LA MADRE DEL BICHO
Progre-sismo- El octavo pasajero, de Huili Raffo y Gustavo
Noriega, es un libro excelente, de esos
que uno va palpando con la mano derecha para saber lo que queda de lectura lamentando
sentirse obligado, por la adrenalina, a leerlo de un solo tirón. En 439 páginas
de lucidez, Raffo-Noriega hacen una tomo-radiografía ultrasónica computada de la suma de idioteces
progresistamente-correctas que han hecho de la Argentina K el estropicio que
supimos conseguir y construido un ambiente intelectual en el que se discuten,
con aire de solemnidad, los delirios más disparatados. Aún mejor, lejos de ser
un monótono compendio de refutaciones, las páginas de El octavo pasajero acumulan sabiamente entrevistas-diálogos
sorprendentes y conmovedores (imperdibles los de Gargarella, Tomás Abraham y
Julio Bárbaro) y los combinan con las historias de vida de nuestros
protagonistas, configurando una divertida y siniestra bitácora de viaje de esta
nave, la Argentina K, que transporta a tantos millones de inocentes y sufridas
víctimas del alien que destruyó la política, como proclama el subtítulo de la
edición.
Y sin embargo…
Y sin embargo Progre-sismo- El octavo pasajero padece
de lo que, en honor al creador de esta corriente filosófica, llamaré quintinismo;
es decir: de la idea completamente irracional de que el octavo pasajero ha
surgido de la nada y a la nada volverá apenas el país se saque de encima al kirchnerismo,
o lo que queda de él, el cristinismo; ese vestigio débil del stalinismo que en
la Argentina incubó el PCA. Y bien, no. No para mí. Así no juego más. Una cosa
es desvertebrar el absurdo kirchnerista y bien otra es tirar la idea de
progresismo por la canaleta junto con el líquido amniótico del monstruo. Y otra
mucho peor es ignorar las evidentes causas de porqué esta forma de
pseudoprogresismo adquirió semejante poder autoritario en este país, y en
ningún otro país. Y la respuesta habrá
de buscarse, por lo tanto, en alguna peculiaridad política puramente argentina,
que esté relacionada con el kirchnerismo, que sea autoritaria y no exista en
Brasil, ni en Suecia, ni en Uruguay; no sé si me explico. Hablo de alguna
fuerza política de la que provenga la mayoría de los dirigentes kirchneristas,
empezando por los líderes, que distinga a nuestro Octavo pasajero nac&pop de
la bohemian bourgeoisie y la izquierda caviar europeas, y que haga la
diferencia hasta el punto de que, como bien sostiene el libro, las José María
Lubertinos del mundo juntan firmas para
proteger a los osos panda en una mesa bajo la lluvia y acá te pasan por arriba
como parte de la aplanadora K.
Ese procreador del monstruo, ese
padre prohijador de las peores desgracias argentinas, esa madre del bicho, no
es otro que el peronismo, una fuerza política cuya mayor astucia, como la del
Diablo, es la de hacernos creer que no existe; ese engendro mutante que ha
encarnado en nuestro país, sucesivamente, las peores invenciones políticas de
la raza humana: el nacionalismo populista autoritario de los Treinta y los
Cuarenta, la guerrilla alucinada de los Sesenta y Setenta, la contraofensiva
fascista de los Setenta, el neoliberismo de los Noventa y el estalinismo
latinoamericanista de hoy. Siempre en su versión débil, hay que reconocerlo, ya
que los negociados y la corrupción que el peronismo oculta bajo sus sucesivos
disfraces políticos se llevan mal con el fanatismo de la muerte por un ideal
que el programa peronista (Perón o muerte) no cesa jamás de mencionar.
De manera que Progre-sismo- El octavo pasajero es un
libro brillante, necesario, y hasta oportuno; ya que cuando el bicho ataca lo
primero es zafar de él. Y sin embargo, sin embargo, no está bien ni es
necesario hacerlo al precio de quedarnos con la madre embarazada en la bodega, lista
a parir nuevos y peores bichos, como le pasó a la pobre Sigourney
Weaver, si no recuerdo mal.