Esta nota no logré publicarla en ningún lado. Así que la pongo completa y en exclusiva para el blog.
La vaca roja es la de Gauguin, y no fui yo quien la decapitó.
fernando
NACIONALISMO ZOMBIE EN EL PAÍS DE LAS CARNES
Pocas cosas como el problema de la carne para mostrar el nacionalismo zombie que gobierna el país de las carnes en todo su esplendor. Cuando el partido hiperdevaluador de Duhalde, Alfonsín y Remes Lenicov llevó a cabo la mayor redistribución negativa de la riqueza de la historia argentina al grito de ¡Pesificación o muerte! y bajo los acordes de la marcha al Primer Trabajador, los fenicientos economistas del vivir con lo muestro juraron y perjuraron que pasar de cobrar en dólares a cobrar en pesos hiperdevaluados no iba afectar el salario de los argentinos. “Los argentinos consumen en Argentina y en pesos”, apuntaron con su habitual perspicacia. Así, por obra y magia del neodesarrollismo alucinado, la globalización quedaba abolida y los estados nacionales, reducidos a impotente colador en todas partes, recobraban aquí las propiedades aislacionistas de las que habían gozado en los viejos buenos tiempos nacional-industriales.
El tiempo pasó. El kirchnerismo confirmó la visión devaluatoria mediante la elevación de la Convertibilidad 3 a 1 a única política económica real, y los resultados no se hicieron esperar: hoy, a pesar de que el país creció un 18,2% respecto a su anterior pico productivo de 1998, el ingreso medio de los ocupados ha caído un 23,8% y está 10% por debajo de lo que necesita un hogar para dejar de ser pobre, cuando en 1998 estaba 34% por encima de esa cifra. Así, tenemos desde entonces más de cuatro millones de nuevos pobres, ninguno de los cuales puede, previsiblemente, comer carne en el país de las carnes, en el cual su precio es aproximadamente la quinta parte que en el resto del mercado mundial. Curioso nacionalismo es éste, por otra parte, que toca la campanita en Wall Street aspirando a seducir al capitalismo globalizado en tanto acusa a los productores agropecuarios argentinos de “pícaros y avaros” por querer extraer de su trabajo y sus inversiones el máximo rendimiento posible, conducta demoníaca que por supuesto no se estila en Wall Street...
Como en aquellas falacias del pensamiento que enseñaban en la escuela argentina cuando éste era un país con elevados índices de cultura y no uno condenado al éxito, el neopopulismo desarrollista extrae de su análisis de la realidad lo que su visión con anteojeras puso antes en ella. El proceso comienza por adjudicar a los productores agropecuarios una categoría zombie y extinguida: oligarquía ganadera; sigue mediante el señalamiento y la satanización de “un mercado monopólico controlado por 2.000 productores” (ésta, la del “mercado monopólico de 2.000 productores” es una verdadera exclusividad argentina); continúa con el reclamo de que los luciferinos países centrales abran sus mercados a la producción de los países en desarrollo, y termina por... ¡prohibir las exportaciones de carne! con el objeto de adecuar la realidad mundial a la nacional, entendida ésta como lo que al señor Moreno y al Presidente se les pasa por la cabeza.
La historia termina cuando el consumo de carne en Argentina se dispara porque está exageradamente barata respecto a otros precios de la economía, la oferta disminuye porque deja de ser rentable frente a otras opciones, como la soja, y el aumento de la demanda unido a la disminución de la oferta provocan lo mismo que provocarían en cualquier punto de este globalizado planeta, Wall Street incluido: tensiones en los precios y peligros de desabastecimiento. Momento en que el nacionalismo zombie confirma sus sospecha de que existe un complot golpista de la oligarquía ganadera que planea restituir a Martínez de Hoz, si no a Videla. Por si fuera poco, el previsible pasaje del ganado a la soja provocará que Argentina exporte menos carne y más granos, en vez de transformarlos en alimento del ganado y darle trabajo a los productores de carne, los peones del campo y los obreros de los frigoríficos argentinos, con una pérdida de porciones del mercado mundial causada por incumplimiento de contratos. Todos ellos, inesperados contratiempos antidesarrollistas que el nacionalismo zombie enfrentará apelando a su estrategia preferida: la denuncia de un complot mundial contra la Argentina capitaneado por los aliados internos del imperialismo, organización con sede en Chascomús.
¿Exageración? Ya se escuchan las voces la Patria: “No hicieron nada en los ’90, cuando el campo expiraba con el 1 a 1, y se quejan ahora, que ganan más que nunca”, claman. “Los ganaderos son unos pícaros y malentretenidos a los que lo único que les importa es su bolsillo”, denuncian; sin sospechar siquiera que ambas afirmaciones están en flagrante contradicción. Y después, prosiguen con su cantilena preferida, el himno “Sin industria no hay Nación”, lo que en términos de políticas públicas quiere decir aquí que los productores agropecuarios que invirtieron en modernizarse buena parte de sus ganancias, que elevaron su productividad usando semillas transgénicas y tractores guiados por GPS y aplicando a su cadena de valor modernas técnicas de management, deben seguir subsidiando a los heroicos industriales que producen diseños del año ’63 con tecnologías del ’48, que pagan salarios miserables y son los reyes del trabajo en negro y la evasión, que invirtieron sus ganancias en departamentos de Mar del Plata, primero, y en Punta del Este después, si les tocó un gobierno proteccionista-neodesarrolista-industrialista y les fue muy pero muy bien, en tanto sus empresas quebraron y piden ahora un nuevo Banade que desvalijar.
Mientras sube las retenciones al agro en nombre de la justa redistribución de la riqueza, el Gobierno se prepara a subsidiar con 51.700 millones de pesos (51% del gasto de la Administración Nacional ) a la sagrada burguesía nacional, con los generosos patrones de colectivos y los caritativos concesionarios de trenes en primera fila. Mientras clama por la añorada Patria Grande, erige barreras proteccionistas frente a los demoníacos empresarios paulistas, que pagan salarios en blanco y hasta impuestos, que deben transportar lo que producen hasta los centros de consumo argentinos y enfrentan un cambio desventajoso de 1,5 pesos por real, porque de otra manera la patriótica industria del zapato no puede competir...
Si el turismo extranjero invade el país con divisas, ello se debe a los incomparables paisajes argentinos, los más bellos del mundo. Si los turistas compran departamentos y activan la demanda inmobiliaria y disminuye la desocupación se utiliza el tema para ponderar la virtudes de la Convertibilidad 3 a 1. Pero si el precio de las propiedades sube, por las mismas causas, y los asalariados nacionales ven que la casa propia se aleja de sus pesificados bolsillos, se trata de una evidente conspiración internacional. Si la demanda mundial de alimentos se eleva y permite al país dejar atrás lo peor de la crisis y al Gobierno manejar una caja con la que disciplinar gobernadores y empresas, ello se debe a la previsora gestión de Kirchner-Miceli-Moreno. Pero si los precios internos de la carne tienden a la suba debido a esas mismas razones, es la satánica globalización, que todo lo arrasa.
Ante tanta desinformación, digamos lo evidente: el récord mundial de más de 66 kilos de consumo de carne por año/por habitante es una garantía de pésima salud. No los comen los niños pobres de la Patria sino esa clase media a cuyo egoísmo apela permanentemente el Gobierno como herramienta electoral, como bien se ve en los precios diferenciales del gas domiciliario y en garrafa, otra vergüenza nacional. Si éste fuera un gobierno progresista, negociaría un abastecimiento del mercado interno con cortes baratos, a precios razonables pero crecientes que disminuyan el consumo irracional de carne que es marca característica de la identidad nacional, y dejaría las manos libres a los productores para abastecer el mercado mundial generando cadenas de valor y empleo. Y con las abundantes recaudaciones de las retenciones agropecuarias financiaría un plan de salud que garantizase el derecho de los argentinos pobres a una dieta balanceada y campañas educativas que refuercen la tendencia a la baja del sacrosanto churrasco nacional, en las que el único ministro realmente existente de este Gobierno, doctor Ginés García, tendría bastante para aportar. En cambio, mientras la recuperación sigue basándose en sectores, como el de la construcción para el segmento medio-alto o la industria automotor, que venden en dólares y pagan en pesos, los argentinos vivimos en medio de un pandemonio de acciones zombie que causan lo contrario de lo que se proponen, en tanto nuestro intrépido Gobierno se propone integrar el derecho al bife de lomo al Preámbulo de la Constitución Nacional. Así trabaja el nacionalismo zombie en el país de las carnes. Y así estamos...
El tiempo pasó. El kirchnerismo confirmó la visión devaluatoria mediante la elevación de la Convertibilidad 3 a 1 a única política económica real, y los resultados no se hicieron esperar: hoy, a pesar de que el país creció un 18,2% respecto a su anterior pico productivo de 1998, el ingreso medio de los ocupados ha caído un 23,8% y está 10% por debajo de lo que necesita un hogar para dejar de ser pobre, cuando en 1998 estaba 34% por encima de esa cifra. Así, tenemos desde entonces más de cuatro millones de nuevos pobres, ninguno de los cuales puede, previsiblemente, comer carne en el país de las carnes, en el cual su precio es aproximadamente la quinta parte que en el resto del mercado mundial. Curioso nacionalismo es éste, por otra parte, que toca la campanita en Wall Street aspirando a seducir al capitalismo globalizado en tanto acusa a los productores agropecuarios argentinos de “pícaros y avaros” por querer extraer de su trabajo y sus inversiones el máximo rendimiento posible, conducta demoníaca que por supuesto no se estila en Wall Street...
Como en aquellas falacias del pensamiento que enseñaban en la escuela argentina cuando éste era un país con elevados índices de cultura y no uno condenado al éxito, el neopopulismo desarrollista extrae de su análisis de la realidad lo que su visión con anteojeras puso antes en ella. El proceso comienza por adjudicar a los productores agropecuarios una categoría zombie y extinguida: oligarquía ganadera; sigue mediante el señalamiento y la satanización de “un mercado monopólico controlado por 2.000 productores” (ésta, la del “mercado monopólico de 2.000 productores” es una verdadera exclusividad argentina); continúa con el reclamo de que los luciferinos países centrales abran sus mercados a la producción de los países en desarrollo, y termina por... ¡prohibir las exportaciones de carne! con el objeto de adecuar la realidad mundial a la nacional, entendida ésta como lo que al señor Moreno y al Presidente se les pasa por la cabeza.
La historia termina cuando el consumo de carne en Argentina se dispara porque está exageradamente barata respecto a otros precios de la economía, la oferta disminuye porque deja de ser rentable frente a otras opciones, como la soja, y el aumento de la demanda unido a la disminución de la oferta provocan lo mismo que provocarían en cualquier punto de este globalizado planeta, Wall Street incluido: tensiones en los precios y peligros de desabastecimiento. Momento en que el nacionalismo zombie confirma sus sospecha de que existe un complot golpista de la oligarquía ganadera que planea restituir a Martínez de Hoz, si no a Videla. Por si fuera poco, el previsible pasaje del ganado a la soja provocará que Argentina exporte menos carne y más granos, en vez de transformarlos en alimento del ganado y darle trabajo a los productores de carne, los peones del campo y los obreros de los frigoríficos argentinos, con una pérdida de porciones del mercado mundial causada por incumplimiento de contratos. Todos ellos, inesperados contratiempos antidesarrollistas que el nacionalismo zombie enfrentará apelando a su estrategia preferida: la denuncia de un complot mundial contra la Argentina capitaneado por los aliados internos del imperialismo, organización con sede en Chascomús.
¿Exageración? Ya se escuchan las voces la Patria: “No hicieron nada en los ’90, cuando el campo expiraba con el 1 a 1, y se quejan ahora, que ganan más que nunca”, claman. “Los ganaderos son unos pícaros y malentretenidos a los que lo único que les importa es su bolsillo”, denuncian; sin sospechar siquiera que ambas afirmaciones están en flagrante contradicción. Y después, prosiguen con su cantilena preferida, el himno “Sin industria no hay Nación”, lo que en términos de políticas públicas quiere decir aquí que los productores agropecuarios que invirtieron en modernizarse buena parte de sus ganancias, que elevaron su productividad usando semillas transgénicas y tractores guiados por GPS y aplicando a su cadena de valor modernas técnicas de management, deben seguir subsidiando a los heroicos industriales que producen diseños del año ’63 con tecnologías del ’48, que pagan salarios miserables y son los reyes del trabajo en negro y la evasión, que invirtieron sus ganancias en departamentos de Mar del Plata, primero, y en Punta del Este después, si les tocó un gobierno proteccionista-neodesarrolista-industrialista y les fue muy pero muy bien, en tanto sus empresas quebraron y piden ahora un nuevo Banade que desvalijar.
Mientras sube las retenciones al agro en nombre de la justa redistribución de la riqueza, el Gobierno se prepara a subsidiar con 51.700 millones de pesos (51% del gasto de la Administración Nacional ) a la sagrada burguesía nacional, con los generosos patrones de colectivos y los caritativos concesionarios de trenes en primera fila. Mientras clama por la añorada Patria Grande, erige barreras proteccionistas frente a los demoníacos empresarios paulistas, que pagan salarios en blanco y hasta impuestos, que deben transportar lo que producen hasta los centros de consumo argentinos y enfrentan un cambio desventajoso de 1,5 pesos por real, porque de otra manera la patriótica industria del zapato no puede competir...
Si el turismo extranjero invade el país con divisas, ello se debe a los incomparables paisajes argentinos, los más bellos del mundo. Si los turistas compran departamentos y activan la demanda inmobiliaria y disminuye la desocupación se utiliza el tema para ponderar la virtudes de la Convertibilidad 3 a 1. Pero si el precio de las propiedades sube, por las mismas causas, y los asalariados nacionales ven que la casa propia se aleja de sus pesificados bolsillos, se trata de una evidente conspiración internacional. Si la demanda mundial de alimentos se eleva y permite al país dejar atrás lo peor de la crisis y al Gobierno manejar una caja con la que disciplinar gobernadores y empresas, ello se debe a la previsora gestión de Kirchner-Miceli-Moreno. Pero si los precios internos de la carne tienden a la suba debido a esas mismas razones, es la satánica globalización, que todo lo arrasa.
Ante tanta desinformación, digamos lo evidente: el récord mundial de más de 66 kilos de consumo de carne por año/por habitante es una garantía de pésima salud. No los comen los niños pobres de la Patria sino esa clase media a cuyo egoísmo apela permanentemente el Gobierno como herramienta electoral, como bien se ve en los precios diferenciales del gas domiciliario y en garrafa, otra vergüenza nacional. Si éste fuera un gobierno progresista, negociaría un abastecimiento del mercado interno con cortes baratos, a precios razonables pero crecientes que disminuyan el consumo irracional de carne que es marca característica de la identidad nacional, y dejaría las manos libres a los productores para abastecer el mercado mundial generando cadenas de valor y empleo. Y con las abundantes recaudaciones de las retenciones agropecuarias financiaría un plan de salud que garantizase el derecho de los argentinos pobres a una dieta balanceada y campañas educativas que refuercen la tendencia a la baja del sacrosanto churrasco nacional, en las que el único ministro realmente existente de este Gobierno, doctor Ginés García, tendría bastante para aportar. En cambio, mientras la recuperación sigue basándose en sectores, como el de la construcción para el segmento medio-alto o la industria automotor, que venden en dólares y pagan en pesos, los argentinos vivimos en medio de un pandemonio de acciones zombie que causan lo contrario de lo que se proponen, en tanto nuestro intrépido Gobierno se propone integrar el derecho al bife de lomo al Preámbulo de la Constitución Nacional. Así trabaja el nacionalismo zombie en el país de las carnes. Y así estamos...
Fernando A. Iglesias
2 comentarios:
hermoso...
Por otro lado, tan obvio...
¿Podría ud escribir algo sobre por qué los argentinos han puesto la proa hacia La era de la sinrazón?
Gracias, Ericz
has encontrado en el artículo virtudes estéticas que yo ni sospecho...
En cuanto a tu pregunta "¿por qué los argentinos han puesto la proa hacia la era de la sinrazón?" prometo dedicarme a averiguarlo...
Cuando descubra algo te respondo ;0)
fernando
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