DIEZ LEYES GLOBALES SOBRE
Hace ya más de tres años, cuando
En este trabajo, en honor de Karl Popper y su hipotesis sobre la falsación, trataré de someter a la prueba de la realidad de la abrumadora crisis financiera globa todas y cada una de las tesis que constituyen el corpus central de mi trabajo.
ACHICAMIENTO DEL ESPACIO Y DESAPARICIÓN DE FRONTERAS
Tanto la tesis del achicamiento del espacio como sus fenómenos conexos, la progresiva debilidad de las categorías territoriales y la caída de fronteras, han tenido confirmación en lo sucedido durante la gestación y desarrollo de la crisis. Lejos de detenerse después de los sucesos del 11 de septiembre (como el wishfull-thinking de algunos globalifóbicos había anunciado ante la disminución del ritmo de los fenómenos globalizadores que siguió a los atentados), la globalización de los fenómenos sociales ha crecido tanto en términos de extensión como de profundización. Si por un lado el desarrollo económico de China, India, Rusia y Brasil convirtió a estos países en jugadores globales con intereses en el resto del mundo, por el otro las regiones ya incluidas en el proceso de globalización durante los Noventa hicieron aún más estrecha su interconexión e interdependencia.
Como consecuencia inevitable de la consiguiente caída de barreras territoriales, una crisis iniciada en el sector inmobiliario de los Estados Unidos se expandió imparablemente en lo geográfico, abarcando la totalidad de las economías del planeta. Inevitablemente, los líderes europeos que primero esperaron en que la crisis se limitase a Estados Unidos y después se dedicaron a rezar infructuosamente para que fueran los Estados Unidos los que pagaran los mayores costos han quedado en ridículo. Aún más grave, su demora en comprender que no había ya Océano Atlántico que valiese los llevó a demorar las medidas contracrisis y, aún hoy, sigue siendo un firme obstáculo a la superación de la debacle. Para no hablar de los teóricos del desacople y el vivir con lo nuestro, que garantizaron de entrada que ciertas economías de la periferia estaban inmunizadas del contagio para pasar rápidamente después a echarle la culpa de todos los males locales a la crisis global, que olvidan que la burbuja que ahora estalla es la que permitió cinco años de superconsumo estadounidense y de supercrecimiento chino-indio, y con ello el alza vertical del precio de las commodities que hizo que los países de desarrollo intermedio crecieran a un ritmo de más del 5% anual, con picos del 8% en los productores de petróleo y alimentos. Curiosamente, acaso la más explícita expresión de la incomprensión supina del funcionamiento global del mundo realmente existente fueron las intervenciones públicas de ciertos líderes de estos mismos países beneficiados por cinco años de viento de cola, que se mofaron de las desgracia ajenas en escenarios de relevancia mundial poco antes de que sus naciones fueran embestidas por la ola recesiva y piden aún hoy un reconocmiento global a sus “aciertos” que en todas partes se observa como un síntoma de verdadera desconexión, pero de desconexión con la realidad.
Movilidad, desterritorialización y escala global son las palabras claves del creciente poder del sistema financiero y no será la insistencia en la territorialización y la escala nacional las que devuelvan salud y vitalidad a la economía mundial globalizada. Sin embargo, no ha sido el contagio general y planetario la única demostración del achicamiento del espacio y la relativización de las barreras espaciales que fueron una característica dominante de
Ya el crecimiento industrial del que hasta hace pocas décadas era el continente con mayor número de pobres en el mundo, Asia, había derribado las pseudorazones proteccionistas de quienes por décadas habían insistido en que un mundo sin fronteras suponía la desaparición de las industrias radicadas fuera de los países centrales. La transformación de Japón, primero, del sudeste asiático, después, y de China, finalmente, en el taller del mundo global, desmintió rotundamente las aporías del tercermundismo proteccionista y demostró que son los países de desarrollo medio los que gozan de ventajas comparativas en las industrias mano-de-obra intensivas.
Al mismo tiempo, los países de
Ahora bien, pese a todo es posible que Estados Unidos salga mejor parado de esta crisis que sus competidores. Pero también es cierto que ello se deberá, en su mayor parte, al fracaso de quienes encarnan hoy la multipolaridad del mundo y a su inconsecuencia suicida con sus propias ideas: un país que se dice comunista -China- pero es incapaz de desarrollar un mercado de consumo interno y depende de las compras de los Estados Unidos, y una unión continental, la europea, que sólo se mantiene unida gracias a las anclas institucionales y monetarias que se pusieron en tiempos más felices, pero que vacila hoy a la hora de elaborar políticas anticíclicas comunes, Y esto, para no hablar de la incapacidad de Europa para exportar su modelo de unión federal supranacional basada en una carta de derechos sociales al terreno global precisamente en el momento en que más se lo necesita para coordinar esfuerzos y abortar los intentos de exportar la crisis mediante el proteccionismo nacionalista y la xenofobia.
Es también evidente que la hegemonía que ejercieron los Estados Unidos desde el fin de
Lo que nos conduce a la validación de otra de las tesis: la de la difuminación y el quiebre de límites tradicionalmente válidos. Y no se trata únicamente del desvanecimiento de límites geográficos, sino de que la modernización basada en redes tecnológicas impulsa la desconexión de las actividades humanas respecto del territorio (desterritorialización) y derriba todos los límites sistémicos, provocando –por ejemplo- el desvanecimiento -mediante la aplicación de derivativos y apalancamientos- de la frontera entre la banca comercial y la financiera, entre la economía “real” y la “irreal”, entre la propiedad privada y la propiedad estatal de las empresas y bancos, así como una mutación del carácter privado-económico o público-político de los riesgos de todo tipo. De allí que casi la mitad de la riqueza financiera del mundo se halle hoy “en ninguna parte” (es decir: en paraísos fiscales). Y de allí también que la crisis haya pasado tan rápidamente de los Estados Unidos al resto del mundo, del real state a la economía financiera y de allí al resto de las actividades productivas, sin respetar ningún tipo de separación no solo geográfica sino sistémica.
RECONFIGURACIÓN DEL CONTEXTO TEMPORAL Y ACELERACIÓN DEL CAMBIO HISTORICO
Los fenómenos y procesos globales originan una reconfiguración general del contexto temporal en que transcurre la experiencia humana. Sus elementos básicos son la aceleración del ritmo de vida y del cambio histórico, el incremento de la importancia de las categorías temporales, su hegemonía sobre las territoriales y el triunfo de lo moderno. La globalización, un fenómeno episódicamente ya presente al menos desde los viajes de Marco Polo y Cristobal Colón, se revela básicamente como aceleración y consecuente aumento de la intensidad y la frecuencia de los contactos transnacionales y de los procesos desterritorializantes y globalizadores. Y si existe algún terreno en el que el tiempo reina sobre el espacio, ése es el de las finanzas globales hoy en crisis. Así como no hay limitación espacial que la debacle reconozca, su cambio se hace veloz, acelerado, en tanto el futuro (las expectativas acerca de un futuro sombróo) gobiernan completamente el presente.
La lentitud que todos han achacado a los líderes políticos para responder a la crisis, sus insoportables idas y venidas y la consiguiente inexplicable demora en aplicar remedios que parecen ser evidentemente necesarios no son el fruto de alguna forma de envejecimiento prematuro que ha retardado sus reflejos, sino un producto del diferencial entre el ritmo de quienes siguen moviéndose al tempo de los viejos buenos tiempos nacional/industriales y la aceleración que caracteriza la mayor crisis del siglo XXI. El contraste no puede ser sino patético. Analizaremos sus causas en el capítulo dedicado a la asincronía, pero es posible ya sacar algunas conclusiones: así como si los remedios a una crisis global no pueden ser nacionales ni inter-nacionales, la respuesta a una crisis aceleradamente cambiante debe ser rápida antes que precisa; básicamente, porque los costos de una decisión parcialmente errónea pero veloz son mucho menores que los de una respuesta técnicamente perfecta pero lenta, es decir: que termina por aplicarse cuando las circunstancias que la generaron han cambiado ya radicalmente.
Cuando quienes despreciaban completamente el terreno de la ingenieria institucional global por utópica hablan hoy incansablemente de la necesidad de regulación de los mercados mundiales y se dedican a diseñar sus instrumentos, no debería olvidarse que tal regulación no se define por su tamaño burocrático ni su volumen de impacto, sino por su agilidad y tempismo. Los futuros instrumentos reguladores no sólo deberán ser globales sino actuar de forma adaptable y cambiante ante el previsible cambio que los actores financieros usarán sistemáticamente para burlarse de los controles a los que los sometan. Por ello, las tres palabras claves de una política de regulación anticrisis de un mundo en cambio acelerado deberían ser: globalización, anticipación y detección temprana; es decir: todo lo contrario de lo que se ha hecho hasta ahora.
EMERGENCIAS
Ni financiera ni internacional (digan lo que digan los titulares de los diarios), sino económico-social y global, la actual crisis suma su amenaza a las del recalentamiento climático y la proliferación nuclear, entre otras, reconfigurando así a las sociedades emergentes de la era de las Modernidades Nacionales como una sociedad global del riesgo, según la definición de Ulrich Beck y, por lo tanto, como una comunidad global de destino. La dialéctica entre las categorías geográficas sufre también una profunda modificación. No sólo aparecen fenómenos, procesos y sistemas de tipo global-mundial-planetario y deslocalizados-deterritorializados-decentrados, sino que estos se hacen preponderantes y hasta hegemónicos frente a los locales y nacionales, invirtiendo el orden causal típico del anterior período, que iba de lo nacional a lo inter-nacional y lo mundial.
Se trata de una revolución copernicana por la cual el mundo, que ayer se ubicaba en la periferia de un sistema social ptolomeico y era constituído por la mera sumatoria de las causalidades nacionales y sus interacciones inter-nacionales, ocupa hoy el centro del sistema social copernicano, dejando a lo nacional-territorial relegado a una posición periférica. Por eso, no sólo ninguna zona geográfica puede evitar sufrir los efectos recesivos de la brutal desaceleración del crecimiento sino que los dispositivos nacionales quedan expuestos en su real dimensión de subsistemas de una red global de determinaciones y procesos. Quedan así en evidencia la ceguera del nacionalismo metodológico y globalifóbico, que sostenía que la globalización era un fenómeno secundario y pasajero, y la cortedad de miras de los globalidólatras, que auguraban que la entrada en la era global constituía per se un camino irreversible hacia una sociedad mundial más próspera, justa y democrática.
La globalización se revela hoy, al mismo tiempo, como un proceso que tiende a desarrollarse indeteniblemente pero que no es irreversible, y que tampoco puede ser revertido sin pagar enormes costos. Para decirlo según las tesis enunciadas: en un universo sometido al cambio tecnoeconómico acelerado, la globalización de los procesos sociales sólo se detiene por causas catastróficas y generando enormes retrocesos en las condiciones políticas y sociales. Confirmada en pleno esta hipótesis por la crisis, queda solo por ver hasta qué punto se harán efectivas sus terribles consecuencias.
ASINCRONÍA Y PODER DE LAS ESCALAS AMPLIADAS
En una era global, el poder se obtiene, se disputa y se pierde globalmente. Las ideas de asincronía y de poder de las escalas ampliadas intentan expresar la fuente temporal y espacial de ese poder, respectivamente. Según postulamos, las asincronías de desarrollo y el poder de las escalas ampliadas se originan en la diferenciación progresiva de los campos de la actividad humana y los sistemas sociales derivados de ellas, y en su divergente velocidad de evolución; lo que determina su extensión, sus capacidades y su equilibrio relativo de fuerzas. Y la evolución acelerada, la extensión global y el empoderamiento del sistema financiero global es, con mucho, la más perfecta ejemplificación de estos procesos.
Vivimos en un universo en el que la tecnología se mueve a la velocidad de la luz, cruzando instantáneamente la superficie planetaria escondida en los cables de Internet y en las ondas Hertzianas de los mass-media, mientras que la economía viaja cercana a la velocidad del sonido, bien resguardada en los maletines de los managers globales que cruzan el planeta usando aviones y la red mundial de aeropuertos. Al mismo tiempo, la política se mueve aún a la velocidad del tren, emblemático medio de transporte de las Modernidades Nacionales y el único de los mencionados que tiene la capacidad de moverse hacia atrás, como han ejemplificado las barbaries del siglo XX. Como consecuencia de esta divergente velocidad de evolución, el sistema económico -mucho más capaz de adaptarse a un mundo en cambio permanente que el sistema político, así como de incorporar los adelantos ofrecidos por el sistema tecnológico- se ha globalizado mucho más rápidamente y ha hecho de la política su sierva. A su vez, el sector financiero -el menos material en las actividades económicas, el más dependiente de la inteligencia humana y de otros factores intangibles, el más “virtual”- ha evolucionado más velozmente y se ha hecho global más rápidamente que cualquiera de las otras ramas de la economía, imponiendo su hegemonía al sistema económico por las mismas razones por las cuales éste lo hizo con el sistema político.
La sincronización del ciclo económico mundial derivada del abatimiento de fronteras para el flujo de capitales ha ocurrido pues sin que existiera aún ninguna institución capaz de promover políticas antirrecesivas a nivel mundial y de ofrecerse como prestamista global de última instancia. Ciegos a estas realidades y exigencias de la era global, los mismos nacionalistas-industrialistas que ayer insistían en que la mayor parte de las actividades económicas no eran globales sino locales y nacionales como demostración de que la globalización era un espejismo, se quejan hoy de que un banco y un fondo monetario inter-nacionales no sean capaces de desarrollar a nivel mundial las tareas que en las naciones-estado desempeñan los ministerios de economía de los sistemas político-democráticos cuando, en realidad, seria llamativo que sucediese lo contrario.
La crisis ha dejado en claro que -sin importar que la producción de un bien sea material y nacionalmente localizada- el simple hecho de que su proceso de financiación y venta dependa de la situación en el mercado mundial hace que toda forma de creación de valor económico sea hoy parte inescindible de una red globalizada. El mercado inmobiliario estadounidense resultó ser sólo la parte más débil de una burbuja financiera mundial. que primero sostuvo un crecimiento inédito (cercano al 5% mundial anual) y luego trajo consecuencias igualmente extraordinarias; pero esta vez, recesivas.
Para salir rápida y eficazmente de la crisis y evitar su repetición resulta imprescindible comprender el funcionamiento de un sistema cuya regla fundamental es que el poder determinante de cada fenómeno, proceso o sistema social depende progresivamente de la escala de su estructura y su capacidad de intervención: es lo que llamo el poder de las escalas ampliadas por el cual lo global detrmina cada vez más lo regional y lo nacional, y no lo contrario, y las instituciones y sistemas territoriales son corrompidos por la lógica de los sistemas globales y/o desterritorializados.
Un capitalismo globalmente unificado está destinado a reinar, en las presentes condiciones, sobre un mundo políticamente dividido en doscientos estados que son intrínsecamente incapaces, por definición, de abandonar la defensa miope de sus intereses nacionales de corto plazo para representar los intereses comunes, globales y de largo plazo, de la entera humanidad sufriente. De allí, y no de una particular incapacidad de los líderes políticos actuales, el siempre mencionado retraso de la política y las recetas tardías y desactualizadas de un sistema erigido para gobernar un mundo nacional/industrial que se halla hoy al comando de un universo postindustrial y globalizado que no puede comprender ni manejar.
Ha sido este universo hipercompetitivo en el que las unidades políticas nacionales y regionales se disputaban la afluencia de los capitales globales el que ha erosionado la capacidad de regulación del sistema financiero; de la misma manera que la disputa hipercompetitiva por la radicación de industrias desgastó los salarios y las legislaciones laborales y ambientales en todo el mundo. De allí también la incapacidad de elaborar y aplicar soluciones comunes debido al intento nacionalista de descargar la crisis en los demás mediante el proteccionismo abierto o encubierto y las políticas sesgadas por los intereses nacionales.
Asistimos pues al triunfo (un triunfo devastador y pírrico, por cierto) de lo moderno. Un triunfo que se expresa hoy de manera tan catastrófica como magnífica era, hasta hace apenas un par de años, su promesa de crecimiento global sostenido a tasas chinas y del consiguiente rescate de enormes masas de desheredados hacia una vida a la altura de las posibilidades tecnológicas alcanzadas por la civildad humana. Podemos dudar y polemizar si la tendencia positiva se reconstituirá, si lo hará más rápida o lentamente, o sobre si el mundo se desplomará en algún tipo de debacle planetaria en el que la crisis financiera invada no sólo el resto de la economía sino la política, como sucedió en las otros dos detentes automáticas del proceso globalizador: 1913 y 1929. Es difícil, sin embargo, dudar de que la tendencia ascendente o destructiva será global y no dejará espacios en el planeta en los cuales desconectarse o desacoplarse. En cuanto a la corrupción, que habíamos definido como la irrupción de lo privado y económico en el campo de lo público y político, y cuyo auge asociáramos con el inicio de una era global regida por el poder de las escalas ampliadas del sistema económico-financiero, ha dado sus frutos más evidentes en la vorágine rapaz de los CEOs de Wall Street, cuya leyenda sobre la puerta de entrada debería ser cambiada hoy por “Hazte rico sin importar las consecuencias de tus acciones”.
Ya sea que se trate de ambición o estupidez malsanas, otra tesis: la de la irrupción invasiva de los asuntos globales en las políticas nacionales, parece ampliamente confirmada. Si la anterior elección en los Estados Unidos giró acerca de las consecuencias del 11 de septiembre y la guerra en Irak, estos dos grandes temas internacionales-globales fueron ahora reemplazados en el tope de las preocupaciones de los electores estadounidenses por la gran crisis económica global. Si ayer había ganado la batalla electoral el candidato que mejor encarnó el rechazo a Bin Laden y Saddam Hussein y el que la mayoría de los votantes creían mejor preparado para asegurar la seguridad nacional en un mundo global, esta vez venció el que parecía más lejano a los malvados de Wall Street, y por lo tanto, el que ofrecía las mejores perspectivas de limitar social y temporalmente los daños del colapso económico.
CONFLICTOS TEMPORALES Y SISTÉMICOS
Por años, el nacionalismo metodológico defendió la idea de que las polaridades fundamentales eran geográfico-territoriales (centro-periferia, Sur-Norte, Primer mundo-Tercer mundo, etc.), descartando el enfoque globalizador como utópico y poco ajustado a la realidad crudamente nacionalista que –desde la izquierda y la derecha y del sur al norte- postulaban como paradigma de interpretación y acción en el mundo.
La crisis ha evidenciado, en cambio, que los vendavales globales pueden afectar el corazón del sistema, o –para decirlo mejor- que el sistema no tiene centro o –aún mejor- que su centro no es geográfico (los Estados Unidos) sino sistémico (el sistema financiero global). No se trata pues, como habíamos postulado, de la tensión entre los países centrales y los periféricos sino de la erosión de la política por la economía y la subordinación de ambas a las finanzas en todos y cada uno de los países del mundo, incluidos los avanzados y “centrales”, reducidos hoy también a simple periferia de las finanzas. Consecuentemente, ni el victimismo tercer-mundista ni el chauvinismo del bienestar primermundista, las dos teorías políticas que gobiernan hoy el campo de las polaridades políticas globales, pueden dar respuestas progresistas a una sociedad global configurada como comunidad mundial de destino.
Esto confirma al menos otras dos de las tesis enunciadas: 1) los antagonismos y oposiciones están dejando de ser territoriales para transformarse en temporales y sistémicos; y 2) las tensiones entre estructuras asincrónicas y entre sistemas políticos, culturales, económicos y tecnológicos basados en principios contrastantes se han transformado en el centro generador de conflictos. Entre sus muchos efectos destructivos, la omnipresente tensión global entre finanzas y economía, y entre finanzas y economía y política, ha tenido al menos la virtud de relativizar, acaso provisoriamente, la emergente polaridad entre los enclaves emergentes de la sociedad global de la información y el conocimiento y los remanentes petropolíticos de un mundo jurásicamente industrial, cuyas variadas amenazas (desde la dinastía Bush hasta el Irán de Ahmadinejad,
[1] Las cifras del Banco Mundial señalan que entre 1990 y 2004 las economías de los países mas ricos se han multiplicado por dos (se han duplicado), mientras que los países emergentes lo han hecho por 2,2 y los países pobres, que han sido los grandes perdedores, por 1,8.
3 comentarios:
Estimado Iglesias: sus opiniones e ideas son interesantes, pero les vendría bien una edición que eliminara la jerga pedante que confunde al lector y devalúa la idea.
Péguele una repasada, usted puede escribir mucho, pero mucho mejor -como su libro Kirchner y yo lo demuestra-. Si sigue por este camino, lo contrata Cristina, para que le escriba esos discursos cargados de Botox intelectual.
Usted puede escribir bien, déjese de joder y edite.
En cuanto al contenido, no estaría mal que hubiese recordado que hoy es 24 de Marzo, dia de la "Memoria" lobotomizada por los mercaderes de desaparecidos en el poder.
Mañana es un día tan bueno como cualquier otro para homenajear a nuestra carne talada con un poco de decencia.
Yo hice lo mío, péguese una vuelta por www.discepolin.com y me dice qué le parece y/o se venga de mi crítica literaria.
Una última pregunta: le van a ganar a Kirchner en las legislativas? Deberían sacar un 70 % de los votos, pero como buenos argentinos, los opositores son sus peores enemigos y encima coinciden en muchas de las barbaridades del regimen que critican.
Usted ha sido una saludable excepción, felicitaciones.
Estimado Fernando, lamento tener que coincidir con la crítica literaria de Discepolín. De verdad se hizo muy pesado de leer lo suyo, y sabemos que usted puede hacerlo mejor. Alguien dijo que la claridad es la gentileza del escritor, y estoy seguro de que usted puede expresar lo mismo, con toda la ironía demoledora que lo caracteriza, pero de un modo más claro.
Por supuesto que igual la nota me pareció excelente, como casi todo lo que usted escribe. Lo saludo atentamente y le doy las gracias por lo que hace desde la política y la cultura.
Coincido con Discepolin y Redacción (vaya nic apropiado a esta clase de comentario)en ambas cuentas, amigo Iglesias: usted tiene algo importante que decir y la capacidad de escribirlo mejor.
Tres consejos vienen a la mente:
1. Evite lo que Hemingway llamaba las "palabras lujosas". Reemplácelas con las de a centavo. Son mucho más poderosas.
2. Evite el neologismo, tan afín al porteño exquisito. Péguele una releída al Diccionario del Argentino Exquisito de mi homenajeado Bioy, allí verá cuáles son las "palabras de lujo" a evitar en estas riberas.
3. Acorte las frases. Recuerde el consejo de Saint Exupery: "la perfección se consigue no cuando no se puede agregar nada más sino cuando no queda nada por quitar¨.
Y a no dejarse tentar por la limosna sojera ni la mediocridad del promedio político vernáculo!
Si se anima, estaremos en el rincón con el agua y el banquito.
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