(publicado en Revista NOTICIAS)
Aún antes de haberse inaugurado, la cumbre del G8 de Heligendamm acumulaba en su haber un balance atemorizador: 150 policías heridos en choques con manifestantes que lanzaban piedras y bombas molotov. Por su parte, la policía alemana empleó cañones de agua y gases lacrimógenos para dispersar a los treinta mil manifestantes del movimiento No-global que se oponían al encuentro de los líderes de los ocho países más poderosos del planeta: Estados Unidos, Japón, Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, Canadá y Rusia.
Sin ánimo alguno de justificar la violencia política, lo cierto es que el alto grado de confusión reinante en el movimiento No-global y la existencia de un sector violento en su seno no bastan para ignorar la importancia histórica de su irrupción en el escenario global. En efecto, el intento de reducir las nacientes protestas mundiales a su componente anti-globalizador es absurdo. Para desmentirlo, se puede señalar el carácter cosmopolita y transnacional de sus adherentes, mayoritariamente pacíficos, y el hecho significativo de que sea Internet su principal vehículo comunicativo y las cuestiones globales su principal motivo de preocupación. Por otra parte, la pretensión de reducir las opciones políticas de la naciente sociedad mundial a la alternativa entre la presente globalización unidireccional y unidimensional y una oposición ciega y antiprogresista, está llena de mala conciencia. Lamentablemente, la miopía antimoderna y violenta manifestada en Heligendamm convalida esta maniobra.
He aquí un enorme problema y un enorme desafío: acabar con la desconexión catastrófica entre los movimientos sociales modernos y las instituciones políticas, cada vez más mundiales los unos, cada vez más limitados por las restricciones nacionales, las otras, y convertir la protesta meramente negativa y reaccionaria contra la globalización en propuestas de otra globalización cuyo actor central no sea la tecnoeconomía sino los seres humanos transformados en activos ciudadanos del mundo.
Una semana después de los incidentes, el G8 se cerraba con el habitual balance melancólico: ningún compromiso con plazos ciertos respecto de la disminución de las emisiones de anhídrido carbónico responsables del recalentamiento global, ninguno acerca de la disminución de los subsidios a la agricultura norteamericanos y europeos que están poniendo en riego el éxito de
Aún peores han sido la permanente obstrucción de George W. Bush a las iniciativas en deliberación y el debut neogaullista del presidente francés Nicolas Sarkozy, quien declaró “Defenderé los intereses de los agricultores franceses con el mismo vigor que Bush defiende los norteamericanos”, con lo que la ya escasa consideración en que los líderes nacionales de
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