LA JUVENTUD MARAVILLOSA

LA JUVENTUD MARAVILLOSA

(Dos párrafos tomados de “Kirchner y Yo- Por qué no soy kirchnerista” Sudamericana 2007)

El General estaba ya muerto cuando el golpe de Videla. Pero estaba bien vivo cuando los crímenes de la Triple A comenzaron, para no mencionar su amenaza a la Juventud Maravillosa en ocasión de la reforma del código penal: “Puestos a enfrentar la violencia con la violencia, tenemos más medios posibles para aplastarla. Y lo haremos a cualquier precio, porque no estamos aquí de monigotes”[1]. También son hechos probados sus declaraciones al gobernador bonaerense Oscar Bidegain acerca de que lo que se necesitaba en Argentina era un SOMATEN[2] y el hecho de que fue Perón quien designó a todos y cada uno de los comisarios que se destacaron después como jefes de la Tripe A: Rodolfo Eduardo Almirón, Alberto Villar y Juan Ramón Morales.

La muerte tampoco lo salva de su increíble cinismo y desprecio por la suerte del país: viejo, enfermo y sabiendo que estaba a punto de morir, Perón eligió como vicepresidenta a su penosa mujer[3] y le entregó el país a su secretario y sicario, el cabo López Rega, con el saldo final de alrededor de 1.000 desaparecidos y unos 500 asesinatos políticos en los tres años empezados en la plaza de la Juventud Maravillosa en que Kirchner esperaba su nuevo país. Para decirlo con las palabras de Osvaldo Bayer: “Muy poco o nada se habló de los crímenes cometidos con toda impunidad y apoyo oficial. Parecía que la época de los crueles delitos contra los enemigos políticos había empezado con la dictadura militar de Videla, pero la verdad es otra… Ahora ha llegado el momento de que abran bien esa boca y expliquen ante la Justicia por qué permitieron o consintieron eso. La mayor parte de ellos volvieron a ser ministros o legisladores después de 1983. Y nadie de su partido dijo nada”.

Yo conocí a la juventud maravillosa. Constituían una oligarquía plebeya conformada por los que eran capaces de organizar una pequeña banda tribal más similar a una manada de lobos que a cualquier otra cosa, de disputar el poder dentro de ella, de adaptarse con entusiasmo o resignación al papel que les había deparado la disputa acerca de quién la tenía más larga y de someter a todos los ajenos a la tribu en base al poder otorgado por la disposición al abuso, la sumisión a un líder y el todos contra uno. A pesar de sus bravuconadas, no bien un peligro real aparecía solían dividirse, como el bravío sindicalismo argentino en los momentos posteriores al Golpe, entre los partidarios del “Yo me rajé” y los del “Yo me voy. ¡Declaren la huelga general!”.

No solían ser estúpidos sino personas de inteligencia media que, sin embargo, eran pésimos estudiantes y peores compañeros[4]. En mi infancia, eran los dueños de la pelota, los que controlaban la canchita de básquet y el metegol, los que les robaban a los más chicos o débiles las figuritas y las bolitas, los que armaban el equipo de fútbol del barrio con sus compinches y los que te desafiaban a pelear cuando pasabas por la esquina. En mi adolescencia, eran los que te acusaban de homosexual si no ibas de putas, de maricón si no fumabas[5] y de cagón si te negabas a pelearte a trompadas por cualquier cosa; acusación que mutaría enseguida para ser aplicada a quienes se resistían a “agarrar los fierros” y “luchar por la revolución”.

Eran los que te pedían que les soplaras cuando llegaba la prueba de física o matemáticas, disciplinas que odiaban con unanimidad y pasión, para acusarte de tragalibros después, cuando sacabas mejores notas que ellos. Más tarde, acabadas sus pesadillas con las matemáticas y la lógica (es decir: con la racionalidad), se ponían a dar lecciones sobre el mundo durante la hora de Historia, en la que se hacía evidente su admiración por individuos deleznables, invariablemente déspotas vestidos de uniforme e investidos por alguna misión redentora y criminal. Adoraban el truco y eludían el ajedrez, ya que amaban la mentira y el engaño y odiaban el razonamiento puro. No sabían reírse ni sonreírse. Las únicas muecas del género de la alegría que les conocí y que les conozco es la de satisfacción por los aplausos de la claque y la de la comisura de la boca levemente alargada por la sorna y el desprecio por los demás. Cuando los tiempos del a-sangre-y-fuego llegaron, se transformaron en legionarios de una sociedad imbuida de afán exterminador e hipnotizada por el sueño de una victoria militar y definitiva. Así nos fue.

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[1] Declaraciones de Perón del 22 de enero de 1974.

[2] SOMATEN: grupo parapolicial tradicional de Cataluña, cuyos orígenes se remontan al siglo XI. Perón entró en conocimiento de su existencia durante su largo exilio español. El falangista Primo de Rivera y después Franco rehabilitaron el SOMATEN medieval para perseguir y asesinar a huelguistas y opositores. Quien da un testimonio de lo sucedido en Argentina es Miguel Bonasso, quien en “El presidente que no fue” cuenta (siguiendo el testimonio de su hija Gloria) que Perón le dijo a Bidegain: “Lo que hace falta en la Argentina es un SOMATEN”. Para más datos, ver polémica entre Hugo Gambini y Aracelli Bellota en varios números de La Nación de febrero de 2007.

[2] Increíblemente descripta por él mismo en estos términos: “He tenido muchos discípulos en la vida... Ninguno ha llegado tan lejos como Isabel en el aprendizaje de la conducción. En cada tarea que le he encomendado ha hecho las cosas muy bien. Tiene inteligencia e instinto, y a mi lado ha ido adquiriendo una habilidad para mandar mejor que la de los políticos profesionales” (declaraciones de Perón a Tomás Eloy Martínez, ver La Nación 20/01/07)

[3] Increíblemente descripta por él mismo en estos términos: “He tenido muchos discípulos en la vida... Ninguno ha llegado tan lejos como Isabel en el aprendizaje de la conducción. En cada tarea que le he encomendado ha hecho las cosas muy bien. Tiene inteligencia e instinto, y a mi lado ha ido adquiriendo una habilidad para mandar mejor que la de los políticos profesionales” (declaraciones de Perón a Tomás Eloy Martínez, ver La Nación 20/01/07)

[4] Significativa o casualmente, todos los libros y publicaciones biográficas sobre Kirchner coinciden en que fue un estudiante mediocre, en que sus inquietudes culturales y estéticas se acercaban al cero absoluto y en que era un tipo que carecía de relaciones personales, excepto las que se derivaban de actividades relacionadas con el poder y su administración.

[5] Una obsesión, la homofobia de los gloriosos Setenta.