Bueno, ya está.
La Nación tampoco va a publicar mi artículo de diciembre. Vaya uno a saber por
qué… Así que lo subo aquí.
A quienes piensen
que es un aprovechamiento banal de lo que está pasando les digo que envié la
versión original el 28 de noviembre (guardo copia del email) y les recomiendo que
googleen mi nota de enero de 2013, EL APOCALISIS FRÍO
... que concluye así: "De
manera que sigamos rezando para que al gobierno del ‘vivir con lo nuestro’ le
siga yendo bien con la soja, y esperemos que la economía de Brasil mejore, para
que los que viven dependiendo de las limosnas estatales no pasen de la miseria
al hambre y vuelvan los saqueos en un país que produce alimentos para siete
veces su población".
Que nos sea leve….
LOS CINCO JINETES DEL APOCALIPSIS
Y entonces el
Revisionista abrió los sellos, y se oyó a cuatro seres vivientes decir con voz
de trueno: Ven y mira. Y miramos y vimos un caballo
blanco; y el que lo montó tenía un FAL en la mano
y un trozo de bronce y de mármol en los brazos; y le fue dada una corona, y salió
decidido a la victoria, y el Estatismo se adueñó así de la Argentina. Y todo lo
invadió y nada dejó sin su control ni sin su caos. En nombre de todos y al
grito de “Yo soy todos” se quedó con lo de todos; y asesinó al hijo, y secuestró
a los hijos del hijo. Y cuando le acusaron, cuando le desenmascararon y
mostraron que todo ese horror lo había consumado con crueldad y sin pena, en
infames antros donde cantaba un himno y hacía flamear una bandera, contestó: No
voy a hacerme cargo hoy, como doctor Jekill, de lo que hice ayer como míster Hyde.
Y entonces los que por él habían sido torturados y humillados, y desaparecidos
sus hermanos, lo adoraron como a Dios en la Tierra. En eso estaban, cuando unos
monjes tristes que por allí pasaban se apropiaron de él, y de su FAL y su
caballo blanco, su mármol y su bronce, y todo lo que obtuvieron de sus tráficos
y ceremonias lo pusieron en bolsas llenas de papeles de colores, que pesaron; y
el Pueblo los adoró y les dio las gracias. Y entraron al templo tres veces,
dejando debida limosna a los mendigos y a los sacerdotes, y dijeron pestes y
plagas de los que habían destruido al Palacio en nombre del Mercado e hicieron
lo contrario, destruyendo al Mercado en nombre del Palacio. Y entonces nada, o
casi nada, quedó en pie. Y lo poco que quedó lo tomaron en nombre de lo que
debían dar, pero no dieron. Y bajaron el retrato de sus antiguos aliados, y a
todos convencieron de que habían sido enemigos. Y lo que sobró se lo dieron a sus
amigos, y dijeron al resto: gocen de lo que tienen mientras puedan, ya que no
les pertenece, y algún día será de todos, es decir: de nosotros, los que habitamos
detrás de estas máscaras. Y abolieron la Ley, porque la encarnación del Bien
sobre la Tierra no debe estar sometida a ella, dijeron, ya que el Estado no es cualquier
hijo de vecino.
Cuando se abrió
el segundo sello se oyó al segundo ser viviente, que decía: Ven y mira. Y salió otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado el poder de quitar la paz de
la tierra y que se matasen los unos a los otros; y se le dio una gran bandera y
una espada, y el Nacionalismo se apropió de la Argentina. Y en los ochenta años
que gobernaron sus dos hijos a todos convenció de que era la voz y la sangre de
todos, y a todos calló e hizo correr su sangre. Un día, proclamando que los colorados
eran infames, y que los azules los proscribían y mataban en el alto interés de
la Patria. El siguiente, jurando que los azules eran agentes del extranjero, y
que cada vez que uno de ellos caía la estatua de la Patria sonreía. Y otro día,
y otro día, y otro día, sopesando martirios y comparando el volumen de los ríos
de sangre. Dividiéndolo todo en nombre de la sagrada unión de todos. Señalando
a los réprobos y a los elegidos. Haciendo de los réprobos de ayer los elegidos
de hoy, y de los elegidos de hoy los dueños y señores de la vida. Discutiendo eternamente
si había sido Caín o había sido Abel el que había comenzado, y con cuáles armas
habían combatido, y sobre si su amo era Dios o el Anticristo. Y entonces la
Guerra llegó, y los más pobres y oprimidos fueron llamados a ofrendarse en los
altares del Dios de las escarapelas, mientras los que dormían tibios en sus
casas salían a las plazas a aclamar a generales majestuosos. Y allí partieron sus
nuevos sacerdotes, sus abnegados militantes y sus sufridos militares, rojos y
azules, azules y rojos, abelistas y cainistas, en sus caballos bermejos y sus
caballos azulejos. Y fueron juntos y comulgados, algunos, y unidos y organizados,
los otros, a las irredentas islas prometidas, a bendecir a los que debían encontrar
la muerte en ellas.
Cuando se abrió
el tercer sello se oyó al tercer ser viviente, que decía: Ven y mira. Y los que
miramos vimos un caballo negro, y el que lo montaba tenía en la mano un
martillo. Y se oyó su voz en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: ¡Dos
toneladas de trigo por una tuerca! ¡Seis toneladas de cebada por un bulón! Y el
Industrialismo se apoderó así de la Argentina. Y a todos convenció de que no
habría patria fuera de su reino. Y de todos tomó, pero no devolvió nada. Y dejó
los ríos oliendo a podredumbre, y yertos los campos, y deshabitadas las aldeas.
Y amontonó a sus servidores en un rincón de la Tierra para que sus hijos vivieran
en promiscuidad. Y usurpó y encalleció y libró de todo goce a sus cuerpos. Y a todos
convenció de que no existían otros bienes más que sus becerros de oro, y de que
debían ser adorados y reemplazados por otros cada vez más rápidamente. Y en un
país donde todo estaba por hacerse juró que el trabajo escaseaba, y le creyeron;
y afirmó que era el único capaz de ofrecerlo, y le amaron; y exigió que todo le
fuera dado, y se lo dieron. Y a todos puso así a producir lo que nada valía. Y
a la educación la llamó “servicio” y la destruyó, ya que quienes de ella
gozaban se le oponían. Y lo aplaudían y vivaban, especialmente, los que nunca
habían doblado el lomo bajo su yugo; los que enviaban a sus hijos a instruirse
para que no tuvieran que hacerlo; los que vivían del sudor ajeno y el sudor
ajeno veneraban. Y cuando se les preguntaba a todos por qué, a coro respondían:
el trabajo nos hará libres. Y así lo escribieron en las puertas del Infierno.
Cuando se abrió
el cuarto sello, se oyó la voz del cuarto ser viviente, que decía: Ven y mira.
Y se vio un caballo amarillo, y el jinete que lo montaba tenía por nombre Populismo,
y le fue dada potestad para saquear en nombre de la prosperidad, para oprimir
en nombre de la liberación y para matar
en nombre de la vida. Y todos lo aclamaron como nunca habían aclamado a nadie,
y entonces el Cuarto Jinete se alzó sobre la multitud y les dijo: Dadme
vuestros bienes, que los repartiré con más justicia. Y se quedó con los bienes
de todos, y la Justicia destruyó en nombre de la Distribución, y en lugar de la
Distribución organizó una fiesta. Y a su fiesta llamó a los otros jinetes: el
Estatismo, el Nacionalismo y el Industrialismo, que concurrieron cabalgando sus
tres caballos -blanco, bermejo, amarillo- a la fiesta del jinete Populista, para
juntos marchar y dominar la Tierra. Y en homenaje se les dieron unas esculturas:
un enorme y complicado artefacto que se movía sin generar efectos externos, al
Jinete Estatista; el ataúd de un soldado desconocido, al Jinete Nacionalista, y
la estatua de un obrero en actitud de martillarse los dedos, al Jinete
Industrialista; y ellos las encontraron muy bonitas. Y todos fueron convocados a
compartir el vino; y cuando todos hubieron bebido el Jinete Populista proclamó
que San Jorge era el Dragón, y el Dragón, San Jorge. Y multiplicó los panes y
los peces, e hizo ofrenda a los antiguos dioses y habló de los viejos buenos
tiempos, que ninguno había visto pero todos reverenciaban. Y cuando la comida y
el vino se acabaron, cuando no hubo para repartir más que mendrugos y palos,
los Cuatro Jinetes dijeron que la culpa era del Demonio y señalaron a sus enviados
terrenales: unos locos encerrados en un manicomio que todo lo habían predicho,
y que fueron quemados allí mismo ante tan evidente signo de bujería.
Y los muchos aplaudieron,
y los más callaron, ya que todos tenían miedo de la hoguera y preferían creer,
o simular creer, en los Cuatro Jinetes: el Estatismo, el Nacionalismo, el
Industrialismo y el Populismo, y en las virtudes de sus caballos: blanco,
bermejo, negro y amarillo. Y muchos quisieron montarlos, y prometieron al
Pueblo que lo harían mejor que sus predecesores. Y en eso estaban, disputándose
las riendas y los estribos, cuando se abrió el quinto sello y el
sol se puso negro, la luna se volvió como de sangre, el cielo se desvaneció
como un pergamino que se enrolla, y el Quinto Jinete hizo su aparición, montado
en un caballo de neón cuyos colores cambiaban como los de un caleidoscopio.
Y su
nombre era Droga.