DATOS PERSONALES

Mi foto
* Escritor y periodista especializado en los aspectos políticos de la globalización. * Presidente del Consejo del World Federalist Movement. * Director de la Cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli del Consorzio Universitario Italiano per l’Argentina. * Profesor de Teoría de la Globalización y Bloques regionales de la UCES y de Gobernabilidad Internacional de la Universidad de Belgrano. * Miembro fundador de Democracia Global - Movimiento por la Unión Sudamericana y el Parlamento Mundial. * Diputado de la Nación MC por la C.A. de Buenos Aires

sábado, 12 de septiembre de 2009

Clases Magistrales.-

BARACK OBAMA EN LA ERA DEL CAMBIO DE PARADIGMAS II


ENTRE UNA PRESIDENCIA NACIONAL Y EL LIDERAZGO GLOBAL

Publicado en Revista "Noticias", 5 de septiembre de 2009



La consideración de las acciones de la Administración Obama no puede ser independizada de la concepción que se tenga del rol de los estados nacionales en un mundo paulatinamente globalizado y del papel que en este escenario juegan los Estados Unidos. Por eso, y en nombre de la precisión y la honestidad intelectual, es necesario ahora enunciar un par de tesis sobre estos temas.

EL PRIMER ESTADO NACIONAL “GLOBAL” DE LA HISTORIA

1) La polémica entre anti-americanistas y pro-americanos suele prescindir en sus consideraciones de un hecho fundamental: por sus dimensiones y su nivel de desarrollo, los Estados Unidos se han transformado en el primer estado-nación “global” de la Historia. Los campos terroristas en Afganistán afectan su seguridad militar, la situación política en Venezuela y en Oriente Medio afecta su seguridad energética, las decisiones económicas de China afectan su futuro económico, las políticas de Colombia, Bolivia, Venezuela y Méjico impactan en su capacidad de controlar las adicciones en su propio territorio, el equilibrio del Euro afecta su situación económica y su balanza de pagos, etc., etc. No se trata de juicios de valor, sino de hecho: aun cuando los procesos globales afecten hoy a todos los países, influyen aún más en el que más ha extendido su entramado de relaciones con el resto del planeta. Cualesquiera sean las razones por las cuales se ha llegado a este estado de cosas, es por lo menos ingenuo pensar que la primera potencia militar y económica del mundo renunciará a defender sus intereses en todo el planeta y se limitará a acciones reactivas en su propio territorio.
De lo cual se desprende que el asunto central de la política internacional ya no es si los Estados Unidos y las demás unidades políticas que también están alcanzando una dimensión global de su esfera de intereses (como la Unión Europea y las naciones del BRIC) se abstendrán de intervenir en el escenario global, sino más bien cuáles serán los métodos (¿pacíficos o bélicos?, ¿democráticos o elitistas?, ¿consensuados o autoritarios?, ¿unilaterales o multilaterales?) que elegirán para hacerlo.
2) La afirmación de que los Estados Unidos se han transformado en el primer estado-nación “global” de la Historia explicita además, complementariamente, que las decisiones que toman sus gobiernos, aun cuando espacialmente restringidas a su propio territorio, afectan -independientemente de su voluntad de hacerlo- a todo el planeta. De lo que se desprende que el monopolio de las decisiones políticas por parte de las democracias nacionales se hace intrínsecamente antidemocrático en un mundo donde las tecnologías que manejan y administran tienen alcances globales. De ello se sigue que si lo que las grandes potencias hacen con su mercado financiero, su política ambiental y energética y sus arsenales nucleares afecta inevitablemente la vida de todos los habitantes del planeta, tales decisiones no puede seguir siendo arbitrio exclusivo de los representantes de sus ciudadanos; por lo cual el principio de la soberanía nacional pierde su anterior carácter democratizante y debe ser cosmopolíticamente limitado.
3) Después de la debacle de este año resulta cada vez más claro que la hegemonía que rige el mundo no es geográfica, sino sistémica. El verdadero poder hegemónico que impone sus reglas en la sociedad civil mundial no es el de un estado territorial sino el de un sistema: el sistema económico capitalista global, y en especial, el de su sector financiero, cuyos intereses y funcionamiento sobre-determinan la realidad mundial por encima de las decisiones tomadas por sistemas políticos nacionalmente-centrados y aún anclados a la lógica territorial de sus estados.

¿LÍDER GLOBAL O PRESIDENTE NACIONAL?

¿Es razonable esperar, por lo tanto, que el discurso pronunciado por Obama en Berlín implique que su rol personal como líder mundial se sobrepondrá al de presidente de la primera potencia global de la Historia? ¿Querrá decir que las tendencias filo-imperialistas que inevitablemente desarrollan los estados nacionales más poderosos serán subsumidas al interés general de la humanidad? Afirmarlo sería ingenuo. Los intereses de la mayoría de los seres humanos, que vive en el tercer mundo y no en el primero, no hallarán una representación efectiva dentro de un sistema puramente inter-nacional que privilegia, por definición, la defensa de intereses particulares-nacionales por encima de los generales-mundiales, beneficiando por el peso de su lógica y estructura a los estados más poderosos. Sin una democracia ampliada a la escala global (donde global significa: regional + internacional + mundial) la representación de los intereses de los ciudadanos del mundo más vulnerables seguirá siendo tan débil como ahora y como lo era en los propios estados-nación avanzados antes del establecimiento de las democracias nacionales. Por otra parte, casi todo puede suceder en una sociedad mundial lejana del equilibrio y que se acerca a un punto de inflexión que la llevará a un estadio decididamente mejor o peor que el actual.
Aun así, el advenimiento de Obama anuncia un cambio de escenario cuyo contraste con la era Bush no pude ser más marcado. En primer lugar, porque el mecanismo inter-nacional de suma-cero, en el cual las ganancias para uno implicaban inevitablemente pérdidas para los demás, comienza a ser reemplazado por escenarios win-win y lose-lose, en los que todos pierden o todos ganan, aunque en diferentes proporciones. En efecto, el recalentamiento global, la proliferación nuclear, las crisis financieras y las pandemias dejan un tendal de perjudicados y un número ínfimo de beneficiarios. Su solución conviene a casi todos, y casi todos con favorables a ellas (sin embargo carecemos de organismos institucionales -como una Asamblea Parlamentaria Mundial y unas agencias de la ONU mejor direccionadas y más representativas, poderosas y efectivas- en el marco de los cuales negociar costos, deliberar estrategias y hacer valer la opinión de la mayoría).
Por otra parte, la presidencia de Obama puede marcar un hito porque las sociedades avanzadas son cada vez más sensibles a las causas globales, ya sea que se trate de frenar las emisiones de carbono, prohibir la caza de ballenas, asistir a las víctimas de genocidios y catástrofes o avanzar en la reforma del sistema político y financiero internacional. De otra manera no se explicaría un discurso como el de Obama en Berlín, ni su triunfo sobre un héroe de Vietnam como McCain, que es la encarnación viva de los viejos paradigmas nacionalistas. Finalmente, ningún estado nacional puede ya solucionar por sí solo sus propios problemas. Dicho en términos de Ulrich Beck, en una era global los intereses nacionales sólo pueden defenderse mediante métodos no nacionalistas y hasta anti-nacionalistas, como la coordinación, la cooperación, la solidaridad y la integración, tanto a escala regional, internacional como mundial.
Obama no es, ni podría ser, un espejismo aislado. Más bien representa la voluntad de cambio de la sociedad estadounidense, así como expresa la incipiente comprensión de la elite política mundial acerca de la dirección deseable para ese cambio. Cuando se consideran las inevitables limitaciones derivadas de su necesidad de representar los intereses de su propio país y de sus ciudadanos, lo hecho en estos meses por su gobierno confirma la intención proclamada en Berlín de avanzar por un nuevo camino y liderar un cambio de políticas metodológicamente industrial-nacionales a otras de sesgo postindustrial y cosmopolita.
A riesgo de que el futuro me desmienta y de ignorar la lista de hechos, bien reales, que han tenido un sentido opuesto (como la muerte de 147 civiles afganos en un bombardeo o la marcha atrás sobre la publicación de fotografías de militares estadounidenses maltratando a prisioneros en Irak; etc.), me permitiré ahora una enumeración de los principales acciones de la Administración Obama que confirman mi punto de vista; actos cuya cantidad y significado es superior a las posibles objeciones:
Decisión inmediata de cierre de la base de Guantánamo, y apertura de una investigación por la comisión de torturas por parte de funcionarios que respondían al gobierno de George W. Bush; lo cual es una extraordinaria señal acerca del compromiso con el concepto político central de la Modernidad universalista: el de derechos humanos, es decir, los derechos que poseemos por el hecho de nuestra humanidad común y no por ser ciudadanos de un país determinado.
Delegación completa del poder político en Irak e inicio de la retirada de tropas, con un compromiso firme sobre sus tiempos y consecuencias potencialmente extraordinarias en términos de pacificación del Medio Oriente.
Primera entrevista ofrecida a un medio de comunicación extranjero concedida al canal al-Arabiya apenas una semana después de haber asumido la Presidencia. En la entrevista, Obama empleó un tono crítico sobre las actitudes de la Administración Bush hacia el mundo árabe y planteó una agenda abierta.
Entrevista con Lula, líder de un gobierno de centroizquierda y primer mandatario latinoamericano recibido por Obama. Después de la entrevista, Lula hizo inesperadas recomendaciones a favor de una “aproximación” de los Estados Unidos con Venezuela, Bolivia y Cuba. Menor, aunque significativa, fue la recepción de la presidenta chilena Michelle Bachelet, seguida de elogios sobre la política adoptada por Chile frente a la crisis económica mundial; de la cual, según Obama, “Estados Unidos podría aprender mucho”.
Participación en la Cumbre Interamericana y en la del G-20, en donde quedó expresada claramente la decisión de Obama de abandonar el unilateralismo.
Revocación de la antigua disposición de la OEA que vetaba el ingreso de Cuba y levantamiento de restricciones a los viajes y exportaciones hacia la isla; sin por ello propugnar la admisión de Cuba a la OEA ni dejar de denunciar las violaciones de las libertades públicas y los derechos humanos por el régimen cubano.
Acuerdos entre Obama y Medevedev para la disminución de los dos arsenales misilístico-nucleares más poderosos del planeta.
Anuncio de un compromiso a favor de una revisión de la política anti-inmigratoria y anti-hispana de la anterior Administración.
Propuesta de una candidata de origen hispano, la puertorriqueña Sonia Sotomayor, a la Corte Suprema de Justicia; evento inédito en la historia de los Estados Unidos.
Reafirmación del compromiso con la democracia en Latinoamérica mediante un claro rechazo al golpe militar contra el presidente Zelaya, de Honduras, y su recepción por la Secretaria de Estado, Hillary Clinton; sumada a la negativa a reconocer la legitimidad de las autoridades surgidas del levantamiento. Todo ello, a pesar de de las iniciativas reeleccionistas del propio Zelaya y de la intervención en la situación hondureña por parte de gobiernos abiertamente antiamericanos como los de Castro, Chávez y Correa.
Más allá de si se comparten o no estas políticas y de si se consideran excesivas o insuficientes, basta compararlas con las que impulsaba hace apenas un año la Administración Bush para comprobar un cambio profundo y más veloz de lo que podía esperarse en un país cuyo poderoso sistema burocrático-militar no hace precisamente fáciles los giros en las políticas internacionales. Lamentablemente para nosotros, sudamericanos, la única verdadera nota negra en la política exterior de la Administración Obama es el reciente anuncio sobre el uso de bases colombianas por parte de las fuerzas armadas estadounidenses, que ya está dando argumentos al delirante proyecto petropolítico de Chávez y amenaza agregar aún más inestabilidad a la región.

ECOLOGÍA Y FINANZAS EN LA SOCIEDAD POSTINDUSTRIAL

Ni el extraordinario aprovechamiento del instrumento tecnológico del siglo XXI, Internet, en su campaña, ni las cuestiones de política internacional, han sido las únicas que han definido el carácter innovador de la Administración Obama. También son altamente significativas las decisiones adoptadas en el terreno ecológico, cuyo impacto es a la vez interno y externo. Existe hoy, por primera vez en la Historia, la decisión política de rehacer íntegramente la estructura energética de un país, los Estados Unidos, primer paso en la imprescindible mutación desde el modelo energético industrial de los tres siglos anteriores, basado en los combustibles fósiles, y una nueva matriz modelada sobre la diversificación y las energías renovables.
Esta decisión política tiene una importancia fundamental: 1) porque su extraordinaria relevancia en lo ecológico hace de los Estados Unidos, anterior retaguardia antiecologista y dilapidadora, la nueva vanguardia y define una nueva tendencia globalmente dominante. Los resultados de la cumbre del G8 en L’Aquila sobre el nuevo acuerdo que reemplazará al de Kyoto, si bien insuficientes, confirman este cambio, con los Estados Unidos reconociendo las culpas comparativamente mayores de los países avanzados en el problema y asumiendo compromisos concretos y la responsabilidad del liderazgo; 2) porque la reestructuración de la matriz energética tendrá un enorme impacto geopolítico dado que mejorará la autosuficiencia energética de los países desarrollados. Relativizar su dependencia de los fósiles tiende a configurar un cambio de poder global y la relativización de los liderazgos petropolíticos de Chávez, Putin y Ahmadinejad, entre otros; sostenidos por el alza del precio de la energía y el agotamiento de los recursos no renovables (presumiblemente, el extraordinario plan de la Unión Europea para el aprovechamiento de la energía solar del Sahara será otro paso decisivo en este sentido); 3) porque esta mutación de la matriz energética no es vista como un costo sino como una enorme oportunidad de relanzar el liderazgo tecnoeconómico mundial de los Estados Unidos. Esta forma innovadora de considerar el problema ecológico-energético supone el primer intento profundo de superar la aparente contradicción entre sustentabilidad y desarrollo, basada en el mecanismo lógico de “o esto o aquello” (o desarrollo o ecología) típico de las eras agraria e industrial, por el principio de la complementaridad típico de la lógica postindustrial e informacional del “esto y aquello” (desarrollo y ecología).
También la forma de ataque a la crisis económico-financiera elegida por Obama ha sido innovadora. Contrariando los estereotipos de quienes parecen creer que la Historia ha comenzado hace veinte años y olvidan el New Deal rooselvetiano, el laborismo inglés y la hegemonía liberal-conservadora en la Alemania y la Italia del milagro económico (con lo cual terminaban asociando el neoliberalismo con los países anglosajones y la socialdemocracia con la Europea continental), el país que toma las medidas más heterodoxas y audaces son los Estados Unidos, como pudo observarse en las cumbres del G-20. La nueva Administración intenta, además, sentar las bases de una mayor regulación de la economía en tiempos de bonanza basándose en una regla elemental: no es posible que quienes crearon un escenario económico al borde del colapso y se salvaron luego de la quiebra gracias a la asistencia pública exijan luego, cuando vuelvan las épocas de la cosecha, que el mismo estado que los rescató no meta las narices en sus asuntos para intentar disminuir los riesgos.
La Administración Obama ha retomado además la reforma del programa de salud abandonada después de la derrota del plan Clinton, y sigue insistiendo en una reforma fiscal progresiva basada en subir impuestos a quienes ganan más de 200 mil dólares anuales y disminuirlos a las clases media y baja. Otro de sus puntos fuertes es su acabada comprensión del salto cualitativo entre una sociedad basada en el industrialismo de escala nacional y el trabajo manual-repetitivo a otra, la del conocimiento y la información, basada en el capital intangible, el intercambio y la comunicación global de valores simbólicos y el trabajo intelectual creativo como centros productores de riqueza y de sentido y significado. De allí las medidas de apoyo a la investigación científica, el intento de recuperar el liderazgo tecnológico y la decisión, políticamente problemática, de autorizar la investigación con células embrionales. De allí también el revolucionario plan educativo planteado, cuya filosofía básica es que en el siglo XXI la educación y la ciencia –y no el asistencialismo y el proteccionismo- serán la clave ineludible de la prosperidad de toda sociedad humana.

OBAMA EN EL FIN DE LA PAX AMERICANA

Más allá de la discusión acerca de si existe o ha existido un imperialismo real de los Estados Unidos o sólo ocasionales políticas imperialistas incapaces de consolidar un verdadero imperio, la forma de poder unipolar cristalizada después de 1989 está en decadencia. Los Estados Unidos, que en la postguerra generaban la mitad del producto bruto mundial, generan hoy poco más de un cuarto, y después de la reciente crisis es cada vez más difícil que puedan mantener los instrumentos que apuntalaron su poder en el siglo XX, desde las posiciones dominantes en los organismos políticos y financieros internacionales al papel del dólar como moneda de los intercambios globales. Súmese a este panorama el rápido ascenso de los países del BRIC al concierto de las potencias y se verá que el hegemonismo estadounidense tiene los días contados: una reestructuración del Consejo de Seguridad de la ONU, el reemplazo del G8 por el G20 como poder ejecutivo mundial virtual y una reforma de la propia ONU y sus agencias que deprecie la importancia de los mecanismos “un dólar-un voto” y los reemplace por los de “una nación-un voto” y “un hombre-un voto” son eventos que por primera vez se hacen presentes en la agenda política del planeta.
También la emergencia de nuevos escenarios en el terreno militar amenaza el poderío de los Estados Unidos, un país que posee 5.500 ojivas nucleares con las que podría destruir el mundo pero que después del 11 de Septiembre no puede ya estar seguro de que un ataque terrorista no vuele buena parte de una ciudad norteamericana. Tampoco el intento de controlar por las armas un país de desarrollo medio-bajo como Irak ha sido exitoso; lo cual ha dejado en claro que la mera acumulación de poder duro (hard-power) no es suficiente para enfrentar las nuevas amenazas globales, y que el poder-blando (soft-power) basado en el prestigio global de una nación y sus habilidades diplomáticas no es la simple expresión de deseos de kantianos utopistas sino la clave de la defensa de los intereses nacionales en estos tiempos globalizados.
Obama y el equipo que lo acompaña parecen haberlo comprendido. Lejos de ser ingenuos, como postulan los realpolítikos schmittiano-straussianos de todo el mundo que creen que el armamento y la insistencia maníaca en las soberanías nacionales todo lo solucionan, la nueva Administración es realista. Realista para comprender cuáles son las nuevas fuentes del poder y la seguridad nacionales. Realista para entender que la integración y la cooperación, y no el unilateralismo y el militarismo, son los paradigmas que debemos respetar a menos que queramos que el mundo estalle.
La derrota de la realkpolitik surgida de las miserias de la Guerra Fría, según la cual el poder siempre nace de la boca de los fusiles y de la cabeza de los misiles, es completa. Los fogoneadores del choque de civilizaciones se retiran de escena, justificadamente avergonzados por sus múltiples fracasos; en tanto nuevos vientos signan hoy la dirección del cambio. Sin embargo, la aceleración del proceso histórico y la insuficiencia de las instituciones realmente-existentes para afrontar los problemas realmente-existentes, así como la lentitud de la política para adaptarse al nuevo contexto tecnoeconómico, hacen que todo optimismo sea injustificado. El paradigma zombie-nacionalista es ya, como se ha visto, completamente incapaz de guiar al mundo, pero es perfectamente capaz, aún, de destruirlo. Todos los escenarios están abiertos, y la afirmación de que nos adentramos -sin mayores dificultades- en un futuro multilateral y pacífico debe ser analizada con el mayor cuidado.
Nos enfrentamos al fin de la Pax Americana que rigió la segunda mitad del siglo XX y al fin del unilaterialismo surgido de la debacle de la Unión Soviética, en el cual los Estados Unidos fueron el monarca hegemónico. La cuestión decisiva es si este agotamiento de los paradigmas precedentes va a llevar al fin de la monarquía inter-nacional y su reemplazo por un sistema mundialmente democrático o hacia una multipolaridad signada por nuevas y peores inestabilidades. En este sentido, no está de más recordar que el fin de la anterior Pax, la Britannica, que había dominado el entero siglo XIX, no llevó a un pacífico equilibrio multilateral sino a una multipolaridad signada por medio siglo de guerra y genocidios.
Si el cambio del sistema basado en estados nacionales soberanos lleva a la disputa por el surgimiento de un nuevo monarca mundial, la progresiva declinación de los Estados Unidos llevará al surgimiento de liderazgos más agresivos. El desafío que presenta el futuro es, pues, el de crear nuevos sistemas democráticos en los cuales los grandes problemas de la humanidad se deliberen y resuelvan en instituciones democráticas de escala regional, internacional y mundial. En este marco, no es menor la posible influencia positiva que pueda desempeñar Obama, cuya una nueva agenda fue expresada por el discurso de Berlín y las acciones de su primer semestre en el cargo.
Entre la presidencia nacional y el liderazgo global se definirá la suerte política de Barack Obama en la era del cambio de paradigmas, así como el lugar que ha de ocupar en la Historia. Y es también en esta intersección que se revela la única trascendencia a la que aún puede aspirar el viejo sueño americano. No ya la improbable y costosísima prolongación de la hegemonía manu militari que proyectaron Bush y Cheney sino el rescate de los valores políticos que fueron la base fundacional de los Estados Unidos y en los cuales la mayor parte de ciudadanos se reconocen: el federalismo, el republicanismo, la división de poderes y la representación democrática.
E pluribus unum, la unidad surgida de la pluralidad, como reza su lema, que junto al federalismo mundial y la democracia global deben ser hoy ampliados a la escala planetaria como paradigmas de una nueva era.

1 comentario:

Bertrand Russell dijo...

Con Obama la izquierda paleolitica que todavia explota las recetas stalinistas en America Latina esta frita. La derecha paleolitica tambien. Ahora Chavez es el que manda a su empleadito Zelaya a pedir los Marines. Vaya cambio.