PADRE FRANCISCO
Millones
de páginas se han escrito sobre las posibles consecuencias de la asunción de
Francisco para la Iglesia católica. Ríos de tinta han corrido sobre la
problemática relación del cardenal Bergoglio con el Gobierno. Premurosas, las
difamaciones han ido, fracasado, y venido, transformándose en resignada
aceptación de lo inevitable. De todo esto se ha escrito hasta el cansancio. Poco
y nada se ha dicho, en cambio, sobre el impacto para el mundo de la designación
de una de sus más importantes autoridades políticas. Nada que deba sorprendernos en un planeta
cuya principal religión es el nacionalismo; esa curiosa superstición que nos
permite creer que nuestro país prosperará en medio de espantosas crisis globales
y que nuestros hijos sobrevivirán aunque avance la proliferación nuclear y
estallen las consecuencias del cambio climático. El tema merecería varias
notas, pero me he prometido dedicar ésta al nuevo Papa. Déjenme cerrar la
cuestión, pues, diciendo que si continuamos construyendo un mundo cada vez más unificado
e interdependiente por la tecnología y la economía mientras seguimos enseñando a
los niños que el propio país es la medida de todas las cosas y sus intereses el
principio último que debe guiar nuestras acciones algo malo va a sucedernos
pronto. Después no digan que nadie les avisó.
En
tanto esperamos que esta vez el búho de Minerva alce su vuelo antes de que el mundo
explote, volvamos al Papa, cuya elección de nombre ha suscitado el mayor
entusiasmo religioso del que mi pobre corazón agnóstico es capaz. Me explico:
he vivido siete años en Italia y uno en Gubbio, patria del lobo, a pocos metros
de donde se produjo su encuentro con Francesco,
quien allí mismo alzó uno de los primeros leprosarios de la Historia. De manera
que mi alma anticlerical se ha rendido hace mucho ante el poverello de Asís y sus tres
maravillosos milagros: la paz, la armonía con la naturaleza y la opción a favor
de los pobres. Con semejante equipaje no es de extrañar que ningún Papa haya
querido utilizar antes su nombre...
Y
bien, ¿no son los valores franciscanos de paz, respeto por la naturaleza y
opción por los pobres la exacta contracara de las tres grandes crisis globales que
amenazan hoy al mundo? ¿Qué otra cosa que paz necesita un mundo agobiado por la
proliferación de armas de destrucción masiva? ¿Qué más que respeto por la
naturaleza precisa una humanidad extraviada en la corrupción de los unos y el
consumismo de los otros, y que corre el riesgo de provocar un colapso ecológico
planetario? ¿Qué otra cosa que cuidado por los desvalidos exige esta
civilización, la humana, a cuyo deslumbrante boom tecnoeconómico no ha
correspondido una mejora proporcional de las condiciones de vida de su mitad
más pobre?
Pero vayamos
más allá de los buenos deseos de las almas bellas. Pensemos en la actual crisis
económica. ¿Hablan en serio los economistas “progres” que proponen otra ronda
de copas keynesiana, es decir: una nueva burbuja de consumo primermundista capaz
de estimular nuevamente la producción de objetos con obsolescencia programada,
el reflorecer de esa gran fábrica mundial en que se ha convertido el Asia, la consiguiente
suba de las commodities y un nuevo auge de los BRIC? ¿No comprenden que es éste
el modelo que acaba de estallar, y que volver a él sólo puede llevar a
incalculables consecuencias en el plano ecológico y a una nueva crisis
financiera de consecuencias aún más devastadoras? ¿No han entendido el ABC de
la receta keynesiana: pasar de un modelo basado en el consumo individual de objetos
por los más ricos a otro centrado en la producción de bienes públicos; lo que
hoy implica: aire limpio y clima estable en todo el planeta, una computadora para
cada uno de los niños del mundo, agua, alimentos y medicinas para todos los
seres humanos, pasaje desde la era del automóvil a la del transporte público, abandono
del modelo de energía basada en fósiles, barata pero mortal, y aprovechamiento
de la potencia del viento, del sol, de las mareas?
Hablo
de un modelo de salida de la crisis basado en los valores franciscanos: 1) Austeridad en el Primer Mundo, con mejora
de la distribución de la riqueza y un nuevo paradigma de satisfacción social
que no dependa de la aceleración del cambio del lavarropas sino de trabajar
menos y mejor, en tareas más agradables y significativas que dejen tiempo para un
consumo ecológicamente sustentable, ya en desarrollo (alimentación gourmet, deporte
y cultura para todos, producción artística generalizada, turismo de corta
distancia, conciertos de fin de semana, clases de yoga, lecciones de tango). 2)
Paz, y redireccionamiento del
complejo industrial armamentista hacia la producción de insumos tecnológicos capaces
de cambiar la matriz energética antes de que el planeta estalle. 3) Opción por
los pobres, y una nueva economía llena de oportunidades dirigida a la
satisfacción de las necesidades básicas de esa mitad de la humanidad que carece
de lo elemental en medio del despilfarro generalizado.
¿Utopía?
Utopía es creer que nos salvaremos si no empezamos a recorrer cuanto antes este
camino. Y mentira es sostener que nos faltan recursos para hacerlo. Recursos, sobran.
Lo que falta es voluntad política. Lo que escasea es la generosidad y la
inteligencia de comprender que en un mundo global nosotros somos la humanidad,
y no una de sus tribus. Y de lo que carecemos es de instituciones a la altura
de las circunstancias, es decir: democráticas y globales, capaces de no
someterse a los cambios tecnoeconómicos en curso sino de dirigirlos en
beneficio de la supervivencia y el bienestar de todos los seres humanos.
Paz,
respeto por la naturaleza, opción por los pobres. ¿Será capaz el nuevo Papa de
hablar a todos los seres humanos con las palabras de Francesco? No a su rebaño,
ni a sus compatriotas. A todos los seres humanos. Y si así fuera, ¿serían
capaces los patriarcas de los demás credos de recoger ese guante? ¿Podremos dejar
atrás los demasiados siglos en que las religiones fueron una de las formas de
dividir a los hombres para avanzar hacia una nueva era en la que sirvan para
unirlos ante las amenazas generadas por una razón sin corazón y un corazón sin razones?
Acaso
haya más fe que inteligencia en esta esperanza. Sin embargo, pensando en la parábola
de Jorge Bergoglio, que creció en Flores y llegó a Papa, no puedo dejar de
recordar una de las canciones que marcaron mi adolescencia. Era de Pedro y
Pablo, se llamaba Padre Francisco, y terminaba
con esta invocación: “Padre Francisco/ salga
por Cristo/ a predicar/ una Justicia más audaz. Ya no habrá calma/ háblele al
alma/ del pueblo en pie/ Se necesita tanta fe/ sea usted capaz”.