DATOS PERSONALES

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* Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires

lunes, 28 de agosto de 2006




Después de bastante trabajo....

YA ESTÁ EN LAS LIBRERÍAS MI NUEVO LIBRO

"GLOBALIZAR LA DEMOCRACIA
Por un Parlamento Mundial"


No tengo aún la fecha de presentación, pero sí sé que se hará en Buenos Aires, Rosario y Córdoba durante el mes de septiembre. Por ahora, la gente de ENFOQUES, suplemento dominical de La Nación dirigido por Carolina Arenes, ha publicado un anticipo con algunos textos seleccionados por ellos. Lo pueden encontrar en http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/enfoques/Nota.asp?nota_id=834816 o leer el texto aquí abajo.
Espero que les interese.
fernando


Hacia un nuevo paradigma mundial

En Globalizar la democracia (Ediciones Manantial) el periodista Fernando A. Iglesias sostiene que la unificación política del mundo hace necesaria la creación de una institución parlamentaria internacional

[...] Ante el avance indetenible de la globalización tecnoeconómica, la unificación política del mundo comienza, nolens volens, a ocupar un lugar en la agenda. La administración Bush, que parece salida de los sueños de Carl Schmith y Leo Strauss y es la expresión embrionaria más temible de algún tipo de unificación mundial por mano militar, se aproxima al ocaso. Su previsible fracaso en Iraq y su incapacidad general, bien evidenciada en el terreno económico y en Nueva Orleans, hacen probable que desaparezca para siempre de escena, llevándose consigo buena parte de un modo nacionalista y militarista de intervenciones políticas globales.

[...] Sin embargo, el tiempo que necesitará la sociedad mundial para superar su actual negativismo y elaborar una estrategia democrática y racional que le permita abordar con posibilidades de éxito sus actuales crisis y conflictos resulta una cuestión bien diferente.

[...] Digámoslo así: ya que las decisiones principales de las que depende el destino de la humanidad se toman hoy en ámbitos en los cuales no existe la Democracia, ser democrático significa hoy trabajar políticamente para hacer llegar la Democracia a los ámbitos en los que se toman esas decisiones principales.

[...] El paradigma particularista de la independencia nacional debe ser reemplazado por el universalista de la globalización de la Democracia, el de la autodeterminación de los pueblos por el de la autodeterminación de los individuos, y el de la soberanía nacional por el de la soberanía de los ciudadanos. La anarquía internacional, la tiranía de las grandes potencias y las diplomacias nacionales deben dar paso a la institucionalización de un estado de derecho global. El escenario nacional-internacional que acumula cinco décadas de fracasos debe dar lugar a un orden global democrático. Los programas tercermundistas de un populismo que tiende a confundir la defensa de los pobres con la defensa de la pobreza, y que consisten en la africanización y cubanización del Tercer Mundo, deben ser evitados a toda costa. La idea de un Occidente que se salva solo, o que salva a todo el mundo gracias a sus ejércitos, conduce a la catástrofe. [...]

Nadie puede saber a priori si un orden democrático global será alguna vez establecido. [...] Menos predecible aún es la vía por la que una Democracia Global puede establecerse. Sin embargo, en el estado presente de la situación parece racional afirmar que la constitución de un Parlamento Mundial, aún embrionario, podría significar un salto cualitativo hacia este paradigma. Es probable que su mera existencia opere como catalizador de las muchas y muy variadas formas que está adoptando la tendencia hacia la unidad política democrática del planeta, entre ellas: la extensión de la Unión Europea, la aparición de embriones de organización unitaria continental en Nortemérica, Sudamérica, Asia y África, los reclamos de reforma democrática de la ONU, el crecimiento exponencial de las ONG globales, el surgimiento del movimiento social mundial y del Forum Social Mundial y el establecimiento de la Corte Penal Internacional, por mencionar sólo las más importantes y recientes.

La creación de una Asamblea Parlamentaria de la ONU (UNPA) combina da con la extensión de la Unión Europea a través de acuerdos con otros continentes democráticamente institucionalizados, que desemboque luego en una Asamblea Mundial Constituyente y en un Parlamento Mundial munido de plenas funciones legislativas me parece la vía más factible, aunque ésta es sólo una opinión entre muchas igualmente válidas.

La idea de un Parlamento Mundial es, en mi opinión, el núcleo de todo el problema. Constituye el centro básico de la apertura de lo que Troy Davis ha caracterizado como "imprescindible debate global sobre la creación de instituciones democráticas mundiales". En lo inmediato, su potencial propagandístico es enorme. Lucio Levi lo ha escrito con belleza y concisión: "¡Por un Parlamento Mundial! es la simple y poderosa consigna que denota la más profunda contradicción de nuestros tiempos: el desequilibrio entre la Globalización y la ausencia de toda institución democrática internacional y global".

Por primera vez en la Historia, los temas de la unidad política mundial, el federalismo mundial, la ciudadanía mundial, la Corte de Justicia Mundial y el Parlamento Mundial se hacen presentes en un mundo verdaderamente mundial, esto es, en un escenario económica y tecnológicamente maduro para su realización. También es evidente que las iniciativas y las actividades relacionadas con su desarrollo no han alcanzado, ni de cerca, la masa crítica que permita la creación inmediata de instituciones democráticas mundiales. Sin embargo, la enorme expansión ocurrida en los últimos años parece indicar que ese momento se acerca.

miércoles, 16 de agosto de 2006


La gente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL), que me habían entrevistado para su programa de radio "APERTURA LATINOAMERICANA", ha transcripto el reportaje en su página de Internet: http://www.cadal.org/entrevistas/nota.asp?id_nota=1324
El tema era "¿Qué significa ser hoy de izquierda en América Latina?", por lo que tuve que opinar bastante sobre personas tan gratas como Castro y Chávez, imagínense.
¡Ah! También pueden encontrar la entrevista en el muy buen blog de Alejandro Rozithchner, http://www.100volando.net
hasta pronto
fernando

jueves, 8 de junio de 2006

DEMOCRACIA GLOBAL
MOVIMIENTO POR LA UNIÓN SUDAMERICANA Y EL PARLAMENTO MUNDIAL

Después de algunos meses de trabajo y discusiones, algunos compañeros y amigos preocupados por el déficit democrático del orden global e interesados en la construcción de instituciones, democracia y ciudadanía por encima del nivel nacional hemos fundado un grupo destinado a trabajar con estos objetivos. Nuestra idea es crear una organización no gubernamental e independiente lo más amplia y pluralista que sea posible, que organice el apoyo de los ciudadanos y las organizaciones de la sociedad civil, argentinos o no, dispuestos a trabajar con estos objetivos.
Ayer se firmó la Declaración de Principios, que puede leerse debajo, entre cuyos firmantes más conocidos se encuentran Juan José Sebreli, Isay Klasse y Rubén Zorrilla. Todos los interesados en apoyar la iniciativa y participar de su construcción pueden hacer llegar su adhesión a democraciaglobal@ciudad.com.ar o participar de alguna de las dos reuniones informativas que se desarrollarán el martes 20 y el miércoles 21 de junio en lugares y horarios a confirmar en el sitio del grupo:
http://democraciaglobal.blogspot.com
fernando

DEMOCRACIA GLOBAL
MOVIMIENTO POR LA UNIÓN SUDAMERICANA Y EL PARLAMENTO MUNDIAL

DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS

1. Considerando que la humanidad enfrenta desafíos de alcance mundial que afectan las condiciones de vida de todos y cada uno de los habitantes del planeta; y vista la existencia de una crisis que se expresa en múltiples dimensiones, ya sea como crisis ecológica, económica y demográfica, ya sea como pérdida de control de la tecnología y del monopolio de la violencia por parte de los estados nacionales

2. Considerando que la revolución científico-tecnológica y la globalización de los procesos económicos han implicado profundos cambios sociales; y visto que generan un manifiesto desequilibrio de poder entre las organizaciones económicas globales y las instituciones políticas nacionales

3. Considerando la progresiva dificultad de los estados nacionales para desempeñar las funciones para los que fueron creados y promover un mundo regido por la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, y vistas las consecuencias de la erosión de sus capacidades en términos de pérdida de legitimidad de la democracia representativa

4. Considerando que las acciones de las instituciones internacionales desconocen los principios democráticos que proclaman respetar; y vista su ineficacia para preservar la paz mundial, combatir el terrorismo global, evitar los abusos de poder de los estados más poderosos, liderar un proceso mundial de desarme, asegurar la vigencia planetaria de los derechos humanos, castigar imparcialmente los crímenes contra la humanidad, hacer respetar el estado de derecho y la ley internacional, desterrar la pobreza e impulsar la educación, la cultura y la ciencia mundiales en el contexto de la sociedad de la información y el conocimiento

5. Considerando que en un mundo global no habrá espacio para las democracias nacionales sin construir democracia por encima de las naciones-estado en cada uno de los niveles en que es urgente adoptar decisiones políticas a la altura de los desafíos de la globalización; y visto que el encogimiento del espacio, el auge de la conectividad y el aumento de la interdependencia de todos con todos están configurando a la humanidad como unidad social fundamental y verdadera comunidad de destino...

los miembros de Democracia Global (Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial) sostenemos que no habrá solución a los problemas y crisis globales sino a través de la construcción de una red de decisiones políticas globales basada en:

- el principio democrático, que proclama que todos los seres humanos tienen derecho a participar de las decisiones que afectan su propia vida

- el principio igualitario, que considera que esta participación debe basarse en el valor “un hombre = un voto” sin distinción alguna de “raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”, según lo establecido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (ONU, 1948)

- el principio institucional, que advierte que no hay democracia sin instituciones democráticas ni verdaderos derechos humanos sin instituciones universales responsables de su protección y promoción

- el principio representativo, que establece que todos los seres humanos tienen derecho a ser elegidos representantes y a elegir sus propios representantes

- el principio parlamentario, que sugiere que el Parlamento es el corazón del sistema democrático y un modelo irremplazable de comunicación intercultural capaz de convertir el pretendido choque de civilizaciones en un diálogo civilizado

- el principio federal, que asegura la división del poder en diferentes niveles (municipal, provincial, nacional, continental, internacional y mundial), cada uno dedicado a la deliberación y resolución de cuestiones relativas a la propia dimensión y escala

- el principio de subsidiariedad, por el cual toda cuestión debe ser considerada en el nivel de decisión más reducido y local que sea capaz de asegurar la representación de todos los afectados y de proveer racionalmente a su resolución

- el principio de responsabilidad, que determina que las instituciones y los representantes deben rendir cuentas ante los ciudadanos y que los ciudadanos tienen obligaciones, y no sólo derechos

- el principio civil liberal, que exige el pleno respeto de la libertad de expresión, las libertades individuales y los derechos humanos como base de la convivencia política y social

- el principio de la transparencia, que exige que las deliberaciones de las instituciones sean abiertas y sujetas al público conocimiento

- el principio de la paz, que señala que ésta es condición necesaria para la plena vigencia de los principios anteriormente enunciados

Por todo ello, nos pronunciamos a favor de:

* La creación de una Unión Sudamericana dotada de instituciones políticas y económicas continentales, desde el mercado común a la moneda única, desde una Constitución federal hasta un Parlamento y una Corte de Justicia, que concrete los sueños de unidad de los libertadores de sus naciones y las aspiraciones de sus habitantes a la paz, el desarrollo, la democracia y el progreso social

* La democratización de las instituciones internacionales, cuya estructura actual es producto del mundo de postguerra y cuyas limitaciones actuales favorecen a los estados más poderosos, las someten a su voluntad y las sumergen en la impotencia y el descrédito

* La creación de instituciones democráticas mundiales, comenzando por un Parlamento Mundial elegido directamente por los ciudadanos que sea capaz de legislar a favor de los intereses comunes de la humanidad, de proteger y generar bienes públicos mundiales, de promover la validez universal de los derechos humanos y de institucionalizar una ciudadanía mundial complementaria de las nacionales y basada en un profundo sentimiento de pertenencia a la comunidad humana universal

* La complementariedad y mutua dependencia de estos tres objetivos, y su carácter de aspectos interdependientes de la construcción de democracia y ciudadanía en todos los niveles, del municipal al mundial

El concepto de Democracia Global no debe ser entendido como desaparición de los estados nacionales en beneficio de la concentración de poder en instituciones mundiales burocráticas y centralizadas, sino como creación de una red subsidiaria de instituciones federales capaces de aplicar a escala supranacional los mismos principios que son hoy reconocidos como legítimos y efectivos en el nivel nacional.
La unidad política y la igualdad de derechos no deben ser confundidas con la uniformidad lingüística, religiosa o cultural. La protección de todas las diversidades compatibles con el respeto de las minorías y de los derechos humanos, y la promoción del derecho individual y universal a ser diferente forman parte de los objetivos principales de un orden democrático global.

Así como las amenazas a la vida y la civilización son enormes y crecientes, también lo son las posibilidades y promesas creadas por la revolución tecnológico-económica. Su desarrollo es ya suficiente para que todos y cada uno de los seres humanos tenga una vida digna y a salvo de la miseria, el miedo y la opresión. Si esto no es así, la mayor responsabilidad recae en el deficiente sistema político-institucional, que pretende regular el mundo de los medios de comunicación digitales, de los mercados financieros globales, de la sociedad de la información, de las redes mundiales y de la revolución biogenética con métodos, instituciones y prácticas similares a las que eran efectivas en los tiempos del telégrafo y el tren a vapor.
Globalizar la Democracia es democratizar la Globalización. Ante la aparición de instituciones dotadas de poderes de alcance mundial como la Organización Mundial del Comercio, el Consejo de Seguridad de la ONU, la OTAN, el Fondo Monetario Internacional y el G8, la verdadera cuestión no reside ya en si un orden político global puede o debe ser creado, sino en si su carácter ha de ser elitista, opaco y centralizado como en el presente, o democrático, transparente y federal.

Para evitar todo riesgo de concentración y abuso de poder, las instituciones que regulen un orden democrático global deben ser constituidas por medios pacíficos y a través de un debate abierto del que participen todos los ciudadanos del mundo y todas las organizaciones democráticas de la sociedad civil mundial. Democracia Global (Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial) convoca a todos ellos a unir sus esfuerzos a los nuestros a favor de su impulso y organización.
Democracia Global

martes, 6 de junio de 2006


-MÁS VALE CIEN VOLANDO-
Mi delirante y filosófico amigo Alejandro Rozitchner cometió la imprudencia de invitarme a su programa de TV "100 volando", y yo, por mi parte, cometí la imprudencia de ir. Quien tenga interés en verlo, puede visitar el interesante blog de Alejandro: http://www.100volando.net/ y buscar el programa Nº 27.
Considerando que lo hicimos nosotros dos, no estuvo tan mal.
fernando

martes, 16 de mayo de 2006





Por qué la ONU debe cambiar



PREMIO PERFIL "INTERNACIONALES"


La
Editorial Perfil me hace entrega hoy del "Premio Perfil" rubro "Internacionales" por una nota aparecida en la revista Noticias en septiembre de 2005 acerca de la 60ª Asamblea General de la ONU. El artículo tenía el título "La Asamblea General de las Naciones Desunidas" pero gracias a la intervención de los editores apareció bajo uno más optimista y orientado al futuro: “Por qué la ONU debe cambiar”. Además de la inevitable vanidad que este tipo de asuntos provoca en todo mortal, el premio me pone muy contento por dos cosas:

1- La Editorial Perfil ha sido, junto a mí mismo y a otros 157 argentinos que me he tomado el trabajo de contar personalmente, crítica tanto del neoliberismo de los noventa como del neopopulismo de la presente década, en lugar de adherir al omnipresente y todopoderoso PON (Partido Oficialista Nacional). El premio me honra pues especialmente por venir de un medio cuya independencia considero fuera de cuestión, por no mencionar que el otro nominado era mi amigo
Claudio Fantini, uno de los más lúcidos analistas internacionales del país.
2- Los temas de la nota (la crítica del actual orden internacional centrado en naciones-estado, la reforma democrática de la ONU, la creación paulatina de un Parlamento Mundial y la institucionalización de un orden planetario basado en Derechos Humanos universales y no en privilegios nacionales) son los mismos que apenas cinco años atrás, cuando publiqué “República de la Tierra” (ver la primera entrada del blog) causaron comentarios despectivos acerca de mi utopismo y falta de contacto con la realidad. Para sólo cinco años, no está mal.
Copio aquí debajo el artículo, por si les interesa. El emblema de la ONU que lo acompaña, entremezclado con el número 60 de la 60ª Asamblea General, habla también con claridad: una visión del mundo desde su Polo Norte.
fernando




LA 60ª ASAMBLEA GENERAL DE LAS NACIONES DESUNIDAS




POR QUÉ LA ONU DEBE CAMBIAR

A sesenta años de su fundación y cinco del lanzamiento de los Objetivos del Milenio, las semanas previas a la Asamblea General de la ONU han concentrado las principales tensiones políticas de este mundo en trance de globalización. Las esperanzas de las numerosas Organizaciones No Gubernamentales mundiales que en estos últimos años han liderado una impresionante campaña “por la profunda democratización de la ONU” y conseguido el apoyo del Parlamento Europeo y de varios gobiernos, se han estrellado contra la firme oposición de la administración Bush.
John Bolton, el recientemente designado embajador de los EE.UU. en la ONU, ha presentado 450 enmiendas a un proyecto de declaración que había costado un año de discusiones y esfuerzos. Las tachaduras de Bolton se proponen dejar afuera de la declaración todos los puntos conflictivos de la agenda: 35 referencias a los Objetivos del Milenio (en especial: la reducción de la cantidad global de pobres del mundo a la mitad para 2010), la obligatoriedad de destinar 0,7% del PBI a la ayuda al mundo subdesarrollado, los acuerdos para un desarme nuclear global y paulatino, el aval a la Corte Penal Internacional y los protocolos de Kyoto, el abatimiento de las barreras unidireccionales contra la producción agrícola y, finalmente, las reformas estructurales de la misma ONU, en particular: la supresión del veto en el Consejo de Seguridad, la ampliación de sus miembros permanentes y la reforma de la sagrada trilogía que regula la economía global, compuesta por el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.
Si un speaker boxístico tuviese que describir la situación, diría algo así como: “En este rincón, el campeón de los estados nacionales, la principal potencia económica, militar y tecnológica del planeta, ¡los Estados Unidos de América! En este otro, el retador: ¡la coalición global de ONGs por un mundo más justo, pacífico y democrático, apoyada por algunos políticos progresistas!” A nadie en sus cabales escapa cuál es el previsible resultado de semejante contienda.
Por lo tanto, lo que cabe esperar de la 60ª Asamblea General de las Naciones Unidas es un resultado híbrido, con alguna declaración a favor de la paz, el progreso y esas nimiedades con las que tienen que lidiar las naciones, pero sin ningún tipo de compromiso efectivo por parte de nadie. Un documento, digámoslo, en la mejor tradición de las Naciones Desunidas, tan progresista en su forma y conservador en su contenido como la propia organización, que detrás de la fachada de sus agencias “progres” (el PNUD, la FAO, la Unesco) esconde el poder duro de los estados nacionales, empezando por su campeón mundial, los Estados Unidos.

Si la primera mitad de los ’90 expresaron con claridad la debilidad de los estados nacionales frente a los agentes económico-financieros globales, la segunda mitad dejó en evidencia la ineficacia y perversión que el sistema inter-nacional asumía en un contexto globalizado. Lejos de representar un paso adelante hacia una gestión más democrática de un mundo devenido mundial, las organizaciones inter-nacionales, como el Consejo de Seguridad, el FMI y la OMC, se han comportado como lo que son: la última expresión de un orden antidemocrático y desfalleciente, no centrado en la Democracia sino en las naciones-estado.
Lo que los simpáticos muchachos de las ONG no terminan de ver es que el elitismo de la ONU no es producto de la violación del carácter inter-nacional de la organización sino su directa consecuencia, dado que las Naciones Unidas no representan a los ciudadanos del mundo y sus necesidades sino a los gobiernos nacionales y sus intereses. Por más africano y brillante que sea su secretario general, la ONU opera como una matrioska rusa: su aparente carácter democrático y mundial esconde un orden inter-nacional, que es más bien inter-estatal, que se transforma enseguida en inter-gubernamental y deja afuera a los parlamentarios nacionales, a la oposición y a los mismos ciudadanos del mundo, ya suficientemente mal representados por todos ellos en la escala nacional. Y si consideramos que la Asamblea General tampoco plantea exigencia ninguna de que los gobiernos representados en su reunión anual sean democráticos: ¿cómo asombrarse de que el resultado sea una ONU eternamente atrapada en su antiguo dilema hamlettiano: hacer propios los intereses de las grandes potencias (como en la Primera Guerra del Golfo) o asistir como testigo impotente a sus abusos (como en la Segunda)?

En el escenario de competencia inter-nationes que la matrioska-ONU promueve, es inevitable que los estados más poderosos sean los que hegemonicen la situación, determinando un orden mundial cuyo déficit democrático afecta directamente las condiciones de vida de todos los seres humanos y torna imposible la existencia de democracias nacionales. En este universo, las bienintencionadas propuestas de las ONGs fracasan porque confían en lo mismo que su organización global y su praxis global niegan: la capacidad de las naciones para representar los intereses de los ciudadanos del mundo, extender igualitariamente los Derechos Humanos, promover un marco inter-nacional pacífico, enfrentar las emergentes crisis globales y resolver, en las cuestiones mundiales, de acuerdo al principio democrático, que no es “una nación - un voto” sino “un hombre - un voto”.
El esquema que proponen las ONGs, una ONU reformada pero aún centrada en la representatividad intergubernamental y asesorada por ellas, es una variante aggiornada del Despotismo Ilustrado. En lugar del “gobierno para el pueblo sin la participación del pueblo” de sus antecesores, este Despotismo Ilustrado Global propone el “gobierno para los ciudadanos del mundo sin representación política de los ciudadanos del mundo”. En todo caso, no está de más conformarse pensando que estos insuficientes proyectos están largamente por delante de la espantosa inactividad de los partidos políticos nacionales y de sus líderes, que sólo aparecen por la ONU en ocasión de la Asamblea para dar sus discursos ante los mass-media globales y sólo se acuerdan de las influencias nefastas del actual orden mundial cuando se trata de justificar la ineficacia de sus gobiernos. Es ésta una actitud indigna de las tradiciones de la Izquierda, cuyo principal aporte a la Historia ha sido su contribución a la creación de un marco democrático en la escala nacional y cuyo objetivo debiera ser, en un mundo ya no nacional e industrial sino post-industrial y global, la construcción de marcos democráticos supranacionales en las escalas continental, internacional y mundial en las que ocurren los principales procesos de una Modernidad globalizada.
La preocupación de la administración Bush por recortar cada uno de estos intentos denuncia que los “estúpidos” neocons americanos tienen una conciencia mucho más clara de su flanco débil que sus adversarios. Así como toda tentativa de disputa de la hegemonía estadounidense en el terreno militar (como los ataques del terrorismo global, el armamentismo nacionalista del Tercer Mundo y el proyecto de crear unas fuerzas armadas europeas) termina reforzándola, la progresiva aplicación de la Democracia al campo global pone a los neoconservadores contra la pared: aún cuando exitosas, sus intervenciones para impedir la creación de un orden democrático mundial no pueden dejar de descalificarlos ante las mayorías democráticas de los Estados Unidos y de poner mundialmente en ridículo el papel de gendarmes globales de la Democracia que se han autoadjudicado.

La oposición Derecha-Izquierda, casi desaparecida en los angostos márgenes que concede a los poderes nacionales un universo tecno-económico globalizado, resurge con vigor en la escala global, polarizando a los agentes políticos mundiales a favor o en contra de la instauración de una Democracia tan global como los procesos sobre los que es necesario que legisle y gobierne. Se hace hoy transparentemente claro que todo sistema inter-nacional es un sistema de voto calificado en lo que sólo los intereses de los habitantes del Primer Mundo pueden tener una representación efectiva.
Pero para las fuerzas democratizantes del mundo el problema no consiste en abatir al rey, los Estados Unidos, sino en abolir la monarquía, es decir: el elitista sistema basado en el poder de los soberanos del mundo, las naciones-estado. Su reemplazo por una red democrática de decisiones políticas, local, nacional, continental y mundial, en la que los estados nacionales sean sólo un elemento más, se torna rápidamente una cuestión de supervivencia para todos los seres humanos.
En cuanto a la ONU, se abren ante ella dos caminos: el de la insistencia en su carácter intergubernamental, que lleva a su sumisión a la voluntad de las grandes potencias o a su definitivo ocaso, y el de transformarse en el principal agente de la construcción de una Democracia Global, por ejemplo: comenzando por la convocatoria a una “Asamblea Parlamentaria Mundial” consultiva, integrada por parlamentarios nacionales de todos los países de acuerdo al número de sus habitantes, y terminando por su transformación en un verdadero “Parlamento Mundial” legislativo y bicameral, de acuerdo a los principios “una nación – un voto” y “un hombre – un voto” respectivamente, para sus cámaras de senadores y diputados.
Es de esperar que el previsible fracaso de la 60ª Asamblea General de las Naciones Desunidas contribuya, por lo menos, a comprender adónde nos lleva cada una de estas vías.

Fernando A. Iglesias
Septiembre de 2005

martes, 9 de mayo de 2006


¿QUÉ SIGNIFICA HOY SER DE IZQUIERDA?
REFLEXIONES SOBRE LA DEMOCRACIA EN LOS TIEMPOS DE LA GLOBALIZACIÓN

ÍNDICE

1) Pasado, presente y futuro de la izquierda (1997)
2) Aventuras de Pinocho en el país de World (1998)
3) Diez tesis contra la guerra perpetua (1999)
4) Qué significa hoy ser de izquierda (2000)
5) Twin Towers: El colapso de los estados nacionales (2001)
6) Por un Foro de la Democracia Mundial (2002)
7) El cerebro zombie del mundo global (2002)
8) Terrores globales en el planeta-Titanic (2002)
9) En defensa de la Modernidad, la Globalización y los Estados Unidos (2003)
10) Reflexiones sobre la cuestión americana
(carta abierta a la Sra. Sandra Russo) (2003)
11) Por el Mercosur a Europa (2003)
12) Pensar nacionalmente-actuar globalmente (2003)
(el drama de la aparición de la primera nación global de la historia)
13) Una Realpolitik democrática y global (2003)
(algunas propuestas sobre la reforma de las Naciones Unidas hacia un orden democrático mundial)
14) 11 de Marzo - El hilo rojo entre Madrid y Sarajevo (2004)
15) Notas argentinas
a) El colapso del estado nacional argentino (2001)
b) El país que volvió de la muerte (2004)

Coda: Dos digresiones culturales
a) El tango no es argentino (1998)
b) Buenos Aires – Viejos rastros de una globalización periférica (2000)


¿Qué significa hoy ser de izquierda?
(resumen del capítulo 4)


Dos textos
Para intentar dar una respuesta a la pregunta “¿Qué significa hoy ser de izquierda?” quisiera proponer al lector dos textos de contenido opuesto acerca de la globalización, e invitarlo a considerar dos preguntas referidas a los mismos:

1- ¿Con cuál de ellos coincide?
2- ¿Cuál de ellos cree que puede considerarse “de izquierda”?

Texto 1: “Una revolución continua de la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constante distinguen la era de la Globalización de todas las anteriores. La Globalización recorre el mundo entero, necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes. Mediante la explotación del mercado mundial, ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional.
Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son remplazadas por nuevas industrias cuya producción no se consume en el propio país sino en todas las partes del globo y cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones, y esto se refiere tanto a la producción material como intelectual: la estrechez y el exclusivismo nacionales resultan día a día más imposibles.
La Globalización ha desempeñado un papel altamente progresista: ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. En poco tiempo, ha creado fuerzas productivas más abundantes y grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas.
Merced al rápido perfeccionamiento de los medios de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la Globalización arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la libertad de comercio y el mercado mundial”.

Texto 2: “La destrucción de la esclavitud de los intereses tendrá una importancia inmensa para el futuro de nuestro pueblo. La marcada separación del capital de la Bolsa de Valores frente a la economía nacional ofrece la posibilidad de oponerse a la internacionalización de la economía sin amenazar los cimientos de una autonomía nacional independiente, para una lucha contra el capital.
Ojalá comprendamos por fin que todas esas doctrinas engañosas sobre el mercado internacional y la fabricación para el mundo son adecuadas para los norteamericanos, y forman parte de las armas con las que nos han combatido siempre, pero que no tienen aplicación alguna entre nosotros, latinoamericanos del Sur. Nuestra unidad, nuestra autonomía y nuestra independencia comercial constituyen el seguro medio para conseguir la salvación y la de todo el continente”.

La distinción entre derecha e izquierda, que era clara y precisa en el siglo XIX, se ha hecho mucho más polémica durante el siguiente. Hoy, cualquier persona medianamente informada podría atribuir el primer texto a algún autor neoliberal entusiasta de los procesos globales, y el segundo a un pronunciamiento de la “izquierda latinoamericana” sobre la cuestión de la integración del Mercosur al ALCA. En fin, para develar la modesta incógnita, el Texto 1 está extraído enteramente del Manifiesto Comunista, Marx-Engels, 1848, compactando tres partes relativamente poco separadas en el original, y reemplazando tres veces “burguesía” por “globalización” y una vez “revolucionario” por “progresista”; actualizaciones que, supongo, contarían hoy con la aprobación de Marx. El segundo texto resume dos citas: el primer párrafo proviene directamente del Mein Kampf (“Mi Lucha”) de Adolf Hitler, en el que he suprimido las referencias directas a Alemania; el segundo, de uno de los textos básicos del nacionalismo prusiano: los Discursos a la Nación Alemana de Johann G. Fichte, 1807, en el que solamente se ha cambiado “extranjeros” por “norteamericanos” y “alemanes” por “latinoamericanos del Sur”.
Para volver al tema del ALCA, me parece justo señalar que las sempiternas pretensiones nacionalista-aislacionistas de la “izquierda” latinoamericana serían vistas con simpatía por Adolf Hitler y que en cambio el autor favorito de esta “izquierda”, Karl Marx, las calificaría como el sentimiento reaccionario de unos bárbaros fanáticamente hostiles al extranjero.


Las claudicaciones de la izquierda (a la violencia, al nacionalismo, al clasismo, al personalismo, al autoritarismo, al colectivismo, al militarismo)
La denominación izquierda se remonta a los orígenes de la modernidad política, es decir: a esa Asamblea Francesa cuyas aspiraciones universalistas la llevaron a proclamar no ya los Derechos del Ciudadano Francés sino los Derechos del Hombre y el Ciudadano . Como es harto conocido, los diputados favorables a cambios rápidos y profundos de la realidad social e institucional se sentaban a la izquierda de la sala.
Tenemos ya aquí algunas definiciones. Sobre la base de la experiencia inicial de la Revolución Francesa podemos caracterizar a la izquierda como el grupo de los partidarios de una aceleración del cambio político y social en el sentido de la democratización igualitaria de los Derechos Humanos. Llevando a su máxima acepción estos términos pero sin ánimo de monopolizar las políticas democráticas, podemos definir así a la izquierda como el partido de la Modernidad, la Igualdad y los Derechos Humanos.

La posterior forma violenta de la acción política en la misma Revolución Francesa, verticalista y concentrada en pocas manos, desprovista de mecanismos representativos, entregada a jefes mesiánicos, clausuradora de la libre discusión política, antiliberal, antidemocrática, antiigualitaria y prototalitaria, no consistió en la agudización de los principios proclamados inicialmente por la izquierda (con la que el Terror compartía la idea moderna de la aceleración del cambio pero no la dirección de éste ni mucho menos sus métodos políticos, que abrevarían en el sanguinario repertorio del absolutismo monárquico), sino su primer claudicación histórica . Las consecuencias de este inicial abandono de los principios fundantes por parte de organizaciones e individuos que seguían reivindicándose ‘de izquierda’ fueron devastadoras para la misma Revolución, consecutivamente transformada luego en justificación del militarismo expansionista francés bajo la imperial dirección de Napoleón Iº.

El paso previo al Terror francés fue la “nacionalización de la Revolución” propuesta por el jacobinismo nacionalista y personalista, es decir: por Robespierre. Nacionalismo contrario al universalismo de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano y emblemáticamente reflejado, por ejemplo, en el discurso de Robespierre que prepara la expulsión del Club de los Jacobinos y el posterior guillotinamiento de Jean Baptiste Cloots, diputado de la Convención, “barón en Alemania, pero ciudadano en Francia, y orador del género humano”, como él mismo se declaraba.
Nacido en Clèves (Alemania) de familia belgo-holandesa y autor de un libro significativamente titulado “La República universal”, Cloots sería una de las primeras víctimas del nacionalismo “de izquierda”. “Acaso podemos considerar patriota a un barón alemán?” exclama Robespierre en la Convención frente al acusado. Y prosigue: “¡Ciudadanos! Pongámonos en guardia de los extranjeros que quieren parecer más patriotas que los franceses... ¿Cómo se podría interesar el señor Cloots por la unidad de la República, por los intereses de Francia? Desdeñando el título de ciudadano francés solo quería el de ciudadano del mundo... París es un hormiguero de intrigantes, de ingleses, de austríacos... Cloots es prusiano... Les he relatado la historia de su vida política. ¡Pronunciad la sentencia!”. Y la condena del cosmopolita ciudadano del mundo y partidario de una República Universal llamado Jean Baptiste Cloots fue la muerte en la guillotina. Sin embargo, no fue solamente él quien perdería la cabeza, sino también la tradición democrática y universalizante que originalmente definía la palabra “izquierda”, fatalmente guillotinada por el absolutismo personalista, nacionalista y autoritario.
Es de notarse que el Terror y el expansionismo territorial no se originaron en la aplicación de los principios y la extensión del impulso democratizante de 1789, sino más bien en el agotamiento de su capacidad propulsiva, en la transformación de consignas universalistas en justificaciones del nacionalismo, en una nueva elitización personalizada del poder político, en las purgas violentas contra los disidentes, en la remilitarización de la sociedad y en el viraje reaccionario desde un intento de democratización interno hacia una guerra inter-nacional ; fenómenos perfectamente repetidos cien años más tarde por Lenin y Stalin, esos Robespierre y Napoleón del siglo XX.

Desde que no hay nada más desigual que un hombre desarmado y otro que no lo está, desde que la violencia se opone, por definición, al respeto de los más elementales derechos humanos, desde que la concentración del poder político y militar en pocas manos es siempre conservadora y antidemocrática ya que necesariamente tiende a imponer los privilegios de los más fuertes, ninguno de los métodos políticos basados en la aplicación sistemática de la violencia puede ser adscripto con honestidad a la izquierda.
La adopción de métodos violentos lleva siempre al predominio de los más poderosos y crueles y a la militarización de quienes (partidos políticos, sociedades nacionales, movimientos sociales, etc.) los emplean. El carácter elitista, verticalista y antidemocrático de toda organización militar, que se transfiere con facilidad a cualquier organización civil que adopte métodos violentos, no es casual sino necesario. La perversión de las organizaciones ´revolucionarias’ de Latinoamérica y Europa, rápidamente convertidas al nacionalismo terrorista y perfectamente duplicada hoy por el IRA, por las FARC y por la ETA, muestra claramente que la renuncia a los métodos pacíficos lleva enseguida al abandono de los métodos democráticos.
Se escuchan hoy tantas adhesiones a las teorías sobre la “degeneración filonazi” de la ETA sin que ninguna extraiga la elemental conclusión de que su perversión actual es consecuente con sus objetivos y sus métodos, perfectamente coincidentes con los del nazismo: una nación autárquica definida por la pertenencia étnica y cultural y establecida (o defendida) mediante el terror y la violencia.

Los pésimos resultados obtenidos, desde el punto de vista de la democracia, por todos los movimientos que se autoproclamaron ‘de izquierda’ y aplicaron la violencia para hacerse con el control de un estado (en particular: en Rusia, China, Cuba y el sureste asiático) demuestran también la incompatibilidad entre métodos violentos y fines democráticos. La unánime conversión a una u otra forma del nacionalismo autárquico y del anticapitalismo, su carácter intrínsecamente utópico-reaccionario, prototalitario y antimoderno son otras características infaltables en los grupos que apelan a la violencia “desde la izquierda”.
Cuando el aprovechamiento mediático de la figura de Ernesto Guevara recrea un halo de romántico y quijotesco heroísmo sobre la figura del guerrillero, supuesto ángel vengador de injusticias que tiene gran atractivo para el idealismo juvenil, no parece aleatorio recordar las trágicas consecuencias que el foquismo guevarista ha tenido invariablemente en las sociedades latinoamericanas, comenzando por la misma Cuba de Fidel Castro. Generaciones de latinoamericanos se han dirigido a la muerte alzando banderas (abolición del régimen burgués, exportación de la revolución, etc.) que los revolucionarios cubanos solo levantaron cuando estaban cómodamente instalados en el poder y no cuando eran un pequeño grupo aislado en la Sierra Maestra que para tener alguna posibilidad de llegar al poder necesitaba (y obtuvo, empezando por el mismísimo gobierno estadounidense) el apoyo de la comunidad internacional contra la dictadura de Batista.
Tampoco parece causal que la imagen reivindicada del Che no sea la del triunfante ministro de Economía cubano, preocupado por el desarrollo industrial de la isla y en permanente batalla con el aparato del Partido Comunista, los burócratas rusos y el mismo Fidel, sino la del combatiente derrotado en Bolivia, que arrastró a su grupo y a él mismo a una innecesaria auto-inmolación del estilo de los martirios cristianos y que abrió un período tristísimo de la historia de la izquierda latinoamericana de la que los Tupamaros uruguayos y los Montoneros argentinos fueron la expresión más confusa y desolada.

La violencia, aplicación de la ley del más fuerte al marco político-social nacido precisamente para contrastarla, no puede ser un medio idóneo de transformación progresista de la sociedad sino un método extremo de preservación de la vida y de la libertad, cuyas consecuencias son siempre profundamente negativas para quien se ve obligado a recurrir a ella y para la sociedad en la que tiene lugar. Más allá de sus declaraciones de intenciones, las organizaciones que han utilizado sistemáticamente la violencia para promover el ‘cambio social’ solo pueden ser consideradas objetivamente ajenas a las tradiciones políticas de la izquierda. La simple necesidad de agregar el adjetivo “democrática” al sustantivo “izquierda” para crear el par “izquierda democrática” denuncia perfectamente la situación. Sencillamente, y dado que ninguna izquierda verdadera puede dejar de ser democrática, las organizaciones de la “izquierda no democrática” no son de izquierda.

Por supuesto, no estoy sosteniendo que toda forma de violencia sea ilegítima ni necesariamente contraproducente, como la Toma de la Bastilla, o el Levantamiento del Ghetto de Varsovia, o la Resistencia al nazifascismo han mostrado. En ciertas ocasiones, frente al ataque extremo y militarizado del ancien régime, o ante amenazas de males mayores, evidentes, inminentes e inevitables por otros medios, un recurso a la violencia provisorio, limitado, y de carácter defensivo, puede ser inevitable. En cambio, lo que constituye un abandono definitivo de toda pretensión de mantenerse en el marco de la izquierda es la entronización de la violencia a método premeditado de acción política, comenzando por los intentos de militarizar un partido, un estado o una organización. Cualesquiera sean los objetivos que se declaren y las justificaciones que se esgriman para ello, ninguna de estas acciones -pasadas, presentes o futuras- puede considerarse honestamente como perteneciente al ideario político de izquierda.

Como las leyes e la entropía establecen para el orden de los objetos, también en el orden humano nada valioso se construye rápidamente. Lo que realmente vale la pena debe ser construido lentamente, con infinita devoción y paciencia. En el mundo real, los únicos procesos veloces son los destructivos. Así, en el mundo social, cuando es el tiempo de las balas y de los fusiles no es el tiempo de la izquierda ni el del progreso.

Durante largo tiempo se ha considerado que ser “de izquierda” era estar a favor del progreso contra la reacción, de la Modernidad contra el feudalismo, de la República contra la monarquía, de la razón contra la fuerza, de la Democracia contra el autoritarismo, del universalismo contra los particularismos, del cosmopolitismo contra el provincialismo, del individualismo moderno contra el colectivismo absolutista, de la Igualdad contra los privilegios, de la paz contra la guerra, del internacionalismo contra el nacionalismo, de los Derechos Humanos contra las prerrogativas de sangre y de suelo, de la Libertad contra las agresiones del estado. Sin embargo, todas y cada uno de estos clivajes han sido invertidos y violados por organizaciones que se definían como “de izquierda” desde el inicio mismo de la modernidad política, especialmente: durante el entero siglo XX. Lamentablemente para la izquierda y para el mundo, se ha llegado al extremo de considerar condición suficiente de la pertenencia a la izquierda al hecho de adherir al revolucionarismo, al anticapitalismo y al extremismo antimodernos, cuyo contenido, más bien, pertenece a la tradición heroico-nihilista del fascismo .
La presente crisis mundial, en la que unos capitalistas globales consecuentemente universalistas han reducido a la impotencia a unos “democrátas” que confían aún en la escala nacional de la organización política, es la más contundente demostración de las claudicaciones particularistas que todavía arrastra la izquierda en el nuevo milenio.

El partido de la Modernidad, la Igualdad y los Derechos Humanos
La izquierda, partido de la Modernidad, de la Igualdad y de los Derechos Humanos, no puede definirse sin invocar simultáneamente estas tres fuentes legitimantes porque la invocación parcial de estos principios o el énfasis monotemático en uno de ellos conducen a la negación de los demás.

- La idea de Modernidad, necesaria para fundar la humanidad como comunidad racional, conduce por sí sola a la exaltación positivista y cientificista de la Razón y del Progreso, al reinado instrumental de las lógicas del avance tecnológico y el desarrollo económico, y al auge de las teorías neoliberistas del pensamiento único y el fundamentalismo de mercado. Este proceso configura una ‘Modernidad de la Técnica’ que domina y somete a la Modernidad de la Ilustración y la Liberación, y es el principal origen del retroceso social, los desastres ecológicos y las amenazas a la paz global. En su acepción extrema, la aceptación de una modernidad técnica despojada de la idea liberal de “Derechos Humanos”, basada fuertemente en jerarquías sociales y combinada con el anticapitalismo y el antiparlamentarismo ha sido siempre distintiva de los totalitarismos , de los cuales el nazismo alemán, con su entusiasmo tecnocrático y su pasión por la aplicación destructiva de los últimos adelantos técnicos es el ejemplo arquetípico.

- La idea de Igualdad (necesaria para fundar la humanidad como comunidad de destino), si invocada independientemente de los valores de Modernidad y Derechos Humanos, tiende a generar sociedades colectivistas como la china, la rusa y la cubana, negación radical del individualismo humanista y condena inevitable al atraso económico-tecnológico y la pobreza. Acaso por su carácter eminentemente campesino, ha sido China la principal representante del igualitarismo entendido como uniformidad: el autoritarismo antidemocrático del maoísmo no podía sino desembocar en esa barbarie que tomó el nombre de Revolución Cultural . Hoy, los “Campos de Reeducación a través del Trabajo” chinos y los miles de víctimas anuales de la pena de muerte, frecuentemente aplicada a autores de delitos menores después de procesos sumarios desprovistos de las menores garantías de imparcialidad, muestran con claridad la insuficiencia de la idea de igualdad para fundar por sí sola una sociedad civil y humana.

- La idea de Derechos Humanos -necesaria para fundar la humanidad como comunidad moral y base de la entera modernidad sociopolítica- es por sí sola insuficiente para establecer una sociedad verdaderamente civil y progresista, porque el principio liberal de preservación del individuo de las arbitrariedades y abusos del estado no puede prescindir del principio democrático de Igualdad sin reducirse a defensa del privilegio de una minoría, ya sea ésta determinada socialmente (como en el capitalismo salvaje) o geográficamente (como en los nacionalismos -y continentalismos-).

La izquierda como partido de la Modernidad
Después de la experiencia del siglo XXº, parece imposible olvidar que los grandes genocidios y las grandes guerras, es decir: las violaciones extremas de la Igualdad y de los más elementales Derechos Humanos, han tenido lugar, invariablemente, en situaciones de escasez material, crisis económica, retroceso general y amenaza real o simbólica a la supervivencia individual, familiar y social.
Como la entera experiencia de la civilización humana ha mostrado inagotablemente, una sociedad sometida a la escasez extrema termina en la batalla de todos contra todos. La capacidad de constituir una sociedad civilizada depende pues del éxito común del partido de las titularidades y del de las provisiones , es decir: del desarrollo conflictivo pero fructífero de los dos sistemas básicos de la Modernidad: el económico-capitalista y el político-democrático. La abolición de uno de estos sistemas por el otro (la abolición del capitalismo en nombre de la democracia o viceversa) implica una grave violación del que es el corazón de la Modernidad política: la articulación conflictiva pero fructífera del sistema económico moderno con el sistema político moderno, es decir: de capitalismo y democracia.

La abundancia material y la civilidad democrática se solicitan y refuerzan. Una es condición necesaria de la otra. El resurgimiento de las luchas tribales en África que han llevado al genocidio de un millón de personas en Rwanda, recientemente repetido en una escala menor en Somalía y Birmania por otras tribus igualmente excluidas de la sociedad civil mundial, muestra nuevamente esta vieja relación entre desesperación, atraso y tribalismo, y es la negación práctica del mesianismo redencionista que intenta elevar a los pobres de la Tierra a emisarios de una verdad revelada. No por casualidad, estos desastres han ocurrido en los territorios más aislados y pobres del planeta: el Asia meridional y el África subsahariana.
La historia humana es, por otra parte, inconfutable. Solo las sociedades en las que ha primado una relativa abundancia han podido desarrollar ideas como las de civilidad, democracia, libertad, igualdad, tolerancia y derechos humanos. Donde reina la escasez, nace el autoritarismo, el sometimiento a jefes providenciales, la guerra contra el diferente y el extranjero, en suma: los principios políticos que fueron idealtípicos del tribalismo en la Antigüedad y del feudalismo en el Medioevo, y que durante la Modernidad ha hecho suyos el nacionalismo belicista.
La contradicción entre derechos civiles-políticos y posibilidades materiales es, por lo tanto, aparente y cortoplacista: ninguna democracia resiste indefinidamente a la escasez extrema. La miseria; la privación y el miedo son la base material del totalitarismo. Significativamente, ningún régimen totalitario ha nacido de la abundancia, pese a los intentos insistentes de los fascistas norteamericanos y de los neofascistas alemanes y japoneses. Una cultura moderna del avance tecnológico y del desarrollo económico, orientada al futuro, que no se enfrente a las modalidades culturales sino a sus eventuales pretensiones de defender el atraso y de amparar violaciones a los Derechos Humanos es, pues, la única estrategia posible para una verdadera izquierda.

El desarrollo máximo de la producción, inevitablemente ligado al auge del sistema económico basado en el capitalismo, no es, como pretenden el fundamentalismo ecologista, el anticonsumismo y otras variantes del anticapitalismo antimodernista, un mero indicador de la corrupción consumista de la sociedad occidental, sino un proveedor de oportunidades para el desarrollo de valores morales modernos y avanzados. Si los principios económicos se han transformado en el centro vital de la sociedad humana, si el consumismo dilaga por el norte del planeta y la miseria por el sur, las culpas no pueden ser achacadas al sistema económico-tecnológico, perfectamente eficiente en su función de creador material de la riqueza, sino a la incapacidad del sistema político para redistribuir social y territorialmente lo producido.
Como resulta obvio, esta incapacidad está directamente relacionada con las claudicaciones, incapacidades y debilidades de las fuerzas políticas que se autodenominan “de izquierda”. Las acusaciones anticapitalistas, que falsamente toman una apariencia ‘de izquierda’, parecen desconocer esta verdad elemental y evidente: no es la voracidad del capitalismo (por otra parte: intrínseca e inevitable) sino ese retraso de la política que en otros escritos he intentado definir como asincronía, la fuente generadora de este universo unidimensional y desigual en el que la economía y sus valores hacen tabla rasa con la Democracia.

Por primera vez en la historia humana, la potencia productiva del sistema económico-tecnológico es suficiente para generar condiciones materiales para una vida digna de todos los habitantes del planeta. Sin embargo, buena parte de la humanidad sobrevive en la miseria. Pero acusar al capitalismo de ser incapaz de distribuir socialmente lo producido es acusar a un submarino de su incapacidad para volar. En otros términos, ello implica desconocer la más elemental de las distinciones del orden moderno: la diferencia y relativa oposición entre economía y política. Este desconocimiento tiene su promotor teórico en Marx, quien –con buenas razones para la época- reducía la civilidad moderna a su carácter económico y burgués, hasta el punto de denominarla, llanamente, “capitalismo”.
Una izquierda actualizada no se define pues solamente por su intento de constituirse como el partido de la Modernidad, sino por la tentativa de equilibrar y recombinar el conflicto específicamente moderno entre economía y política. El anticapitalismo, el antiparlamentarismo, el intento ‘no-global’ de renacionalizar la economía, la tentativa romántico-reaccionaria de oponerse al avance tecnológico o al desarrollo económico, y especialmente: al avance tecnológico o al desarrollo económico globales, no concuerdan con ninguna de las tradicones fundantes de la izquierda y violan sistemáticamente el tríptico “Igualdad-Modernidad-Derechos Humanos” que le es constitutivo y fundante. La misma idea negativa de ‘resistencia’ (al capitalismo, a la modernización, a la globalización) que permea el discurso ‘anti-lo-que-sea’ es una idea conservadora, y por lo tanto: típicamente de derecha. En cambio, la izquierda debe definirse por el impulso positivo, generoso, inteligente y orientado al futuro hacia una verdadera globalización multidimensional y democrática de la Modernidad.

Diez dimensiones de la izquierda
Podemos ahora intentar diferenciar ‘izquierda’ de ‘derecha’ en varias dimensiones:

- Espacialmente, la derecha es territorialista y nacionalista, en tanto la izquierda es cosmopolita, universalista y antinacionalista.
- Temporalmente, la derecha es consagradora del pasado y conservadora del presente, y la izquierda es moderna, progresista, orientada al futuro.
- Sistémicamente, la derecha sostiene el reinado de la economía sobre la política (neoliberalismo) o su contrario, la hegemonía de la política sobre la economía (totalitarismos) , y la izquierda se pronuncia por la autonomía y dignidad de ambas. En otros términos, la derecha se pronuncia por la hegemonía y control del estado sobre la sociedad civil (totalitarismos) o su contrario, la absoluta independencia de la sociedad civil y la necesidad de reducir al mínimo el estado (neoliberalismo). La izquierda, en cambio, sostiene la necesidad y posibilidad de un conflictivo balance dinámico entre sociedad civil y política.
- Dimensionalmente, la derecha es partidaria de la primacía del espacio (es decir: de la geografía como valor social y político) y de la clausura del tiempo (del fin de la historia) en un simbólico pasado glorificado, en un presente inmóvil o en un futuro en el cual se producirá el advenimiento del paraíso sobre la tierra; en tanto la izquierda aboga a favor del tiempo (de la historia como escenario de las realizaciones humanas) y por la cancelación moderna del espacio.
- Jurídicamente, la derecha defiende los privilegios filial-hereditarios (es decir: los derechos del suelo y de la sangre); en tanto la izquierda reclama su abolición y su reemplazo por derechos fraternales y humanos.
- Ontológicamente, la derecha proclama la soberanía de los pueblos, las naciones y los estados, en tanto la izquierda está por defensa de la soberanía del individuo y por la promoción democrática de los intereses comunes de la humanidad.
- Metodológicamente, la derecha ve en la sociedad un territorio en disputa, y se pronuncia por la competitividad económica y la violencia política o, en el orden de ideas opuesto, clama por la unanimidad de los cementerios. La izquierda, en cambio, no pretende la armonía universal ni una premoderna y abstracta comunidad de intereses, sino que subraya las posibilidades de la dirimición pacífica y articulada de los conflictos, y de la solidaridad y la cooperación entre los seres humanos.
- Socialmente, la derecha tiende a la defensa del poder de los más fuertes, y a la caridad y el victimismo respecto de los más débiles. La izquierda, a la reivindicación de los derechos de las mayorías desposeídas y de las minorías discriminadas, no en nombre de la caridad, sino de la justicia.
- Fácticamente, la derecha es posibilista y desarrolla realpolitiks o, por el contrario, propone utopías reaccionarias cuyos despojos suelen desplomarse sobre las cabezas de una doliente humanidad. La izquierda es partidaria de las practopías, del realismo utópico, de una ética de la responsabilidad que pueda distinguirse , sin embargo, de toda realpolitik.
- Filosóficamente, la derecha pretende encarnar particularismos nacionales, raciales, clasistas, sexistas, sistémicos, culturales o religiosos, en tanto la izquierda los combate en nombre del sujeto y de la humanidad, es decir: intenta responder universalistamente a las razones del hombre en su doble acepción de individuo y especie.
- Jerárquicamente, la derecha se define por subordinar los seres humanos concretos a principios ontológicos como la Razón, la Historia o el Progreso, en tanto la izquierda es humanista, es decir: considera a cada hombre como un fin en sí mismo.

Como consecuencia de la monumental confusión producida durante el siglo XX por el abandono de los valores de izquierda por parte de muchas de las organizaciones que de izquierda se reclaman, estos principios se encuentran deshomogéneamente distribuidos a lo largo y ancho del arco político. En otras palabras, organizaciones que se consideran de centro y hasta de derecha suelen ocasionalmente defender principios de izquierda, aunque mucho más frecuente es lo contrario, es decir: que organizaciones que se agrupan bajo banderas rojas defiendan valores completamente opuestos a las tradiciones fundantes de la izquierda, en particular: valores nacionalistas y territorialistas.
Lejos de haber perdido relevancia con la globalización de los procesos sociales, la oposición entre derecha e izquierda se reconfigura hoy a escala global. En tanto el tan mentado "retraso de la política" consiste, básicamente, en el retraso de las políticas nacionales respecto de una economía globalizada, la supuesta desaparición de la tensión entre derecha e izquierda es simplemente la pérdida de relevancia de esta alternativa en la escala nacional. Los estrechos márgenes que un capitalismo globalmente organizado deja a los poderes democráticos nacionales disminuye dramáticamente las posibilidades de llevar adelante una política progresista a nivel nacional y acerca peligrosamente a derechas e izquierdas nacionales en una misma resignada sumisión a los poderes económicos globales.
En todo caso, la cuestión decisiva en política sigue siendo "¿Quién (y cómo) son tomadas las decisones públicas?" Una política de izquierda se define aquí, hoy como siempre, por una respuesta igualitaria y democrática: los representatntes de los ciudadanos reunidos en instituciones democráticas y liberales. Un simple vistazo a los organismos encargados de decidir sobre las cuestiones globales (desde el Consejo de Seguridad de la ONU, hasta la tríada FMI-Banco Mundial-OMC, pasando por los representatntes de las naciones más poderosas, que conforman una ínfima minoría de la humanidad) permite afirmar que no se verifica, en la cada vez más decisiva escala global, el más mínimo atisbo de representatividad democrática.
En un mundo finalmente mundial, en el que la batalla por la democracia ha alcanzado la escala global, una política de izquierda se define, como en 1789, por la paulatina construcción de instituciones democrático-representativas en todos los niveles en los que deban sser adoptadas decisones políticas significativas; lo que incluye, como es obvio, todos aquellos niveles (continental, regional, inter-nacional y global) cuya importancia ha aumentado dramáticamente en los últimos años y está destinada a crecer aún más rápidamente en el futuro cercano. En breve, una posición política verdaderamente de izquierda se define hoy por la instucionalización democrática de un universo globalizado por la técnica y por la economía, y por la recuperación de aquellas ideas fundantes desdibujadas en el largo interregno del siglo XX: Modernidad - Igualdad - Derechos Humanos.