DATOS PERSONALES

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* Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires

jueves, 1 de mayo de 2014

DÍA DEL TRABAJADOR


de "Sin nostalgia por el trabajo industrial" 
(adaptación de un capítulo de "Qué significa ser progresista en la Argentina del siglo XXI", una respuesta a "La corrosión del carácter" de Richard Sennett). 

.... en todo contexto tecnologizado y globalizado el trabajo manual es evitado como la peste. En la Europa de los índices de desocupación de dos dígitos, lo desempeñan generalmente los extracomunitarios. En los Estados Unidos, los emigrantes de todas partes. Por mi parte, de mi brevísima experiencia en los frigoríficos de cerdos de Avellaneda recuerdo algunas cosas: la angustiosa sinrazón de esa cadena fordista al revés a la que los animales llegaban enteros y salían despedazados; los ojos vacíos de sus cabezas amontonadas en carros; el olor del orín de los riñones que debía despellejar cuando había que reemplazar a un obrero ausente; el frío en los tajitos causados por mi impericia con el cuchillo, siempre llenos de orín y de sangre de cerdo. Finalmente, las miradas de rencor de los trabajadores hacia mí, el hijo del patrón, que habitualmente llevaba la contabilidad y que con mucho menos esfuerzo que ellos estaba destinado a una vida más cómoda e interesante. Una vida “postindustrial”, más cercana a la de un académico que a la de los obreros de una fábrica del conurbano argentino. Y me acuerdo también un relato de Alvin Toffler basado en una historia real de sus tiempos de obrero metalúrgico. Toffler cuenta que una mujer que trabajaba en una máquina cercana cayó al piso, la mano ensangrentada; y recuerda que cuando él se acercó a ayudarla vio que el aparato le había arrancado los dedos. Pero lo que Toffler no olvida no es la amputación en sí misma, sino el grito desgarrador de la obrera: “¡No podré trabajar! ¡No podré trabajar nunca más!”.

Digamos, entonces, lo banal y evidente: Arbeit Macht Frei (El trabajo nos hace libres) es una idea indigna. El trabajo, quiero decir: el trabajo repetitivo, básicamente manual, carente de interés y necesario sólo para sobrevivir, no nos hace libres sino esclavos. Son estas, exactamente, las condiciones del trabajo en el contexto industrial por el que algunos parecen sentir nostalgia. El verdadero problema no es pues el trabajo intelectual, inmaterial, en equipo, en red, con horarios flexibles, y sus consecuencias sobre la subjetividad, sino la escasez de ese trabajo; el hecho lamentable de que sólo una pequeña parte de la humanidad tenga -por ahora- semejantes privilegios. Puestos a elegir, casi todos los seres humanos preferirían ser trabajadores de cuello blanco y no obreros. Abjurar de esa elección en nombre de su imperfección es tirar al niño por la canaleta junto al agua sucia del baño.
Así como el fin de la Modernidad no es más que el fin de su etapa nacional, el “final del capitalismo organizado” no es más que el fin del capitalismo industrialmente organizado y la “ruptura del tiempo” no es más que la ruptura del tiempo industrial. Adiós Ford y adiós Taylor. Adiós “carácter” industrial y adiós “identidad nacional”. No les guardamos rencor. Pero tampoco los extrañaremos. Para decirlo todo, si hay alguna causa vergonzosa de la creciente derrota de la democracia a manos del capitalismo es que las corporaciones han aplicado con mucho más entusiasmo y eficacia los valores que un día levantó la izquierda: modernidad, progreso, antinacionalismo, antiautoritarismo, cosmopolitismo, mundo, futuro. ¡Proletarios del mundo, uníos! clamaba el Manifiesto Comunista; pero los que se unieron no fueron los obreros.

Donde el sistema económico capitalista respeta hoy una lógica universal (la ganancia), las fuerzas políticas subordinan la igualdad, la justicia y el bienestar al nacionalismo, el proteccionismo y la lucha por la hegemonía. En donde las corporaciones conforman núcleos dirigentes cosmopolitas y alianzas globales, los sistemas democráticos son étnicamente uniformes y sus alianzas políticas son al máximo inter-nacionales, es decir: ineficaces, provisorias y tambaleantes. Mientras Bill Gates piensa y actúa globalmente, los gobernantes del Tercer Mundo (digamos, Kirchner) piensan y actúan nacionalmente y los del Primer Mundo (digamos, Bush) piensan nacionalmente y actúan globalmente, lo que es aún más grave. Mientras el capitalismo se orienta al futuro global y postindustrial la “izquierda” se lamenta de la pérdida de un pasado nacional e industrial y planea empujar hacia atrás la pesada rueda de la historia, ese engranaje.
Mientras “allá” se insiste en la innovación y el cambio, “aquí” se tema con la identidad y la preservación. En tanto “ellos” se mueven cómodamente en un mundo acelerado, “nosotros” nos hemos vuelto lentos, conservadores y reaccionarios. En tanto de aquel lado se declara una batalla implacable contra las excusas nos hacemos expertos en la justificación de nuestros fracasos alegando maldad ajena. Mientras los managers globales deploran la rigidez y el dogmatismo los actores políticos nacionales los disfrazan bajo el nombre de lealtad a los valores de siempre. Si las empresas adoptan la forma de una red plana y horizontal de decisiones, las instituciones políticas siguen con la obsoleta, lenta y costosa pirámide vertical. Si la eliminación de burocracias es el ABC del marketing económico, su creación y la sustentación de sus clientelas se ha convertido en el principio rector de los sistemas políticos. Mientras la Economía ha aprovechado todas y cada una de las oportunidades ofrecidas por la Tecnología para modernizarse y globalizarse, la Democracia parece ser hoy ásperamente antitecnológica y antiglobalista.
¿Cómo asombrarse de las consistentes derrotas de la Política a manos de la Economía, de los gobiernos a manos de los mercados, de la Democracia a manos del capitalismo? ¿Cómo indignarse por la eficacia de la acción de los agentes económicos después de que se ha dejado en sus manos el monopolio de la modernización y la globalización en una época definida por el cambio global y acelerado?

En su maravilloso “Se questo é un uomo” Primo Levi recuerda una de las peores torturas en el Lager, mucho más humillantes según él que los castigos físicos provistos por los guardias nazis: el trabajo deliberadamente inútil y sin sentido. Transportar piedras bajo la nieve para después volverlas al lugar de antes.
Una civilidad verdaderamente humana solo será alcanzada cuando las máquinas hagan todo el trabajo carente de interés, inútil y sin sentido. El trabajo bestial y monótono. El maldito trabajo mecánico y repetitivo que acaso podrían ya desempeñar enteramente los robots si las fuerzas democráticas del mundo fueran consecuentes con sus principios progresistas. El trabajo bestializante que fue el pan de cada día los viejos buenos tiempos industriales. El trabajo heterónomo al que están aún sometidos casi todos los hombres y que no nos hace libres, sino esclavos. He escapado de él toda mi vida. No veo por qué considerarlo una bendición para otros.
Sobre la bandera de la República universal que logre la proeza de abolir el trabajo y de reemplazarlo por actividades inmateriales, autónomas, creativas y afectivas, distribuyendo equitativamente sus beneficios, inscribiremos el infame “Arbeit macht frei” pero al revés, como se veía desde adentro de Auschwitz. No en la perspectiva de los carcelarios, sino en la de los prisioneros. 

Fernando A. Iglesias