Jordi Kantor, periodista del New York Times, ha descripto así la asunción de Obama: “La familia de la que proceden Barack y Michelle es negra y blanca y asiática, cristiana, musulmana y judía. Sus miembros hablan inglés, indonesio, francés, cantonés, alemán, hebreo; lenguas africanas que incluyen el swahili, el luo y el igbo. Muy pocos de ellos gozan de una situación económica acomodada y algunos son muy pobres. Aunque el mundo celebra la asunción del primer presidente afroamericano, la historia es más compleja: una historia de inmigración, movilidad social y desarraigo… Aunque Obama es hijo de un keniata negro, tiene algunas raíces convencionales por parte de su madre blanca: abolicionistas que, según la leyenda familiar, fueron expulsados de Missouri, un estado esclavista; gente del Medio Oeste que supo hacer frente a la Depresión; incluso un puñado de remotos antecesores que lucharon en la guerra de la independencia… [Por su parte] Michelle es descendiente de esclavos e hija de la Gran Migración, el movimiento masivo de afroamericanos hacia el norte del país, quienes se trasladaron a mediados del siglo XX en busca de oportunidades”.
Sobre la fiesta posterior a la asunción, Kantor señala: “Los primos viajaron desde una ciudad de Carolina del Sur en la que el tatarabuelo de la primera dama nació como esclavo, mientras que el rabino de la familia vino de la sinagoga en la que había conmemorado el nacimiento de Martin Luther King. También los hermanos estaban presentes: la medio hermana indonesio-norteamericana del marido llegó acompañada por su esposo chino-canadiense, y el hermano de la esposa, un negro casado con una blanca. Cuando Obama prestó juramento estaba rodeado por un clan que hubiera escandalizado a generaciones anteriores de estadounidenses y que instantáneamente modificó la imagen de una primera familia para las generaciones futuras”.
OBAMA EN LA SOCIEDAD MUNDIAL DEL RIESGO
Vivimos en un escenario marcado por una crisis económico-financiera mundial, por una crisis ecológico-climática de escala planetaria, en una situación de amenaza de proliferación nuclear y acechados por una pandemia global, la de gripe porcina. Desde 1999, año de publicación del célebre ensayo de Ulrich Beck sobre la sociedad del riesgo, los habitantes de este mundo del cual aún no hemos logrado convertirnos en ciudadanos hemos podido observar cuán rápidamente ciertos procesos sociales se han hecho globales sin que se expandieran al nivel global las instituciones responsables de su control. Para decirlo con palabras de George Monbiot: “Todo se ha hecho global, menos la democracia”.
DISCURSO DE UN CIUDADANO DEL MUNDO EN BERLÍN.
“Esta tarde no les hablo como candidato a la Presidencia sino como ciudadano; un orgulloso ciudadano de los Estados Unidos y un conciudadano del mundo… ¡Pueblos del mundo, miren a Berlín! Miren a Berlín, donde alemanes y norteamericanos aprendieron a trabajar juntos y a confiar los unos en los otros apenas tres años después de enfrentarse en el campo de batalla… Observen a Berlín, donde las marcas de las balas en los edificios y las sombrías piedras cerca de la Puerta de Brandenburgo persisten para que nunca nos olvidemos de nuestra humanidad compartida. Miren Berlín, donde un muro cayó, un continente se unió y la historia demostró que no hay desafío demasiado grande para que el mundo sea uno solo…
Si el Siglo XX nos enseñó que compartimos un mismo destino, el Siglo XXI nos está revelando que el mundo está más interconectado que nunca. Pero es esta misma cercanía la que ha dado pie a nuevos peligros, que no pueden ser contenidos dentro de fronteras ni evitados gracias a la distancia… Ahora mismo, mientras hablo, los automóviles de Boston y las fábricas de Beijing están derritiendo la capa de hielo del Ártico, reduciendo las costas del Atlántico y causando sequía en las granjas de Kansas y Kenia. El material nuclear mal protegido de la ex Unión Soviética o los secretos de un científico paquistaní podrían ayudar a construir una bomba que podría estallar en París. La amapola de Afganistán se convierte hoy en heroína en Berlín. La pobreza y la violencia en Somalia nos causan pánico al futuro. El genocidio de Darfur es una mancha en la conciencia de todos. En este nuevo mundo, todas estas peligrosas tendencias se mueven más rápido que nuestros esfuerzos para contenerlas. Por eso no nos podemos permitir estar divididos. Ninguna nación, por muy grande o poderosa que sea, puede vencer estos desafíos por sí sola. Ninguno de nosotros puede negar estas amenazas ni huir de la responsabilidad de enfrentarlas.
NUEVOS VALORES PARA UNA NUEVA ERA
Y bien: ¿qué nos dice de nuevo Obama? Nos dice que no hay contradicción entre ser un ciudadano orgulloso de su país de nacimiento y un aspirante a ciudadano del mundo; que las identidades y fidelidades hibridas y cruzadas típicas de un mundo nomádico y en permanente movimiento son compatibles; que la inmigración es y será parte de la historia de vida de un numero creciente de personas; que en una era global no hay lugar para los sálvese-quien-pueda nacionales y que –por lo tanto- los seres humanos compartimos un mismo destino; que las enemistades nacionales aparentemente irreconciliables pueden ser superadas en plazos asombrosamente cortos cuando existe voluntad política; que los desastres causados por las guerras pasadas pueden ser el hito fundador de una humanidad común futura mas profundamente compartida; que los muros están perdiendo la capacidad de impedir que el mundo sea uno solo (“… and the world will live as one”, como escribió John Lennon en “Imagine”, verdadero himno de la unidad del género humano); que la interconexión abre nuevas esperanzas pero da lugar a nuevos peligros que no pueden ser enfrentados con los métodos ni las instituciones del pasado; que la velocidad del cambio tecnoeconómico está sobrepasando nuestra capacidad de adaptación política; que ninguna nación es capaz de solucionar sus problemas por sí sola; que los intereses nacionales no pueden defenderse mediante el aislamiento y el conflicto sino que necesitan de la cooperación y la ayuda recíprocas; que los problemas globales afectan a todos y -consecuentemente- las responsabilidades son de todos; que ha llegado la hora de volver a una humanidad sin capacidad de autodestruirse; que la riqueza creada por el capitalismo global debe ser globalmente distribuida; que el comercio debe ser cada vez más libre pero también cada vez más justo y equitativo; que se ha acabado la era de la externalización “hacia fuera” (de las fronteras nacionales) y “a futuro” (hacia las próximas generaciones) de los costos del consumo; que debemos unirnos para salvar el planeta; que los derechos humanos son eso: humanos, y no prerrogativas nacionales; que la responsabilidad por la gloria o la infamia de lo que sucede en cualquier punto del planeta recae sobre todos nosotros; que hasta las identidades nacionales se asemejarán cada vez más, en todas las naciones, a las identidades mestizas de los países de emigración, en los cuales al no poder ser derivadas de la unidad racial ni la uniformidad cultural deben basarse en principios políticos y civiles comunes como la libertad, la igualdad y la democracia. Y nos dice también que ‘nosotros’ somos la humanidad, y no una de sus tribus, y que este es nuestro momento, el del pueblo del mundo; la hora de que nos hagamos cargo de nuestras serias responsabilidades; y que dado que nuestra empresa es difícil e improbable, no tenemos un minuto que perder.
¿UN DISCURSO DE CAMPAÑA?
La década de los Noventa fue el escenario de una vigorosa polémica sobre el contenido y los alcances de la globalización. Dos concepciones ideológicas, en el peor sentido de la palabra, se enfrentaron sosteniendo dos “verdades” opuestas y simétricamente erróneas. De un lado, los globalifóbicos sostenían que la globalización era un fenómeno superficial y pasajero, o que era simplemente una nueva mascara del viejo imperialismo, y afirmaban que los estados nacionales continuaban siendo el horizonte insuperable de la organización política de la humanidad. Del otro lado, los globalifílicos daban por descontando que los estados nacionales eran un artefacto superado por la Historia y profetizaban su inmediata desaparición del escenario, teoría que se complementaba perfectamente bien con la triunfante marea neoliberal favorable al estado mínimo. Transcurrido un cuarto de siglo desde la caída del Muro de Berlin, evento emblemático de la apertura de la era de la globalización, ni los estados nacionales ni la globalización han desaparecido, y resulta tan ciego suponer que los estados-nación se extinguirán sin más como sostener que en la naciente era global puedan seguir siendo el centro monopólico de la sociedad humana, como lo fueron durante siglos.
1) En primer lugar, la visión realpolitika subestima el impacto que las ideas tienen en el mundo. La Declaración de Virginia (1776) era contradictoria hasta el absurdo, ya que no sancionaba el fin de la esclavitud; y la de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (1789) excluía de sus proclamas a la enorme mayoría de la humanidad, que no era blanca, ni de género masculino, ni propietaria de bienes inmuebles. Sin embargo, ambas constituyeron la base cierta para la consagración de la idea revolucionaria de la existencia de derechos humanos comunes, indivisibles y prioritarios respecto al poder de los estados, con lo que sentaron las bases de las democracias nacionales, de los estados de bienestar nacionalmente administrados y de la justicia internacional, entre otras instituciones. Y algo similar puede decirse de todas las declaraciones anteriormente citadas, de las cuales acaso la más emblemática sea el Manifiesto de Ventotene, documento fundador de una Europa unida redactado por un prisionero político de Mussolini en la hora de mayor obscuridad para el continente: 1941, cuando Hitler se enseñoreaba en todas partes, Mussolini era su férreo aliado, Franco era el fresco vencedor de la Guerra Civil y Stalin reinaba del otro lado de la barricada.
2) En segundo lugar, el hecho de que un candidato a la Presidencia del país más poderoso del planeta haya reclamado su adhesión a estos valores es significativo por sí mismo, independientemente de la falsedad o sinceridad de sus intenciones, ya que demuestra que existe –por lo menos- un público numeroso que aspira a verlos defendidos en el escenario político. Aun suponiendo la mayor vileza e hipocresía de Obama, su intento de presentar esta faceta cosmopolita en vez de seguir razonando en los términos del unilateralismo militarista de Bush demuestra que la obsolescencia de los paradigmas nacionalistas es perfectamente percibida –al menos- por la población de la Unión Europea hacia la que Obama dirigió sus palabras.
3) En tercer lugar, el simple hecho de un candidato a la Presidencia de los Estados Unidos decida tener uno de sus principales actos de campaña en el extranjero, y que concite la atención de 200.000 concurrentes, denota la irreversibilidad de la globalización de las polaridades políticas. Es ésta, además, la consecuencia previsible de la irrupción de asuntos globales –como la invasión de Irak, la política estadounidense en Medio Oriente o las amenazas derivadas del 11 de Septiembre- en elecciones de ámbito nacional que antiguamente se dirimían según contenidos meramente nacionales. Aún más significativas han sido las reacciones del gran partido nacionalista y conservador de los Estados Unidos, el Republicano, cuyos dirigentes usaron el discurso de Berlín para acusar a Obama de “estar demasiado interesado en el mundo y ser demasiado poco americano para defender los intereses estadounidenses”.