LA CULTURA TRIBAL
(Publicada en Revista NOTICIAS)
Si existe un aspecto subestimado en el análisis de los fenómenos políticos y sociales no sólo de la Argentina, sino del mundo, es la instintiva tendencia de los seres humanos a comportarse tribalmente. En su ya clásico “Armas, gérmenes y acero”, Jared Diamond estima que los inicios de la humanidad tuvieron lugar hace alrededor de 7 millones años, en tanto lo que llamamos “civilización” (entendida como agrupaciones de más de 50.000 personas, con subsistencia derivada de la agricultura socialmente organizada y una forma de gobierno estatal) data de hace apenas 11.000 años. Más allá de las distinciones que Diamond hace del período precivilizatorio de la humanidad (bandos, tribus acéfalas y tribus centralizadas), si consideramos nuestra historia como una sola jornada de 24 horas la etapa tribal terminó hace poco más de dos minutos, lo que ha dejado un rastro profundo en nuestras conductas atávicas que explica buena parte de los problemas socio-políticos del hipertecnológico mundo de hoy.
Ahora bien: ¿cuáles fueron las estrategias que los homínidos precivilizados adoptaron para sobrevivir en un ambiente hostil y en el que disponían de instrumentos rudimentarios? En primer lugar, era necesario agruparse para cazar grandes animales y para defenderse de predadores y grupos humanos extraños, para compensar fortunas y calamidades individuales en el gran contenedor grupal y para intercambiar información acerca de de los mejores lugares de caza, sobre la presencia o ausencia de enemigos, y acerca del uso de instrumentos o la utilización del fuego. En la cultura tribal en la que los seres humanos hemos vivido casi toda nuestra historia, sólo una interacción repetida por largos períodos traía la posibilidad de confiar en los semejantes. Por eso, lo lejano y desconocido era amenazante; lo cercano y conocido, tranquilizador; y el contacto con extraños, una vía probable a la extinción. De aquí que el racismo sea completamente natural (“¡La naturaleza es de derecha!” advertía Simone de Beauvoir) y el antirracismo, un invento tardío de la civilización.
En la cultura tribal, signada por la cercanía geográfica y la inmediatez personal, las características raciales y culturales del propio grupo permitían el reconocimiento. De allí que fueran exageradas mediante pinturas y uniformes coloridos. Quienes las poseían eran amigos. El resto de la humanidad, enemigos. Y enemigos mortales. La regla social básica de la cultura tribal era la solidaridad entre “nosotros” y la hostilidad hacia “ellos”. La violencia, la única forma de contacto practicable con el ajeno. Rudimentarias formas de comunicación hacían posible el intercambio de informaciones entre los miembros de la tribu e imposible con respecto al resto de los grupos existentes. El conocimiento de los cantos tribales servía de contraseña. Las decisiones debían tomarse, además, tratando de limitar al máximo el conflicto interno. De manera que en todos lados se conformaron sociedades tribales cerradas y uniformes, y pirámides de poder encabezadas por jefes autoritarios y violentos, organizadas además de forma que unos pocos con poder pudieran sacar provecho del resto, que carecía de él. Toda violación de las reglas, todo disenso, implicaba una traición punible con la expulsión o la muerte. El control del territorio y sus recursos y el acatamiento de la disciplina colectiva era lo que decidía entre la supervivencia y la extinción. Como Hobbes definiría magistralmente milenios después, la vida humana era entonces “brutal, infausta, breve”.
TRIBALISMO POST
Dado que un recién nacido es biológicamente equivalente a sus antecesores de hace decenas de miles de años, las características de la cultura tribal reaparecen incansablemente cada vez que se aflojan los lazos civilizatorios, es decir: cada vez que la inteligencia, arma fundamental con la que el más desvalido de los mamíferos se hizo cargo del mundo y su destino, es dejada de lado junto con los productos sociales e institucionales que generó. ¿Cómo asombrarse de que la muerte ronde los estadios de fútbol y su sombra se extienda a las manifestaciones políticas cuando se repite socialmente, como verdad indiscutible, el rito futbolero de la identidad, y cuando cada uno de los elementos de la cultura tribal (los colores, la distinción amigo-enemigo, los cantos rituales, la violencia, la organización piramidal, el autoritarismo, la unanimidad) se hacen presentes en un mundo asolado por barras bravas que se ha tornado territorio de disputa entre violentos?
La creación de fuerzas armadas constituyó la institucionalización más evidente del explosivo cocktail de uniformización, distinción amigo-enemigo, control del territorio, exhibición de agresividad, verticalismo interno y violencia exterior que distingue a todo grupo tribal. Pero el tribalismo ha adoptado infinitas formas, más o menos inocentes o criminales, en la Historia; desde las familias de la mafia a las tribus rockeras, los grupos terroristas, las gangs juveniles, los grupos de forajidos amantes de la limpieza étnica, las patotas sindicales, los hutus y los tutsis, las sectas fundamentalistas y las maras centroamericanas. A pesar de sus marcadas diferencias, sus denominadores comunes suelen ser el sexismo machista, el liderazgo carismático, el autoritarismo militarista, la violencia externa y la delación interna. En todos ellos, la idea fundamental es que el grupo tribal es la humanidad (en efecto: la palabra que designa al grupo y la que designa a la humanidad en su conjunto suele ser la misma en todo lenguaje tribal); en tanto los demás seres humanos son no-humanos o sub-humanos, motivo por el cual se suele emplear contra ellos denominaciones animales (desde “aluvión zoológico” a “gorila”).
La cultura tribal es también un componente fundamental de los totalitarismos, cuyo paso inicial ha sido siempre la elevación de una tribu (racialmente, clasistamente, nacionalmente o religiosamente definida) a representante completa de la humanidad o de sus intereses, inmediatamente seguida por la proclamación de un líder mesiánico y autoritario entronizado después de una disputa violenta entre los candidatos, la construcción de una jerarquía de secuaces, la opresión de los que están abajo en la pirámide, la excomunicación de los enemigos, la sacralización de la solidaridad interna, las purgas contra los disidentes y la agresión al exterior. Todas y cada una de estas estrategias difieren escasamente de las que adopta para sobrevivir una manada de mamíferos, de allí las similitudes entre las bandas fascistas y los lobos, y la admiración de los unos por los otros. De allí también que se suela denominar hoy “izquierda” y “derecha” a dos confusas aglomeraciones cuyo denominador común son el color de las banderas bajo las que se amontonan y los amigos y enemigos ante los que se definen, y no ya un corpus de ideas, ni mucho menos una tradición de prácticas coherentes con los valores que se dicen defender. Para quienes prefieran adentrarse en visiones políticas aparentemente opuestas pero que, leídos entrelíneas, sostienen básicamente razones tribales similares, allí están las obras de los Frantz Fanons y los Carl Schmitts de este mundo, resurgidos hoy en sus epígonos post.
TRIBALISMO O MODERNIDAD
La Modernidad constituye una larga tradición de acumulación de estrategias contra la cultura tribal; una cultura tribal que no invoca exactamente el todos-contra-todos hobbessiano sino más bien el tribu-contra-tribu. Existen hoy en la Modernidad tres grandes formas de supervivencia del tribalismo: una que adopta la forma trágica del nacionalismo extremo, cuyo mayor ejemplo fue el nazismo y cuya supervivencia institucional expresan los ejércitos; otra comédica: la del nacionalismo-débil, que es la doctrina política todavía predominante en una sociedad tecnoeconómicamente global; y una sainetesca: el hooliganismo futbolero, cuyas conductas son la reducción al absurdo de los comportamientos tribales que el fascismo patentó como marca de fábrica.
Afortunadamente, en la larga lucha contra la escasez y la opresión que es el eje explicativo de la historia universal, la aplicación de la inteligencia humana fue generando contextos en los que era necesario extender la unidad de acción a grupos cada vez más grandes. De las ciudades-estado a los imperios, de los feudos a los estados nacionales y de éstos a la Unión Europea y a la ONU, el espacio del “nosotros” tribal se fue extendiendo al mismo tiempo que sus características propiamente tribales se desdibujaban. La tecnología era el motor oculto de este cambio, ya que -como resumió magistralmente Bertrand Russell- el desarrollo tecnológico incrementa los beneficios de la cooperación, disminuye los de la competencia y aumenta las consecuencias destructivas del conflicto. Consecuentemente, la cultura tribal -que ayer era una estrategia racional de supervivencia en un mundo sometido a una escasez de recursos extrema y en la cual la suerte de individuos, grupos y naciones se jugaba en una disputa de suma-cero- se tornó gradualmente en una consistente amenaza de destrucción en este mundo signado por la postsecasez en el que la miseria no es fruto inevitable de las insuficiencias tecnológicas sino producto indeseable de las limitaciones del sistema político-social.
En todas partes, la ampliación de los límites de la unidad política fue de la mano con la democratización del poder en su interior y su restricción reaccionaria y contraria a la tendencia progresista fijada por el desarrollo tecnoeconómico se asoció con la tiranía y la opresión. En algunos casos (el nazifascismo fue el ejemplo acabado, pero basta leer el manifiesto fundacional del GOU argentino para comprobar la universalidad del proceso), estados nacionales autoritarios, militaristas y opresivos respondían a las necesidades de ampliación el territorio que fijaba la agenda tecnoeconómica mediante un intento de ampliación manu militari exaltado como “lucha por el espacio vital”. Se repetía entonces entonces aquel proceso que el mejor Marx, el del 18 Brumario, describió con una frase que haría historia, ya que decía más que lo que su propio autor logró suponer y se constituyó –sin quererlo- en autocrítica de su propia ideología: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y en épocas de crisis revolucionaria, cuando éstos aparentan dedicarse a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”.
TRIBALISMO O GLOBALIZACIÓN
Las enormes potencialidades que abría el uso de la inteligencia humana dieron por tierra con el tribalismo. Cuando la capacidad intelectual de los humanos se organizó metodológicamente como ciencia y superó las resistencias tribales y los intereses cistalizados en instituciones nacidas en un ambiente de escasa concentración de inteligencia aplicada, y por lo tanto, de escasez y opresión extremas, el futuro de la partida estaba sellado. La Modernidad creó, progresiva pero inexorablemente, dos subsistemas diseñados para batallar contra la escasez (el sistema económico capitalista) y la opresión (el sistema político democrático). A pesar de las herencia de milenios de tribalismo biológicamente impresa en a memoria de la especie, y de las consecuencias apocalípticas de sus episodios de reaparición, el resto es historia: la inteligencia humana aplicada en forma de conocimiento, información, diversidad cultural, innovación y comunicación se ha convertido en el centro no sólo de la economía sino de la vida social. Y el gran profeta del industrialismo, Karl Marx, alcanzó a vislumbrarlo en sus trabajos póstumos, los Grundrisse: ““El desarrollo del capital revela hasta qué punto el conocimiento social general se ha convertido en la fuerza productiva directa, y por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han sido modificadas por él”.
Es imposible que nuestros atavismos tribales puedan constituirse en una guía válida para la acción en un mundo globalizado y altamente tecnologizado. Sin embargo, esto no quiere decir que el porvenir sea necesariamente venturoso: nuestras tendencias tribales atávicas bien pueden acabar con él usando sus propios instrumentos. Aún más, lo que en un mundo desconectado y de escasos contactos provocaba conflictos reducidos en importancia y escala, se torna en amenaza de destrucción masiva en una Modernidad regida por la hiperconectividad y en la que el colapso del espacio y el achicamiento del mundo ponen en contacto, inexorablemente, lo uno con lo otro. En un mundo así configurado, se necesita comprensión de la otredad al mismo tiempo que respeto común de valores universales, se requieren aceptación y promoción de la diversidad, resolución pacífica de los conflictos, estructuras de poder horizontales, comunicación de todos con todos, igualdad de derechos entre los propios y los ajenos y una extensión planetaria de la solidaridad; todos ellos valores opuestos por el vértice a la cultura tribal. Al mismo tiempo, la combinación entre tecnología avanzada y mentalidad tribal, proeza en la que Hitler fue maestro y Bin Laden un excelente aprendiz, promete un Armagedón al alcance de la mano en el que perezcan no sólo los hombres, sino la misma humanidad.
La cultura tribal no es exactamente irracional, sino más bien está presa de una racionalidad obsoleta, en el sentido de que no se ajusta ya a las condiciones presentes. La cultura tribal no es exactamente antiinstitucional, sino que está preñada de instituciones (como el liderazgo verticalista, el control del territorio y la organización en manada piramidal) que son poco más que la cristalización anacrónica de mundos en trance de agonía. La crítica y el combate contra sus categorías zombies, especialmente difícil de librar contra su variante soft: el nacionalismo-débil, constituye la única vía a la supervivencia individual, grupal y colectiva en los tiempos de la Modernidad mundial.
Hoy, la emergencia de una sociedad globalIZada ha elevado la exigencia del doble proceso de ampliación externa y democratización interna de la unidad política a la escala planetaria, haciendo que el paradigma “democracia global” se convierta en el único programa racional contra las consecuencias aniquiladoras del tribalismo en la era de la proliferación nuclear, las modificaciones genéticas, las pestes mundiales y el terrorismo global.
En el decisivo pasaje de una sociedad industrial-nacional basada en el territorio, el capital físico y el trabajo manual, a una postindustrial-global basada en la organización en redes globales, el capital simbólico y el trabajo intelectual, el destino de la humanidad se juega en la superación de nuestra cultura tribal atávica, más específicamente, en la capacidad de escapar de las visiones paranoicas y agresivas en las que el nacionalismo, tribalismo de la Modernidad-mundo, nos mantiene simbólicamente atrapados, y que son bien capaces de transformar el Apocalipsis en una profecía autocumplida.