo.
Por eso, para comprender las claves de la integración regional en un mundo nuevo y globalizado necesitamos precisar los principios válidos para esta integración.
MULTIDIMENSIONALIDAD
Un primer principio de una integración regional exitosa es que la integración debe ser multidimensional. No es posible ya pensar en una integración meramente política, que prescinda del mundo económico e ignore sus determinaciones, pero tampoco es pensable reducir el proceso a una lógica integradora económica y comercial (mucho menos, financiera). En un mundo en el que la globalización no es sólo temporal sino sistémica, y en el que todos los campos de la actividad humana están cada vez más globalmente interconectados, una integración regional exitosa requiere complementar las dimensiones económica, financiera y comercial con una lógica política y
cultural. La integración debe ser pues entendida como un proceso multidimensional, ya que no es sólo integración de territorios y naciones sino también integración de los diferentes subsistemas que permiten y enriquecen la vida en sociedad.
La Modernidad puede ser entendida en términos de un gran sistema que depende a su vez de dos grandes subsistemas: el económico, basado en el capitalismo, la propiedad privada de los medios de producción y una competitividad derivada de la eficiencia en el mercado; y el político, basado en los principios de democracia, libertad, justicia y derechos humanos. Estos dos grandes subsistemas se han desarrollado en medio de un conflicto histórico permanente, de una tensión altamente fructífera entre los principios de la economía y la política bien ejemplificado hoy en las batallas entre estados y mercados, entre democracia y capitalismo, entre política y economía. Sólo la armonización entre el avance tecnoeconómico y la redistribución política de sus beneficios pudo crear en el pasado ese círculo virtuoso de prosperidad y distribución en el que se basó el prestigio popular de los estados nacionales. Y este gran éxito de la democracia capitalista -o del capitalismo democrático- en un mundo organizado alrededor de naciones se debió a que el poder de los sistemas económicos nacionales era similar al poder de los sistemas políticos, ya que ambos poseían una escala de organización parecida, básicamente nacional.
Lamentablemente, el actual modelo de globalización ha roto este empate virtual entre capitalismo y democracia, ya que el sistema económico ha sido mucho más rápido y hábil en organizarse globalmente en redes globales mientras que el sistema político democrático ha quedado atrapado en la idea del gran contenedor nacional y en sus consiguientes limitaciones. El desequilibrio de poder resultante de esta globalización de la economía sin globalización de la democracia ofrece dos posibles soluciones. Una es la solución propuesta por quienes creen que es posible volver atrás las ruedas de la Historia, renacionalizar la economía global y volver a los viejos buenos tiempos de las economías nacional-industriales; un proyecto reaccionario e imposible de ser llevado adelante sin enormes consecuencias destructivas en el contexto de la naciente sociedad global del conocimiento, la información y la comunicación y del nuevo marco tecnológico en el que se desarrolla. La otra forma de restablecer el balance conflictivo y fructífero de poder entre democracia y capitalismo es que la política abandone sus viejos paradigmas, se adecue al proceso de globalización no en el sentido de interiorizar los principios del sistema económico sino -por el contrario- mediante la reconstrucción de su propio sistema de poder mediante la ampliación de sus instituciones a la escala regional y global. De aquí la importancia de una integración regional multidimensional que contribuya a este reequilibrio sistémico de la Modernidad global y abra las puertas a un mundo en el que la política y la economía vuelvan a gozar de independencia, dignidad y autonomía.
MULTILATERALIDAD
El segundo elemento para una integración regional exitosa es la multilateralidad; por antagonismo con la multipolaridad, erróneamente presentada como equivalente. Un mundo multilateral es un universo donde las decisiones comunes son tomadas contemplando los intereses y visiones de los diferentes miembros que la componen. El multilateralismo consiste en una polifonía de voces que se integran coralmente de manera pluralista en un universo compartido, intentando armonizar la defensa del interés común de todos con las diversas visiones que de él pueden tenerse desde diferentes puntos de vista. Por el contrario, el multipolarismo implica la existencia de polos de poder que disputan el espacio inter-nacional buscando imponer su propia hegemonía y contemplando los problemas generales sólo desde el punto
de vista de sus propios intereses.
Lamentablemente, debido a que predomina una visión optimista del fin de la Pax americana y de la hegemonía estadounidense, abundan hoy quienes confunden multilateralismo y multipolarismo o se pronuncian irreflexivamente a favor de este último. Esta forma de comprender la realidad global debería ser reexaminada con prudencia, no ya por adhesión a la Pax americana sino para no despreciar los aprendizajes ofrecidos por la Historia. En efecto, cuando la anterior paz mundial fijada por una potencia de escala global se derrumbó, lo que siguió no fue el equilibrio multilateral que hoy repropone cierto tercermundismo ingenuo. Lo que surgió a fines del siglo XIX ante la caída de la Pax Británica fue un régimen multipolar sin coordinación, ni capacidad de representación de los intereses divergentes, ni posibilidad de negociación y acuerdo. De allí al todos contra todos multipolar y a las dos Guerras Mundiales el paso era pequeño y fue dado rápidamente, con resultados devastadores. La gran alternativa que la humanidad enfrenta hoy, en el
esperanzador fin de la Pax Americana y el unipolarismo bushiano, se plantea entre un nuevo mundo multipolar que repita las tragedias del anterior mundo multipolar -con potencias emergentes como Rusia y China que pueden jugar el antiguo papel de Alemania, Japón e Italia- o si seremos capaces de avanzar hacia un mundo multilateral donde haya respeto y capacidad de representación de los intereses de todos los estados nacionales. Para hacerlo, para que el mundo del siglo XXI se parezca más a la segunda mitad del siglo XX europeo que a la primera, la experiencia de la construcción de la UE no debe ser copiada pero sí comprendida, y sostenida por la ampliación global de la integración regional con las particularidades y modos propios de cada continente.
MULTICULTURALISMO COSMOPOLITA
El tercer elemento para una integración regional exitosa es el multiculturalismo cosmopolita. En la época en que los estados nacionales operaban como grandes contenedores impermeables, la identidad personal era moldeada en términos de identidad nacional por la intervención de los sistemas culturales nacionales; en especial, de la escuela pública. La enorme operación de nacionalización de la subjetividad fue fuertemente limitante y uniformizante en muchos aspectos pero tuvo también una gran riqueza. En efecto, la cultura popular experimentó un salto cualitativo con la aparición de las lenguas nacionales y la difusión de nuevas técnicas que facilitaron el acceso masivo a la cultura, como la imprenta. Sin embargo, la reducción de la identidad personal a identidad nacional y la limitación de la cultura a su aspecto territorial causaron también un lamentable proceso
de uniformización, de tipo industrial, al que fueron sometidos todos los ciudadanos, con consecuencias empobrecedoras debidas al tribalismo militarista resultante y al avasallamiento de las diversidades internas al gran contenedor nacional. En la Argentina, los pueblos originarios fueron las víctimas más evdientes de esa dinámica, que afectó también a los emigrantes, quienes se desprendieron de su lengua y tradiciones más profunda y rápidamente aquí que en cualquier otro lado. El de la uniformización cultural nacionalista es un error que no debe repetirse a escala regional, motivo por el cual es necesario andar con cuidado antes de hablar de la "Patria Grande", la "Nación Sudamericana" y el "pueblo latinoamericano", entre muchas otras expresiones a la moda. Las formas culturales regionales no pueden ser pensadas en los viejos términos nacionalistas de la uniformización y la homogeneidad, sino en términos de pluralismo, cosmopolitismo y multiculturalidad. La identidad sudamericana y latinoamericana debe ser resignificada bajo el paradigma de las identidades superpuestas, por el cual es posible considerarse al mismo tiempo orgulloso ciudadano de un país, habitante de una ciudad, parte de la comunidad
latinoamericana y un miembro más de la humanidad. Vivir en un mundo donde los espacios se achican y las fronteras son derribadas por la tecnología, nos obliga a repensar nuestra identidad por fuera del paradigma del contenedor y de la inevitable exclusión que implica. Por el contrario, nuestra identidad, nuestra forma de ser a la vez ciudadanos de un país y de un continente, no es más que una forma de expresión de la extraordinaria riqueza cultural de la humanidad.
FEDERALISMO SUBSIDIARIO
El cuarto elemento de la integración atañe a su principio político-organizativo básico, que no puede ser otro que el federalismo. La unidad regional no puede basarse en la disolución de los estados nacionales existentes, ni tampoco en la mera articulación de mecanismos intergubernativos que sigan promoviendo el espejismo de una integración regional profunda con preservación completa de las potestades soberanas nacionales. La unidad regional sudamericana debe ser fruto de una
articulación regida por los mismos principios federales que varios de sus países han aplicado a su propio ordenamiento interior.
La construcción de la República Argentina, por ejemplo, no implicó la desaparición de las provincias que la integraban ni tampoco la supervivencia de las facultades soberanas de que gozaban antes de la consumación de la unidad nacional; sino su integración en una escala superior, federal, que combinaba una cierta autonomía con la construcción de mecanismos políticos centralizados en los que se delegaban las grandes decisiones y la solución los problemas comunes. Este mismo principio debe ser aplicado a nivel regional, sudamericano o latinoamericano, y también a nivel mundial. En un mundo globalizado por la tecnoeconomía es imprescindible pensar y actuar a favor de la construcción de un gran federalismo a la vez regional y mundial
en donde las naciones no desaparezcan sino que se integren en unidades superadoras que brinden respuestas satisfactorias a los grandes problemas globales que han desbordado completamente sus capacidades. La actual y generalizada insistencia en reducir la integración política regional al modelo confederal, basado en las soberanías nacionales absolutas, los mecanismos inter-gubernamentales y los acuerdos inter-nacionales, reduce gravemente la profundidad del proceso integrador y abre una enorme distancia entre los bonitos relatos sudamericanistas y latinoamericanistas y las realidades duras de gobiernos que anteponen la preservación de sus propios poderes a cualquier iniciativa concreta para su concreción.
Directamente relacionado con el fundamento federal de la construcción política supranacional se encuentra el principio de subsidiaridad. La subsidiaridad establece que las decisiones deben tomarse en el nivel más pequeño que permita, por una parte, la representación de los intereses de todos los afectados, y por la otra, una escala efectiva de resolución.
Mientras que el principio federal aplicado a la escala regional crea instancias centralizadoras de decisiones, la subsidiaridad cumple un rol similar al que el federalismo desempeña a escala nacional, haciendo que las instituciones supranacionales regionales actúen exclusivamente en aquellos temas que necesitan ser resueltos en una escala superior y dejen en manos de los estados nacionales aquellos temas que sólo afectan a sus habitantes.
Federalismo y subsidiaridad no son principios opuestos sino complementarios, cuya aplicación es imprescindible en un mundo en el que las grandes decisiones de los grandes estados nacionales afectan inevitable y gravemente los intereses de otros países y sus ciudadanos, haciendo inviable el principio de las soberanías nacionales absolutas. Entre los muchos ejemplos posibles, por supuesto el mejor es el del más poderoso de todos, los Estados Unidos, cuya extensión, cantidad de habitantes y PBI hacen que sus decisiones hayan adquirido una dimensión global que va más allá de la
voluntad de sus autoridades. Cuando los Estados Unidos fueron creados su política energética era un problema exclusivo de los estadounidenses. Si se decidían por el petróleo, el carbón o la madera era un tema cuya deliberación incumbía solamente a los ciudadanos de ese país porque sólo a ellos afectaba. Hoy, cuando los Estados Unidos y/o los demás países de escala continental como los del BRIC toman una decisión sobre su esquema energético, esta determinación afecta fuertemente a sus vecinos y, más en general, al conjunto de los ciudadanos del mundo. Por lo tanto, esa decisión no puede ya ser objeto de una soberanía nacional exclusiva. El resto de lacomunidad internacional tiene el derecho de participar y el orden político global debe ordenar esa participación no sólo en términos de multilateralismo (una nación = un voto) sino de democracia (un hombre = un voto). Mecanismos multilaterales y democrático-parlamentarios de escala regional y mundial basados en el federalismo y la subsidiaridad deben incidir en decisiones de este tipo en representación de los habitantes de cada región y del planeta, respectivamente. En cambio, el mismo principio de la soberanía nacional absoluta que ayer defendía la autonomía de los
humillados y ofendidos de la Tierra está pasando hoy a adquirir el rol opuesto, sometiendo a los habitantes de los países más pequeños y pobres al impacto de las decisiones tomadas en los grandes y poderosos; categoría que se aplica a Estados Unidos y China en el ámbito global, y a Brasil -y en menor medida, a la Argentina- en el regional. Por eso, resultan contradictorias y perjudiciales las posiciones de quienes se pronuncian a favor de la integración regional pero se niegan a que sus países transfieran poderes a las instituciones supranacionales en aras de conservar intactas una soberanía absoluta que en esta época global sólo existe en su
imaginación. Mucho menos comprensibles aún son las temerosas actitudes ante la integración regional de algunos representantes de países pequeños como Uruguay y Paraguay, quienes deberían ver en el proceso integrador el único resguardo posible a su autonomía nacional.
No existen posibilidades de una integración regional exitosa sin abandonar el paradigma de las soberanías nacionales absolutas. Quienes proponen integrar a sus naciones conservando intacta su capacidad autónoma de decisión inclusive en los temas que por afectar a otros países deben ser de competencia regional son simples opositores a la unidad regional que no se animan a pronunciarse abiertamente contra ella para no pagar costos políticos. Esto es especialmente claro en el terreno económico, donde abundan los gobiernos con discursos latinoamericanistas-sudamericanistas y políticas proteccionistas, lo que ha retrasado enormemente el progreso del Mercosur, que en dos décadas no ha logrado constituirse como unidad aduanera, ni como mercado común, ni como casi nada. En un mundo global en el cual el poder y la autonomía dependen de la ampliación de la escala territorial de las organizaciones, la contradicción entre soberanía nacional e integración es sólo aparente. Hoy, a pesar de la crisis en curso, seis de los diez países en los cuales las condiciones de la vida humana son las mejores en el mundo (Noruega, Irlanda, Liechtenstein, Holanda, Suecia y Alemania) se hallan en Europa, y cuatro de ellos forman parte de la Unión Europea, según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU
que elabora el PNUD. Y es desde 1998 que un país no europeo no se ubica al tope del ranking. La integración regional incrementa pues las capacidades democratizantes de los estados nacionales, en tanto que la opción por el aislacionismo y el proteccionismo las disminuye. El modelo europeo demuestra que en una era global la mejor manera de preservar las capacidades autónomas del estado-nación pasa por la transferencia de poderes hacia las instituciones regionales en todos los temas que han superado las posibilidades de acción a escala nacional. En cambio, la propuesta a favor de la integración pero en contra de la cesión de soberanía no es más que una
forma hipócrita de oposición a la integración regional.
DEMOCRACIA
El último, y acaso el principal, de los principios para una integración regional exitosa es el de la democracia. En un mundo global la integración regional adquiere una importancia decisiva, pero aún más importante es que esa integración se desarrolle en términos democráticos. También este sentido, la experiencia europea ha ofrecido grandes lecciones sobre la relación entre democracia e integración regional. En efecto, hasta finalizada la Segunda Guerra Mundial la democracia en Europa era un régimen raro y minoritario. Sólo Inglaterra y Francia eran democracias consolidadas entre los grandes países europeos, y un simple repaso de los líderes
políticos nacionales del continente durante la primera mitad de del siglo XX (Hitler, Stalin, Mussolini, Franco) basta para concluir que Europa fue, durante las décadas que precedieron a su integración regional, la cuna de los peores totalitarismos de la Historia. Sólo la paulatina creación de una forma de democracia regional fue capaz de instalar establemente regímenes nacionales democráticos en el continente europeo, incluyendo en el proceso democratizador a países del sur como Grecia, España, Italia y Portugal en los que los regímenes dictatoriales habían sobrevivido a la guerra o en los que las amenazas de golpe formaban parte intrínseca de las primeras páginas de los diarios. Fue la necesidad de impulsar un proceso de integración democrática europeo que se había convertido en una condición necesaria del desarrollo nacional de sus países, y la imposición de una cláusula democrática que exigía como su condición inexcusable la vigencia plena de la democracia, el estado de derecho, las libertades civiles y los derechos humanos, la que acabó con las tentaciones dictatoriales en muchos países. Y fue el éxito del modelo europeo y sus repercusiones del otro lado de la Cortina de Hierro los que contribuyeron decisivamente a derribar el ignominioso muro que separaba en dos a Berlín y al mundo. De manera que la experiencia europea aconseja apostar por la construcción de una democracia regional como método fundamental para la consolidación y profundización de las democracias nacionales del continente, y sugiere que las cláusulas democráticas para la integración consolidan la posición de las fuerzas
democráticas de todos los países y debilitan las tentaciones autoritarias y totalitarias.
Pero cuando estudiamos el primer y más avanzado proceso de integración regional en el mundo es necesario aprender no sólo de sus éxitos sino también de sus fracasos. Y uno de los fracasos de la Unión Europea es la distancia creciente entre las instituciones y los ciudadanos, claramente expresada en la falta de participación en las elecciones regionales y en el hecho de que esas mismas elecciones sigan siendo decididas según polaridades políticas nacionales. He aquí un error que tenemos que evitar reproducir: la falta de participación ciudadana en los procesos políticos regionales y la conservación obsoleta del carácter nacional del sistema eleccionario y de partidos. Necesitamos instituciones y parlamentos, pero necesitamos achicar
al mínimo la brecha entre los representantes y los representados. Para eso, resulta básico que las elecciones regionales integren un sistema de preferencias de distrito único regional y no sólo distritos nacionales ni mucho menos provinciales, y que se constituyan progresivamente grandes partidos políticos regionales determinados por las polaridades políticas transnacionales y no por los intereses nacionales. También las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones universitarias y académicas pueden jugar un rol determinante en este proceso, acercando los ciudadanos -y muy especialmente: los ciudadanos jóvenes- a las instituciones, los partidos políticos y las grandes discusiones y problemáticas regionales, como parte de un siglo XXI en el que serán ciudadanos del mundo, de la región y de sus países o meros súbditos nacionales. Un gran seminario abierto sobre la integración regional, sus modos, modelos, realidades, logros, fracasos y perspectivas, que se desarrolle anualmente en alguna de las grandes capitales latinoamericanas con la participación de organizaciones no gubernamentales, académicos, líderes políticos y parlamentarios de todos los países del continente constituiría un óptimo vehículo para la reflexión sobre estos temas y la promoción de soluciones profundamente discutidas y consensuadas.
Multidimensionalidad, multilateralidad, multiculturalidad, federalismo, subsidiaridad y democracia conforman el corpus de principios políticos y sociales necesarios para una integración regional exitosa. Que cada uno de ellos forme parte no sólo del discurso sino de las acciones y los hechos es el desafío que enfrentan las clases políticas de nuestros países, en cuyas manos está en buena parte la decisión de si las naciones seguirán siendo la cuna de la democracia moderna o se transformarán finalmente en su tumba.
humanidad se halla en algún punto de la transición desde una etapa en la cual los estados nacionales constituían el fulcro resolutivo de los sistemas económicos, políticos y culturales a una nueva en la cual los estados-nación no desaparecerán -como profetizaban y/o auguraban algunos académicos y políticos durante los Noventa- pero sí ven radicalmente modificadas las condiciones de su existencia y actuación en el mundo.
Por eso, para comprender las claves de la integración regional en un mundo nuevo y globalizado necesitamos precisar los principios válidos para esta integración.
MULTIDIMENSIONALIDAD
Un primer principio de una integración regional exitosa es que la integración debe ser multidimensional. No es posible ya pensar en una integración meramente política, que prescinda del mundo económico e ignore sus determinaciones, pero tampoco es pensable reducir el proceso a una lógica integradora económica y comercial (mucho menos, financiera). En un mundo en el que la globalización no es sólo temporal sino sistémica, y en el que todos los campos de la actividad humana están cada vez más globalmente interconectados, una integración regional exitosa requiere complementar las dimensiones económica, financiera y comercial con una lógica política y
cultural. La integración debe ser pues entendida como un proceso multidimensional, ya que no es sólo integración de territorios y naciones sino también integración de los diferentes subsistemas que permiten y enriquecen la vida en sociedad.
La Modernidad puede ser entendida en términos de un gran sistema que depende a su vez de dos grandes subsistemas: el económico, basado en el capitalismo, la propiedad privada de los medios de producción y una competitividad derivada de la eficiencia en el mercado; y el político, basado en los principios de democracia, libertad, justicia y derechos humanos. Estos dos grandes subsistemas se han desarrollado en medio de un conflicto histórico permanente, de una tensión altamente fructífera entre los principios de la economía y la política bien ejemplificado hoy en las batallas entre estados y mercados, entre democracia y capitalismo, entre política y economía. Sólo la armonización entre el avance tecnoeconómico y la redistribución política de sus beneficios pudo crear en el pasado ese círculo virtuoso de prosperidad y distribución en el que se basó el prestigio popular de los estados nacionales. Y este gran éxito de la democracia capitalista -o del capitalismo democrático- en un mundo organizado alrededor de naciones se debió a que el poder de los sistemas económicos nacionales era similar al poder de los sistemas políticos, ya que ambos poseían una escala de organización parecida, básicamente nacional.
Lamentablemente, el actual modelo de globalización ha roto este empate virtual entre capitalismo y democracia, ya que el sistema económico ha sido mucho más rápido y hábil en organizarse globalmente en redes globales mientras que el sistema político democrático ha quedado atrapado en la idea del gran contenedor nacional y en sus consiguientes limitaciones. El desequilibrio de poder resultante de esta globalización de la economía sin globalización de la democracia ofrece dos posibles soluciones. Una es la solución propuesta por quienes creen que es posible volver atrás las ruedas de la Historia, renacionalizar la economía global y volver a los viejos buenos tiempos de las economías nacional-industriales; un proyecto reaccionario e imposible de ser llevado adelante sin enormes consecuencias destructivas en el contexto de la naciente sociedad global del conocimiento, la información y la comunicación y del nuevo marco tecnológico en el que se desarrolla. La otra forma de restablecer el balance conflictivo y fructífero de poder entre democracia y capitalismo es que la política abandone sus viejos paradigmas, se adecue al proceso de globalización no en el sentido de interiorizar los principios del sistema económico sino -por el contrario- mediante la reconstrucción de su propio sistema de poder mediante la ampliación de sus instituciones a la escala regional y global. De aquí la importancia de una integración regional multidimensional que contribuya a este reequilibrio sistémico de la Modernidad global y abra las puertas a un mundo en el que la política y la economía vuelvan a gozar de independencia, dignidad y autonomía.
MULTILATERALIDAD
El segundo elemento para una integración regional exitosa es la multilateralidad; por antagonismo con la multipolaridad, erróneamente presentada como equivalente. Un mundo multilateral es un universo donde las decisiones comunes son tomadas contemplando los intereses y visiones de los diferentes miembros que la componen. El multilateralismo consiste en una polifonía de voces que se integran coralmente de manera pluralista en un universo compartido, intentando armonizar la defensa del interés común de todos con las diversas visiones que de él pueden tenerse desde diferentes puntos de vista. Por el contrario, el multipolarismo implica la existencia de polos de poder que disputan el espacio inter-nacional buscando imponer su propia hegemonía y contemplando los problemas generales sólo desde el punto
de vista de sus propios intereses.
Lamentablemente, debido a que predomina una visión optimista del fin de la Pax americana y de la hegemonía estadounidense, abundan hoy quienes confunden multilateralismo y multipolarismo o se pronuncian irreflexivamente a favor de este último. Esta forma de comprender la realidad global debería ser reexaminada con prudencia, no ya por adhesión a la Pax americana sino para no despreciar los aprendizajes ofrecidos por la Historia. En efecto, cuando la anterior paz mundial fijada por una potencia de escala global se derrumbó, lo que siguió no fue el equilibrio multilateral que hoy repropone cierto tercermundismo ingenuo. Lo que surgió a fines del siglo XIX ante la caída de la Pax Británica fue un régimen multipolar sin coordinación, ni capacidad de representación de los intereses divergentes, ni posibilidad de negociación y acuerdo. De allí al todos contra todos multipolar y a las dos Guerras Mundiales el paso era pequeño y fue dado rápidamente, con resultados devastadores. La gran alternativa que la humanidad enfrenta hoy, en el
esperanzador fin de la Pax Americana y el unipolarismo bushiano, se plantea entre un nuevo mundo multipolar que repita las tragedias del anterior mundo multipolar -con potencias emergentes como Rusia y China que pueden jugar el antiguo papel de Alemania, Japón e Italia- o si seremos capaces de avanzar hacia un mundo multilateral donde haya respeto y capacidad de representación de los intereses de todos los estados nacionales. Para hacerlo, para que el mundo del siglo XXI se parezca más a la segunda mitad del siglo XX europeo que a la primera, la experiencia de la construcción de la UE no debe ser copiada pero sí comprendida, y sostenida por la ampliación global de la integración regional con las particularidades y modos propios de cada continente.
MULTICULTURALISMO COSMOPOLITA
El tercer elemento para una integración regional exitosa es el multiculturalismo cosmopolita. En la época en que los estados nacionales operaban como grandes contenedores impermeables, la identidad personal era moldeada en términos de identidad nacional por la intervención de los sistemas culturales nacionales; en especial, de la escuela pública. La enorme operación de nacionalización de la subjetividad fue fuertemente limitante y uniformizante en muchos aspectos pero tuvo también una gran riqueza. En efecto, la cultura popular experimentó un salto cualitativo con la aparición de las lenguas nacionales y la difusión de nuevas técnicas que facilitaron el acceso masivo a la cultura, como la imprenta. Sin embargo, la reducción de la identidad personal a identidad nacional y la limitación de la cultura a su aspecto territorial causaron también un lamentable proceso
de uniformización, de tipo industrial, al que fueron sometidos todos los ciudadanos, con consecuencias empobrecedoras debidas al tribalismo militarista resultante y al avasallamiento de las diversidades internas al gran contenedor nacional. En la Argentina, los pueblos originarios fueron las víctimas más evdientes de esa dinámica, que afectó también a los emigrantes, quienes se desprendieron de su lengua y tradiciones más profunda y rápidamente aquí que en cualquier otro lado. El de la uniformización cultural nacionalista es un error que no debe repetirse a escala regional, motivo por el cual es necesario andar con cuidado antes de hablar de la "Patria Grande", la "Nación Sudamericana" y el "pueblo latinoamericano", entre muchas otras expresiones a la moda. Las formas culturales regionales no pueden ser pensadas en los viejos términos nacionalistas de la uniformización y la homogeneidad, sino en términos de pluralismo, cosmopolitismo y multiculturalidad. La identidad sudamericana y latinoamericana debe ser resignificada bajo el paradigma de las identidades superpuestas, por el cual es posible considerarse al mismo tiempo orgulloso ciudadano de un país, habitante de una ciudad, parte de la comunidad
latinoamericana y un miembro más de la humanidad. Vivir en un mundo donde los espacios se achican y las fronteras son derribadas por la tecnología, nos obliga a repensar nuestra identidad por fuera del paradigma del contenedor y de la inevitable exclusión que implica. Por el contrario, nuestra identidad, nuestra forma de ser a la vez ciudadanos de un país y de un continente, no es más que una forma de expresión de la extraordinaria riqueza cultural de la humanidad.
FEDERALISMO SUBSIDIARIO
El cuarto elemento de la integración atañe a su principio político-organizativo básico, que no puede ser otro que el federalismo. La unidad regional no puede basarse en la disolución de los estados nacionales existentes, ni tampoco en la mera articulación de mecanismos intergubernativos que sigan promoviendo el espejismo de una integración regional profunda con preservación completa de las potestades soberanas nacionales. La unidad regional sudamericana debe ser fruto de una
articulación regida por los mismos principios federales que varios de sus países han aplicado a su propio ordenamiento interior.
La construcción de la República Argentina, por ejemplo, no implicó la desaparición de las provincias que la integraban ni tampoco la supervivencia de las facultades soberanas de que gozaban antes de la consumación de la unidad nacional; sino su integración en una escala superior, federal, que combinaba una cierta autonomía con la construcción de mecanismos políticos centralizados en los que se delegaban las grandes decisiones y la solución los problemas comunes. Este mismo principio debe ser aplicado a nivel regional, sudamericano o latinoamericano, y también a nivel mundial. En un mundo globalizado por la tecnoeconomía es imprescindible pensar y actuar a favor de la construcción de un gran federalismo a la vez regional y mundial
en donde las naciones no desaparezcan sino que se integren en unidades superadoras que brinden respuestas satisfactorias a los grandes problemas globales que han desbordado completamente sus capacidades. La actual y generalizada insistencia en reducir la integración política regional al modelo confederal, basado en las soberanías nacionales absolutas, los mecanismos inter-gubernamentales y los acuerdos inter-nacionales, reduce gravemente la profundidad del proceso integrador y abre una enorme distancia entre los bonitos relatos sudamericanistas y latinoamericanistas y las realidades duras de gobiernos que anteponen la preservación de sus propios poderes a cualquier iniciativa concreta para su concreción.
Directamente relacionado con el fundamento federal de la construcción política supranacional se encuentra el principio de subsidiaridad. La subsidiaridad establece que las decisiones deben tomarse en el nivel más pequeño que permita, por una parte, la representación de los intereses de todos los afectados, y por la otra, una escala efectiva de resolución.
Mientras que el principio federal aplicado a la escala regional crea instancias centralizadoras de decisiones, la subsidiaridad cumple un rol similar al que el federalismo desempeña a escala nacional, haciendo que las instituciones supranacionales regionales actúen exclusivamente en aquellos temas que necesitan ser resueltos en una escala superior y dejen en manos de los estados nacionales aquellos temas que sólo afectan a sus habitantes.
Federalismo y subsidiaridad no son principios opuestos sino complementarios, cuya aplicación es imprescindible en un mundo en el que las grandes decisiones de los grandes estados nacionales afectan inevitable y gravemente los intereses de otros países y sus ciudadanos, haciendo inviable el principio de las soberanías nacionales absolutas. Entre los muchos ejemplos posibles, por supuesto el mejor es el del más poderoso de todos, los Estados Unidos, cuya extensión, cantidad de habitantes y PBI hacen que sus decisiones hayan adquirido una dimensión global que va más allá de la
voluntad de sus autoridades. Cuando los Estados Unidos fueron creados su política energética era un problema exclusivo de los estadounidenses. Si se decidían por el petróleo, el carbón o la madera era un tema cuya deliberación incumbía solamente a los ciudadanos de ese país porque sólo a ellos afectaba. Hoy, cuando los Estados Unidos y/o los demás países de escala continental como los del BRIC toman una decisión sobre su esquema energético, esta determinación afecta fuertemente a sus vecinos y, más en general, al conjunto de los ciudadanos del mundo. Por lo tanto, esa decisión no puede ya ser objeto de una soberanía nacional exclusiva. El resto de lacomunidad internacional tiene el derecho de participar y el orden político global debe ordenar esa participación no sólo en términos de multilateralismo (una nación = un voto) sino de democracia (un hombre = un voto). Mecanismos multilaterales y democrático-parlamentarios de escala regional y mundial basados en el federalismo y la subsidiaridad deben incidir en decisiones de este tipo en representación de los habitantes de cada región y del planeta, respectivamente. En cambio, el mismo principio de la soberanía nacional absoluta que ayer defendía la autonomía de los
humillados y ofendidos de la Tierra está pasando hoy a adquirir el rol opuesto, sometiendo a los habitantes de los países más pequeños y pobres al impacto de las decisiones tomadas en los grandes y poderosos; categoría que se aplica a Estados Unidos y China en el ámbito global, y a Brasil -y en menor medida, a la Argentina- en el regional. Por eso, resultan contradictorias y perjudiciales las posiciones de quienes se pronuncian a favor de la integración regional pero se niegan a que sus países transfieran poderes a las instituciones supranacionales en aras de conservar intactas una soberanía absoluta que en esta época global sólo existe en su
imaginación. Mucho menos comprensibles aún son las temerosas actitudes ante la integración regional de algunos representantes de países pequeños como Uruguay y Paraguay, quienes deberían ver en el proceso integrador el único resguardo posible a su autonomía nacional.
No existen posibilidades de una integración regional exitosa sin abandonar el paradigma de las soberanías nacionales absolutas. Quienes proponen integrar a sus naciones conservando intacta su capacidad autónoma de decisión inclusive en los temas que por afectar a otros países deben ser de competencia regional son simples opositores a la unidad regional que no se animan a pronunciarse abiertamente contra ella para no pagar costos políticos. Esto es especialmente claro en el terreno económico, donde abundan los gobiernos con discursos latinoamericanistas-sudamericanistas y políticas proteccionistas, lo que ha retrasado enormemente el progreso del Mercosur, que en dos décadas no ha logrado constituirse como unidad aduanera, ni como mercado común, ni como casi nada. En un mundo global en el cual el poder y la autonomía dependen de la ampliación de la escala territorial de las organizaciones, la contradicción entre soberanía nacional e integración es sólo aparente. Hoy, a pesar de la crisis en curso, seis de los diez países en los cuales las condiciones de la vida humana son las mejores en el mundo (Noruega, Irlanda, Liechtenstein, Holanda, Suecia y Alemania) se hallan en Europa, y cuatro de ellos forman parte de la Unión Europea, según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU
que elabora el PNUD. Y es desde 1998 que un país no europeo no se ubica al tope del ranking. La integración regional incrementa pues las capacidades democratizantes de los estados nacionales, en tanto que la opción por el aislacionismo y el proteccionismo las disminuye. El modelo europeo demuestra que en una era global la mejor manera de preservar las capacidades autónomas del estado-nación pasa por la transferencia de poderes hacia las instituciones regionales en todos los temas que han superado las posibilidades de acción a escala nacional. En cambio, la propuesta a favor de la integración pero en contra de la cesión de soberanía no es más que una
forma hipócrita de oposición a la integración regional.
DEMOCRACIA
El último, y acaso el principal, de los principios para una integración regional exitosa es el de la democracia. En un mundo global la integración regional adquiere una importancia decisiva, pero aún más importante es que esa integración se desarrolle en términos democráticos. También este sentido, la experiencia europea ha ofrecido grandes lecciones sobre la relación entre democracia e integración regional. En efecto, hasta finalizada la Segunda Guerra Mundial la democracia en Europa era un régimen raro y minoritario. Sólo Inglaterra y Francia eran democracias consolidadas entre los grandes países europeos, y un simple repaso de los líderes
políticos nacionales del continente durante la primera mitad de del siglo XX (Hitler, Stalin, Mussolini, Franco) basta para concluir que Europa fue, durante las décadas que precedieron a su integración regional, la cuna de los peores totalitarismos de la Historia. Sólo la paulatina creación de una forma de democracia regional fue capaz de instalar establemente regímenes nacionales democráticos en el continente europeo, incluyendo en el proceso democratizador a países del sur como Grecia, España, Italia y Portugal en los que los regímenes dictatoriales habían sobrevivido a la guerra o en los que las amenazas de golpe formaban parte intrínseca de las primeras páginas de los diarios. Fue la necesidad de impulsar un proceso de integración democrática europeo que se había convertido en una condición necesaria del desarrollo nacional de sus países, y la imposición de una cláusula democrática que exigía como su condición inexcusable la vigencia plena de la democracia, el estado de derecho, las libertades civiles y los derechos humanos, la que acabó con las tentaciones dictatoriales en muchos países. Y fue el éxito del modelo europeo y sus repercusiones del otro lado de la Cortina de Hierro los que contribuyeron decisivamente a derribar el ignominioso muro que separaba en dos a Berlín y al mundo. De manera que la experiencia europea aconseja apostar por la construcción de una democracia regional como método fundamental para la consolidación y profundización de las democracias nacionales del continente, y sugiere que las cláusulas democráticas para la integración consolidan la posición de las fuerzas
democráticas de todos los países y debilitan las tentaciones autoritarias y totalitarias.
Pero cuando estudiamos el primer y más avanzado proceso de integración regional en el mundo es necesario aprender no sólo de sus éxitos sino también de sus fracasos. Y uno de los fracasos de la Unión Europea es la distancia creciente entre las instituciones y los ciudadanos, claramente expresada en la falta de participación en las elecciones regionales y en el hecho de que esas mismas elecciones sigan siendo decididas según polaridades políticas nacionales. He aquí un error que tenemos que evitar reproducir: la falta de participación ciudadana en los procesos políticos regionales y la conservación obsoleta del carácter nacional del sistema eleccionario y de partidos. Necesitamos instituciones y parlamentos, pero necesitamos achicar
al mínimo la brecha entre los representantes y los representados. Para eso, resulta básico que las elecciones regionales integren un sistema de preferencias de distrito único regional y no sólo distritos nacionales ni mucho menos provinciales, y que se constituyan progresivamente grandes partidos políticos regionales determinados por las polaridades políticas transnacionales y no por los intereses nacionales. También las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones universitarias y académicas pueden jugar un rol determinante en este proceso, acercando los ciudadanos -y muy especialmente: los ciudadanos jóvenes- a las instituciones, los partidos políticos y las grandes discusiones y problemáticas regionales, como parte de un siglo XXI en el que serán ciudadanos del mundo, de la región y de sus países o meros súbditos nacionales. Un gran seminario abierto sobre la integración regional, sus modos, modelos, realidades, logros, fracasos y perspectivas, que se desarrolle anualmente en alguna de las grandes capitales latinoamericanas con la participación de organizaciones no gubernamentales, académicos, líderes políticos y parlamentarios de todos los países del continente constituiría un óptimo vehículo para la reflexión sobre estos temas y la promoción de soluciones profundamente discutidas y consensuadas.
Multidimensionalidad, multilateralidad, multiculturalidad, federalismo, subsidiaridad y democracia conforman el corpus de principios políticos y sociales necesarios para una integración regional exitosa. Que cada uno de ellos forme parte no sólo del discurso sino de las acciones y los hechos es el desafío que enfrentan las clases políticas de nuestros países, en cuyas manos está en buena parte la decisión de si las naciones seguirán siendo la cuna de la democracia moderna o se transformarán finalmente en su tumba.
Fernando Iglesias
jueves, 14 de abril de 2011
jueves, 7 de abril de 2011
PROGRAMAS DE TV
Aquí les dejo el link de una nota que me hicieron hace unos días para el canal "Agrositio" que se emite por internet.
TV: "Fernando Iglesias, el peso pesado de la Coalición Cívica que enfrenta a los K"
El Dip. Nac. Fernando Iglesias (Coal.Cív.), tiene la capacidad para enfrentar en fuertes discusiones ideológicas a funcionarios y legisladores "duros" del Gobierno. Su último debate con Diana Conti, lo mostró con la firmeza para defender las instituciones.
http://www.agrositio.com/canal_agrositio/index.asp?video=20110331_iglesias
TV: "Fernando Iglesias, el peso pesado de la Coalición Cívica que enfrenta a los K"
El Dip. Nac. Fernando Iglesias (Coal.Cív.), tiene la capacidad para enfrentar en fuertes discusiones ideológicas a funcionarios y legisladores "duros" del Gobierno. Su último debate con Diana Conti, lo mostró con la firmeza para defender las instituciones.
http://www.agrositio.com/canal_agrositio/index.asp?video=20110331_iglesias
lunes, 4 de abril de 2011
PROGRAMAS DE TV
Aquí les dejo las imágenes de mi debate con Modesto Guerrero, periodista venezolano, en el programa "Hora Clave" de Mariano Grondona por canal 26, el domingo 3 de abril.
viernes, 1 de abril de 2011
NOTA DE LA SEMANA
UN EMPRESARIO DE TRABAJADORES
Publicado en la revista "El guardián" del 31 de marzo de 2011
Hace muy bien Hugo Moyano en proponer que un trabajador presida la Republica Argentina. Mejor aún sería que explicara por cuáles motivos el Secretario General de la CGT no es un trabajador sino un empresario experto en prácticas mafiosas.
Lo sucedido el domingo con los principales diarios del país afecta el derecho de todos los argentinos a decidir por sí solos qué es lo que leen. Que este apriete, efectuado a pocos días del anuncio del vocero de la CGT de que irían a pedir explicaciones a los periodistas, con la presencia de individuos identificados remeras del sindicato de camioneros, difundido por TELAM con una hora de anticipación respecto de los hechos y que es el quinto bloqueo que se efectúa después de la declaración de guerra del kirchnerismo sin que ninguno lo haya precedido, sea presentado por el Gobierno como inocente defensa de sus derechos por parte de los trabajadores es un insulto a nuestra inteligencia. Tanto, como la amenaza de paro general efectuada por Moyano ante el exhorto de la justicia Suiza.
La permanente erosión de la instituciones argentinas llevada adelante por este gobierno, que llegó al poder prometiendo calidad institucional, han tenido una consecuencia inevitable: transformar las organizaciones sociales argentinas en el reducto de mafias que se enriquecen administrando cajas y se defienden mediante las agresiones de sus patotas. En este sentido, la única y triste peculiaridad de la CGT de Moyano es que lo hace en nombre de los trabajadores.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)