Ya está en La Nación mi columna de hoy, Los verdaderos kelpers, con el enigmático título de "La voluntad de los kelpers". http://www.lanacion.com.ar/1562525-la-voluntad-de-los-kelpers
Digan lo que
digan los populistas, no existe un solo tipo de soberanía sino dos. La primera,
heredera directa de idea de “soberano” que caracterizó a reinos e imperios de
la Antigüedad y el Medioevo, es la soberanía del monarca sobre un territorio y
sus habitantes. Sobra decir que es esta la acepción preferida por el gobierno
nacional, que considera que la democracia es una suerte de monarquía
plebiscitaria y no se priva de reducir los ciudadanos a clientes, esa versión
postmoderna del súbdito. ¿Y cómo no habría el kirchnerismo de intentar aplicar el
mismo concepto de soberanía monárquica que usa contra la Justicia, el Congreso
y los ciudadanos argentinos sobre los odiosos extranjeros que habitan Malvinas,
supuestos culpables de un crimen cometido cuando sus tatarabuelos aún no habían
nacido? Sin embargo, existe otro concepto de soberanía, siempre denigrado por
los monarcas. Es la soberanía de los ciudadanos, que no va de arriba hacia
abajo sino de abajo hacia arriba, y de la que se derivan las ideas de
democracia, que no es otra cosa que soberanía ciudadana sobre el poder
político; la de derechos humanos, que establece los límites que ese poder
político no puede violar, y la de autodeterminación de los pueblos, sobre la
que un grupo de españoles y descendientes de españoles fundaron este país hace
dos siglos. Democracia, derechos humanos y autodeterminación son nociones discutibles,
ciertamente, pero implican indudablemente que a ningún grupo humano puede imponérsele
un pasaporte, ni transformárselo en extranjero en la tierra que ocuparon sus
ancestros hace siete generaciones, ni obligárselo a aceptar un soberano que
rechaza.
¿Sostiene
nuestro canciller que los isleños son una “población trasplantada con fines
colonialistas por un imperio”? Desde luego. Se trata de un concepto notable, aunque
recuerda bastante algunas parrafadas de Los
Protocolos de los Sabios de Sión. En todo caso, es aplicable sin
restricciones a las familias Saavedra, Moreno y San Martín, así como a la
totalidad de la población trasplantada a
Sudamérica con fines colonialistas por un imperio, el español, cuyos descendientes consideramos nuestros
héroes nacionales por haber ejercido su derecho
a la autodeterminación. Para no mencionar que en un país en el que las
provincias preceden a la Nación es por lo menos curioso que se le niegue a
nadie el derecho a decidir si quiere formar parte de él o mantenerse a
prudencial distancia, por motivos que la Historia nacional y la realidad kirchnerista
hacen perfectamente comprensibles.
Entonces, ¿por
qué Malvinas? ¿De dónde nace la inacabable vocación por la “recuperación” de
unas islas que nunca formaron parte de la República Argentina? ¿Será acaso un
sentido de justicia reparatoria ante el atropello de los poderosos, según la
interpretación del malvinerismo? Es posible. Sin embargo, se desconocen
iniciativas similares del nacionalismo justiciero para devolver a Paraguay las partes del
territorio hoy argentino que le fueron arrebatadas en una guerra que acabó con
la vida del ochenta por ciento de la población masculina paraguaya y le robó a
ese país su destino cincuenta años después de que los ingleses tomaran Malvinas.
Mucho menos se conoce un entusiasmo igualmente extendido como para tratar con
dignidad a los Qom, habitantes originarios de territorios originalmente paraguayos
en los que hoy reina el cacique Gildo Insfrán y una versión argenta del Ku-Kux-Klan
hace de las suyas. ¿Se tratará de la necesidad de explotar los recursos que
encierran las islas? Sería una explicación creíble si no fuera por la ausencia
completa de toda política de exploración de los recursos del resto de la
plataforma del Mar Argentino a pesar del extraordinario éxito obtenido por
Petrobras en una zona geológica no muy diferente. ¿Será quizás el romántico
anhelo de ocupar enteramente el territorio nacional? Es una hipótesis concebible…
si no fuera porque vivimos en un país que, a siglo y medio de su fundación, es
todavía un inmenso desierto en el cual la mitad de los habitantes nos
amontonamos en un rincón. Lo digo con las mejores intenciones. No vaya a ser
que si se “recuperan” las Malvinas terminemos haciendo el papelón de dejarlas
desiertas o, peor que peor, los avispados clientes del estado kirchnerista reclamen
el afluir caudaloso de subsidios como condición para no dejarlas tan vacías
como a la pobre Patagonia…
Entonces… ¿qué
lleva al nacionalismo argentino a la obsesión por unas tierras que sumarían 1/245
parte al séptimo territorio nacional más grande del mundo? Y bien, las tres
principales razones por las cuales las islas Malvinas permanecen bajo dominio
inglés sugieren una respuesta: 1º) Una guerra perdida sin la cual, como demuestran
documentos desclasificados, las islas serían argentinas hace tiempo. 2º) La despreciable
política de ignorar la presencia de quienes las habitan, ninguneándolos con un
estilo que recuerda al Videla del “No están vivos ni muertos”; lo que conduce a
la opción forzosa entre la aceptación de la soberanía británica y la imposición
de la soberanía argentina. 3º) Una cláusula de la Constitución que proclama que
la soberanía argentina es innegociable,
lo que brinda excelentes argumentos a quienes sostienen que nuestro país no
plantea una negociación sino una rendición incondicional a sus razones.
Y bien, ¿quién
ha sido el autor de estas tres hazañas sin las cuales la posición británica
sería insustentable sino el propio nacionalismo argentino; ese patrioterismo encarnado
en las dos fuerzas que gobiernan casi ininterrumpidamente este país desde el
golpe de septiembre de 1930? ¿Quiénes, si no el Partido Militar y el Partido Populista,
nos han metido en este callejón aparentemente sin salida que combina la decadencia
interminable del país con la obsesión por un tema que todo análisis racional relega
a una importancia secundaria, para decir lo menos?
Agreguemos un
poco de Freud al análisis de las acciones pro-británicas del nacionalismo
argentino y obtendremos la respuesta a nuestro interrogante: ¿por qué,
Malvinas? La más elemental es que el nacionalismo no busca la recuperación de
las islas sino mantenerlas como “territorio irredento” para seguir
utilizándolas de justificador eterno de nuestro fracaso como sociedad, para
seguir usándolas como gran cortina de humo que oculta los dramáticos problemas
del país, para agitarlas con una mano, como hacen los magos, buscando atraer las
miradas y los odios sobre el chivo expiatorio extranjero mientras con la otra mano
se roban el país. El nacionalismo argentino quiere a las Malvinas irredentas con
el fin de ocultar que es aquí donde viven y gobiernan los responsables de
ochenta años de decadencia, perfectamente representados hoy por ese Partido
Populista que entró a la Casa Rosada de la mano del Partido Militar en el
inicio de las grandes tragedias nacionales. Y las quieren, además, como objeto
de culto que permita sostener una concepción obsoleta del mundo según la cual
la riqueza depende de los recursos naturales y no del desarrollo de las
capacidades intelectuales de los ciudadanos. Las Malvinas como gigantesco
diversivo nacional; arrinconadas en el rol de hermanitas perdidas con el fin de
mantener a la Argentina paranoicamente aislada de la naciente sociedad global
del conocimiento y la información, en tanto se sigue transformando a la ínfima
parte poblada de su territorio en una sucursal del conurbano. Así estamos, presos
de un régimen que cree que las votaciones son excelentes para elegir jueces
pero malas para decidir a qué comunidad desea pertenecer un grupo de personas. Súbditos
de un poder soberano especializado en decidir quiénes son pueblo y quiénes no.
Sometidos a quienes creen que un 54% legitima cualquier atropello pero el 99%
no habilita ninguna legitimidad. A merced de propietarios de saberes y legados que
establecen quiénes son gente que merece respeto y quiénes son simples enemigos
sin entidad ni derecho.
Democracia,
autodeterminación, derechos humanos. Si algún día la Argentina entra en la
Modernidad política, si alguna vez la soberanía de los ciudadanos sobre el
poder estatal reemplaza a la soberanía de los monarcas sobre los clientes, si
alguna vez dejamos de ser los verdaderos kelpers de la Argentina, acaso comprenderemos
la enormidad que implica la idea de que
las Malvinas sean argentinas independientemente de los deseos de sus
habitantes. Hasta entonces seguiremos padeciendo la misma maldición que -según Marx-
sufría el pueblo inglés que apoyaba los atropellos de la Corona Británica en
Irlanda: la de experimentar en carne propia el tratamiento destinado al
enemigo.