* Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires
Publicado en Diario "Critica" el 29 de septiembre de 2008
El mes pasado, el gobierno de cierto país dejó caer la oferta de una compañía extranjera para comprar su aerolínea de bandera, en dificultades financieras, argumentando que la nacionalidad de la compañía era irrenunciable. Después, en una operación sin precedentes y contraria a toda legislación en la materia, propuso estatizar sus pérdidas en tanto reservaba sus activos “limpios” para un grupo de empresarios amigos. No. No estoy hablando de lo que Ud. piensa. Hablo del proyecto de rescate de Alitalia emprendido por Silvio Berlusconi, alias Silvio Iº de Italia, con su confusa mezcla de nacionalismo, populismo y capitalismo de amigos. ¿Le suena?
Por si no bastara, la semana pasada el gobierno de otro país decidió intentar solucionar el desastre causado por su incapacidad para cumplir su obligación de controlar el accionar de los empresarios privados mediante un recurso excepcional: estatizar el enorme agujero negro producido por su ineficiencia o su complicidad. No. Tampoco. No estoy hablando del proyecto original enviado por Cristina Kirchner al Congreso para el rescate de Aerolíneas Argentinas. Hablo de George W. Bush y la más fenomenal operación de estatización de activos tóxicos privados de la historia del mundo.
Significativamente, tanto en Italia como en los Estados Unidos los sectores progresistas, el Partito Democratico y el Partido Demócrata, se han opuesto a estas intervenciones del estado en la economía, en tanto es la derecha populista y nacionalista en el gobierno, esto es: Bush y Berlusconi, la que se empeña en aplicarlas con el cuento de la defensa del supremo interés nacional. ¿No debería ser considerada ésta una rotunda desmentida de la monserga que nos ha endilgado el kirchnerismo en estos últimos años, según la cual la derecha es inherentemente privatista y “por lo tanto” toda intervención del estado en la economía es intrínsecamente progresista y de izquierda? ¿Es más de izquierda estatizar deudas privadas, como hacen los Kirchner ahora, de lo que era privatizar activos públicos como hizo Menem la década pasada? Después de todo, ¿ha habido regímenes más estatizantes y enemigos del libre mercado que los de Hitler y Mussolini?
Indiferentes a estas sutilezas, los Kirchner siguen adelante con su habitual esquizofrenia: un año tocan la campanita en Wall Street y el siguiente condenan horrorizados el capitalismo financiero y señalan que su burbuja se desmorona (sic), después de lo cual crean la primera consultora financiera a cargo de un presidente en ejercicio después de haber a pregonado por años su vocación por un país industrial. Mientras, siguen socializando pérdidas y haciendo negocios inmobiliarios en los que venden a 250 los terrenos que le habían comprado al estado por cinco pesos. Luego avisan que nunca-jamás le pagarán al Club de París ni a ningún tenedor de bonos para anunciar la semana siguiente, desde el mismísimo estrado de la bolsa tecnológica de Nueva York, que, en fin, lo harán, por esta vez. A los pequeños ahorristas con quita y en cuotas y al poderoso Club de París en dólares contantes y de un solo saque (como ayer al FMI, por otra parte). Que a esta esquizofrenia irresponsable le llaman algunos ser progresista y de izquierda en la Argentina.
Luego de que el Ministro de Economía Carlos Fernández presentara el proyectode Presupuesto Nacionalpara el 2009 del gobierno de Cristina Kirchner en elCongreso, yo y algunos otros diputados hicimos algunas declaraciones para La Nación Online que pueden ver aquí abajo. - ver video -
Reivindicando la mejor tradición profética de la Coalición Cívica ;0) inauguro hoy en el blog una nueva y antipática sección denominada "Yo les avisé", o (para quienes prefieren los dichos españoles) "El que avisa no es traidor". Sin agregar comentarios, me limitaré transcribir, cuando corresponda, un párrafo de tono profético publicado en alguno de mis libros o artículos. Desde luego, la cosa tiene su riesgo, que acepto. Invito por lo tanto a mis lectores a incluir entradas en el blog que muestren las muchas veces que me equivoqué. Arrancamos hoy con la crisis financiera mundial, nada menos.
fernando
“Las recurrentes comparaciones entre el crash de 1.929 y la situación actual, que se desatan a cada nueva crisis económico-financiera global (y ante la frecuencia y gravedad crecientes de las mismas) son algo más que una exageración periodística. Un sistema económico librado a su propia suerte, carente de medios de intervención globalmente democráticos e incapaz de redistribuir los incrementos productivos, marcha hacia la desocupación, la recesión y los estallidos económicos y sociales, es decir: hacia el abismo de su propia implosión… Quienes insisten –desde la derecha y desde la ‘izquierda’- en la necesidad de seguir ‘liberando’ el mercado de controles políticos, quienes entonan trillados himnos a la flexibilización, la desregulación y la desinstitucionalización, no están creando las bases de un futuro maravilloso e inédito sino repitiendo los errores que llevaron a 1.929, es decir: preparando un nuevo crack económico, esta vez a una escala mundial entonces impensable, y con ello: un probable quiebre político y social de nuestra civildad. Para que el ciclo económico alcance una nueva fase expansiva, las decisiones sobre política económica deberían ser tomadas por un gobierno democráticamente elegido -es decir: electoralmente presionable y obligado a considerar las posibles consecuencias de medidas de fuerza sindicales de alcance mundial- y no por los burócratas y tecnócratas del FMI o del Banco Mundial, o por el Gatt o el G7”. publicado en "República de la Tierra", Colihue, 2.000 “El difundido argumento del “desempleo tecnológico” olvida con demasiada facilidad que los crecimientos de la productividad debidos a la aplicación de la tecnología han sido contrarrestados, desde el inicio mismo de la civilización, con superiores incrementos del consumo, en función de ese “carácter productivo de la demanda” que analizó Marx a mediados del siglo pasado y cuyas conclusiones los economistas keynesianos aplicaron con éxito en el presente. Políticas redistributivas de los incrementos de la productividad para las cuales es condición necesaria la existencia de un poder político democrático eficaz y sin las cuales es inevitable el simultáneo crecimiento de la producción y de la miseria, con un posible 1929 global a la vuelta de la esquina.... Pese a las evidentes dificultades que supone la globalización de la Democracia, ésta constituye la única respuesta progresista posible a la mundialización de la economía y de los procesos sociales si queremos evitar colapsos económicos globales del estilo de 1929...” publicado en "Qué significa hoy ser de Izquierda", Sudamericana, 2.004 “Ante la falta de instituciones democráticas mundiales capaces de poner un freno al cortoplacismo capitalista se hace presente la sombra de 1929 –es decir, la posibilidad de un colapso del sistema de financiación, producción e intercambio global–... Las consecuencias perversas del presente orden neoliberista globalizado, que algunos denominan “Consenso de Washington”, han terminado por afectar hasta a sus mismos impulsores. La volatilidad de los mercados, la disminución del ritmo del crecimiento económico y los cracks financieros de escala nacional-continental que amenazan extenderse a la economía global están estructuralmente ligados al tipo específico del mercado existente, desprovisto de regulaciones, y a las teorías económicas que podemos agrupar bajo el rótulo de fundamentalismos de mercado. A nadie escapa el hecho de que todos estos elementos recuerdan con admirable precisión el año 1929, esto es, la crisis del capitalismo anterior al New Deal rosseveltiano y a la aplicación de políticas redistributivas postuladas por lord Keynes. Significativamente, Keynes sostenía la necesidad de un sistema monetario mundial unificado, acusaba al proteccionismo de ser el principal obstáculo de la unidad europea y calificaba a las devaluaciones competitivas de “política de empobrecer a los vecinos”… Ya el crack bursátil norteamericano de 1987, cuyos efectos sólo pudieron ser contenidos mediante un esfuerzo coordinado transnacionalmente, ha mostrado los graves riesgos de repetición de 1929, un año decisivo en la gestación de la Segunda Guerra Mundial. Nadie ofrece miles de millones de dólares si no está verdaderamente preocupado. Por eso, la ayuda ofrecida por los gobiernos del Primer Mundo, las organizaciones financieras inter-nacionales y los banqueros mundiales a los países en apuros (México en 1995, los “tigres asiáticos” en 1997, Rusia en 1998, Brasil en 1999, Turquía en 2000 y Argentina en 2001) no siempre ha tenido efectos exitosos, pero su magnitud basta para demostrar la creciente conciencia de la elite económica mundial sobre los riesgos de un crack financiero global. Que desde el colapso argentino (2002) no se hayan producido otros episodios de semejante magnitud no es necesariamente una buena noticia. Podría tratarse también de la calma que, después de algunas explosiones de alcance limitado, precede en las erupciones volcánicas a la gran conflagración”. Publicado en "Globalizar la Democracia", Manantial, 2.006
"La primera depresión económica de la Era Industrial comenzó en 1857 debido a un quiebre financiero originado en la entonces periférica ciudad de Nueva York. Para aquellos tiempos, Kart Marx señaló que los medios modernos de comunicación habían arrastrado el capitalismo europeo demasiado cerca de fuentes periféricas de perturbación financiera, como los Estados Unidos. Colapsos más recientes han demostrado que la volatilidad financiera avanza desde el verdadero Tercer Mundo (África sub-Sahariana y los países más pobres de Sud-Asia y Latinoamérica tuvieron su quiebre en los Ochenta) hacia esa especie de Segundo Mundo compuesto por los mercados emergentes (los Tigres asiáticos, Rusia, Méjico, Brasil, Turquía y Argentina tuvieron su colapso financiero durante la segunda parte de los Noventa). Los actuales sucesos financieros en los Estados Unidos sugieren que la sincronización mundial del ciclo y la unificación de los mercados periféricos y centrales podrían hacer que la próxima crisis se extienda globalmente partiendo desde el corazón primer.mundista del sistema financiero y no desde su periferia, causando el primer colapso económico en países avanzados desde la época de la Gran Depresión. Las consecuencias de un eventual quiebre de este tipo en términos de paz y seguridad son incalculables, dado que las armas de destrucción masiva han alcanzado una escala destructiva global." De "Diez leyes globales", en trámite de corrección.
domingo, 14 de septiembre de 2008
EL ETERNO RETORNO DE LOS BRUJOS
Publicado en Revista "Veintitres" en septiembre de 2008
Son tantas las afirmaciones arbitrarias que hace Ricardo Forster en “El retorno de los anacronismos” que es difícil decidir por cuál comenzar. Tomemos la tesis que celebra la renovada centralidad de la política parte de un supuesto falso y es que en la Argentina la política ocupa un lugar subalterno. Ni qué decirlo, se trata de un supuesto que sonaría extraño a los oídos de los habitantes de los 30 países que funcionan razonablemente bien en el mundo y que, llegados a la Argentina, no dejarían de asombrarse por la enorme repercusión de la discusión política en nuestra sociedad. Si fuese cierta la relación directa que Forster postula entre la centralidad de la política y un mayor bienestar popular, la Argentina sería un país próspero e igualitario y los países escandinavos serían pobres y socialmente injustos, es decir, exactamente lo contrario de lo que ocurre en la realidad. Por lo tanto, en vez de celebrar la recuperada centralidad de la política –una idea que recuerda aquellas tristes épocas en las que se decía que “todo es política”- más bien convendría procurar distinguir entre la cantidad exuberante de discusión política que inunda la Argentina y su dudosa calidad. Lo que nos lleva de vuelta a la repudiada idea del anacronismo, ya que las categorías con las que se discute en la Argentina atrasan por lo menos cincuenta años respecto a lo que se habla hoy ya no en Suecia y Japón, sino en Brasil y Chile. En efecto, ideas que en todo el mundo son dadas por descontadas sólo se hacen notar por su ausencia en el debate argentino, entre ellas, la concepción de la globalización como oportunidad y no sólo como amenaza y la noción elemental de que el futuro se encuentra en la sociedad de la información y el conocimiento y no en un industrialismo jurásico abandonado desde hace décadas.
Apenas se revisan los temas del debate argentino se encuentra enseguida a los historiadores y a los auscultadores de la identidad nacional en el primer lugar de los tópicos en discusión, como si las categorías nación y pasado fueran las adecuadas para discutir un mundo caracterizado por la emergencia de sus opuestos, el mundo y el futuro, imprescindibles para pensar el provenir de un individuo, de un grupo o de un país en un universo caracterizado por la globalización de los procesos sociales y por la velocidad acelerada del cambio que hace que el futuro, que antes yacía lejano y estático, se nos venga rápidamente encima.
En cuanto al contento por la recobrada centralidad del Estado y la asociación automática del estatismo con la izquierda basta señalar los ejemplos de Hitler y Mussolini para entender que no siempre la hegemonía de la política sobre la economía supone el advenimiento de una sociedad mejor y comprender que si el Estado no es necesariamente un demonio tampoco es inevitablemente la encarnación del bien sobre la Tierra.
A la afirmación de que “todo es político” debe responderse recordando que reducir la formidable diversidad del espíritu humano a una sola de sus dimensiones ha sido el primer crimen cometido por todos los totalitarismos. Pero no es imprescindible apelar a la historia del nazi-fascismo sino recordar lo sucedido en Argentina en épocas insistentemente propuestas hoy a la divinización de la memoria. En efecto, que se insiste en reivindicar las ideas de los ‘70, la más terrible década de la historia nacional, desde la izquierda, es otro signo de la monumental confusión reinante. Si ser de izquierda es estar por la vida contra la muerte, por la paz contra la violencia y por la democracia contra el autoritarismo, entonces ser de izquierda en la Argentina es preferir los ‘90 a los ‘70, ya que si no hay más remedio que elegir entre dos males siempre es mejor una década infame que una década ensangrentada.
En cuanto a la desacralización de la ideología neoliberal, Forster cae en las habituales opciones obligatorias y canónicas: o los ‘70 o los ‘90, o Kirchner o Menem, o Kirchner o Videla; y por lo tanto: o se apoya incondicionalmente al kirchnerismo o la única salida existente es el retorno a los ’90 y el golpismo destituyente, una acusación que mucha gracia nos hacen a quienes militamos contra la dictadura mientras otros hacían fortunas rematando deudores patagónicos. Y bien, a falta de mejor opinión existen casi doscientos países en el mundo en los cuales la alternativa entre kirchnerismo y menemismo no determina en absoluto las políticas nacionales, y a muchos de ellos les va razonablemente bien. En cambio, el único país en el que la alternativa entre los ‘70 y los ’90 determina aún la política es la Argentina, a la que le va casi invariablemente mal. ¿No sería hora de pensar que la opción obligatoria entre Kirchner y Menem tiene algo que ver con el callejón sin salida en el que se han extraviado otra vez la política y la economía nacionales?
Tampoco parece haberse reflexionado suficientemente aquí en la naturaleza bifronte de la ola noventista. Por eso se critica de ella sólo su carácter globalista y neoliberal olvidándose de su aspecto complementario: el nacionalista. Basta observar a los líderes políticos de la oleada reaccionaria que invadió el mundo desde Reagan y Thatcher para observar que todos ellos, tanto como Bush padre y Bush hijo. eran no sólo globalistas y neoliberales en lo económico sino nacionalistas en lo político. La ola neoconservadora no sólo impuso la globalización de la economía sino logró mantener atada la política a sus estrechas dimensiones nacionales en plena era de la globalización, creando así el escenario perfecto para los intereses del sistema económico: una tecnoeconomía globalizada e instituciones políticas meramente nacionales y dominadas por teorías políticas nacionalistas.
Es también evidente que el nacionalismo paranoico y exasperado del kirchenrismo no hace más que colaborar desde el Tercer Mundo a la consolidación de este escenario, que desprecia a la globalización de la democracia como un objetivo utópico al mismo tiempo que se queja del conservadurismo y se lamenta de las consecuencias de los desequilibrios entre economía global y política nacional. Y de nada sirve insistir con la renovación de la vida política latinoamericana si se pone en una misma bolsa a Venezuela, Bolivia, Ecuador y la Argentina, con el Brasil. Cualquiera que analice con objetividad las políticas llevadas a cabo por estos países convendrá en que las brasileras no tienen absolutamente nada que ver con las del resto del conjunto. Brasil ha establecido tratados preferenciales de comercio con la Unión Europea, se ha incorporado a esa OCDE de la que forman parte los países más ricos del mundo, ha optado por una política de desarrollo que no se basa en el “cambio competitivo” sino en una moneda fuerte y, como ha demostrado la Ronda de Doha, está abandonando también los típicos lamentos tercermundistas que se quejan del atraso en tanto recrean eternamente las condiciones para su reproducción. Y algo parecido han hecho Chile y Uruguay con resultados bien diferentes tanto desde el punto de vista de la macroeconomía como de la distribución de la riqueza a los que ofrecen Venezuela, Bolivia, Ecuador y la Argentina, lamentablemente para nosotros.
En cuanto al discurso único de los ’90, es fácil celebrar con Forster su finalización. En lo que es difícil ponerse de acuerdo es en el reemplazo del discurso único de los ’90 por un nuevo discurso único, este vez populista, tan maniqueo como aquél y con iguales consecuencias desastrosas para el desarrollo de la región. Su consecuencia previsible es un nuevo fracaso similar al que desató el populismo en los periodos que gobernó la Argentina entre el ’73 y el ’76, o en la parte final del radicalismo alfonsinista, con sus consecuencias previsibles: el retorno del péndulo en el sentido del monetarismo y la ortodoxia y la entronización de nuevos Cavallos y Martinez de Hoz. En cuanto al derrame, basta apartar las orejas del discurso oficial para comprobar que la Argentina ha logrado pasar del derrame menemista a la sequía kirchnerista, por la cual el país ha crecido los dos últimos años al 8% anual al mismo tiempo que, gracias a la inflación, crecían la pobreza y la indigencia.
Más paradójico aún es que Forster se queje de las acusaciones de anacronismo hechas al discurso kirchnerista. ¿Fue Morales Solá o Kirchner el que habló de oligarquía vacuna, el que sigue proponiendo como método razonable de inserción del país en el mundo un nacionalismo decimonónico que atrasa siglos respecto a la realidad, el que sigue insistiendo con la clase media golpista y la necesidad de quitarle al campo para desarrollar la industria, el que terminó asimilando a unos chacareros que realizaron unos escraches tan repudiables como todos los escraches realizados en los últimos cinco años con los comandos civiles del ’55 y los grupos de tareas del ’76? De manera que si Forster quiere defender al kirchnerismo de las acusaciones de anacronismo debería hablar con el propio Kirchner, a ver si deja de vivir en el mundo de fantasmas en el que habita, dominado por el paradigma nacionalista-industrialista, y comienza a abrir los ojos al mundo post-nacional y post-industrial en que vivimos, es decir: a la sociedad global del conocimiento y la información. Acaso así podría adecuar las estrategias de inserción económicas y políticas de la Argentina a la nueva situación en vez de seguir debatiéndose en el mundo fantasmático de lo que es y ya no será.
Gracioso es también que Forster le atribuya a Solá el intento de eliminación de la relación entre democracia y conflicto. Repito: Forster, uno de los primeros que ante el conflicto entre el Gobierno y el sector agropecuario tardó cinco minutos en hablar de acciones destituyentes y no se retractó siquiera cuando el efecto de cien días de conflicto destituyente fue que una ley que constitucionalmente debía ser tratada en el Congreso fuese tratada en el Congreso y no tramitada mediante una simple resolución ministerial.
Aún peor es la idea de la “recuperación de la función disruptiva de lo anacrónico”, sobre todo en un país caracterizado por su incapacidad para utilizar las lecciones de la historia en clave futura en vez de quedarse eternamente atrapado en las disyuntivas del ayer. Cualquiera que haya pasado por el diván del analista sabe perfectamente que el truco de la terapia consiste en la comprensión del pasado para no repetirlo. En lugar de esto, Forster y el kirchnerismo proponen exactamente la vía contraria: el eterno retorno de los brujos, es decir: el uso y abuso del pasado como herramienta para seguir repitiendo eternamente lo que nos ha llevado a casi ochenta años de fracaso, injusticia y desolación.