PINOCHET: por qué no murió preso
Nada para festejar
De manera que el general, el implacable, el inmortal, por fin se ha muerto, y Chile se divide otra vez entre los que a derecha lo lloran y los que a izquierda festejan. Debe tratarse de una confusión porque hay muy poco que festejar y mucho que llorar para una izquierda verdadera, en especial, el hecho lamentable de que el general, el implacable, el inmortal, no tuviese una larga larga vida, y la pasase, como asesino que era, en esa cárcel de la que logró escapar con éxito hasta el fin de sus días.
Así nos toca estar ahora, ajenos, huérfanos. Desencantados con una democracia, la chilena, admirable en tantas otras cosas. Apenados para siempre, como ciudadanos del mundo, de que otra vez no se haga justicia. Digámoslo de nuevo, por si cabe: la idea de crímenes contra la humanidad, contracara negativa de la idea de derechos humanos que es el centro de la modernidad política, pone en evidencia un hecho fundamental. Los crímenes cometidos por el general, el implacable, el inmortal, no sólo ofenden a las víctimas, ni sólo ofenden a los chilenos. Y si todos y cada uno de los miembros de la humanidad son ofendidos, ¿dónde están los tribunales supranacionales (y no ya internacionales), universales y humanos, capaces de juzgar y condenar? ¿Para cuándo unos tribunales ajenos a la lógica de la soberanía nacional y las razones de Estado que actúen de factor disuasivo contra nuevos crímenes contra la humanidad?
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(en la foto, el general, el implacable, el inmortal, con su amigo, Henry Kissinger)
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