¿QUÉ SIGNIFICA HOY SER DE IZQUIERDA?
REFLEXIONES SOBRE LA DEMOCRACIA EN LOS TIEMPOS DE LA GLOBALIZACIÓN
ÍNDICE
1) Pasado, presente y futuro de la izquierda (1997)
2) Aventuras de Pinocho en el país de World (1998)
3) Diez tesis contra la guerra perpetua (1999)
4) Qué significa hoy ser de izquierda (2000)
5) Twin Towers: El colapso de los estados nacionales (2001)
6) Por un Foro de la Democracia Mundial (2002)
7) El cerebro zombie del mundo global (2002)
8) Terrores globales en el planeta-Titanic (2002)
9) En defensa de la Modernidad, la Globalización y los Estados Unidos (2003)
10) Reflexiones sobre la cuestión americana
(carta abierta a la Sra. Sandra Russo) (2003)
11) Por el Mercosur a Europa (2003)
12) Pensar nacionalmente-actuar globalmente (2003)
(el drama de la aparición de la primera nación global de la historia)
13) Una Realpolitik democrática y global (2003)
(algunas propuestas sobre la reforma de las Naciones Unidas hacia un orden democrático mundial)
14) 11 de Marzo - El hilo rojo entre Madrid y Sarajevo (2004)
15) Notas argentinas
a) El colapso del estado nacional argentino (2001)
b) El país que volvió de la muerte (2004)
Coda: Dos digresiones culturales
a) El tango no es argentino (1998)
b) Buenos Aires – Viejos rastros de una globalización periférica (2000)
¿Qué significa hoy ser de izquierda?
(resumen del capítulo 4)
Dos textos
Para intentar dar una respuesta a la pregunta “¿Qué significa hoy ser de izquierda?” quisiera proponer al lector dos textos de contenido opuesto acerca de la globalización, e invitarlo a considerar dos preguntas referidas a los mismos:
1- ¿Con cuál de ellos coincide?
2- ¿Cuál de ellos cree que puede considerarse “de izquierda”?
Texto 1: “Una revolución continua de la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constante distinguen la era de la Globalización de todas las anteriores. La Globalización recorre el mundo entero, necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes. Mediante la explotación del mercado mundial, ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional.
Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son remplazadas por nuevas industrias cuya producción no se consume en el propio país sino en todas las partes del globo y cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones, y esto se refiere tanto a la producción material como intelectual: la estrechez y el exclusivismo nacionales resultan día a día más imposibles.
La Globalización ha desempeñado un papel altamente progresista: ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. En poco tiempo, ha creado fuerzas productivas más abundantes y grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas.
Merced al rápido perfeccionamiento de los medios de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la Globalización arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la libertad de comercio y el mercado mundial”.
Texto 2: “La destrucción de la esclavitud de los intereses tendrá una importancia inmensa para el futuro de nuestro pueblo. La marcada separación del capital de la Bolsa de Valores frente a la economía nacional ofrece la posibilidad de oponerse a la internacionalización de la economía sin amenazar los cimientos de una autonomía nacional independiente, para una lucha contra el capital.
Ojalá comprendamos por fin que todas esas doctrinas engañosas sobre el mercado internacional y la fabricación para el mundo son adecuadas para los norteamericanos, y forman parte de las armas con las que nos han combatido siempre, pero que no tienen aplicación alguna entre nosotros, latinoamericanos del Sur. Nuestra unidad, nuestra autonomía y nuestra independencia comercial constituyen el seguro medio para conseguir la salvación y la de todo el continente”.
La distinción entre derecha e izquierda, que era clara y precisa en el siglo XIX, se ha hecho mucho más polémica durante el siguiente. Hoy, cualquier persona medianamente informada podría atribuir el primer texto a algún autor neoliberal entusiasta de los procesos globales, y el segundo a un pronunciamiento de la “izquierda latinoamericana” sobre la cuestión de la integración del Mercosur al ALCA. En fin, para develar la modesta incógnita, el Texto 1 está extraído enteramente del Manifiesto Comunista, Marx-Engels, 1848, compactando tres partes relativamente poco separadas en el original, y reemplazando tres veces “burguesía” por “globalización” y una vez “revolucionario” por “progresista”; actualizaciones que, supongo, contarían hoy con la aprobación de Marx. El segundo texto resume dos citas: el primer párrafo proviene directamente del Mein Kampf (“Mi Lucha”) de Adolf Hitler, en el que he suprimido las referencias directas a Alemania; el segundo, de uno de los textos básicos del nacionalismo prusiano: los Discursos a la Nación Alemana de Johann G. Fichte, 1807, en el que solamente se ha cambiado “extranjeros” por “norteamericanos” y “alemanes” por “latinoamericanos del Sur”.
Para volver al tema del ALCA, me parece justo señalar que las sempiternas pretensiones nacionalista-aislacionistas de la “izquierda” latinoamericana serían vistas con simpatía por Adolf Hitler y que en cambio el autor favorito de esta “izquierda”, Karl Marx, las calificaría como el sentimiento reaccionario de unos bárbaros fanáticamente hostiles al extranjero.
Las claudicaciones de la izquierda (a la violencia, al nacionalismo, al clasismo, al personalismo, al autoritarismo, al colectivismo, al militarismo)
La denominación izquierda se remonta a los orígenes de la modernidad política, es decir: a esa Asamblea Francesa cuyas aspiraciones universalistas la llevaron a proclamar no ya los Derechos del Ciudadano Francés sino los Derechos del Hombre y el Ciudadano . Como es harto conocido, los diputados favorables a cambios rápidos y profundos de la realidad social e institucional se sentaban a la izquierda de la sala.
Tenemos ya aquí algunas definiciones. Sobre la base de la experiencia inicial de la Revolución Francesa podemos caracterizar a la izquierda como el grupo de los partidarios de una aceleración del cambio político y social en el sentido de la democratización igualitaria de los Derechos Humanos. Llevando a su máxima acepción estos términos pero sin ánimo de monopolizar las políticas democráticas, podemos definir así a la izquierda como el partido de la Modernidad, la Igualdad y los Derechos Humanos.
La posterior forma violenta de la acción política en la misma Revolución Francesa, verticalista y concentrada en pocas manos, desprovista de mecanismos representativos, entregada a jefes mesiánicos, clausuradora de la libre discusión política, antiliberal, antidemocrática, antiigualitaria y prototalitaria, no consistió en la agudización de los principios proclamados inicialmente por la izquierda (con la que el Terror compartía la idea moderna de la aceleración del cambio pero no la dirección de éste ni mucho menos sus métodos políticos, que abrevarían en el sanguinario repertorio del absolutismo monárquico), sino su primer claudicación histórica . Las consecuencias de este inicial abandono de los principios fundantes por parte de organizaciones e individuos que seguían reivindicándose ‘de izquierda’ fueron devastadoras para la misma Revolución, consecutivamente transformada luego en justificación del militarismo expansionista francés bajo la imperial dirección de Napoleón Iº.
El paso previo al Terror francés fue la “nacionalización de la Revolución” propuesta por el jacobinismo nacionalista y personalista, es decir: por Robespierre. Nacionalismo contrario al universalismo de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano y emblemáticamente reflejado, por ejemplo, en el discurso de Robespierre que prepara la expulsión del Club de los Jacobinos y el posterior guillotinamiento de Jean Baptiste Cloots, diputado de la Convención, “barón en Alemania, pero ciudadano en Francia, y orador del género humano”, como él mismo se declaraba.
Nacido en Clèves (Alemania) de familia belgo-holandesa y autor de un libro significativamente titulado “La República universal”, Cloots sería una de las primeras víctimas del nacionalismo “de izquierda”. “Acaso podemos considerar patriota a un barón alemán?” exclama Robespierre en la Convención frente al acusado. Y prosigue: “¡Ciudadanos! Pongámonos en guardia de los extranjeros que quieren parecer más patriotas que los franceses... ¿Cómo se podría interesar el señor Cloots por la unidad de la República, por los intereses de Francia? Desdeñando el título de ciudadano francés solo quería el de ciudadano del mundo... París es un hormiguero de intrigantes, de ingleses, de austríacos... Cloots es prusiano... Les he relatado la historia de su vida política. ¡Pronunciad la sentencia!”. Y la condena del cosmopolita ciudadano del mundo y partidario de una República Universal llamado Jean Baptiste Cloots fue la muerte en la guillotina. Sin embargo, no fue solamente él quien perdería la cabeza, sino también la tradición democrática y universalizante que originalmente definía la palabra “izquierda”, fatalmente guillotinada por el absolutismo personalista, nacionalista y autoritario.
Es de notarse que el Terror y el expansionismo territorial no se originaron en la aplicación de los principios y la extensión del impulso democratizante de 1789, sino más bien en el agotamiento de su capacidad propulsiva, en la transformación de consignas universalistas en justificaciones del nacionalismo, en una nueva elitización personalizada del poder político, en las purgas violentas contra los disidentes, en la remilitarización de la sociedad y en el viraje reaccionario desde un intento de democratización interno hacia una guerra inter-nacional ; fenómenos perfectamente repetidos cien años más tarde por Lenin y Stalin, esos Robespierre y Napoleón del siglo XX.
Desde que no hay nada más desigual que un hombre desarmado y otro que no lo está, desde que la violencia se opone, por definición, al respeto de los más elementales derechos humanos, desde que la concentración del poder político y militar en pocas manos es siempre conservadora y antidemocrática ya que necesariamente tiende a imponer los privilegios de los más fuertes, ninguno de los métodos políticos basados en la aplicación sistemática de la violencia puede ser adscripto con honestidad a la izquierda.
La adopción de métodos violentos lleva siempre al predominio de los más poderosos y crueles y a la militarización de quienes (partidos políticos, sociedades nacionales, movimientos sociales, etc.) los emplean. El carácter elitista, verticalista y antidemocrático de toda organización militar, que se transfiere con facilidad a cualquier organización civil que adopte métodos violentos, no es casual sino necesario. La perversión de las organizaciones ´revolucionarias’ de Latinoamérica y Europa, rápidamente convertidas al nacionalismo terrorista y perfectamente duplicada hoy por el IRA, por las FARC y por la ETA, muestra claramente que la renuncia a los métodos pacíficos lleva enseguida al abandono de los métodos democráticos.
Se escuchan hoy tantas adhesiones a las teorías sobre la “degeneración filonazi” de la ETA sin que ninguna extraiga la elemental conclusión de que su perversión actual es consecuente con sus objetivos y sus métodos, perfectamente coincidentes con los del nazismo: una nación autárquica definida por la pertenencia étnica y cultural y establecida (o defendida) mediante el terror y la violencia.
Los pésimos resultados obtenidos, desde el punto de vista de la democracia, por todos los movimientos que se autoproclamaron ‘de izquierda’ y aplicaron la violencia para hacerse con el control de un estado (en particular: en Rusia, China, Cuba y el sureste asiático) demuestran también la incompatibilidad entre métodos violentos y fines democráticos. La unánime conversión a una u otra forma del nacionalismo autárquico y del anticapitalismo, su carácter intrínsecamente utópico-reaccionario, prototalitario y antimoderno son otras características infaltables en los grupos que apelan a la violencia “desde la izquierda”.
Cuando el aprovechamiento mediático de la figura de Ernesto Guevara recrea un halo de romántico y quijotesco heroísmo sobre la figura del guerrillero, supuesto ángel vengador de injusticias que tiene gran atractivo para el idealismo juvenil, no parece aleatorio recordar las trágicas consecuencias que el foquismo guevarista ha tenido invariablemente en las sociedades latinoamericanas, comenzando por la misma Cuba de Fidel Castro. Generaciones de latinoamericanos se han dirigido a la muerte alzando banderas (abolición del régimen burgués, exportación de la revolución, etc.) que los revolucionarios cubanos solo levantaron cuando estaban cómodamente instalados en el poder y no cuando eran un pequeño grupo aislado en la Sierra Maestra que para tener alguna posibilidad de llegar al poder necesitaba (y obtuvo, empezando por el mismísimo gobierno estadounidense) el apoyo de la comunidad internacional contra la dictadura de Batista.
Tampoco parece causal que la imagen reivindicada del Che no sea la del triunfante ministro de Economía cubano, preocupado por el desarrollo industrial de la isla y en permanente batalla con el aparato del Partido Comunista, los burócratas rusos y el mismo Fidel, sino la del combatiente derrotado en Bolivia, que arrastró a su grupo y a él mismo a una innecesaria auto-inmolación del estilo de los martirios cristianos y que abrió un período tristísimo de la historia de la izquierda latinoamericana de la que los Tupamaros uruguayos y los Montoneros argentinos fueron la expresión más confusa y desolada.
La violencia, aplicación de la ley del más fuerte al marco político-social nacido precisamente para contrastarla, no puede ser un medio idóneo de transformación progresista de la sociedad sino un método extremo de preservación de la vida y de la libertad, cuyas consecuencias son siempre profundamente negativas para quien se ve obligado a recurrir a ella y para la sociedad en la que tiene lugar. Más allá de sus declaraciones de intenciones, las organizaciones que han utilizado sistemáticamente la violencia para promover el ‘cambio social’ solo pueden ser consideradas objetivamente ajenas a las tradiciones políticas de la izquierda. La simple necesidad de agregar el adjetivo “democrática” al sustantivo “izquierda” para crear el par “izquierda democrática” denuncia perfectamente la situación. Sencillamente, y dado que ninguna izquierda verdadera puede dejar de ser democrática, las organizaciones de la “izquierda no democrática” no son de izquierda.
Por supuesto, no estoy sosteniendo que toda forma de violencia sea ilegítima ni necesariamente contraproducente, como la Toma de la Bastilla, o el Levantamiento del Ghetto de Varsovia, o la Resistencia al nazifascismo han mostrado. En ciertas ocasiones, frente al ataque extremo y militarizado del ancien régime, o ante amenazas de males mayores, evidentes, inminentes e inevitables por otros medios, un recurso a la violencia provisorio, limitado, y de carácter defensivo, puede ser inevitable. En cambio, lo que constituye un abandono definitivo de toda pretensión de mantenerse en el marco de la izquierda es la entronización de la violencia a método premeditado de acción política, comenzando por los intentos de militarizar un partido, un estado o una organización. Cualesquiera sean los objetivos que se declaren y las justificaciones que se esgriman para ello, ninguna de estas acciones -pasadas, presentes o futuras- puede considerarse honestamente como perteneciente al ideario político de izquierda.
Como las leyes e la entropía establecen para el orden de los objetos, también en el orden humano nada valioso se construye rápidamente. Lo que realmente vale la pena debe ser construido lentamente, con infinita devoción y paciencia. En el mundo real, los únicos procesos veloces son los destructivos. Así, en el mundo social, cuando es el tiempo de las balas y de los fusiles no es el tiempo de la izquierda ni el del progreso.
Durante largo tiempo se ha considerado que ser “de izquierda” era estar a favor del progreso contra la reacción, de la Modernidad contra el feudalismo, de la República contra la monarquía, de la razón contra la fuerza, de la Democracia contra el autoritarismo, del universalismo contra los particularismos, del cosmopolitismo contra el provincialismo, del individualismo moderno contra el colectivismo absolutista, de la Igualdad contra los privilegios, de la paz contra la guerra, del internacionalismo contra el nacionalismo, de los Derechos Humanos contra las prerrogativas de sangre y de suelo, de la Libertad contra las agresiones del estado. Sin embargo, todas y cada uno de estos clivajes han sido invertidos y violados por organizaciones que se definían como “de izquierda” desde el inicio mismo de la modernidad política, especialmente: durante el entero siglo XX. Lamentablemente para la izquierda y para el mundo, se ha llegado al extremo de considerar condición suficiente de la pertenencia a la izquierda al hecho de adherir al revolucionarismo, al anticapitalismo y al extremismo antimodernos, cuyo contenido, más bien, pertenece a la tradición heroico-nihilista del fascismo .
La presente crisis mundial, en la que unos capitalistas globales consecuentemente universalistas han reducido a la impotencia a unos “democrátas” que confían aún en la escala nacional de la organización política, es la más contundente demostración de las claudicaciones particularistas que todavía arrastra la izquierda en el nuevo milenio.
El partido de la Modernidad, la Igualdad y los Derechos Humanos
La izquierda, partido de la Modernidad, de la Igualdad y de los Derechos Humanos, no puede definirse sin invocar simultáneamente estas tres fuentes legitimantes porque la invocación parcial de estos principios o el énfasis monotemático en uno de ellos conducen a la negación de los demás.
- La idea de Modernidad, necesaria para fundar la humanidad como comunidad racional, conduce por sí sola a la exaltación positivista y cientificista de la Razón y del Progreso, al reinado instrumental de las lógicas del avance tecnológico y el desarrollo económico, y al auge de las teorías neoliberistas del pensamiento único y el fundamentalismo de mercado. Este proceso configura una ‘Modernidad de la Técnica’ que domina y somete a la Modernidad de la Ilustración y la Liberación, y es el principal origen del retroceso social, los desastres ecológicos y las amenazas a la paz global. En su acepción extrema, la aceptación de una modernidad técnica despojada de la idea liberal de “Derechos Humanos”, basada fuertemente en jerarquías sociales y combinada con el anticapitalismo y el antiparlamentarismo ha sido siempre distintiva de los totalitarismos , de los cuales el nazismo alemán, con su entusiasmo tecnocrático y su pasión por la aplicación destructiva de los últimos adelantos técnicos es el ejemplo arquetípico.
- La idea de Igualdad (necesaria para fundar la humanidad como comunidad de destino), si invocada independientemente de los valores de Modernidad y Derechos Humanos, tiende a generar sociedades colectivistas como la china, la rusa y la cubana, negación radical del individualismo humanista y condena inevitable al atraso económico-tecnológico y la pobreza. Acaso por su carácter eminentemente campesino, ha sido China la principal representante del igualitarismo entendido como uniformidad: el autoritarismo antidemocrático del maoísmo no podía sino desembocar en esa barbarie que tomó el nombre de Revolución Cultural . Hoy, los “Campos de Reeducación a través del Trabajo” chinos y los miles de víctimas anuales de la pena de muerte, frecuentemente aplicada a autores de delitos menores después de procesos sumarios desprovistos de las menores garantías de imparcialidad, muestran con claridad la insuficiencia de la idea de igualdad para fundar por sí sola una sociedad civil y humana.
- La idea de Derechos Humanos -necesaria para fundar la humanidad como comunidad moral y base de la entera modernidad sociopolítica- es por sí sola insuficiente para establecer una sociedad verdaderamente civil y progresista, porque el principio liberal de preservación del individuo de las arbitrariedades y abusos del estado no puede prescindir del principio democrático de Igualdad sin reducirse a defensa del privilegio de una minoría, ya sea ésta determinada socialmente (como en el capitalismo salvaje) o geográficamente (como en los nacionalismos -y continentalismos-).
La izquierda como partido de la Modernidad
Después de la experiencia del siglo XXº, parece imposible olvidar que los grandes genocidios y las grandes guerras, es decir: las violaciones extremas de la Igualdad y de los más elementales Derechos Humanos, han tenido lugar, invariablemente, en situaciones de escasez material, crisis económica, retroceso general y amenaza real o simbólica a la supervivencia individual, familiar y social.
Como la entera experiencia de la civilización humana ha mostrado inagotablemente, una sociedad sometida a la escasez extrema termina en la batalla de todos contra todos. La capacidad de constituir una sociedad civilizada depende pues del éxito común del partido de las titularidades y del de las provisiones , es decir: del desarrollo conflictivo pero fructífero de los dos sistemas básicos de la Modernidad: el económico-capitalista y el político-democrático. La abolición de uno de estos sistemas por el otro (la abolición del capitalismo en nombre de la democracia o viceversa) implica una grave violación del que es el corazón de la Modernidad política: la articulación conflictiva pero fructífera del sistema económico moderno con el sistema político moderno, es decir: de capitalismo y democracia.
La abundancia material y la civilidad democrática se solicitan y refuerzan. Una es condición necesaria de la otra. El resurgimiento de las luchas tribales en África que han llevado al genocidio de un millón de personas en Rwanda, recientemente repetido en una escala menor en Somalía y Birmania por otras tribus igualmente excluidas de la sociedad civil mundial, muestra nuevamente esta vieja relación entre desesperación, atraso y tribalismo, y es la negación práctica del mesianismo redencionista que intenta elevar a los pobres de la Tierra a emisarios de una verdad revelada. No por casualidad, estos desastres han ocurrido en los territorios más aislados y pobres del planeta: el Asia meridional y el África subsahariana.
La historia humana es, por otra parte, inconfutable. Solo las sociedades en las que ha primado una relativa abundancia han podido desarrollar ideas como las de civilidad, democracia, libertad, igualdad, tolerancia y derechos humanos. Donde reina la escasez, nace el autoritarismo, el sometimiento a jefes providenciales, la guerra contra el diferente y el extranjero, en suma: los principios políticos que fueron idealtípicos del tribalismo en la Antigüedad y del feudalismo en el Medioevo, y que durante la Modernidad ha hecho suyos el nacionalismo belicista.
La contradicción entre derechos civiles-políticos y posibilidades materiales es, por lo tanto, aparente y cortoplacista: ninguna democracia resiste indefinidamente a la escasez extrema. La miseria; la privación y el miedo son la base material del totalitarismo. Significativamente, ningún régimen totalitario ha nacido de la abundancia, pese a los intentos insistentes de los fascistas norteamericanos y de los neofascistas alemanes y japoneses. Una cultura moderna del avance tecnológico y del desarrollo económico, orientada al futuro, que no se enfrente a las modalidades culturales sino a sus eventuales pretensiones de defender el atraso y de amparar violaciones a los Derechos Humanos es, pues, la única estrategia posible para una verdadera izquierda.
El desarrollo máximo de la producción, inevitablemente ligado al auge del sistema económico basado en el capitalismo, no es, como pretenden el fundamentalismo ecologista, el anticonsumismo y otras variantes del anticapitalismo antimodernista, un mero indicador de la corrupción consumista de la sociedad occidental, sino un proveedor de oportunidades para el desarrollo de valores morales modernos y avanzados. Si los principios económicos se han transformado en el centro vital de la sociedad humana, si el consumismo dilaga por el norte del planeta y la miseria por el sur, las culpas no pueden ser achacadas al sistema económico-tecnológico, perfectamente eficiente en su función de creador material de la riqueza, sino a la incapacidad del sistema político para redistribuir social y territorialmente lo producido.
Como resulta obvio, esta incapacidad está directamente relacionada con las claudicaciones, incapacidades y debilidades de las fuerzas políticas que se autodenominan “de izquierda”. Las acusaciones anticapitalistas, que falsamente toman una apariencia ‘de izquierda’, parecen desconocer esta verdad elemental y evidente: no es la voracidad del capitalismo (por otra parte: intrínseca e inevitable) sino ese retraso de la política que en otros escritos he intentado definir como asincronía, la fuente generadora de este universo unidimensional y desigual en el que la economía y sus valores hacen tabla rasa con la Democracia.
Por primera vez en la historia humana, la potencia productiva del sistema económico-tecnológico es suficiente para generar condiciones materiales para una vida digna de todos los habitantes del planeta. Sin embargo, buena parte de la humanidad sobrevive en la miseria. Pero acusar al capitalismo de ser incapaz de distribuir socialmente lo producido es acusar a un submarino de su incapacidad para volar. En otros términos, ello implica desconocer la más elemental de las distinciones del orden moderno: la diferencia y relativa oposición entre economía y política. Este desconocimiento tiene su promotor teórico en Marx, quien –con buenas razones para la época- reducía la civilidad moderna a su carácter económico y burgués, hasta el punto de denominarla, llanamente, “capitalismo”.
Una izquierda actualizada no se define pues solamente por su intento de constituirse como el partido de la Modernidad, sino por la tentativa de equilibrar y recombinar el conflicto específicamente moderno entre economía y política. El anticapitalismo, el antiparlamentarismo, el intento ‘no-global’ de renacionalizar la economía, la tentativa romántico-reaccionaria de oponerse al avance tecnológico o al desarrollo económico, y especialmente: al avance tecnológico o al desarrollo económico globales, no concuerdan con ninguna de las tradicones fundantes de la izquierda y violan sistemáticamente el tríptico “Igualdad-Modernidad-Derechos Humanos” que le es constitutivo y fundante. La misma idea negativa de ‘resistencia’ (al capitalismo, a la modernización, a la globalización) que permea el discurso ‘anti-lo-que-sea’ es una idea conservadora, y por lo tanto: típicamente de derecha. En cambio, la izquierda debe definirse por el impulso positivo, generoso, inteligente y orientado al futuro hacia una verdadera globalización multidimensional y democrática de la Modernidad.
Diez dimensiones de la izquierda
Podemos ahora intentar diferenciar ‘izquierda’ de ‘derecha’ en varias dimensiones:
- Espacialmente, la derecha es territorialista y nacionalista, en tanto la izquierda es cosmopolita, universalista y antinacionalista.
- Temporalmente, la derecha es consagradora del pasado y conservadora del presente, y la izquierda es moderna, progresista, orientada al futuro.
- Sistémicamente, la derecha sostiene el reinado de la economía sobre la política (neoliberalismo) o su contrario, la hegemonía de la política sobre la economía (totalitarismos) , y la izquierda se pronuncia por la autonomía y dignidad de ambas. En otros términos, la derecha se pronuncia por la hegemonía y control del estado sobre la sociedad civil (totalitarismos) o su contrario, la absoluta independencia de la sociedad civil y la necesidad de reducir al mínimo el estado (neoliberalismo). La izquierda, en cambio, sostiene la necesidad y posibilidad de un conflictivo balance dinámico entre sociedad civil y política.
- Dimensionalmente, la derecha es partidaria de la primacía del espacio (es decir: de la geografía como valor social y político) y de la clausura del tiempo (del fin de la historia) en un simbólico pasado glorificado, en un presente inmóvil o en un futuro en el cual se producirá el advenimiento del paraíso sobre la tierra; en tanto la izquierda aboga a favor del tiempo (de la historia como escenario de las realizaciones humanas) y por la cancelación moderna del espacio.
- Jurídicamente, la derecha defiende los privilegios filial-hereditarios (es decir: los derechos del suelo y de la sangre); en tanto la izquierda reclama su abolición y su reemplazo por derechos fraternales y humanos.
- Ontológicamente, la derecha proclama la soberanía de los pueblos, las naciones y los estados, en tanto la izquierda está por defensa de la soberanía del individuo y por la promoción democrática de los intereses comunes de la humanidad.
- Metodológicamente, la derecha ve en la sociedad un territorio en disputa, y se pronuncia por la competitividad económica y la violencia política o, en el orden de ideas opuesto, clama por la unanimidad de los cementerios. La izquierda, en cambio, no pretende la armonía universal ni una premoderna y abstracta comunidad de intereses, sino que subraya las posibilidades de la dirimición pacífica y articulada de los conflictos, y de la solidaridad y la cooperación entre los seres humanos.
- Socialmente, la derecha tiende a la defensa del poder de los más fuertes, y a la caridad y el victimismo respecto de los más débiles. La izquierda, a la reivindicación de los derechos de las mayorías desposeídas y de las minorías discriminadas, no en nombre de la caridad, sino de la justicia.
- Fácticamente, la derecha es posibilista y desarrolla realpolitiks o, por el contrario, propone utopías reaccionarias cuyos despojos suelen desplomarse sobre las cabezas de una doliente humanidad. La izquierda es partidaria de las practopías, del realismo utópico, de una ética de la responsabilidad que pueda distinguirse , sin embargo, de toda realpolitik.
- Filosóficamente, la derecha pretende encarnar particularismos nacionales, raciales, clasistas, sexistas, sistémicos, culturales o religiosos, en tanto la izquierda los combate en nombre del sujeto y de la humanidad, es decir: intenta responder universalistamente a las razones del hombre en su doble acepción de individuo y especie.
- Jerárquicamente, la derecha se define por subordinar los seres humanos concretos a principios ontológicos como la Razón, la Historia o el Progreso, en tanto la izquierda es humanista, es decir: considera a cada hombre como un fin en sí mismo.
Como consecuencia de la monumental confusión producida durante el siglo XX por el abandono de los valores de izquierda por parte de muchas de las organizaciones que de izquierda se reclaman, estos principios se encuentran deshomogéneamente distribuidos a lo largo y ancho del arco político. En otras palabras, organizaciones que se consideran de centro y hasta de derecha suelen ocasionalmente defender principios de izquierda, aunque mucho más frecuente es lo contrario, es decir: que organizaciones que se agrupan bajo banderas rojas defiendan valores completamente opuestos a las tradiciones fundantes de la izquierda, en particular: valores nacionalistas y territorialistas.
Lejos de haber perdido relevancia con la globalización de los procesos sociales, la oposición entre derecha e izquierda se reconfigura hoy a escala global. En tanto el tan mentado "retraso de la política" consiste, básicamente, en el retraso de las políticas nacionales respecto de una economía globalizada, la supuesta desaparición de la tensión entre derecha e izquierda es simplemente la pérdida de relevancia de esta alternativa en la escala nacional. Los estrechos márgenes que un capitalismo globalmente organizado deja a los poderes democráticos nacionales disminuye dramáticamente las posibilidades de llevar adelante una política progresista a nivel nacional y acerca peligrosamente a derechas e izquierdas nacionales en una misma resignada sumisión a los poderes económicos globales.
En todo caso, la cuestión decisiva en política sigue siendo "¿Quién (y cómo) son tomadas las decisones públicas?" Una política de izquierda se define aquí, hoy como siempre, por una respuesta igualitaria y democrática: los representatntes de los ciudadanos reunidos en instituciones democráticas y liberales. Un simple vistazo a los organismos encargados de decidir sobre las cuestiones globales (desde el Consejo de Seguridad de la ONU, hasta la tríada FMI-Banco Mundial-OMC, pasando por los representatntes de las naciones más poderosas, que conforman una ínfima minoría de la humanidad) permite afirmar que no se verifica, en la cada vez más decisiva escala global, el más mínimo atisbo de representatividad democrática.
En un mundo finalmente mundial, en el que la batalla por la democracia ha alcanzado la escala global, una política de izquierda se define, como en 1789, por la paulatina construcción de instituciones democrático-representativas en todos los niveles en los que deban sser adoptadas decisones políticas significativas; lo que incluye, como es obvio, todos aquellos niveles (continental, regional, inter-nacional y global) cuya importancia ha aumentado dramáticamente en los últimos años y está destinada a crecer aún más rápidamente en el futuro cercano. En breve, una posición política verdaderamente de izquierda se define hoy por la instucionalización democrática de un universo globalizado por la técnica y por la economía, y por la recuperación de aquellas ideas fundantes desdibujadas en el largo interregno del siglo XX: Modernidad - Igualdad - Derechos Humanos.