DATOS PERSONALES

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* Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires

martes, 16 de mayo de 2006





Por qué la ONU debe cambiar



PREMIO PERFIL "INTERNACIONALES"


La
Editorial Perfil me hace entrega hoy del "Premio Perfil" rubro "Internacionales" por una nota aparecida en la revista Noticias en septiembre de 2005 acerca de la 60ª Asamblea General de la ONU. El artículo tenía el título "La Asamblea General de las Naciones Desunidas" pero gracias a la intervención de los editores apareció bajo uno más optimista y orientado al futuro: “Por qué la ONU debe cambiar”. Además de la inevitable vanidad que este tipo de asuntos provoca en todo mortal, el premio me pone muy contento por dos cosas:

1- La Editorial Perfil ha sido, junto a mí mismo y a otros 157 argentinos que me he tomado el trabajo de contar personalmente, crítica tanto del neoliberismo de los noventa como del neopopulismo de la presente década, en lugar de adherir al omnipresente y todopoderoso PON (Partido Oficialista Nacional). El premio me honra pues especialmente por venir de un medio cuya independencia considero fuera de cuestión, por no mencionar que el otro nominado era mi amigo
Claudio Fantini, uno de los más lúcidos analistas internacionales del país.
2- Los temas de la nota (la crítica del actual orden internacional centrado en naciones-estado, la reforma democrática de la ONU, la creación paulatina de un Parlamento Mundial y la institucionalización de un orden planetario basado en Derechos Humanos universales y no en privilegios nacionales) son los mismos que apenas cinco años atrás, cuando publiqué “República de la Tierra” (ver la primera entrada del blog) causaron comentarios despectivos acerca de mi utopismo y falta de contacto con la realidad. Para sólo cinco años, no está mal.
Copio aquí debajo el artículo, por si les interesa. El emblema de la ONU que lo acompaña, entremezclado con el número 60 de la 60ª Asamblea General, habla también con claridad: una visión del mundo desde su Polo Norte.
fernando




LA 60ª ASAMBLEA GENERAL DE LAS NACIONES DESUNIDAS




POR QUÉ LA ONU DEBE CAMBIAR

A sesenta años de su fundación y cinco del lanzamiento de los Objetivos del Milenio, las semanas previas a la Asamblea General de la ONU han concentrado las principales tensiones políticas de este mundo en trance de globalización. Las esperanzas de las numerosas Organizaciones No Gubernamentales mundiales que en estos últimos años han liderado una impresionante campaña “por la profunda democratización de la ONU” y conseguido el apoyo del Parlamento Europeo y de varios gobiernos, se han estrellado contra la firme oposición de la administración Bush.
John Bolton, el recientemente designado embajador de los EE.UU. en la ONU, ha presentado 450 enmiendas a un proyecto de declaración que había costado un año de discusiones y esfuerzos. Las tachaduras de Bolton se proponen dejar afuera de la declaración todos los puntos conflictivos de la agenda: 35 referencias a los Objetivos del Milenio (en especial: la reducción de la cantidad global de pobres del mundo a la mitad para 2010), la obligatoriedad de destinar 0,7% del PBI a la ayuda al mundo subdesarrollado, los acuerdos para un desarme nuclear global y paulatino, el aval a la Corte Penal Internacional y los protocolos de Kyoto, el abatimiento de las barreras unidireccionales contra la producción agrícola y, finalmente, las reformas estructurales de la misma ONU, en particular: la supresión del veto en el Consejo de Seguridad, la ampliación de sus miembros permanentes y la reforma de la sagrada trilogía que regula la economía global, compuesta por el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.
Si un speaker boxístico tuviese que describir la situación, diría algo así como: “En este rincón, el campeón de los estados nacionales, la principal potencia económica, militar y tecnológica del planeta, ¡los Estados Unidos de América! En este otro, el retador: ¡la coalición global de ONGs por un mundo más justo, pacífico y democrático, apoyada por algunos políticos progresistas!” A nadie en sus cabales escapa cuál es el previsible resultado de semejante contienda.
Por lo tanto, lo que cabe esperar de la 60ª Asamblea General de las Naciones Unidas es un resultado híbrido, con alguna declaración a favor de la paz, el progreso y esas nimiedades con las que tienen que lidiar las naciones, pero sin ningún tipo de compromiso efectivo por parte de nadie. Un documento, digámoslo, en la mejor tradición de las Naciones Desunidas, tan progresista en su forma y conservador en su contenido como la propia organización, que detrás de la fachada de sus agencias “progres” (el PNUD, la FAO, la Unesco) esconde el poder duro de los estados nacionales, empezando por su campeón mundial, los Estados Unidos.

Si la primera mitad de los ’90 expresaron con claridad la debilidad de los estados nacionales frente a los agentes económico-financieros globales, la segunda mitad dejó en evidencia la ineficacia y perversión que el sistema inter-nacional asumía en un contexto globalizado. Lejos de representar un paso adelante hacia una gestión más democrática de un mundo devenido mundial, las organizaciones inter-nacionales, como el Consejo de Seguridad, el FMI y la OMC, se han comportado como lo que son: la última expresión de un orden antidemocrático y desfalleciente, no centrado en la Democracia sino en las naciones-estado.
Lo que los simpáticos muchachos de las ONG no terminan de ver es que el elitismo de la ONU no es producto de la violación del carácter inter-nacional de la organización sino su directa consecuencia, dado que las Naciones Unidas no representan a los ciudadanos del mundo y sus necesidades sino a los gobiernos nacionales y sus intereses. Por más africano y brillante que sea su secretario general, la ONU opera como una matrioska rusa: su aparente carácter democrático y mundial esconde un orden inter-nacional, que es más bien inter-estatal, que se transforma enseguida en inter-gubernamental y deja afuera a los parlamentarios nacionales, a la oposición y a los mismos ciudadanos del mundo, ya suficientemente mal representados por todos ellos en la escala nacional. Y si consideramos que la Asamblea General tampoco plantea exigencia ninguna de que los gobiernos representados en su reunión anual sean democráticos: ¿cómo asombrarse de que el resultado sea una ONU eternamente atrapada en su antiguo dilema hamlettiano: hacer propios los intereses de las grandes potencias (como en la Primera Guerra del Golfo) o asistir como testigo impotente a sus abusos (como en la Segunda)?

En el escenario de competencia inter-nationes que la matrioska-ONU promueve, es inevitable que los estados más poderosos sean los que hegemonicen la situación, determinando un orden mundial cuyo déficit democrático afecta directamente las condiciones de vida de todos los seres humanos y torna imposible la existencia de democracias nacionales. En este universo, las bienintencionadas propuestas de las ONGs fracasan porque confían en lo mismo que su organización global y su praxis global niegan: la capacidad de las naciones para representar los intereses de los ciudadanos del mundo, extender igualitariamente los Derechos Humanos, promover un marco inter-nacional pacífico, enfrentar las emergentes crisis globales y resolver, en las cuestiones mundiales, de acuerdo al principio democrático, que no es “una nación - un voto” sino “un hombre - un voto”.
El esquema que proponen las ONGs, una ONU reformada pero aún centrada en la representatividad intergubernamental y asesorada por ellas, es una variante aggiornada del Despotismo Ilustrado. En lugar del “gobierno para el pueblo sin la participación del pueblo” de sus antecesores, este Despotismo Ilustrado Global propone el “gobierno para los ciudadanos del mundo sin representación política de los ciudadanos del mundo”. En todo caso, no está de más conformarse pensando que estos insuficientes proyectos están largamente por delante de la espantosa inactividad de los partidos políticos nacionales y de sus líderes, que sólo aparecen por la ONU en ocasión de la Asamblea para dar sus discursos ante los mass-media globales y sólo se acuerdan de las influencias nefastas del actual orden mundial cuando se trata de justificar la ineficacia de sus gobiernos. Es ésta una actitud indigna de las tradiciones de la Izquierda, cuyo principal aporte a la Historia ha sido su contribución a la creación de un marco democrático en la escala nacional y cuyo objetivo debiera ser, en un mundo ya no nacional e industrial sino post-industrial y global, la construcción de marcos democráticos supranacionales en las escalas continental, internacional y mundial en las que ocurren los principales procesos de una Modernidad globalizada.
La preocupación de la administración Bush por recortar cada uno de estos intentos denuncia que los “estúpidos” neocons americanos tienen una conciencia mucho más clara de su flanco débil que sus adversarios. Así como toda tentativa de disputa de la hegemonía estadounidense en el terreno militar (como los ataques del terrorismo global, el armamentismo nacionalista del Tercer Mundo y el proyecto de crear unas fuerzas armadas europeas) termina reforzándola, la progresiva aplicación de la Democracia al campo global pone a los neoconservadores contra la pared: aún cuando exitosas, sus intervenciones para impedir la creación de un orden democrático mundial no pueden dejar de descalificarlos ante las mayorías democráticas de los Estados Unidos y de poner mundialmente en ridículo el papel de gendarmes globales de la Democracia que se han autoadjudicado.

La oposición Derecha-Izquierda, casi desaparecida en los angostos márgenes que concede a los poderes nacionales un universo tecno-económico globalizado, resurge con vigor en la escala global, polarizando a los agentes políticos mundiales a favor o en contra de la instauración de una Democracia tan global como los procesos sobre los que es necesario que legisle y gobierne. Se hace hoy transparentemente claro que todo sistema inter-nacional es un sistema de voto calificado en lo que sólo los intereses de los habitantes del Primer Mundo pueden tener una representación efectiva.
Pero para las fuerzas democratizantes del mundo el problema no consiste en abatir al rey, los Estados Unidos, sino en abolir la monarquía, es decir: el elitista sistema basado en el poder de los soberanos del mundo, las naciones-estado. Su reemplazo por una red democrática de decisiones políticas, local, nacional, continental y mundial, en la que los estados nacionales sean sólo un elemento más, se torna rápidamente una cuestión de supervivencia para todos los seres humanos.
En cuanto a la ONU, se abren ante ella dos caminos: el de la insistencia en su carácter intergubernamental, que lleva a su sumisión a la voluntad de las grandes potencias o a su definitivo ocaso, y el de transformarse en el principal agente de la construcción de una Democracia Global, por ejemplo: comenzando por la convocatoria a una “Asamblea Parlamentaria Mundial” consultiva, integrada por parlamentarios nacionales de todos los países de acuerdo al número de sus habitantes, y terminando por su transformación en un verdadero “Parlamento Mundial” legislativo y bicameral, de acuerdo a los principios “una nación – un voto” y “un hombre – un voto” respectivamente, para sus cámaras de senadores y diputados.
Es de esperar que el previsible fracaso de la 60ª Asamblea General de las Naciones Desunidas contribuya, por lo menos, a comprender adónde nos lleva cada una de estas vías.

Fernando A. Iglesias
Septiembre de 2005