UN PODER EJECUTIVO MUNDIAL EN LAS SOMBRAS (publicado en Revista NOTICIAS)
Aún antes de haberse inaugurado, la cumbre del G8 de Heligendamm acumulaba en su haber un balance atemorizador: 150 policías heridos en choques con manifestantes que lanzaban piedras y bombas molotov. Por su parte, la policía alemana empleó cañones de agua y gases lacrimógenos para dispersar a los treinta mil manifestantes del movimiento No-global que se oponían al encuentro de los líderes de los ocho países más poderosos del planeta: Estados Unidos, Japón, Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, Canadá y Rusia.
Sin ánimo alguno de justificar la violencia política, lo cierto es que el alto grado de confusión reinante en el movimiento No-global y la existencia de un sector violento en su seno no bastan para ignorar la importancia histórica de su irrupción en el escenario global. En efecto, el intento de reducir las nacientes protestas mundiales a su componente anti-globalizador es absurdo. Para desmentirlo, se puede señalar el carácter cosmopolita y transnacional de sus adherentes, mayoritariamente pacíficos, y el hecho significativo de que sea Internet su principal vehículo comunicativo y las cuestiones globales su principal motivo de preocupación. Por otra parte, la pretensión de reducir las opciones políticas de la naciente sociedad mundial a la alternativa entre la presente globalización unidireccional y unidimensional y una oposición ciega y antiprogresista, está llena de mala conciencia. Lamentablemente, la miopía antimoderna y violenta manifestada en Heligendamm convalida esta maniobra.
He aquí un enorme problema y un enorme desafío: acabar con la desconexión catastrófica entre los movimientos sociales modernos y las instituciones políticas, cada vez más mundiales los unos, cada vez más limitados por las restricciones nacionales, las otras, y convertir la protesta meramente negativa y reaccionaria contra la globalización en propuestas de otra globalización cuyo actor central no sea la tecnoeconomía sino los seres humanos transformados en activos ciudadanos del mundo.
BALANCE MELANCÓLICO
Una semana después de los incidentes, el G8 se cerraba con el habitual balance melancólico: ningún compromiso con plazos ciertos respecto de la disminución de las emisiones de anhídrido carbónico responsables del recalentamiento global, ninguno acerca de la disminución de los subsidios a la agricultura norteamericanos y europeos que están poniendo en riego el éxito de la Ronda de Doha y amenazando con un nuevo giro proteccionista como el iniciado en el emblemático año de 1913, y ninguna iniciativa sobre la reforma de un orden político global cada vez más injusto y decrépito. En el modesto balance a favor, hubo una referencia genérica respecto al último informe de la Comisión de la ONU sobre el clima, que propone una reducción de las emisiones del 50% para 2050, y un compromiso sin plazos verificables de destinar 60.000 millones de dólares al combate contra el SIDA y las enfermedades de la pobreza. Bastante poco para justificar que Romano Prodi y Angela Merkel hayan calificado la reunión como “un gran éxito”.
Aún peores han sido la permanente obstrucción de George W. Bush a las iniciativas en deliberación y el debut neogaullista del presidente francés Nicolas Sarkozy, quien declaró “Defenderé los intereses de los agricultores franceses con el mismo vigor que Bush defiende los norteamericanos”, con lo que la ya escasa consideración en que los líderes nacionales de la Unión Europea tenían por los problemas del mundo subdesarrollado amenazan disminuir hasta los aún peores estándares estadounidenses.
Lejos de toda aspiración democrática, el G8 actúa ya como una instancia de coordinación global que refuerza las desigualdades planetarias. Sus decisiones afectan a los habitantes de todo el planeta aunque sus países sólo representen el 12% de la población mundial. Ahora bien, los problemas mundiales y las crisis globales son suficientemente conocidos. Y hasta los niños de pecho han comprendido que todos ellos han escapado completamente de las capacidades operativas de los estados-nacionales y requieren, para su resolución, de intervenciones globales. Hoy, cuando el G8 se ha constituido como poder ejecutivo mundial en las sombras ya no se trata pues de si debe haber o no instituciones políticas mundiales. Se trata de si el mundo será gobernado por la lógica nacionalista de sus estados más poderosos, ampliada al espacio inter-nacional por el G8, el Consejo de Seguridad de la ONU, el FMI y la OMC, o si los ciudadanos del mundo tendremos la valentía de luchar por la constitución de instituciones parlamentarias mundiales; instituciones que permitan que la racionalidad y la democracia tomen el lugar del caos y de la tiranía instalados hoy como únicas alternativas practicables en el terreno global que han asumido los principales procesos económicos y sociales.