"Para todos los hombres del mundo" fue mi nota de ayer en Los Andes y La Voz del Interior.
La propuesta de la Presidenta de deportar extranjeros es tan anticonstitucional, fascista e inefectiva como el propio kirchnerismo.
Les paso el link de ambos, la nota completa y la tapa de La Primera, de los tiempos en que la xenofobia era solamente de derecha.
http://www.lavoz.com.ar/opinion/para-todos-los-hombres-del-mundo
http://www.losandes.com.ar/article/para-todos-los-hombres-del-mundo
PARA TODOS LOS HOMBRES DEL MUNDO
La propuesta enunciada por Cristina Fernández de Kirchner en su alegato a favor del nuevo código procesal penal, consistente en la "expulsión de extranjeros" sorprendidos in fraganti en la comisión de un delito, es anticonstitucional, fascista y absurdamente inefectiva. Tan anticonstitucional, fascista y absurdamente inefectiva como el propio kirchnerismo, vaya casualidad…
Expulsar extranjeros es anticonstitucional en la República Argentina porque la Constitución establece, en su artículo 20º, que “los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano”. Va de suyo que un tratamiento procesal diferencial determinado por la extranjeridad es contrario no sólo al espíritu, sino a la letra constitucional. En segundo lugar, es fascista porque focalizar la represión del delito en la expulsión de extranjeros mientras todo el sistema político, judicial y policial argentino hace agua, y cuando mafias y patotas bien argentas se han apoderado del país, comenzando por el Ejecutivo y el Congreso y pasando por las dependencias estatales, las compañías aéreas, los sindicatos, las comisarías, los clubes de fútbol y las asociaciones de clubes de fútbol, es exaltar esa xenofobia que es el peor producto, entre muchos, del nacionalismo, y la flor en el ojal de su expresión extrema: el fascismo.
No es casualidad. Que la propuesta del kirchnoperonismo coincida extrañamente con el tipo de políticas aplicadas en el país mediante la Ley de Residencia de 1902 y recomendadas hoy por el Front National de Marina Le Pen demuestra dos cosas: que el nacionalismo no es de izquierda sino expresión de la peor derecha fascistoide, aquí y en todos lados; y que de la Argentina del Centenario que tanto dice despreciar, el kirchnerismo sólo es capaz de reproducir sus peores aspectos. Inevitables, acaso, a comienzos del siglo XX. Execrables, un siglo después.
En tercer lugar, la propuesta de nuestra famosa campeona de los derechos humanos y reconocida arquitecta egipcia es absurdamente inefectiva porque en el marco existente, constituido por once años de kirchnerismo en el poder, la política de expulsar extranjeros no es otra cosa que elevar el sistema de puerta giratoria a la categoría internacional. ¿Cuánto tardarían los delincuentes en reingresar al país a través de nuestras fronteras, desprovistas de cualquier control migratorio y policial efectivo? ¿No sería esta innovación una enorme ventaja para quienes vienen al país a delinquir? ¿No les otorgaría una impunidad aún mayor que la existente? Si esta reforma se sancionase y el Gobierno fuera coherente, el Ministerio de Turismo debería organizar una campaña “Visit Argentina” para cacos y narcotraficantes. Como ventaja adicional, podría ofrecer pasajes con descuento en Aerolíneas Camporistas. “Si la pegás, pasás al frente. Si te va mal, te traemos de vuelta a tu país y volvés a empezar” podría ser el slogan de la campaña de publicidad.
Que doce años de depredación y delirio camuflados detrás de las banderas del garantismo y los derechos humanos iban fatalmente a terminar en algún tipo de contrarreforma fascistoide lo dábamos por descontado. Lo que no esperábamos es que la nueva ola fuera cabalgada, otra vez, por el Gobierno del “Ningún pibe nace chorro” y el “Todo delincuente es una víctima de la sociedad”. ¡Un nuevo punto para el psicópata, siempre capaz de sorprendernos, pobres y neuróticos mortales, con su alucinante mistura de fanatismo e inmoralidad!
Pero hay más. No se trata solamente de la habitual dosis de plasticidad ideológica y oportunismo político que sólo hace posible la carencia de toda estructura ética. Es algo más. Se trata de la instalación deliberada y planificada de falsas antinomias. Ahora es argentinos versus extranjeros; ayer fue campo versus industria; clases altas versus trabajadores; rubios versus morochos; Argentina versus el mundo; capital versus interior. Es una estrategia a la que el peronismo nos ha acostumbrado desde sus orígenes: separar, mostrar como antagónico y provocar el enfrentamiento de lo que debería estar unido si de verdad quisiéramos construir un gran país. Porque un gran país se hace con el campo y con la industria; con las clases altas y los trabajadores; con los inmigrantes y los cabecitas; con los rubios y los morochos; con la capital y con el interior. Un gran país no se hace aislándose ni peleándose con todos sino insertándonos en el mundo como mejor estrategia para defender el interés nacional. Pero un gran país no se hace con corruptos, autoritarios y delincuentes enquistados en el poder, y esto es –precisamente- lo que las falsas antinomias populistas intentan ocultar: las profundas y bien reales antinomias nacionales, la verdadera grieta que determina la realidad argentina: corruptos versus honestos, autoritarios versus republicanos, delincuentes versus gente que vive de su trabajo y quiere hacerlo en un país normal. Son estas las verdaderas divisorias de aguas que separan a los argentinos, y que el kirchnoperonismo ha intentado borrar con falsas antinomias y sosteniendo que es necesario robar para hacer política, destruir las instituciones para defender a los pobres y enriquecerse ilícitamente para enfrentar a las corporaciones. Un gran país no se hace así, ni enfrentando a los argentinos con los inmigrantes extranjeros. Un gran país se hace con los argentinos honrados y con los extranjeros honrados en el trabajo y en el poder, y con los delincuentes de cualquier nacionalidad, cargo y pertenencia partidaria en la cárcel. Así lo demostró aquella Argentina nacida de la Constitución que la creaba “para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Quisiera detenerme en esta frase genial del Preámbulo de la Constitución Argentina antes de terminar.
Las constituciones de todos los países suelen hacerse en nombre de los habitantes de esos países y de su historia en común. El pasado y la nación son, pues, sus categorías fundacionales. La de la República Argentina, no. La Constitución Nacional de la República Argentina es, hasta donde sé, la única en el planeta que se abre al mundo y al futuro, que no se limita al presente sino que piensa en términos de “nuestra posteridad” y no se cierra en el territorio nacional sino que habla “para todos los hombres del mundo”. Es global y futurista. Mundo y futuro son sus categorías fundantes. Y fue parte -acaso: produjo- un proceso de innovación revolucionaria basado en la inmigración que llevó al país de ser un pobre suburbio virreinal del Perú y el Paraguay a estar entre los diez primeros del mundo. No sólo en términos de riqueza sino en las condiciones de vida efectivas de sus trabajadores y clases populares, muy superiores a las de Latinoamérica y la mayor parte de los países de Europa, como la masividad de la propia inmigración europea demostró.
Y bien, todo empezó a tambalear y terminó desmoronándose cuando un grupo de historiadores luego agrupados bajo el apelativo de “revisionistas históricos” desplazaron al mundo y al futuro del ADN de la sociedad nacional para instalar a la nación y al pasado como sus grandes líneas directivas. Ya nada sería igual. Los revisionistas históricos elitistas encontrarían en el Partido Militar de Uriburu la encarnación de sus teorías. Los revisionistas históricos populistas, en el General Perón y el Partido Populista que fundó.
Como documenta la fotografía, juntos llegaron a la Casa de Gobierno el 6 de septiembre de 1930 para dar el primer golpe cívico militar y entrar definitivamente en nuestra Historia. Y no se fueron más. Sus líderes, hijos y entenados gobernaron casi todo el tiempo transcurrido desde entonces, y lo siguen haciendo aún, tratando de convencernos que todo lo malo que pasó en el último cuarto de siglo se debió a los dos años (1999-2001) en que no estuvieron en el poder, y de que expulsando a quienes dejaron entrar sin ningún control se solucionarían los enormes problemas de seguridad causados por la proliferación de mafias transnacionalizadas. Que el candidato del Frente Renovador y de la liga de intendentes del conurbano haya salido inmediatamente a apoyar este delirio del Frente para la Victoria es un hecho, no una opinión. Y demuestra otra vez dónde está la línea divisoria.
No se trata de argentinos versus inmigrantes sino de delincuentes versus gente honesta. Se trata de elegir entre una república orientada al mundo y al futuro y una nación populista, ombliguista y empantanada en su pasado de fracaso y frustración. Se acerca el momento, probablemente, de la última oportunidad.